¿Qué hacemos con ellos?

Jorge Ramos

La crisis creada por miles de niños centroamericanos cruzando solos la frontera de México a Estados Unidos nos ha tomado a todos por sorpresa. Nadie parece saber qué hacer con ellos. Pero lo primero, lo más importante, es cuidarlos, tratarlos como niños y dejar a un lado la politiquería.

Las cifras son alarmantes. El año pasado fueron detenidos tras cruzar la frontera entre México y Estados Unidos unos 24 mil niños provenientes, sobre todo, de El Salvador, Honduras y Guatemala. Este año el gobierno de Obama calcula que serán más de 90 mil. ¿Por qué tantos?

Estos niños son refugiados, escapando de la pobreza, la violencia de las pandillas y la criminalidad. Honduras, por ejemplo, tiene uno de los índices de homicidios más altos del mundo. Para muchos de estos niños, el escape es la única ruta para la sobrevivencia.

Pero no podemos olvidar, tampoco, que estos niños viven como huérfanos cuando, en realidad, no lo son. Están encargados con uno de los dos padres, con abuelos o familiares mientras papá y/o mamá prueban suerte en el norte. Y a la primera oportunidad, mandan por ellos o simplemente sus hijos deciden irse solos.

Este es el caso de José Andrés, de 15 años, quien estaba al cuidado de sus abuelos en Honduras, luego de que su madre – y único sostén – se fue a vivir a Miami hace un año. “Si usted no me ayuda,” le dijo el muchacho a su mamá, Marlen Mena, por teléfono, “yo me voy a Estados Unidos con unos amigos.” Y se fue. Conocí a Mena, desesperada luego de casi dos semanas sin saber de su hijo. Llegó a la entrevista que le hice por televisión con una foto de José Andrés. La acariciaba como si fuera su hijo. “Yo como madre le dije a mi hijo que no quería que pasara por lo mismo que otros niños están pasando.” Pero él no le hizo caso.

Mena, su hijo José Andrés y miles de familias centroamericanas saben algo que la Casa Blanca no quiere reconocer públicamente. “Esto es lo que se habla en Centroamérica,” me confió Mena, “que a los niños, a los menores de edad, no los deportan.” Es cierto.

Estados Unidos no deporta niños. Esa es la política extraoficial del presidente Barack Obama y de varios gobiernos que le precedieron. No está escrita en ningún lado, pero los centroamericanos la dan por cierta. Por eso, en parte, ahora están llegando tantos niños.

El fracaso de las negociaciones para una reforma migratoria aceleró la urgencia de los inmigrantes centroamericanos para traer a sus niños a Estados Unidos, antes que la frontera se ponga más dura.

Esta crisis de los niños es una desafortunada consecuencia de las políticas migratorias del presidente Obama. Primero, al concentrar sus deportaciones en “criminales” quedó claro que no va a deportar niños o adolescentes. Segundo, al otorgar la protección de “acción diferida” a más de medio millón de Dreamers – estudiantes indocumentados – queda la esperanza de que seguirá tratando con la misma generosidad a menores de edad recién llegados. Y tercero, la realidad es que la mayoría de los 24 mil niños que fueron detenidos el año pasado no han sido deportados y, seguramente, tampoco serán deportados los 90 mil de este 2014. ¿Quién se va a atrever a separarlos, otra vez, de sus padres?

La única opción es lidiar con estos niños como si se tratara de una crisis humanitaria. Es el equivalente a la crisis del Mariel cuando llegaron en 1980 más de 125 mil cubanos por mar. Ahora estos pequeños refugiados vienen a pie.

De hecho, es una nueva política de “pies secos, pies mojados” para niños centroamericanos. El menor que toca territorio de Estados Unidos casi seguramente se queda, aunque lo pongan en un proceso de deportación. Por eso los niños ni siquiera se esconden. Cruzan la frontera y se entregan a los agentes de la Patrulla Fronteriza. ¿Qué juez va a enviar solo a un niño a San Salvador, Managua o San Pedro Sula si sus papás ya están en Estados Unidos? Al final de cuentas hay que tratar a niños como niños: con compasión, con cuidado, sin meter la política. No podemos olvidar que estamos lidiando con niños hambrientos, perseguidos por la violencia, que acaban de culminar el recorrido más peligroso y traumático de su vida, y que lo único que quieren es estar con sus papás.

Es decir, hay que tratar a estos niños como si fueran nuestros propios hijos.

(Posdata: Marlen Mena me avisó que ya pudo localizar a su niño, José Andrés. Cruzó México con un tío. Lo arrestaron en Texas y lo enviaron a un centro de detención en Chicago. Pronto espera reunirse con él en Miami.)

 

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