El discurso del presidente Mauricio Macri en la apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación ha de quedar en la memoria de los argentinos como uno de los hitos institucionales de mayor trascendencia desde la recuperación de la democracia.
La exposición de Macri fue clara y contundente. En 63 minutos, con tono sereno pero firme, describió la situación de la Argentina al momento de asumir el poder, hace sólo poco más de dos meses, y planteó las grandes líneas que signarán su gestión. Dedicó media hora al diagnóstico y la siguiente media hora a las propuestas.
Sin titubeos, señaló que la gestión anterior había borrado las fronteras entre la verdad y la fantasía.
Se había debatido en los días previos si era conveniente que el primer magistrado se refiriera a la herencia recibida. Macri despejó toda duda con palabras precisas y categóricas. Era lo que la mayoría de la sociedad esperaba.
Por un lado, se trata de un deber constitucional, ya que la Constitución Nacional (CN) establece que, en la inauguración de las sesiones ordinarias, el presidente debe dar cuenta del estado de la nación (CN, art. 99, inc. 8º). Por otra parte, los ciudadanos necesitamos conocer con el mayor detalle ese estado, porque así podremos comprender el sentido —y las limitaciones— de las acciones del Gobierno para revertirlo. Continuar leyendo