Lula y México

He criticado la política exterior brasileña en años recientes, y algunos amigos de aquel país me lo reclaman. No obstante, me considero uno de los supuestos “intelectuales” mexicanos con mayor vínculo de afecto con Brasil, donde he estado en más de 30 ocasiones; publicado tres de mis libros y reunido una gran cantidad de amigos. Todo ello no quita que me ha exasperado lo que todavía hace un par de años era la arrogancia de los dirigentes o funcionarios del Partido de los Trabajadores. En muy escasas ocasiones estuvieron dispuestos a mitigar sus autoelogios, o relativizar sus numerables logros, ni mucho menos a incurrir en cualquier tipo de autocrítica.

Entiendo la irritación que a muchos brasileños les provoca lo que podría parecer una campaña de la prensa internacional o, como dijo Lula, “de los medios norteamericanos y británicos en particular”, destacando los defectos, demoras o riesgos inherentes a la organización de dos eventos gigantescos: la Copa y la Olimpiada. Tienen algo de razón en molestarse por la superficialidad de la cobertura de las revistas y diarios de esos países, y también de la televisión, exceptuando a la BBC, y en exigirles que sean más serios y, sobre todo, empeñosos en su labor, y de no reportear únicamente desde el hotel sin salir a la calle. Creo que eso es lo que quiso decir Lula en su discurso en Porto Alegre hace días, cuando arremetió contra la prensa extranjera y, de paso, le dio un raspón al supuesto Mexican Moment de Enrique Peña Nieto. Lo cual, como era de esperarse, ha provocado todo tipo de reacciones indignadas en México.

Si Lula tiene razón en denostar hoy a la prensa extranjera, también la habría tenido hace cinco años, cuando la misma y, en particular, las publicaciones norteamericanas y británicas -Financial Times, Economist, New York Times, Wall Street Journal- pintaban un paisaje brasileño casi idílico y presentaban un caso mexicano desastroso. En aquella época -2009-, Héctor Aguilar Camín y yo nos permitimos señalar en uno de nuestros libros que los números mexicanos eran muy parecidos a los brasileños -a lo largo de los últimos 20 años, bastante mediocres- y que México superaba a Brasil en algunas categorías importantes, como el PIB per cápita, la tasa de inversión sobre el PIB, la menor violencia y un mayor Índice de Desarrollo Humano. También decíamos que Brasil ensanchaba su clase media a un ritmo más acelerado que México.

En el ínterin, la violencia en México subió hasta alcanzar, en 2011-2012, el mismo nivel de homicidios dolosos por 100 mil habitantes que Brasil. Si bien crecimos más que el Brasil del llamado “Milagro Brasileño”, en 2013 ellos crecieron al doble de nosotros. Pero, con el paso del tiempo, se parecen mucho los registros del electrocardiograma económico de ambos países: planos, con algunos años buenos. Hoy, Lula acierta en parte; hace 3 ó 4 años acertábamos nosotros, en parte. Una cosa, sin embargo, es la fabricación de una narrativa por los medios internacionales, y cómo los gobiernos llegan, primero, a promoverla; segundo, a congratularse de ella, y, tercero, a creérsela.

A aquellos en México que le responden a Lula que su crítica al desempeño económico mexicano es por ardor y el Mundial, me permitiría sugerirles que, al igual que Lula, dirijan parte de su ira contra esos medios que han reducido la calidad de sus corresponsales, han despachado a enviados especiales en lugar de corresponsales para ahorrarse dinero, agudizando la superficialidad de su cobertura, y se han unido a veces a manipulaciones en bolsa por bancos y empresas de sus países a quienes les puede convenir elevar o disminuir el valor del papel mexicano o brasileño. Espero no tener que leer dentro de algunos años una declaración de algún alto funcionario mexicano criticando a los medios extranjeros por exagerar su pesimismo sobre el panorama mexicano. El momento de juzgar a la prensa, la radio y la televisión internacional en su análisis de lo que sucede en México es ahora, no antes ni después.

