Por: Jorge Ramos
Es un simple problema de percepción. Joe Arpaio ha sido descrito como “el sheriff más duro” y eficaz de Estados Unidos. Muchos inmigrantes hispanos, en cambio, lo odian más que a cualquier otro policía del país. Sea lo que sea, a los 81 años de edad, Arpaio ya no va a cambiar. Es lo que es. Arpaio, el sheriff del condado de Maricopa en Arizona, y sus agentes han sido acusados por el Departamento de Justicia de Estados Unidos de detener a inmigrantes sólo por su apariencia. Es lo que llaman en inglés “racial profiling;” ésa es una manera suave de decir que Arpaio supuestamente discrimina contra los hispanos.
Él, por supuesto, lo niega. Dice que sólo aplica la ley. Pero su oficina se ha gastado millones de dólares para defenderlo de una multitud de demandas. Fui a conocerlo a Tent City, la cárcel al aire libre que construyó hace 20 años. Ahí me encontré a cientos de prisioneros viviendo bajo carpas de lona y acomodados en literas. En el desierto de Arizona, a veces las temperaturas en el verano pueden superar unos 50 grados centígrados. Uno de los prisioneros me dijo que los tratan peor que a perros. Arpaio se defiende. “Puede ser duro lo que diga”, comentó, viendo directo a los ojos del prisionero que lo criticó, “pero los perros no han cometido ningún crimen. Ustedes sí han cometido un crimen, y han sido declarados culpables”.
La comida es otro asunto. Arpaio no gasta más de 40 centavos por ración de alimentos. Una mujer le dijo a Arpaio que encontró pelos y uñas en los alimentos. Otra le dijo que parece un menjurje para cerdos. Me acercan una bandeja con un puré de color verde viscoso y otro de un amarillo repelente. Pruebo el verde con una cuchara. Es horrible. No supe qué me comí. El sabor me revuelve el estómago. No me atrevo a probar el amarillo. Pero las críticas más fuertes no tienen nada que ver con camas al aire libre y mala comida. La oficina del sheriff detuvo y deportó a más de 26 mil inmigrantes del 2007 al 2010. Y la sospecha de varias organizaciones de defensa de los inmigrantes es que muchos de esos arrestos se hicieron únicamente por el color de la piel o el acento de los detenidos. En 2009, cuando Katherine Figueroa tenía 9 años, vio en las noticias por televisión como sus padres eran detenidos y esposados por agentes del sheriff Arpaio mientras trabajaban en un negocio de lavado de autos. Durante tres meses Katherine estuvo separada de sus padres.
Cuando le conté a Katherine hace poco que iría a ver a Arpaio, ella le envió un video. Arpaio lo vio en mi celular. Era muy fuerte. Katherine lo acusaba de ser “un racista” y de separar familias. Ella quería saber por qué el sheriff hacía esas cosas. “Para muchos, usted es un monstruo”, le dije a Arpaio, luego de que viera el video. Arpaio lo negó todo otra vez. ¿Por qué está separando a familias como la de Katherine? El único crimen de sus padres fue lavar autos, le dije.
No, me contestó. Muchas de las personas que arrestan tienen identificaciones de otras personas y eso es grave, me dijo. “Si tuviera la oportunidad de hablar con estos grupos (que me critican) arreglaría el problema en dos minutos”, me dijo. ¿Usted nunca ha dado la orden a sus agentes de detener a personas sólo por cómo se ven? “Desde luego que no”, me contestó. “Nosotros no hacemos eso, no somos racistas”. ¿Usted nunca ha ordenado detener a alguien sólo por hablar con acento? “No, nunca, nunca, nunca”.
A pesar de todo, una de las cosas que más me sorprendió de mi “tour” en Tent City fue cómo los detenidos pedían su autógrafo a Arpaio y él, como si fuera un actor de Hollywood, se los daba con una sonrisa. No queda duda de que, ahí dentro, él es el hombre del poder.
Pero en las calles su poder está disminuyendo. Una orden judicial ha prohibido que los agentes de Arpaio sigan realizando funciones migratorias, y todas sus actividades son monitoreadas para evitar que se violen las leyes del país. Pero, aun así, me quedé con la impresión de que Arpaio sigue haciendo lo que él quiere y que no va a cambiar. Ha sido reelegido cinco veces en su puesto y eso le hace creer que está haciendo bien las cosas.
Antes de despedirme, me acercó su teléfono celular al oído. Quería que escuchara una canción. Era Frank Sinatra cantando “My Way” (“A Mi Manera”). Me pareció que quería que oyera su himno. No queda la menor duda de que el sheriff Joe Arpaio ha aplicado la ley a su manera y, si lo dejan, lo seguirá haciendo una y otra vez.