Lo bailado con Francia…

El lunes 15 de mayo Enrique Peña Nieto instaló en Palacio Nacional el Consejo Estratégico Franco-Mexicano que buscará coadyuvar, primero, a colocar de nuevo las relaciones entre México y Francia al nivel existente antes del affaire Cassez, y luego intentar llevarlas a las alturas que el potencial y la historia permiten y exigen. Peña Nieto y José Antonio Meade, secretario de Relaciones, me designaron presidente del Capítulo Mexicano de dicho consejo, a la par de Philippe Faure, presidente del Capítulo Francés. Ya se ha informado en las páginas noticiosas sobre los objetivos de este consejo, así como de quienes lo integran por el lado mexicano y por el lado francés: empresarios, intelectuales, políticos, hombres y mujeres de las letras y las artes. Quisiera dedicar este espacio para explicar a mis escasos pero fieles lectores los motivos que me llevaron a desempeñar esta función, y a describir su naturaleza.

Para empezar, como lo señaló el comunicado emitido por la SRE el 9 de junio, y como lo dijo el mismo Peña Nieto en su intervención este lunes, se trata de un cargo pro bono u honorario, es decir, sin remuneración alguna por parte de México o de Francia. En segundo lugar, es un cargo sin prestaciones, y sin financiamiento de gastos por los gobiernos de México y Francia. Éste fue el caso también del llamado Grupo de Alto Nivel que se creó a principios del sexenio anterior y que se desempeñó con éxito hasta que sucediera la debacle Cassez. No tengo nada en contra de ejercer cargos remunerados y con prestaciones en el sector público; lo he hecho y no me haría de la boca chica si surgiera una nueva oportunidad de hacerlo. Pero en esta ocasión no es el caso.

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El canciller de Peña Nieto

Prefiero reservar mi opinión sobre el gabinete de Peña Nieto hasta no saber bien para qué lo quiere. Me parece que la clave para evaluar a un equipo no es ni su talento, su inteligencia, su experiencia, su lealtad o su rudeza, sino su adecuación a un programa. Peña Nieto le ha dicho al país qué quiere hacer: con detalle, prioridades, y visión de corto mediano y largo plazos. La idoneidad del gabinete, en mi opinión, dependerá de su consonancia con esa agenda. Comparto una duda: ¿puede realizarse un programa altamente modernizador con un equipo altamente conservador?

Hay un cargo, sin embargo, sobre el cual quisiera compartir algunas reflexiones porque lo conozco: la Cancillería. Lo ocupó mi padre, lo ocupé yo, y mi hermano ocupó el cargo más cercano durante seis años. Me parece que la designación de José Antonio Meade es un acierto, más por razones profesionales que personales (conozco a Meade pero no somos ni mucho menos amigos cercanos) y esas razones creo que son más poderosas que las dudas que algunos pudieran esgrimir. Para empezar me parece muy sano, ahora y siempre, que el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores no pertenezca al Servicio Exterior Mexicano. Parece un contrasentido, sobre todo para la comentocracia ignorante o para la clase política más ignorante aún. Con la excepción de Brasil, ningún país con una política exterior activa y ambiciosa le encarga el puesto a un diplomático de carrera: salvo Eagleburger, durante un año, no ha habido un secretario de Estado en Estados Unidos de carrera desde hace mucho tiempo; lo mismo es cierto en Francia (el canciller actual, Fabius, ha sido todo menos diplomático), Inglaterra, Alemania, Canadá, etcétera. La razón es sencilla: el Servicio Exterior ejecuta las políticas que determinan primero los votantes; segundo el jefe de Estado o de Gobierno; tercero el titular político (sea un político-empresario; un político-académico; un político-profesionista).

Pero no sólo es la tradición externa; también ha sido el caso en México, insisto, a pesar de la ignorancia de quienes se expresan al respecto. Desde la renuncia de Gorostiza, en 1964, y hasta el error de Calderón del 2006, es decir, durante 42 años fueron titulares de la SRE sólo tres miembros del servicio: García Robles por un año; Castañeda y Álvarez de la Rosa durante tres años y medio, y Tello Macías por diez meses y medio. Todos los demás cancilleres, presuman hoy lo que presuman, no fueron del servicio. Carrillo Flores, Rabasa, Roel, Sepúlveda, Solana, Camacho Solís, Gurría, Green, el que escribe y Derbez. De los 42 años en juego, el SEM ocupó el cargo durante menos de seis. Algunos objetarán, ¿y Castañeda padre qué? La respuesta, para quienes lo conocieron, es evidente: burocráticamente fue miembro del SEM desde 1950, pero ni mental, ni culturalmente lo fue. Tenía vida académica e intelectual fuera de la SRE (profesor del Colmex y miembro de su junta de gobierno durante años) y fue un activo participante, a título personal, en todos los foros de derecho internacional. No era en el sentido estricto un diplomático de carrera.

Digo todo eso sin menospreciar la importancia de contar con un servicio profesional. Es indispensable. Pero sólo si es dirigido por el Presidente o por el titular. No hay peor error que dejar la política exterior en manos de la burocracia de lo que se llamaba Tlatelolco.

Además de no ser del servicio, Meade tiene la ventaja de no venir del código postal cercano al servicio, por tanto no arrastra el lastre conservador, biológico y político del SEM. No sé qué piense de la doctrina Estrada, pero sí sé que no nació recitando esos textos. No sé qué piense de la participación de México en el Consejo de Seguridad de la ONU o de un activo cabildeo mexicano dentro de los países que más nos importan para defender nuestros intereses, pero sé que no le tiene miedo. Al venir de Hacienda, trae el ADN propio de la dependencia, y las opciones default que todos tenemos. Pero no son las del SEM. Por estas razones me congratulo de su nombramiento.