O momento brasileiro

Fue predecible la derrota de la Selección mexicana contra la brasileña en el partido de ayer; es comprensible que el año entrante en el Mundial con sede en Brasil nos vaya igual que siempre: octavos de final y ya. También es perfectamente lógico que ahora resulte que la supuesta edad de oro del gigante sudamericano no sólo fue efímera y superficial, sino que desembocó en protestas sociales, sobre todo de jóvenes, como nunca se habían visto en las ciudades San Pablo, Río de Janeiro, Belo Horizonte y otras, desde mediados de los años ochenta.

Lo incomprensible estriba en el error que cometieron muchos brasileños al creerle más a los medios internacionales, a las casas de bolsa, a las corredurías y a los supuestos analistas financieros y económicos de los grandes bancos de Wall Street y de la City en lugar de confiar en sus instintos y sus propios conocimientos. Cuando todas estas fuentes de sabiduría y de presunta recopilación de informes y datos cantaban extraordinarias loas al desempeño de la economía brasileña, del Banco Central, del gobierno de Lula, del programa Bolsa Familia, del surgimiento del gigante verde amarelo, los magníficos estudiosos y comentaristas brasileños de las grandes universidades, medios de comunicación y think tanks, como la Fundación Getulio Vargas, debieron haber detonado señales de alarma explicando que no era así de sencillo: que tal o cual banca de inversión en Nueva York o en Londres, o empresa, o hedge fund y private equity fund, tuviera razones de interés directas.

También debieron haber escuchado a aquellos que les dijeron que realizar a dos años de distancia los eventos de la Copa Mundial y los Juegos Olímpicos no es nada del otro mundo; más aún, el último país latinoamericano que lo hizo, a saber, México 1968 y 1970, lo único que conserva en su memoria colectiva al respecto es la matanza de Tlatelolco. Pudieron haberle preguntado a los sudafricanos, a los ingleses y a muchos más, quienes les habrían confesado con cinismos y resignación que esos acontecimientos no traen inversión extranjera más allá de la que había de todas maneras; no atraen un mayor número de turistas de modo duradero, y que sobre todo la infraestructura en la que se invierten enormes cantidades de recursos no suele servir de nada más tarde. Sólo puede sacarle verdadero provecho a un evento de este tipo un país como China, que puede canalizar enormes esfuerzos y recursos a un evento de Estado, y reprimir si es necesario a quien se oponga a él. Eso no lo puede hacer el gobierno de Dilma Rousseff afortunadamente, pero sin eso, este tipo de eventos no suele prosperar.

Las protestas en Brasil contra el aumento en transporte público, la mala calidad de la educación pública, las deficiencias del sector salud y las inmensas inversiones en los nuevos estadios, caminos, aeropuertos, etcétera, necesarios para el Mundial y los Juegos Olímpicos, seguramente llegarán a su término pronto. Brasil es una auténtica democracia, y existen muchas maneras de canalizar ese descontento por vías institucionales. Además, en vista de que el gobierno de Rousseff es un gobierno a la vez eficaz y sensible, seguramente tomará medidas para atender las demandas y las quejas de los manifestantes. Lo que se habrá roto, quizás sea justamente la burbuja brasileña o el espejismo brasileño que nunca debió haber adquirido las dimensiones que tuvo.

Todo esto debiera servirnos también en México. Decía hace unas semanas en una cena Luis Rubio, con la perspicacia que lo caracteriza, que cuando todo era fantástico en Brasil y todo en México era un desastre, aquí seguíamos creciendo al 3%. Aguas con los medios internacionales, aguas con el optimismo beato de los analistas internacionales increíblemente superficiales, aguas con el momento de México. Hay mucha gente que sabe manipular a los medios internacionales, a las casas de bolsa, a los fondos y a las corredurías. Habría que preguntarles a ellos para no creernos cuentos sobre el destino nacional.