Yo no sé si el gobierno federal tiene una respuesta al desastre de Michoacán. Más aún, no sé si exista tal respuesta. Por mi parte me parece prudente en este momento no lanzar propuestas u ocurrencias simplistas, superficiales, o envenenadas. Sí creo, sin embargo, que para llegar a una respuesta es preciso contestar a una serie de preguntas que, por ahora, dan la impresión de permanecer sin contestación. Las dividiría en cuatro grupos.
La primera: ¿de qué viven de verdad y en qué proporción las agrupaciones del crimen organizado en esa zona de Michoacán? Zetas, La Familia y Los Caballeros Templarios ¿hoy y ayer se alimentan del negocio de la marihuana y la amapola, o de los laboratorios de metanfetaminas, o de la extorsión a pequeñas y gigantescas empresas comerciales, mineras y siderúrgicas, o del secuestro, o all of the above? Y en este último caso ¿cómo reparten su tiempo y sus ganancias entre todas estas actividades? No da lo mismo, ya que no hay solución al problema sin saber cuál es el problema.