El sheriff más duro (y odiado)

Es un simple problema de percepción. Joe Arpaio ha sido descrito como “el sheriff más duro” y eficaz de Estados Unidos. Muchos inmigrantes hispanos, en cambio, lo odian más que a cualquier otro policía del país. Sea lo que sea, a los 81 años de edad, Arpaio ya no va a cambiar. Es lo que es. Arpaio, el sheriff del condado de Maricopa en Arizona, y sus agentes han sido acusados por el Departamento de Justicia de Estados Unidos de detener a inmigrantes sólo por su apariencia. Es lo que llaman en inglés “racial profiling; ésa es una manera suave de decir que Arpaio supuestamente discrimina contra los hispanos.

Él, por supuesto, lo niega. Dice que sólo aplica la ley. Pero su oficina se ha gastado millones de dólares para defenderlo de una multitud de demandas. Fui a conocerlo a Tent City, la cárcel al aire libre que construyó hace 20 años. Ahí me encontré a cientos de prisioneros viviendo bajo carpas de lona y acomodados en literas. En el desierto de Arizona, a veces las temperaturas en el verano pueden superar unos 50 grados centígrados. Uno de los prisioneros me dijo que los tratan peor que a perros. Arpaio se defiende. “Puede ser duro lo que diga”, comentó, viendo directo a los ojos del prisionero que lo criticó, “pero los perros no han cometido ningún crimen. Ustedes sí han cometido un crimen, y han sido declarados culpables”.

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La ruta de la muerte

NOGALES, ARIZONA - Hoy, en esta frontera, va a morir un inmigrante. O quizás dos. Mañana se repetirá la historia. Y pasado mañana también. Son muertes terribles e innecesarias. Los inmigrantes se pierden en el desierto, sin agua y usualmente mueren de insolación en dos o tres días a sólo unas millas de la ciudad más cercana.

En los últimos años se han construido unas 350 millas de muros entre México y Estados Unidos. Es increíble que en 2013 sigamos hablando de muros. El Muro de Berlín, que sólo tenía 87 millas, empezó a demolerse en 1989. Me tocó verlo. Fue emocionante presenciar cómo los jóvenes alemanes de ambos lados destruían con cincel y martillo lo que los separaba. Por eso es tan aberrante ver cómo ahora quieren construir 350 millas más de muro en la frontera entre México y Estados Unidos.

La verdad, sin embargo, es que los muros no sirven para nada. A sólo 15 minutos en auto de Nogales, Arizona, se acaba el muro grande, el que tiene unos 15 pies de altura. Se nota claramente dónde el gobierno se quedó sin dinero. Y es ahí precisamente a donde se van los inmigrantes para cruzar ilegalmente a Estados Unidos, sin ningún problema.

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No se admiten perros o mexicanos

Es difícil de creer, pero durante décadas hubo letreros en restaurantes y tiendas del suroeste de Estados Unidos que decían: “No se admiten perros ni mexicanos”. Ahora ya no hay esos letreros, pero el racismo, la discriminación y la segregación siguen presentes contra los latinos e inmigrantes en este país.

El congresista republicano de Iowa Steve King -uno de los más agresivos oponentes a la reforma migratoria- fue acusado por blogs y organizaciones hispanas de comparar a inmigrantes con perros durante una reunión comunitaria en mayo del 2012. En su discurso, King dijo: “Si uno elige al mejor de la camada, se queda con un buen perro de caza. Pues bien, tenemos lo mejor de todas las civilizaciones donantes del planeta”.

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Cómo perder la Casa Blanca en el 2016

Es facilísimo. No hay que romperse la cabeza. Lo único que tienen que hacer los republicanos en la Cámara de Diputados es votar en contra de la reforma migratoria o boicotear el proceso. Es todo. Con eso basta para que su candidato –el que sea– pierda las elecciones presidenciales en Estados Unidos en 2016.

A veces parecería que los congresistas republicanos están siguiendo al pie de la letra un plan ideado por su peor enemigo y que consiste en atacar e insultar al grupo político de más rápido crecimiento en el país: los hispanos.

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Vender el alma al diablo

Estábamos a punto de grabar un programa especial de televisión sobre la reforma migratoria y no podíamos empezar porque el senador Chuck Schumer de Nueva York no apagaba el celular. Pero ninguno de los otros tres senadores que lo acompañaban –Bob Menendez de Nueva Jersey, Dick Durbin de Illinois y Michael Bennet de Colorado– se atrevían a interrumpirlo.

Yo tampoco. Schumer estaba contando por teléfono el número de senadores que apoyarían una nueva enmienda para militarizar la frontera de Estados Unidos con México y el asunto era demasiado importante como para pedirle que terminara. Cuando por fin lo hizo, nos enteramos de la negociación que había ocurrido a puertas cerradas.

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