Muchos gobiernos y funcionarios públicos, a pesar de la evidencia empírica adversa, sostienen que el control de precios es una medida efectiva para controlar la inflación. No existe ninguna otra medida de política económica, salvo por los estudios sobre la estrecha relación entre la tasa de emisión monetaria e inflación, cuyos efectos se hayan visto reflejados en momentos históricos tan diversos, en distintos lugares del planeta, con diferentes pueblos, sistemas de gobierno y sistemas de organización económica.
Ya desde la quinta dinastía de Egipto (2830 AC), en Sumeria, en Babilonia con el Código de Hammurabi, la Grecia antigua y en la Roma Imperial mediante el tristemente célebre edicto de Diocleciano, los soberanos respondieron repetidamente a las alzas de precios exactamente del mismo modo. Increparon a los “especuladores”, pidieron a los simples particulares que muestren un sentido de responsabilidad social y recurrieron a leyes u otros expedientes buscando fijar los precios y salarios para evitar así que los precios sigan subiendo. Sin embargo, tal como se lo documenta en el libro “4.000 Años de Controles de Precios y Salarios” de Schuettinger-Butler, los hechos muestran una secuencia uniforme de fracasos reiterados. No existe un solo caso en la historia en el que el control de precios haya detenido la inflación o haya superado el problema de la escasez de productos.