Carisma o gestión

De acuerdo con informes difundidos por la Organización de las Naciones Unidas sobre el desarrollo de las concentraciones urbanas, en este preciso momento, en la Argentina, el 92% de la población vive en los centros urbanos y el centro urbano Buenos Aires (el AMBA) ha sido anunciado como una de las cuatro mega ciudades de América Latina, con más de 10 millones de habitantes.  Este estudio demográfico no debe ser ignorado al momento de analizar tanto los planes de gobierno para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de nuestro país, como las cualidades de los dirigentes que deben ponerlos en práctica, al momento de ejercer los mandatos populares consagrados por el voto.

Está claro que no resulta lo mismo preparar un plan de gobierno para una población distribuida equitativamente entre las áreas urbanas y rurales, que hacerlo para un país que, según el informe de la ONU, se encuentra en el grupo de los cuatro países más urbanos del mundo, junto a Bélgica, Japón y los Países Bajos.  Por supuesto que atender el bienestar de los pueblos, en este caso implica otorgar especial atención a la generación de valor agregado en las cadenas de comercialización y en la prestación de servicios, teniendo en cuenta que el 92% de los habitantes de nuestra nación, deben desarrollar sus tareas en un territorio donde no pueden cultivar nada ni pueden criar animal alguno. Y es entonces que pasa a ser responsabilidad de los gobiernos generar políticas que fortalezcan el desarrollo de la economía urbana, porque será en ella  donde nuestros ciudadanos encontrarán la forma de desarrollar su vida y crecer en lo económico, en lo social y por ende en lo político.

Este cambio magistral que está aconteciendo en el mundo, debido a un proceso migratorio inevitable e irreversible en el corto o mediano plazo, debe incluir también un cambio profundo en las cualidades de los hombres y mujeres de la política que accedan a los cargos de gobierno para diseñar e implementar las políticas necesarias, no solo para adecuarnos a este proceso global, sino para ponernos al frente de una etapa nueva de desarrollo de la humanidad.

El emblema de la ética y el blasón de la honestidad deben combinarse exactamente con la capacidad absoluta de gestionar el cargo público, principalmente en los cargos ejecutivos, donde el pragmatismo de la aplicación de las mejores políticas debe ir acompañado con una sólida preparación intelectual para enfrentar, no sólo las situaciones diagnosticadas  al momento de la elección, sino también los temas nuevos que en el transcurrir del mandato otorgado pudieran surgir.

Este no resulta un tema de menor importancia cuando venimos transcurriendo estos tiempos democráticos, acostumbrados como sociedad a sostener candidatos instalados sólo por su carisma o por el marketing, antes que, justamente, por su capacidad de gestión.

Cuando hablamos de la necesidad de construir una nueva dirigencia en nuestra ciudad de Buenos Aires y en los restantes centros urbanos del país, lo hacemos pensando que la administración de los espacios públicos y privados que de esta forma resultan limitados, la generación de empleo urbano que excluye a la actividad agropecuaria y la industrial contaminante, el desarrollo de las prestaciones de servicio con absoluta excelencia, y el fortalecimiento de la industria del ocio, entendiendo por ella a todos las actividades que generan trabajo con lo que el ser humano hace cuando no trabaja, no pueden quedar en manos de aquellos que sólo pretenden declamar la política en bonitos discursos, para llegar al gobierno para aprender a hacer.

Nuestra sociedad no tiene margen para otorgar esa licencia, porque hoy el tiempo invertido para aprender en el cargo significa más retraso, más mortalidad infantil, más inseguridad, más miseria, y más de todo aquello de lo que estamos hartos y queremos salir.

Si hay algo que nos ha quedado claro en los últimos tiempos es que, con el discurso ideológico, en el mundo de hoy, no se resuelven los problemas. Ha quedado claro también, que la sociedad ya ha asumido culturalmente como propios, principios que constituían una división varias décadas atrás, pero que han sido solucionados como diferencia y se han transformado en parte de la historia o en la base para discutir la política del siglo XXI.  En el mundo se está discutiendo el nacimiento de nuevas ideologías dentro del sistema unipolar instalándose la confrontación entre el capitalismo cruel y el capitalismo con sensibilidad social.

En este escenario, no hay lugar para el discurso vano, para la retórica política y mucho menos para la ineptitud o la improvisación.  Pero está en cada uno de nosotros el poder de elegir el camino, porque en la sumatoria de nuestras decisiones individuales, se expresará la opinión colectiva.

En el año 2015 se discutirá en la República Argentina el fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo.  Resulta una oportunidad para todos los que habitamos nuestra nación.

Comprender nuestra realidad geopolítica nos permitirá tomar las decisiones correctas y entender que esa realidad nos obliga a cualificar a nuestros dirigentes, nos obliga a ser más exigentes con nosotros mismos para seleccionar y elegir, y nos compromete a colocar en los cargos a aquellos que estén dispuestos a cumplir con el mandato otorgado preparándose e  involucrándose activamente en la gestión.  Porque en el sistema democrático, el voto no es otra cosa que el voto de confianza que otorga un mandato, es decir, una obligación de hacer.