“Si el Papa me da una entrevista, seguro que regreso”

NUEVA YORK – Es, quizás, la periodista más famosa del mundo. Y con razón. Lleva más de cinco décadas entrevistando a los personajes que hacen historia y a las celebridades que hacen noticia. Por eso es tan extraño escucharla decir que se retira del periodismo.

Pero, la verdad, un periodista nunca deja de serlo. “Ya no voy a regresar cada semana a hacer una entrevista,” me dijo en las oficinas de “The View,” el programa que fundó en 1997. “Pero si el Papa me da una entrevista, seguro que regreso”. Lo mismo haría si puede conversar con la reina Isabel II. Y posiblemente también si Monica Lewinsky decide hablar con ella una vez más.

La entrevista televisiva que le hizo Barbara Walters a Monica Lewinsky en marzo de 1999, sobre el affair que tuvo con el presidente Bill Clinton, fue vista por unos 50 millones de personas. Ninguna otra entrevista ha tenido más audiencia en la historia de la televisión en Estados Unidos. “Todavía estoy en contacto con Mónica,” me confió y luego, sin temor, me dio su opinión de esta mujer de 40 años: “Es una mujer inteligente y una mujer buena.”

Walters no sólo cubrió eventos históricos sino que hizo historia. Fue la primera mujer conductora (“anchor,” en inglés) de un programa matutino a nivel nacional y la primera en presentar el noticiero nocturno. Así abrió el camino para otras mujeres, dentro y fuera de Estados Unidos.

“Ése es mi legado”, dijo durante nuestra conversación, “todas estas mujeres jóvenes en las noticias. No había tantas cuando yo empezaba; había muy pocas. Así que si tengo algún legado, son esas mujeres.”

Pero a sus 84 años Walters no lo tiene todo. “No creo que las mujeres lo puedan tener todo,” me dijo, refutando la teoría del libro “Lean In” de Sheryl Sandberg. “Ni los hombres lo pueden tener todo tampoco. Es muy difícil balancear tu vida profesional con tu vida privada, y cada vez más las mujeres tienen que enfrentar esto”.

Ha entrevistado a todos los presidentes estadounidenses, desde Richard Nixon hasta a líderes mundiales (como Vladimir Putin, Saddam Hussein y Fidel Castro), y a casi todos los actores del momento.

Sus preguntas son cortas y maravillosamente claras, como cuchillo. No hay duda de lo que quiere saber. Su mantra: no hay pregunta prohibida.

¿Cuál es su secreto? “Hago mucha tarea”, me dijo, como si apenas empezara su carrera. “Creo que es muy importante. Algunas veces yo sé más de la persona que lo que ellos mismos saben”. Y se nota. Ha hecho llorar a muchos y temblar a más de uno.

Hay mil anécdotas. Pasó 10 días con Fidel Castro pero “no me acerco mucho a nadie”, me contó. Y hasta pudo haber sido “la señora de Clint Eastwood,” confesó. “Me gustaba mucho (el actor) Clint Eastwood y, después de la entrevista, me invitó a cenar. Pero yo le dije ‘no, no, no.’ ”

Terminé la entrevista con dos preguntas que ella, frecuentemente, le hace a sus entrevistados:

1. ¿Hay alguna idea falsa sobre usted? pregunté. “Creo que la idea más equivocada es que yo soy muy seria y autoritaria,” contestó. “Porque ése es el tipo de entrevistas que hacía. Pero creo que desde ”The View“ la gente sabe que tengo sentido del humor, y que soy una persona como otras.”

2. ¿Cómo quiere ser recordada? “Como una buena periodista, una buena madre y una buena persona.”

Se acababa mi tiempo con ella y el honor de hacerle preguntas a la campeona de las preguntas. Era mediodía pero aún tenía un montón de cosas pendientes. Walters no daba ninguna muestra de que estaba a punto de retirarse.

¿Qué va a hacer el día después de su retiro? alcancé a preguntarle al final. “Dormir. Voy a dormir. Y el día siguiente también”.

