En Cuba han surgido alternativas para divulgar informaciones o denuncias y hacer un periodismo diferente a la aburrida gacetilla oficial. Internet es el nuevo campo de batalla.
Parece que ha pasado mucho tiempo desde aquellos años 1980 del siglo pasado, cuando un adusto oficial de la Seguridad del Estado vestido de civil, con su solemnidad, intimidó a un grupo de jóvenes desparpajados que estudiábamos en el preuniversitario de La Víbora.
Yo tenía 16 años. No recuerdo haber sentido más miedo en mi vida que aquella tarde, cuando el agente mostró su carné con una franja roja y caracteres verdes: DSE. Las siglas del tenebroso Departamento de Seguridad del Estado.
El tipo manejaba nuestro temor juvenil como un experto. Quizás lo aprendió en una academia de contrainteligencia de la KGB o en la Stasi de Markus Wolf.
Le pidió discreción a la directora de la escuela, conocida por “La Mosca”, más intransigente que un talibán afgano. Y como un manso rebaño condujo a media docena de chiquillos con ínfulas intelectuales hacia la biblioteca escolar.
Nuestro delito era ver películas y documentales no divulgados en Cuba en videos Betamax, leer libros prohibidos de Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges o repasar a hurtadillas poemas de Heberto Padilla.
Todavía resuenan en mis oídos las severas reprimendas. Algunos lloraban y otros pedían perdón por su pecado. El hombre, como un todopoderoso, esperaba escuchar mi alegato de clemencia. Continuar leyendo