La llegada de Uber al país y la consecuente respuesta (más allá de ser una nueva edición de la falacia ludista en cuanto al odio a la máquina, a la tecnología), tanto de taxistas como del sindicato y del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, no hace más que validar una de las reflexiones más brillantes de Albert Nock en su libro Nuestro enemigo el Estado, en la que sostiene: “Es de gran ayuda darse cuenta del hecho público y notorio de que el Estado se moviliza de forma muy lenta hacia cualquier objetivo que devenga en beneficio de la sociedad, mientras que se moviliza rápidamente y con prontitud hacia aquellos objetivos que devienen en beneficio propio; y que tampoco se moviliza hacia los propósitos sociales por iniciativa propia sino bajo presión, mientras que su movilización en pos de propósitos antisociales surge de manera automática”.
Naturalmente, comprender este nefasto cúmulo de asociaciones entre el Gobierno de la ciudad, los taxistas y su sindicato en contra de Uber, los usuarios de servicios de traslado de pasajeros y la sociedad es un conjunto implica develar conceptos que, puestos todos juntos, dejan en evidencia la naturaleza violenta del Estado en detrimento del bienestar de los individuos. En función de ello, desarrollaremos los siguientes puntos: tipificación de la intervención violenta del Estado; naturaleza de los monopolios (o cárteles) y su impacto sobre el bienestar; tipos de intervención implícitos en el ataque frente a Uber y los ciudadanos y, a modo de conclusión, los daños emergentes sobre la sociedad derivados de la asociación entre taxistas, sindicato y Estado porteño. Continuar leyendo