El pasado y el futuro, las dos caras del 13 de abril

La declaración indagatoria de Cristina Elisabet Fernández de Kirchner ante el juez Claudio Bonadio fue menos un acto procesal que una puesta en escena. Es inconcebible que, en lugar de dar las explicaciones que correspondan en relación con la declaración indagatoria a la que fue citada, la ex Presidente haya organizado un show, con militantes de La Cámpora que pretendían actuar como su guardia pretoriana, y haya presentado un escrito que es un mero panfleto político de baja estofa. El respeto a las instituciones exigía de su parte otra actitud, más decorosa y ajustada sustancial y formalmente a los cánones de un acto judicial.

El posterior discurso de Cristina Kirchner nos la mostró como siempre, viviendo una realidad paralela en la que ella es una eterna víctima de una conspiración universal. De los millones de dólares que su irresponsabilidad le hizo perder al Banco Central no dijo una palabra. De la fortuna que ella y sus amigos forjaron en la función pública, tampoco.

Sin embargo, hay algo positivo en esa impúdica exhibición del kirchnerismo: nos recuerda qué lejanos quedan los tiempos de autoritarismo que vivimos hasta tan sólo cuatro meses atrás. La ex Presidente tal vez comprendería, si tuviera el espíritu abierto, que no necesitaba cadenas nacionales. Todos los canales de noticias, aun los que no le tienen ninguna simpatía, transmitieron sus palabras. En buena hora que lo hicieran: vienen muy bien estos recordatorios del abismo que logramos sortear. Continuar leyendo

El modelo patotero y mafioso de Milagro Sala

La detención de la señora Milagro Sala fue dispuesta por un juez, no por el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. Por lo tanto, las denuncias sobre censura al Gobierno provincial carecen de todo asidero. Ha resurgido, además, a propósito de este caso, una de las más infortunadas frases que se acuñaron en los últimos tiempos: “la criminalización de la protesta”.

La protesta, en tanto una de las manifestaciones de la libertad de expresión, es absolutamente libre. Por lo menos para quienes postulamos una sociedad abierta en el marco del Estado constitucional de derecho. Para quienes nos gobernaron en los pasados doce años, nutridos de otras vertientes ideológicas, es legítimo, en cambio, que los canales de difusión de las protestas sean restringidos por el Estado. De ahí la preocupación por homogeneizar los medios de comunicación, emplear la censura indirecta (pautas publicitarias disciplinadas) y recurrir a todo tipo de hostigamientos dirigidos a quienes no se plegaban al monocorde discurso oficial.

Pero una cosa es la libertad de expresar ideas e informaciones y otra violar derechos de terceros. Quienes impiden la circulación se adueñan de espacios públicos o dañan bienes con el fin de dar visibilidad a sus reclamos, no están —y no deben estar— protegidos por los jueces, porque si así fuera, se estaría cercenando, entre otros, el principio de igualdad ante la ley. Continuar leyendo