Luego de meses de retraso, la compañía estatal rusa de gas y petróleo Gazprom anunció que su primer embarque de combustible proveniente de las costas del océano Ártico inició su travesía rumbo a Europa. Esto ha sido un verdadero desafío desde el punto de vista logístico, porque la extracción de pequeñas cantidades de petróleo en las extremas condiciones climáticas del Ártico les tomó más tiempo y fue más costosa de lo que la compañía había planificado. El petróleo obtenido proviene de la misma plataforma en la que 30 activistas realizaron una protesta pacífica a mediados de septiembre de 2013 y fueron detenidos.
Pero Gazprom lo logró y reclama para sí el primer lugar en la carrera para explotar el Ártico en busca de más combustible fósil, causante principal del deshielo de la región en primer lugar. Es un momento decisivo para la Rusia de Vladimir Putin, quien anunció con bombos y platillos la nueva fuente de poder y beneficios para los próximos años.
Sin embargo, no son únicamente las compañías rusas de petróleo, carbón y gas las que juegan un papel en el plano político; es la industria del combustible fósil en sí misma. A pesar de que los líderes occidentales denunciaron las amenazas de Gazprom sobre el corte del suministro de gas a Ucrania, Shell sigue apoyando las nuevas perforaciones de la empresa rusa en el Ártico. Del mismo modo, BP tiene un 20% de participación en la compañía más grande de petróleo controlada por el Kremlin: Rosneft. De acuerdo a una publicación del Financial Times de hace unas semanas, BP está a la vanguardia de las compañías que hacen lobby con los ministros para que no penalicen a Rusia por la crisis en Ucrania. Mientras Putin afianza su poder en Rusia, inevitablemente estrecha sus vínculos con BP. Rosneft, junto con Gazprom, son los mejores proveedores financieros de su gobierno.
Existen otras razones obvias para que no estemos celebrando la presencia de una nueva fuente de combustibles fósiles en el Ártico. Esta semana el informe del IPCC, elaborado por 1.250 expertos internacionales y aprobado por 194 gobiernos, informó que definitivamente debemos alejarnos de los combustibles fósiles. La primera carga de petróleo proveniente del Ártico es simbólica para Putin, pero también es simbólica para la lucha contra el cambio climático. Durante los últimos 30 años perdimos tres cuartos del volumen de hielo Ártico durante los meses de verano. Y a medida que las compañías petroleras se apresuran para explotar sobre los hielos en retroceso, también se están arriesgando a producir un desastre ambiental en este frágil medioambiente.
Por lo tanto, la pregunta no es cómo deshacernos de las compañías de energía controladas por el Kremlin, sino cómo frenar la política dominante de la industria del combustible fósil. Esta decisión es crucial. Los combustibles fósiles nos han metido en este lío, y no serán ellos los que nos saquen de allí. Necesitamos que los políticos trabajen para aplicar las ya comprobadas formas de deshacernos de esta clase de combustibles. En vez de tratar de combatir el fuego con fuego, los líderes mundiales deberían asegurar el futuro energético reduciendo la dependencia de fuentes de energía obsoletas. Si seguimos este plan podremos dar un golpe contra el cambio climático, promover nuevos puestos de trabajos y obtener una real seguridad energética.