Por: Jorge Castañeda
Hay un nuevo restaurante griego en Polanco, uno de los primeros de esa gastronomía mediterránea en la Ciudad de México. Lleva el ingenioso nombre de Mythos; tiene gran ambiente, gran paisaje, muy buena cocina, y un servicio aún en ciernes. Hace unos días, se me acercó uno de los socios para presentarse e informarme que su padre había sido embajador en México durante mi época en la Cancillería; me mandaba saludos. Aproveché la oportunidad para felicitarlo por el restaurante y sugerirle la contratación de un mayor número de meseros. Respondió: “Queremos acercarnos al esquema europeo. Allá hay siete mesas por mesero; y en México hay 7 meseros por mesa”. Exageraba quizás un poco, pero no mucho.
El ya famoso informe de McKinsey Global Institute A Tale of Two Mexicos: Growth and Prosperity in a Two-Speed Economy dice más o menos lo mismo, con un lenguaje menos anecdótico, más serio, y más contundente. Me limitaré a resumir tres elementos informativos que no han recibido la atención que merecen.
Como ya se sabe, entre 1990 y 2012, la tasa de crecimiento del PIB per cápita mexicano ha sido notablemente inferior a la de otros países: 1.3%, casi idéntico al de Estados Unidos, ligeramente inferior al de Brasil (1.6%) y muy inferior al de Chile, China, Perú, Colombia y la India. Una de las explicaciones de este lamentable desempeño proviene, según McKinsey, del menor crecimiento de la productividad promedio mexicana de todas las 20 economías en desarrollo más grandes, salvo una. La productividad agregada de México es igual hoy a la cuarta parte de la de EEUU. Lo cual significa que la muy modesta expansión de la economía mexicana durante esos 22 años proviene casi en su totalidad de la llegada de nuevos trabajadores al mercado laboral, a diferencia de otros países. Así, el 91% del crecimiento del PIB chino provino de un incremento de la productividad del trabajo; 67% en la India, 50% en Chile, 40% en Brasil, 67% en EU y sólo 28% en México. Concluye McKinsey: “Si se perpetuara el mismo nivel de crecimiento de la productividad, México se encaminaría a una tasa de crecimiento anual de largo plazo de apenas 2% al año, al disminuir la llegada de nuevos trabajadores a la economía. La productividad tendría que crecer al doble, sólo para conservar en los próximos años el mismo crecimiento del PIB”.
Ahora bien, muchos economistas, por supuesto más calificados que yo para analizar este tipo de datos y extraer las conclusiones pertinentes, han subrayado que se trata de tasas promedio de crecimiento de productividad y que este mediocre desempeño puede reflejar el auge de la productividad del sector moderno, exportador y manufacturero, y el atraso del sector informal o de pequeñas y medianas empresas. McKinsey concluye exactamente lo mismo y esgrime como ejemplo del sector moderno a la industria automotriz. Subraya el hecho de que México es uno de los grandes exportadores de vehículos en el mundo, gracias a la modernidad de sus plantas de ensamblaje terminal, y a las cuantiosas inversiones en curso. Dice McKinsey: “En promedio, la productividad mexicana alcanza el 80% de la de EEUU”.
Pero la dualidad mexicana no es sólo entre el sector de alta productividad y el otro, sino dentro de la propia industria automotriz. Así, el sector de autopartes, que contribuye el 60% de la producción automotriz. “Consiste en miles de pequeñas empresas así como algunas multinacionales… Los productores modernos de autopartes, con más de 500 empleados, tienen una alta productividad laboral, pero el 80% de los proveedores mexicanos de autopartes tienen menos de 10 empleados y una productividad mucho más baja. Estos pequeños operadores contribuyen con el 40% del empleo en el sector; por tanto el trabajador automotriz mexicano promedio produce sólo la quinta parte por hora que su homólogo norteamericano”.
Entre meseros y trabajadores de Mazda encontramos las razones del desempeño económico mexicano de los últimos 25 años.