La salida post crisis 2001 no ha sido para la Argentina un paseo sin consecuencias. Hace doce años oscilábamos entre las distintas manifestaciones de la voluntad nacional doblegada: desaparición de la moneda propia, la germinación de cuasi monedas, la desocupación, la pobreza y disolución nacional. Con sacrificio y trabajo colectivo fuimos sobreponiéndonos a la peor de las realidades y los aún menos auspiciosos pronósticos de nuestra historia.
Sobre los ejes del crecimiento, la generación de empleo con mayor equidad distributiva y la inversión, cambiamos una Argentina desahuciada por otra con fuerte arraigo en la producción. El proceso, lejos de estar en sus postrimerías, necesita de mayor compromiso para dar el salto cualitativo hacia el desarrollo.
El análisis sobre todo lo logrado debe ser la forma de encarar el futuro: tenemos el doble de industria de la que teníamos 10 años atrás, crecimos cerca del 50% en la productividad y del 70% en los niveles de empleo. Este tipo de balances son mapas que deben servirnos para mirar más allá de la muralla del pasado. Hoy, lo más importante, quizás, sea que comprendamos cuáles son los desafíos a futuro que nos dejan esos balances.
Necesitamos, por ejemplo, una política macroeconómica para el desarrollo, trabajar en todos los aspectos vinculados a la competitividad sistémica, desde la energía hasta el transporte y diversificar la matriz productiva argentina; ampliarla, hacerla robusta para combatir los vestigios de primarización que como canto de sirenas aún siguen resonando en nuestros oídos.
Es central destacar una de las tareas más importantes: la integración regional. Ya hemos visto lo que sucede en esta parte del mundo cuando los países deambulan a destiempo, desacoplados y sin una articulación armónica de objetivos. Estos últimos diez años han servido para solidificar las relaciones de la Unasur, reencontrarnos con nuestro vecino y un jugador de peso mundial como Brasil. La tarea para la década que viene es llevar ese entendimiento colectivo y bilateral hacia la zona de concreción, de interacción entre Estados y privados. Nuestra Conferencia Industrial de noviembre de 2012 en Cardales marcó el puntapié de inicio para que ese camino pueda ser desandado. Este siglo será el de las regiones, no entenderlo es comprometer el resultado de los futuros balances.
La educación, en tanto que su interacción con el mundo de la producción, también es una de las articulaciones en las que debemos seguir progresando junto al Ministerio de Ciencia y Tecnología. Estamos convencidos de que esta década no debe cristalizarse sino convertirse en catalizadora del trabajo de los futuros años por venir. No conformarnos con los logros obtenidos nos permitirá seguir transitando el camino hacia el desarrollo para ir por mejores condiciones de vida para todos los argentinos.