Por qué el kirchnerismo no puede ser parte del peronismo

El final del kirchnerismo implica superar lo que para muchos de nosotros era un simple injerto de izquierdismo fracasado sobre un pueblo exitoso. Años pasaron donde el pragmatismo de los negocios del juego y la obra pública le otorgan a los viejos restos de izquierda un espacio del poder y, en consecuencia, los convierten en su escudo defensor. Un proyecto de concentración económica y política sin límite alguno defendido por los miembros de los derechos humanos, viejos cuadros estalinistas y algunos de los expulsados de la Plaza por Perón. En el montón se sumaban un grupo de gobernadores e intendentes que explotan hace años la memoria del General para poder hacerse de una cuota de poder y de riqueza que nada tiene que ver con las enseñanzas del viejo líder.

El peronismo fue un fenómeno cultural con raíz en la clase trabajadora y una identidad social fuertemente definida que, desde la marginalidad, se convirtió en el centro y la matriz de nuestra sociedad. Hasta que no ingresaran los de abajo no estábamos todos y, en consecuencia, no había sociedad. Los viejos marxistas siempre odiaron a Perón; el viejo los relegó a un lugar secundario y nada simpático, nunca pudieron superar los límites de la clase media intelectual. Los “cabecita negra” y los inmigrantes junto a sus hijos, todos ellos forjaron una identidad demasiado fuerte como para ser dejada de lado. Los elegantes -de izquierda y de derechas- odiaban todo lo que finalmente terminamos siendo: el tango, el peronismo y el fútbol. Como me dijo un viejo amigo gorila, “nosotros creíamos que había que darle ideales a los ricos y unos pesos a los pobres. Perón entendió que era todo al revés, le dio ideales a los pobres y unos pesos a los ricos y nos definió para siempre”.

Los más desubicados de la vieja guerrilla siempre lo odiaron. Nunca se animaron a aceptar que les avisó de entrada (“No pueden enfrentarse con un ejército regular”) y terminaron conviviendo con los viejos restos del partido comunista, gente que nunca se llevó bien con nada que tuviera sentido de mayorías y de pueblo. Juntos encuentran en la oferta pragmática de los Kirchner un espacio para salir de la frustración del pasado, una opción para conocer las caricias y los beneficios del poder sin necesidad de seguir esperando una revolución que todos sabían que ya no tenía retorno. Y eso terminó siendo el kirchnerismo, un feudalismo autoritario asociado a los restos de viejas izquierdas pasadas de moda.

Lo que también los unía era la bronca contra el General. El peronismo era para viejos guerrilleros y antiguos izquierdistas una barrera a la que culpaban de su propia frustración. Uno puede respetar al “Che” Guevara, pero su figura no es para los pueblos; ellos no se suicidan ni eligen al héroe trágico como la bandera de sus luchas. Para la izquierda universitaria y luego violenta, el pueblo siempre fue reformista y ellos revolucionarios. La bronca se asienta en que los obreros no los eligieron a ellos, los izquierdistas, como la vanguardia esclarecida. Nunca entendieron que a Perón lo trae el pueblo, que la guerrilla y la violencia ayudan, pero el verdadero protagonista era el pueblo trabajador. La historia para los humildes comienza en la primera Plaza, la del 45, y para la guerrilla nace con el asesinato de Aramburu.

Perón no funda la guerrilla, ella nace con la destrucción de la universidad que genera Onganía. Perón intenta recuperarlos para la política, les entrega una enorme cuota de poder en la democracia que ellos van rechazando convencidos que el verdadero poder estaba en la boca del fusil. Su fracaso es tremendo, nunca tuvieron la menor posibilidad de vencer. Y tampoco la valentía de asumir una autocrítica, de entender que el asesinado de Rucci fue el error que engendró buena parte de la tragedia. Que la dictadura haya sido nefasta no implica que la guerrilla haya sido lúcida. Una cosa es acompañar los Derechos Humanos y otra muy distinta no asumir los errores del ayer. Hubo heroísmo, nunca hubo capacidad y talento para entender la realidad.

El kirchnerismo se inventó un pasado que demasiados de sus miembros no tenían. Los Kirchner nunca se ocuparon de los Derechos Humanos en la difícil, bajar el cuadro de Videla es un gesto tardío contra un enemigo que la dignidad de otros había derrotado. Raúl Alfonsín fue un responsable histórico digno de respeto, hasta Carlos Menem fue más importante en el enfrentamiento con las fuerzas armadas que los Kirchner. Ni hablemos de otros oscuros personajes que los acompañan, pareciera que su gobierno se adueñó de la memoria del pasado para incorporar personajes oscuros o de dudoso pasado.

Afortunadamente, esta mezcla absurda de tragamonedas y obra pública con Derechos Humanos y clientelismo social ha terminado su ciclo. El peronismo, con pocos dignos defensores de su historia, intentará sobrevivir. Puede que lo logre o no; importa esencialmente separarlo de este triste estalinismo de obsecuentes, devolverles al pueblo y al General Perón su historia y, en especial, la vigencia de su retorno pacificador. Los odios no suelen ser propiedad de los pueblos y el nuestro nunca participó de ellos, por eso fue peronista. Poco y nada tenemos que ver con el hoy derrotado kirchnerismo.

