Movimiento Nacional y Popular “Zelig”

En 1983, Woody Allen estrenaba su película “Zelig”, donde el personaje principal, Leonard Zelig, tenía la capacidad de actuar como un camaleón y transformarse en cualquier persona con la que entablaba una conversación. Así, por ejemplo, si dialogaba con un rabino, automáticamente él se convertía en uno, copiando todas sus expresiones y hasta mimetizándose con él corporalmente. En otras palabras, Leonard se transformaba en la persona con la que hablaba.

En el fondo, la película buscaba llevar al extremo el concepto de falta de identidad. La capacidad de una persona de vivir aparentando algo que no es, con tal de poder encajar. Una especie de puesta en escena constante con el objetivo de conseguir aceptación. ¿Qué tan lejos está el kirchnerismo de Zelig? Considero que poco.

Las últimas elecciones mostraron la transformación del kirchnerismo en otra cosa que realmente no es, con el único objetivo de ganar. O como diría Néstor, de “perder por muy poco”. Pasaron de ser garantistas a presentar un proyecto para bajar la edad de imputabilidad, pasaron de negar la inflación a aceptar su existencia, como también aceptaron que el INDEC miente y que los sueldos no alcanzan para llegar a fin de mes.

En otras palabras, pasaron a expresar lo que ellos creían que la gente quería oír, porque Zelig es así: cree que diciendo lo que el otro quiere escuchar, va a ser aceptado. Pero el mundo no funciona así, porque la naturaleza humana afortunadamente no siempre es especulativa y convenida. Por el contrario, las últimas elecciones evidenciaron una ruptura con un eje transversal del kirchnerismo: la mentira.

La gente no creyó en Leonard, porque no lo sintieron sincero, porque además lo vieron convertirse frente a sus propios ojos, y eso no es natural, ni humano. El cambio de identidad es algo excesivamente especulativo, pero sobre todo engañoso y trae aparejado una enorme subestimación por quien está enfrente.

Nadie puede creer que un inglés pueda convertirse de un momento a otro en un irlandés, cambiando su idioma, su vestimenta, y hasta su forma de hablar y pensar. Nadie cree que el kirchnerismo se halla vuelto dialoguista, sincero y honesto en un mes (que fue lo duró la elección).

Escucha selectiva

El 11 de agosto la voluntad de los argentinos se expresó en las urnas.  El mensaje parecía ser claro: hay que cambiar el rumbo.

Se esperaban dos posibles actitudes por parte de la Presidenta: escuchar el mensaje o ignorarlo. Las palabras de Cristina posteriores a enterarse los resultados nos hicieron pensar que, como suele hacer, ignoraría el contundente mensaje de la gente y seguiría viviendo en su mundo del fantástico relato. Esa misma noche utilizó expresiones como “Vamos a profundizar el modelo“, denotando una alegría desmesurada que no se condecía con las caras de los presentes en el búnker del FpV.

Sin embargo, a pocos días de los comicios, la estrategia de la Presidenta pareció cambiar. Es que tajantemente sus funcionarios realizaron un giro de 180 grados y empezaron a desfilar por TN aceptando cosas básicas como que la inflación existe y que es mayor a la que dice el Indec. En este sentido, es muy simbólico remarcar que el mismo Insaurralde -el elegido de Cristina- eligió sentarse frente a Van der Kooy y Blanck para aseverar este concepto.

De repente las cosas empezaron a cambiar en el mundo kirchnerista. No solamente había inflación y el Indec no era exacto, sino que el mismo ministro de Seguridad aceptó que la inseguridad no es una sensación: existía y afectaba a la mayoría de argentinos, en especial a los que menos tienen. También descubrieron la existencia de una crisis energética sin precedentes, y que el sueldo no alcanza ni para ir al supermercado. Al punto tal que decidieron aumentar el mínimo no imponible.

Esto sería una buena noticia, si la escucha de la Presidenta no fuera selectiva. Porque ante un resultado adverso, lo que se empieza a notar son los famosos “manotazos de ahogado” que suelen siempre tener una característica peculiar: afectan las formas, pero no el fondo de la cuestión.

Veamos entonces:

Se acepta la inflación, pero no se reconoce que el Indec miente ni su número real. Eso se llama “una verdad a medias” que es un sinónimo a “media mentira“.

Se acepta que hay una crisis energética, pero no se realiza la autocrítica prudente que podría generar algún tipo de cambio positivo. No, por el contrario, se culpa a los capitales extranjeros que supieron llevarnos hasta esta situación. Pareciera ser que YPF estatal no fue producto de la década ganada. Y, si lo fue, los resultados no son su responsabilidad. Es que claro, cuando las cosas salen mal, el culpable siempre será la derecha internacional y los cipayos oligarcas locales (Ver Manual I Cámpora para principiantes).

Los sueldos no alcanzan, y como se expresó anteriormente, se aumenta el mínimo no imponible. Pero con ciertas características: No es por ley y no se actualiza de forma automática. Además, esta medida tiene vigencia hasta fin de año, lo cual implica una incertidumbre acerca su continuidad para 2014. No hace falta ser experto en economía y finanzas para entender que, de aplicarse así esta resolución, la inflación hará que la medida no tenga sentido en algunos meses, porque otra vez la inflación se comerá los salarios haciéndolos insuficientes para afrontar los altos costos de vida (que paradójicamente también soy producto de la inflación).

Pero quizás el ejemplo más emblemático de todos sea el llamado el diálogo. Una contradicción en sí misma desde la estética del encuentro, hasta de la forma de convocarlo. Yo me pregunto: ¿a qué clase de diálogo se puede invitar a la sociedad, si se parte de la premisa que solo participan los “titulares”? ¿Qué pasa con los que no fueron invitados como el sector agropecuario o la oposición? ¿Son los suplentes?

Pero más allá de esto, el diálogo consistió en Cristina Kirchner expresando cifra tras cifra en un atril, ante cientos de aplaudidores que veían expectantes y quizás en su fuero íntimo se preguntaban que tendría esa puesta en escena de “llamado al diálogo”.

Hay cuestiones que son parte de la esencia que no se pueden cambiar. Si las formas, pero no el fondo. Las nuevas medidas que impuso la presidenta tienen el sello característico de su modelo: Una dicotomía entre el decir y el hacer. Afortunadamente la gente ya la conoce, y sabe de su escucha selectiva.