La crisis humanitaria de los niños migrantes en nuestras fronteras se agudiza. Siguen siendo confusas las causas que, obviamente, incluyen el desastre económico y social de Centroamérica, la negligencia mexicana en sus fronteras y en el seno de aparatos migratorios desde hace décadas, y la apatía y desidia de Estados Unidos en materia migratoria. Pero, más que seguir insistiendo en los orígenes, conviene, quizás, voltear la mirada hacia unas posibles soluciones de qué debe o no debe hacer el gobierno de Enrique Peña Nieto frente a esta crítica situación inesperada.
En este tipo de dilemas, suele suceder con gran facilidad que la comentocracia nacional y extranjera proponga o critique medidas de manera muy simplista: “hay que…”; “no hay que…”; “basta con…”. La mayoría de estos desplantes son inútiles, exasperan a las autoridades y carecen de la más mínima viabilidad. Quienes hemos tenido el privilegio de ocupar responsabilidades gubernamentales, directa o indirectamente, sabemos que no hay buenas soluciones para una crisis como ésta y que lo último que sirve son ideales geniales sin información o reflexión. Todas las soluciones de corto plazo son malas, todas las buenas son de largo plazo; todas son caras y todas atraen conflictos con nuestros vecinos de frontera. Con este ánimo, me atrevo a formular algunas sugerencias muy generales:
1. Siempre fue falsa la tesis de que la reforma migratoria norteamericana es un asunto de política interna de aquel país, pero ahora la falacia aparece con mucha mayor claridad. Los niños se encuentran en albergues o centros de detención esparcidos a lo largo de la frontera sur de Estados Unidos, pero provienen de tres países centroamericanos y transitan por México. Tan sabe Washington que la crisis no tiene soluciones internas que despacharon al vicepresidente Biden a Guatemala para tratar con mandatarios de la región; Obama le habló a Peña Nieto para lo mismo; el embajador Wayne visitó la frontera sur de México para lo mismo; y los norteamericanos seguirán negociando con todos estos gobiernos semanas y meses para encontrar salidas México discute con Europa y con Centroamérica; ojalá pronto Peña Nieto se pronuncie al respecto dentro de Europa, de preferencia en Washington, pero si no por lo menos en California y Texas.
2. El peor enemigo de cualquier gobierno en este tipo de coyunturas es la opacidad o el silencio. Las autoridades mexicanas deben de avisar a la sociedad mexicana qué nos piden los norteamericanos; qué nos solicitan los centroamericanos; qué estamos dispuestos a aceptar de ambas demandas, y qué no. Tratar de mantener todo esto en secreto no sólo es inmoral, es contraproducente. Nadie controla las filtraciones procedentes de Washington, ni a la prensa norteamericana; si los medios y el Congreso de México no hacen su trabajo, allende el Bravo sí lo hacen. Si el gobierno de México no informa, cuando venga la primera concesión mexicana, o el primer conflicto con EU, se encontrará desarmado ante la opinión pública, que con razón lo censurará.
3. A todos los gobiernos les sucede que sus planes tan meticulosamente elaborados de prioridades y secuencias se ven trastornados por acontecimientos imprevistos. Nadie puede culpar a Obama por no haber vaticinado las crisis en Irak, Ucrania o Palestina, ni a Peña Nieto por la de los niños. Pero aferrarse al calendario y a la jerarquía previa de temas, una vez que esos sucesos inesperados se producen, es imprudente. Hoy es más importante en México atender este asunto que promover las reformas de Peña Nieto en Asia, Medio Oriente o sepa Dios dónde. Hoy es más urgente ir a Estados Unidos -a California y Texas pero también Washington y Nueva York-, que a otras partes del mundo, o a seguir multiplicando ad nauseam las reuniones de gabinete en eventos rituales, innecesarios y distractores. Hoy es más importante atender a Centroamérica que a Venezuela, a Honduras que a Cuba, a nuestros paisanos en Estados Unidos que a China, y a los niños migrantes que a los jeques de Jordania.