Por: Jorge Castañeda
He criticado la política exterior brasileña en años recientes, y algunos amigos de aquel país me lo reclaman. No obstante, me considero uno de los supuestos “intelectuales” mexicanos con mayor vínculo de afecto con Brasil, donde he estado en más de 30 ocasiones; publicado tres de mis libros y reunido una gran cantidad de amigos. Todo ello no quita que me ha exasperado lo que todavía hace un par de años era la arrogancia de los dirigentes o funcionarios del Partido de los Trabajadores. En muy escasas ocasiones estuvieron dispuestos a mitigar sus autoelogios, o relativizar sus numerables logros, ni mucho menos a incurrir en cualquier tipo de autocrítica.
Entiendo la irritación que a muchos brasileños les provoca lo que podría parecer una campaña de la prensa internacional o, como dijo Lula, “de los medios norteamericanos y británicos en particular”, destacando los defectos, demoras o riesgos inherentes a la organización de dos eventos gigantescos: la Copa y la Olimpiada. Tienen algo de razón en molestarse por la superficialidad de la cobertura de las revistas y diarios de esos países, y también de la televisión, exceptuando a la BBC, y en exigirles que sean más serios y, sobre todo, empeñosos en su labor, y de no reportear únicamente desde el hotel sin salir a la calle. Creo que eso es lo que quiso decir Lula en su discurso en Porto Alegre hace días, cuando arremetió contra la prensa extranjera y, de paso, le dio un raspón al supuesto Mexican Moment de Enrique Peña Nieto. Lo cual, como era de esperarse, ha provocado todo tipo de reacciones indignadas en México.
Si Lula tiene razón en denostar hoy a la prensa extranjera, también la habría tenido hace cinco años, cuando la misma y, en particular, las publicaciones norteamericanas y británicas -Financial Times, Economist, New York Times, Wall Street Journal- pintaban un paisaje brasileño casi idílico y presentaban un caso mexicano desastroso. En aquella época -2009-, Héctor Aguilar Camín y yo nos permitimos señalar en uno de nuestros libros que los números mexicanos eran muy parecidos a los brasileños -a lo largo de los últimos 20 años, bastante mediocres- y que México superaba a Brasil en algunas categorías importantes, como el PIB per cápita, la tasa de inversión sobre el PIB, la menor violencia y un mayor Índice de Desarrollo Humano. También decíamos que Brasil ensanchaba su clase media a un ritmo más acelerado que México.
En el ínterin, la violencia en México subió hasta alcanzar, en 2011-2012, el mismo nivel de homicidios dolosos por 100 mil habitantes que Brasil. Si bien crecimos más que el Brasil del llamado “Milagro Brasileño”, en 2013 ellos crecieron al doble de nosotros. Pero, con el paso del tiempo, se parecen mucho los registros del electrocardiograma económico de ambos países: planos, con algunos años buenos. Hoy, Lula acierta en parte; hace 3 ó 4 años acertábamos nosotros, en parte. Una cosa, sin embargo, es la fabricación de una narrativa por los medios internacionales, y cómo los gobiernos llegan, primero, a promoverla; segundo, a congratularse de ella, y, tercero, a creérsela.
A aquellos en México que le responden a Lula que su crítica al desempeño económico mexicano es por ardor y el Mundial, me permitiría sugerirles que, al igual que Lula, dirijan parte de su ira contra esos medios que han reducido la calidad de sus corresponsales, han despachado a enviados especiales en lugar de corresponsales para ahorrarse dinero, agudizando la superficialidad de su cobertura, y se han unido a veces a manipulaciones en bolsa por bancos y empresas de sus países a quienes les puede convenir elevar o disminuir el valor del papel mexicano o brasileño. Espero no tener que leer dentro de algunos años una declaración de algún alto funcionario mexicano criticando a los medios extranjeros por exagerar su pesimismo sobre el panorama mexicano. El momento de juzgar a la prensa, la radio y la televisión internacional en su análisis de lo que sucede en México es ahora, no antes ni después.