Por: Jorge Ramos
Estábamos a punto de grabar un programa especial de televisión sobre la reforma migratoria y no podíamos empezar porque el senador Chuck Schumer de Nueva York no apagaba el celular. Pero ninguno de los otros tres senadores que lo acompañaban –Bob Menendez de Nueva Jersey, Dick Durbin de Illinois y Michael Bennet de Colorado– se atrevían a interrumpirlo.
Yo tampoco. Schumer estaba contando por teléfono el número de senadores que apoyarían una nueva enmienda para militarizar la frontera de Estados Unidos con México y el asunto era demasiado importante como para pedirle que terminara. Cuando por fin lo hizo, nos enteramos de la negociación que había ocurrido a puertas cerradas.
A cambio de conseguir suficientes votos republicanos para la legalización de la mayoría de los 11 millones de indocumentados, los demócratas tendrían que venderle su alma al diablo, como dicen en México. El acuerdo incluye aumentar el número de agentes de la patrulla fronteriza de 21 mil a 41 mil, terminar la construcción de 700 millas de muro entre los dos países, poner en práctica a nivel nacional el programa de verificación de empleos conocido como E-Verify y usar la tecnología más moderna (como los drones o aviones no tripulados) para vigilar la frontera.
La palabra ”militarización’’ no es exacta porque no se trata de enviar soldados estadounidenses a patrullar la frontera con México. Pero sí incluye algunas duras tácticas que sólo se utilizan con naciones enemigas. De hecho, varios contratistas privados que trabajaron para el ejército norteamericano en las guerras de Irak y Afganistán ahora están buscando nuevos contratos en la frontera con México. Allí está el dinero y hacia allá se están desplazando.
Se trata, sin duda, de la más radical serie de medidas en la historia para separar físicamente a los dos países. Por eso sorprende tanto el absoluto silencio del presidente mexicano Enrique Peña Nieto en este debate. La pasividad y negligencia de su gobierno es incomprensible; es como si esto no tuviera nada que ver con él, como si esto no fuera a afectar seriamente a millones de mexicanos.
Esto no se hace entre vecinos. México no está siendo tratado como uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos. Con este acuerdo, parecería que las dos naciones están en pugna. Es terrible regresar a la época de la construcción de muros.
Al gobierno de Peña Nieto le falta imaginación para proponer acuerdos migratorios como el de la Unión Europea o, al menos, el atrevimiento y temeridad de Vicente Fox de pedir un nuevo tratado migratorio a Estados Unidos. Lo que México necesita son más visas para sus trabajadores en el norte, no más agentes norteamericanos que detengan a los mexicanos más pobres en los desiertos y montañas.
Resulta evidente que los senadores estadounidenses que idearon este acuerdo fronterizo no quieren que la narcoviolencia en México cruce a su país, ni correr el riesgo de que un terrorista se cuele por ahí. Y tampoco quieren que después de una complicada, larga y dura negociación para una reforma migratoria, su territorio se vuelva a llenar de inmigrantes indocumentados en unos años.
Entiendo por qué hicieron esto los senadores estadounidenses. El mensaje que recibieron de la comunidad latina en las pasadas elecciones presidenciales fue que había que sacar adelante la reforma migratoria y un camino a la ciudadanía para millones de indocumentados, costara lo que costara. Y eso es exactamente lo que hicieron. Ahora no se los podemos echar en cara. Así, los demócratas están sacrificando casi todo para que los republicanos en el Senado aprueben una reforma migratoria y el proyecto pase a la Cámara de Representantes.
Los senadores Schumer, Menendez, Bennet, Rubin y el republicano de Arizona, Jeff Flake, fueron muy francos conmigo. No, ése no era el acuerdo que ellos hubieran querido. Pero la reforma migratoria es una negociación, no el dictado de un solo partido. Lección: no se gana lo que uno se merece sino, simplemente, lo que uno negocia.
Este lunes, el Senado votó y avanzó este plan para más seguridad en la frontera. La intención ya está marcada y el mensaje escrito sobre la pared (digo, sobre el muro): En la frontera es mano dura, no cooperación.
Al final, el principal perdedor de todo esto es México. Les están cerrado la puerta en la cara y no han reaccionado. Sus secretarios y diplomáticos no parecen entender cómo funcionan las cosas en Estados Unidos. Aquí se tocan puertas, se cabildea en el Congreso, se busca influencia, se hace propaganda, se sale en los medios y se hace ruido. Nada de eso hizo el gobierno de Peña Nieto y ahí están las consecuencias: más millas de muro y miles agentes más para detener a mexicanos.
Y los ganadores, creo, son los inmigrantes indocumentados. ¡Ni se imaginan cuánta gente está luchando por ellos! La reforma avanza y estos inmigrantes están más cerca que nunca de la legalización. Por fin, aunque a un costo altísimo y con consecuencias binacionales durante décadas, su voz se está escuchando.