La política como sistema prebendario

Hay una etapa del ejercicio del poder donde la corrupción ocupa el lugar de lo casual, de lo excepcional. La estructura aísla al corrupto como la parte enferma de esa sociedad. Luego, la evolución puede eliminar o multiplicar los datos y los ejemplos de quienes utilizan el Estado para su propio beneficio. Finalmente, en los gobiernos que se enamoran del uso y la ocupación del poder -siempre- el enriquecimiento de sus miembros se va convirtiendo en parte esencial de la ambición por permanecer.

La razón que define al gobierno se puede componer de pensadores políticos signados por la voluntad de mejorar la sociedad o por ambiciosos impunes que manejan la corrupción intentando evitar el riesgo de ser alcanzados por la Justicia. Desde el retorno de la democracia, la figura del operador político fue expulsando al político de vocación: el negocio se impuso a las ideas. El personalismo eliminó al partido, el obsecuente expulsó al disidente, el coimero se impuso al soñador. La lealtad al poder de turno fue una manera de seleccionar a los peores, el coimero fue elegido por su necesidad de oficialismo al servicio de su impunidad. La corrupción se ocupó de expulsar la disidencia, robar estuvo permitido para evitar y superar el pecado de criticar.

Dicen compartir ideas, pensamientos, pasados, cuando lo que realmente comparten son los beneficios del poder y los termina uniendo la complicidad. Están los que se enriquecen sin límites, esos vendrían a ser los triunfadores, los jefes. Están también los que se acomodan ellos y logran ir acomodando a parientes y amigos; esos ocupan el lugar de la degradación del militante. En los tiempos de militantes, trabajábamos en lo privado y aportábamos a la política. Eso duró años y nos templó en la lucha. Luego el Estado amontona empleados y funcionarios y convirtió a la política en una forma de evitar las inclemencias de la realidad. Por fuera del Estado, la miseria impone sus reglas, la corrupción no la resuelve, se conforma con negarla en la contabilidad. Los funcionarios no ocultan su ascenso social: algunos lo lucen como si fueran fruto de sus logros, de su talento o de su suerte; otros lo ocultan o al menos lo convierten en festejos privados. Donde ayer hubo coincidencia en las ideas, hoy el factor que los une es la simple complicidad.

Asombra el hecho de que acusen a los que pensamos distinto de estar pagados por el mal, las corporaciones y el imperialismo. Siguiendo con la nefasta teoría de que no puede haber dos demonios, si ellos ocupan el espacio del bien, quedamos el resto ocupando las prebendas del mal. Como la dictadura era genocida, cosa que nadie discute, la guerrilla terminaba siendo lúcida, cosa que sólo ellos pueden intentar sostener. La violencia fue un error del pasado; la obsecuencia al poder de turno parece en muchos casos convertirse en la manera de resolver las equivocaciones del ayer. En ambos casos somos parte de una generación que fue más lo que dañó a la sociedad que lo que la ayudó. Los daños son duras marcas en la integración social, marcas cuya responsabilidad compartimos con la enfermiza ambición de los adoradores del mercado. Los extremismos nos hicieron retroceder. Entre la violencia de una izquierda que no podría jamás imponer el socialismo y se termina conformando con degradar el capitalismo y la impunidad de un liberalismo económico que cree que sólo la ambición es el motor de la historia; entre estas dos demencias se debate nuestra frustración.

Antes, las mesas de los bares y restaurantes nos convocaban para compartir ideas. Ahora, uno ya ni los ve, eligen lugares más elegantes y solitarios, prefieren hoteles para extranjeros ricos donde se encuentran para hablar de negocios. Los empresarios expresan que la corrupción es solo por el exceso de los retornos exigidos, como si la ética ocupara el lugar del porcentaje, pero no imaginan un gobierno sin ellos. En rigor, mientras el dinero sea lo más importante, ellos tienen la seguridad de poder imponer su ley.

Concebir al dinero como la esencia del poder implica siempre ingresar al mundo del atraso. Una sociedad que no tiene una clase dirigente, entendida como un sector decidido a pensar el país más allá de sus propios intereses, es una sociedad que cae fácilmente en la tentación del personalismo que sustituye a las instituciones. Eso es el kirchnerismo, un simple sistema prebendario donde la lealtad al poder de turno sustituye las obligaciones que imponen la ley y las instituciones. Perón decía que sólo la organización vence al tiempo y al número; lo planteaba para que con él se terminara el personalismo. Son tan ortodoxos que prefieren heredar a Stalin. Cosas de los ortodoxos.

Vigencia y oportunismo

En la semana en la que se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Perón, una reflexión: las herencias mantienen su vigencia mientras los herederos no sean capaces de superar lo que les dejó el que se fue.

