Por: Jorge Ramos
Es facilísimo. No hay que romperse la cabeza. Lo único que tienen que hacer los republicanos en la Cámara de Diputados es votar en contra de la reforma migratoria o boicotear el proceso. Es todo. Con eso basta para que su candidato –el que sea– pierda las elecciones presidenciales en Estados Unidos en 2016.
A veces parecería que los congresistas republicanos están siguiendo al pie de la letra un plan ideado por su peor enemigo y que consiste en atacar e insultar al grupo político de más rápido crecimiento en el país: los hispanos.
En lugar de aprovechar el enorme avance que lograron los republicanos en el Senado aprobando la legalización de la mayoría de los 11 millones de indocumentados, muchos miembros del Partido Republicano en la Cámara baja se han dedicado en los últimos días a echarlo todo a perder.
A veces da la impresión de que algunos de ellos tienen un particular gusto por crearse una imagen de adversarios de los inmigrantes y prejuiciados. Quizás eso les da votos en las remotas partes del país donde no viven muchos extranjeros, pero es una ceguera política impresionante. No se dan cuenta que su odio puede ayudarles a ganar un distrito en Alabama, Arizona o Alaska pero, al mismo tiempo, les garantiza una terrible derrota electoral a nivel nacional dentro de tres años.
El propio ex presidente George W. Bush rompió su voto de silencio en una entrevista con ABC News para tratar de convencer a otros republicanos como él a que voten a favor de una ruta a la ciudadanía para los indocumentados. ”Es muy importante arreglar un sistema que está roto, tratar a la gente con respeto y tener confianza en nuestra capacidad de asimilar a más personas”, dijo.
Bush tiene razón en eso. Lástima que cuando fue presidente no tenía esa misma urgencia para aprobar una reforma migratoria. Cuando la propuso en el 2007 fue demasiado tarde y ya se había acabado todo su enorme capital político.
Bush también dijo en la entrevista que “la razón para pasar una reforma migratoria no es salvar al Partido Republicano”. Pero Bush peca de ingenuidad. A los republicanos les urge quitarse ese tema de encima. Mitt Romney perdió la pasada elección presidencial por su absurda y tonta idea de “autodeportar” a millones de indocumentados.
John Boehner, el líder de la Cámara baja, no ha aprendido las lecciones de la historia reciente. Como decía un viejo sacerdote en mi escuela secundaria: “Ve la tempestad, y no se hinca”. Si Boehner, como amenazó recientemente, rehusa llevar este tema a votación, estaría cometiendo un verdadero suicidio político para su partido. Es muy desconcertante y desafortunado que Boehner, en una comunicado, haya llamado equivocada y “apurada” la propuesta migratoria del Senado. Parece estar desconectado de lo que quiere la mayoría del país después de casi tres décadas de espera, según las encuestas.
¿De verdad Boehner quiere ser el nuevo villano de la comunidad hispana reemplazando al odiado sheriff Joe Arpaio? ¿En serio quiere ser parte del tristemente célebre grupo antiinmigrante conformado por Pete Wilson, Tom Tancredo, Jan Brewer y Ted Cruz? Ya lo veremos.
Mientras tanto, vamos a ponerle un poquito de aritmética e historia al argumento de que los republicanos perderán la Casa Blanca si boicotean la reforma migratoria. En el 2000 un pequeño grupo de votantes hispanos hizo que Bush ganara la Florida y la presidencia. En el 2004 Bush atrajo 44 % del voto latino y repitió en la Casa Blanca. En el 2008, un 67 % de votantes hispanos ayudó a elegir al primer presidente afroamericano y en el 2012 Obama arrasó con el apoyo de 71 de cada 100 votantes hispanos.
En el 2016 los republicanos tienen la oportunidad histórica de compartir el crédito con los democrátas en el tema de la reforma migratoria y dejar atrás una maldición de años. Millones de votantes latinos decidirán esa elección.
Pero si, a pesar de todo, los republicanos apelan a los instintos antiinmigrantes de los más extremistas, perderán la Casa Blanca en el 2016 y pasarán muchos años antes de conseguir el perdón de los latinos. Como dice un sabio dicho mexicano: “Sobre advertencia no hay engaño”.