Pero tengo la sospecha de que, cuando se despierte, Barbara Walters volverá a hacer preguntas. Muchas preguntas.

(Aquí pueden ver mi entrevista por televisión con Barbara Walters)

 

(¿Tiene algun comentario o pregunta para Jorge Ramos? Envie un correo electrónico a Jorge.Ramos@nytimes.com. Por favor incluya su nombre, ciudad y país.)

Cuba en cámara lenta

Aquí en Miami matan a Fidel Castro varias veces al año. Hace un par de semanas oí que se había muerto, alguien tuiteó que había soldados resguardando las calles de La Habana y, como siempre ocurre, a los pocos días Fidel reapareció (en este caso, en una fotografía con una de las hijas de Hugo Chávez). Como dice la canción, no estaba muerto, andaba de parranda. Ya perdí la cuenta de las veces que lo han declarado muerto.

No es ningún secreto que muchos medios de comunicación en Estados Unidos ya tienen listo el obituario y sus planes de cobertura cuando muera el dictador de 87 años de edad. La sospecha es que no podrá existir castrismo sin Fidel y que, tras su muerte, habrá una inevitable apertura democrática en la isla. Pero eso no es seguro. Muchos creían que no habría chavismo sin Chávez y Nicolás Maduro ha demostrado que sí es posible (aunque se lleve a Venezuela a la ruina y al despotismo).

Fidel, su hermano Raúl y su experimento mueren en cámara lenta. El capitalismo poco a poco se ha colado en la isla. Sus habitantes, por fin, pueden salir si consiguen una visa. Y por más que la dictadura intente bloquear la internet, las redes sociales y las señales de televisión, el ingenio de los cubanos se impone sobre las absurdas prohibiciones.

La verdad es que desde hace 20 años el régimen cubano ha estado buscando la manera de que el mundo los reconozca como legítimos. Pero no es fácil. Una dictadura es una dictadura es una dictadura.

Tras la desintegración de la Unión Soviética en 1991 a los hermanitos Castro se les movió el piso. Y hay pruebas de que ya en 1994 buscaron acercarse a Estados Unidos para normalizar relaciones. Checoslovaquia, Polonia y varios países de la órbita soviética habían dejado atrás su totalitarismo comunista. Y el siguiente en caer, se suponía, era Cuba.

En una comida en la casa del escritor William Styron en Martha’s Vineyard, Massachussetts, en septiembre de 1994, el presidente Bill Clinton resistió la presión del propio Styron, del escritor mexicano Carlos Fuentes y del Nobel colombiano Gabriel García Márquez para restablecer relaciones con Cuba, según recordó en un artículo para The New York Times el productor de cine Harvey Weinstein, quien también estuvo en el almuerzo. Clinton no cedió.

Lejos de eso, el propio Clinton me dijo el año pasado que no eran ciertos los rumores de que él le había pedido a García Márquez en esa comida que hablara con Fidel para facilitar un encuentro. El caso es que García Márquez se convirtió en un canal informal de comunicación entre Cuba y Estados Unidos.

En mayo de 1998 García Márquez fue a la Casa Blanca a ver al jefe de gabinete de Clinton, Mack McLarty, con un mensaje confidencial de Fidel. El dictador cubano estaba dispuesto a cooperar con Estados Unidos en una investigación de terrorismo, según recordó hace poco en un artículo el propio McLarty.

De esos acercamientos no surgió nada. La comunidad cubanoamericana del sur de la Florida es muy fuerte políticamente y sigue siendo impensable que el Congreso en Washington levante el embargo estadounidense. Además, el derribo de dos avionetas de la organización Hermanos al Rescate en 1996 aisló aún más a Cuba, no solo de Estados Unidos sino también de la Unión Europea. El mensaje fue claro: nada con Cuba hasta que mejore su criminal récord de derechos humanos, democratice su sistema político y abra espacios a la prensa y a la disidencia interna.

