En Cuba han surgido alternativas para divulgar informaciones o denuncias y hacer un periodismo diferente a la aburrida gacetilla oficial. Internet es el nuevo campo de batalla.
Parece que ha pasado mucho tiempo desde aquellos años 1980 del siglo pasado, cuando un adusto oficial de la Seguridad del Estado vestido de civil, con su solemnidad, intimidó a un grupo de jóvenes desparpajados que estudiábamos en el preuniversitario de La Víbora.
Yo tenía 16 años. No recuerdo haber sentido más miedo en mi vida que aquella tarde, cuando el agente mostró su carné con una franja roja y caracteres verdes: DSE. Las siglas del tenebroso Departamento de Seguridad del Estado.
El tipo manejaba nuestro temor juvenil como un experto. Quizás lo aprendió en una academia de contrainteligencia de la KGB o en la Stasi de Markus Wolf.
Le pidió discreción a la directora de la escuela, conocida por “La Mosca”, más intransigente que un talibán afgano. Y como un manso rebaño condujo a media docena de chiquillos con ínfulas intelectuales hacia la biblioteca escolar.
Nuestro delito era ver películas y documentales no divulgados en Cuba en videos Betamax, leer libros prohibidos de Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges o repasar a hurtadillas poemas de Heberto Padilla.
Todavía resuenan en mis oídos las severas reprimendas. Algunos lloraban y otros pedían perdón por su pecado. El hombre, como un todopoderoso, esperaba escuchar mi alegato de clemencia.
No sé cómo me armé de valor ante la autoridad y con voz temblorosa solté una parrafada sobre la libertad personal, leer lo que uno quisiera.
“Tú te imaginas qué pasaría tu madre si se entera [era periodista oficial]. Esos que lees son contrarrevolucionarios y en el caso de Borges apoya la dictadura de Pinochet”, me dijo el policía político.
Ante las evidencias y el temor de que mi madre lo supiera, yo también evoqué un mea culpa. Unos años después, en 1991, estuve 15 días detenido en una celda tapiada de Villa Marista. Probablemente mi sedición libertaria a ella le costó su puesto de trabajo en el Instituto Cubano de la Radio y la Televisión (ICRT) y, en 1995, dejó el periodismo oficial e ingresó en Cuba Press, agencia de prensa alternativa.
Hago catarsis: Tras 20 años ejerciendo el periodismo independiente desde La Habana, conozco las presiones que sufren quienes discrepan con la narrativa del régimen.
Hay dos caminos: luchar o callarse. Y dos salidas: seguir viviendo en tu país como un zombi o largarte a otra nación. Uno es libre de escoger. Nadie tiene madera de mártir.
En Cuba existen leyes que condenan con 20 años y más de cárcel por escribir sin mandato. Pero los tiempos son otros, aunque gobiernan los mismos.
La autocracia castrista ha pasado de un sistema totalitario, donde el Estado controlaba el flujo informativo, el cine, la literatura y cualquier otra faceta intelectual con puño de hierro, a una nación autoritaria que se abre despacio, con un pie anclado detrás de la puerta.
La paranoia soviética, los actos de repudio —verdaderos linchamientos verbales—, las acusaciones descabelladas y el chorro de ignominia que lanzan a la integridad de una persona siguen vigentes.
Pero el deseo de muchos comunicadores de expresar su modo de pensar mediante un blog, una web o un periódico digital ha ido en aumento gracias a las nuevas tecnologías.
Cuando a finales de los años 1980 ex reporteros estatales, como Rolando Cartaya y Tania Díaz Castro, comenzaron a difundir las noticias que generaban los grupos pro derechos humanos, deslindaron un camino que luego continuarían Yndamiro Restano, Rafael Solano y Raúl Rivero.
En un error de cálculo, el Gobierno de Fidel Castro pensó que encarcelando a 27 periodistas libres en marzo de 2003 cercenarían la prensa independiente. Ocurrió lo contrario, se multiplicó.
Ahora son decenas los que por su cuenta y riesgo a diario reportan desde todas las provincias. En la actualidad, además, se debe tener en cuenta a los periodistas oficiales que colaboran en medios extranjeros. O como Elaine Díaz, que con Periodismo de Barrio ha fundado su propio semanario.
La diferencia de escribir con libertad a redactar aburridas noticias de supuestos crecimientos económicos es abismal.
En su afán de atajar el movimiento de blogueros alternativos que lideraba Yoani Sánchez, el régimen autorizó a periodistas oficiales y profesionales a que abrieran bitácoras.
El plan era crear en internet un campo de batalla de ideas. Esto generó una amplia red de blogueros. Los hay amaestrados y vitriólicos. Respetuosos con el contrario y convencidos de la revolución verde olivo. O críticos con el estado de cosas, aunque su intención sea perfeccionar el sistema.
Pero la autonomía y los razonamientos liberales engendran desconfianza en un país donde las orientaciones siempre vienen de un puesto central de mando. El Gobierno volvió a perder el foco.
No existe libertad guiada o a medias. Es muy simple la ecuación binaria de revolucionarios contra disidentes mercenarios. Pero en el actual panorama de la isla, el enemigo no es la disidencia. Es el descontento de un amplio segmento de cubanos, por la ineficacia de las instituciones, el manicomio económico y la corrupción.
Entonces, los periodistas honestos le toman el pulso a esa realidad. No son oficiales ni independientes. Se deben a su gente.