Brasil navega en aguas turbulentas, entre una inflación que el gobierno de Dilma Rousseff intenta mantener bajo control y una actividad económica que crece menos de lo previsto. Su vecina Argentina observa desde el sur, con cierta inquietud, pues de la expansión de su principal socio comercial depende buena parte del crecimiento propio.
La economía brasileña está enviando sus señales, menos alentadoras que las que se daban por sentadas a comienzos de 2013. El Producto Bruto Interno aumentó 1,9% en el primer trimestre en la comparación interanual y analistas privados estiman una expansión inferior al 3% para todo el año. La agricultura, al igual que en la Argentina por la mejora en la cosecha, logró un avance de 17% respecto del período enero-marzo de 2012, los servicios tuvieron un incremento de 1,9%, pero la industria se contrajo 1,4% y puso un freno a la actividad general. El índice Bovespa, principal referente bursátil, acusó este cambio de tendencia y registró en mayo su mayor retroceso mensual en un año (-4,3%), debido a las preocupaciones sobre las perspectivas económicas. El Gobierno de Dilma parece dispuesto a resignar su objetivo de crecimiento antes de que se escapen los precios al consumidor. El PBI de Brasil ya marcó un magro avance de 0,9% en 2012 y 2,7% en 2011, que contrastó con el 7,5% de 2010.