Desde luego, eso no ocurrió. Y así llegamos a este 2014. Cuba es una de las naciones más cerradas del planeta. Sus dos dictadores aún mantienen el control a base de miedo y de un aceitado sistema represivo. Pero el régimen ya no da más.

No me atrevo a pronosticar el pronto fin del castrismo porque los Castro han enterrado cualquier señal de optimismo. Todos los que han dicho “nos vemos el año nuevo en La Habana’’ se equivocaron o están muertos.
Mientras, sigo oyendo -y desechando- rumores sobre la inminente muerte de Fidel. Pero soy de los que creen que Fidel no tiene que morirse para que Cuba cambie. No, los dictadores no deben morir en el poder. Deben morir en la cárcel.

La salida en Venezuela

¿Quién puede apoyar a un régimen que mata estudiantes, encarcela opositores, arma a grupos paramilitares y luego, para esconder la pedrada, censura la televisión y los medios de comunicación? Ésta es la pregunta en Venezuela.

Cuando los venezolanos hablan de “una salida” se refieren, fundamentalmente, a dos cosas. Una, cómo salir de la peor inflación del continente (más del 60 %), de la constante devaluación de su moneda, de una escasez generada por una burocracia inútil y de una de las más altas cifras de criminalidad en el mundo (más de 24 mil asesinatos en el 2013). Y dos, cómo deshacerse del gobierno autoritario y represivo de Nicolás Maduro. Esto último es lo más difícil.

Ningún demócrata puede apoyar un golpe de estado ni la violencia. En casi todo el mundo lo condenarían. Y el mandato de Maduro es hasta el 2019, aunque haya ganado con trampa las elecciones. La oposición venezolana lo sabe y no quiere cometer el mismo error del golpe militar del 2002 contra Hugo Chávez. Un golpe es un golpe. Maduro – que no es Chávez, aunque copie su forma de hablar, sus gritos, sus insultos y hasta lo ve en forma de “pajarito” – planteó el dilema legal de la siguiente manera: “si la oposición quiere salir de mí, que junten las firmas para el plebiscito revocatorio del 2016.”

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Si Bill Clinton fuera presidente

Bill Clinton tiene un problema: todo el mundo le quiere hablar de su esposa. Y la pregunta es la misma: ¿se va a lanzar Hillary a la presidencia de Estados Unidos en el 2016? Pero él tiene la misma respuesta para todos: “No lo sé”. Bill Clinton no es hombre de pocas palabras. Añadió: “Ella cree, al igual que yo, que hacer una campaña electoral durante cuatro años es un grave error. Hasta hay periódicos que tienen reporteros asignados a cubrir una campaña que no existe y, por lo tanto, inventan cosas”.

Sería fácil terminar con todos esos rumores. Bastaría que ella dijera que no quiere ser la primera presidenta de Estados Unidos. Pero la realidad es que no lo ha dicho. Es más, al igual que lo hicieron Barack Obama y John F. Kennedy durante sus candidaturas presidenciales, Hillary está terminando un libro que será publicado antes de las elecciones.

La realidad es que Hillary no está hablando, pero Bill sí. La mañana que lo entrevisté en su casa al norte de Nueva York, el ex presidente estaba de buenas y con ganas de conversar. Ya no tenía esas enormes ojeras que le vi una tarde en la Casa Blanca y ha corregido su vieja costumbre de llegar unos minutos tarde. Se hizo vegetariano desde el 2010 y se nota; ha perdido varias libras y ganado energía. Ve a los ojos, saluda con mano fuerte y casi siempre tiene algo inteligente o ingenioso que decirte.

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Morir por Cuba

Guillermo Fariñas cree que si él muere en un acto de protesta, Cuba podría dejar de ser una dictadura. O, al menos, moverse en esa dirección. Eso es tener una enorme fe en lo que una sola persona puede hacer para terminar con el régimen de 54 años de los hermanos Castro en la isla.

Desde 1983, cuando estuvo en Moscú, Fariñas no salía de Cuba. Ahora lo pudo hacer debido a una nueva ley que permite la salida a aquellos que consiguen una visa de visita.

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