La declaración indagatoria de Cristina Elisabet Fernández de Kirchner ante el juez Claudio Bonadio fue menos un acto procesal que una puesta en escena. Es inconcebible que, en lugar de dar las explicaciones que correspondan en relación con la declaración indagatoria a la que fue citada, la ex Presidente haya organizado un show, con militantes de La Cámpora que pretendían actuar como su guardia pretoriana, y haya presentado un escrito que es un mero panfleto político de baja estofa. El respeto a las instituciones exigía de su parte otra actitud, más decorosa y ajustada sustancial y formalmente a los cánones de un acto judicial.
El posterior discurso de Cristina Kirchner nos la mostró como siempre, viviendo una realidad paralela en la que ella es una eterna víctima de una conspiración universal. De los millones de dólares que su irresponsabilidad le hizo perder al Banco Central no dijo una palabra. De la fortuna que ella y sus amigos forjaron en la función pública, tampoco.
Sin embargo, hay algo positivo en esa impúdica exhibición del kirchnerismo: nos recuerda qué lejanos quedan los tiempos de autoritarismo que vivimos hasta tan sólo cuatro meses atrás. La ex Presidente tal vez comprendería, si tuviera el espíritu abierto, que no necesitaba cadenas nacionales. Todos los canales de noticias, aun los que no le tienen ninguna simpatía, transmitieron sus palabras. En buena hora que lo hicieran: vienen muy bien estos recordatorios del abismo que logramos sortear. Continuar leyendo