“¡Ganamos!”, oía el grito por el celular. “¡GANAMOS!”, repetía. El grito era tan potente que lo escuchaba a través del celular de otra persona, no el mío. Era una venezolana que celebraba el triunfo de su compatriota, Gabriela Isler, en el concurso Miss Universo.
En Twitter la celebración de los venezolanos parecía una fiesta. Como si se tratara de una hermana suya. Me pareció una exageración, un festejo desproporcionado. Pero era, en realidad, la primera buena noticia para los venezolanos en mucho tiempo.