La política nacional vive atada al pasado fruto de la falta de talento de los contemporáneos porque en las decadencias los debates son con los que ya no están. El peso de los vivos no alcanza densidad para superar el ayer. Para los radicales esto es más vigente, no encuentran el presente común sino varios caminos divergentes. Para los peronistas el tema es más complicado, participar del poder genera una apariencia de pensamiento vigente aun cuando en nada se parezca al original. El peronismo es un recuerdo que aporta votos. Nadie lee a Perón. En rigor, usan su memoria para denostar sus ideas.

Los Menem buscaban refugio en un liberalismo cuya vigencia era el fruto amargo de confrontar con las políticas peronistas. Los Kirchner desvirtúan la memoria como si los que el General expulsó de la Plaza por violentos e imberbes fueran los triunfadores de la contienda. Pero el poder es rentable y contra semejante verdad poco y nada pueden las ideas. Inventaron un Ezeiza y un Cámpora que nada tuvieron que ver con la realidad. Desarrollaron al límite la teoría de los dos demonios a partir de la cual la culpa siempre la tuvo el otro y abandonar ese principio exigiría entrar en la etapa de la madurez, personal y política. Eso, por ahora, no figura en la agenda de esa gente.

De la crisis engendrada por los Cavallo nos sacaron los peronistas (Lavagna, Sarghini, Pignanelli, Peirano y otros). La Presidenta eligió un joven supuestamente marxista y concretamente inexperto para volver al lugar donde todo retorna como comedia. Perón decía que el ministro de Economía no debía ser un intelectual en estado puro sino alguien que hubiera pagado una quincena, recordando al poeta, “igualito a mi Santiago”. El peronismo nació de las fuerzas productivas, obreros y empresarios. El kirchnerismo enfrenta a los que producen y los persigue con los burócratas que -como bien sabemos- son los únicos más dañinos que los ricos.

La señora Chantal Mouffe escribe reivindicando el hecho de que la supuesta izquierda se dedique a ocupar el Estado, con toda su delicadeza intelectual en la medida que no aclara para qué sirve ese Estado, está haciendo una reivindicación del más puro oportunismo. La viuda de Ernesto Laclau mantiene la concepción de la necesidad del enemigo y le agrega la pasión por el poder, dando por supuesto que la izquierda, el pueblo y la justicia social son parte de un mismo paquete doctrinario. Después de años en el poder, el Gobierno degradó al que iba a mejorar los ferrocarriles, jamás reactivó la construcción de vagones, siguió tirando manteca al techo con la supuesta aerolínea de bandera e invento números según los cuales vivimos en una sociedad que es una maravilla. Parecido al final de Menem, cuando sus personeros decían que faltaban las reformas de segunda generación y luego salieron todos corriendo. Son dos décadas donde se hicieron muchos ricos entre los funcionarios y demasiados pobres entre la sociedad.

En el llano, los partidos expresan la vigencia de las ideas; en el poder, se suele imponer la pasión por los intereses. Nos hablan del peronismo como si les importara otra cosa que los votos que todavía arrastra esa memoria que dista mucho de ser superada. Los discursos y los libros escritos por el General están lejos de ser recordados y aún más lejos de ser comprendidos. El peronismo fue un fenómeno complejo que se instaló por encima de izquierdas y derechas, una concepción nacional de la política que desafió a los que dependían de un pensamiento importado. Fue un producto de fabricación nacional. Algún sociólogo lejano dijo que era “un fascismo de clase baja”. Ponerle una etiqueta europea tranquilizaba conciencias, no era fácil aceptar que los de abajo: cabecitas negras y compleja mezcla de inmigrantes desposeídos, que ellos engendraran una cultura, un pensamiento y una forma de vida demasiado parecida a la barbarie, pero capaz de convocar a pensadores más sofisticados que los importados.

El peronismo fue un fenómeno cultural, la expresión de una identidad social y política de los marginados; lo acusaron siempre de anti democrático siendo el único que ganaba con los votos; lo acusaban los que solo podían llegar al poder por medio de los golpes, los que no soportaban que mandaran los de abajo. El peronismo es el fruto de una forja donde los vencidos se volvieron vencedores, de un fenómeno donde el pueblo muestra ser el único capaz de enamorarse de ideales .Los otros, los que soñaron darle su propia mirada de la vida, no soportan tener que asumir la que surge de aquellos a los que a veces no respetaron y muchas veces ni siquiera le reconocieron valor como conciencia colectiva.

El peronismo es tan sólo eso, la conciencia de la multitud, la derrota del individualismo a manos del sentimiento colectivo.

Hubo una violencia peronista, pero era otra cosa que la incitada por Cuba y su marxismo. Los que reivindican a la guerrilla como superior al pueblo trabajador, esos son los nuevos gorilas que supimos conseguir. Esos que intentan desdibujar a Perón imponiendo la memoria de López Rega mientras necesitan ocultar a sus jefes porque son sencillamente impresentables. Esos que salen a defender los Derechos Humanos sin siquiera ser dueños de un pasado que lo sostenga y se esconden detrás de los deudos, como si ellos fueran parte del debate ideológico.

El peronismo fue la causa de los humildes, el kirchnerismo es la causa de los intelectuales y otros jóvenes que triunfan trepando en el Estado. Son dos concepciones antagónicas, por eso el peronismo sigue siendo popular y sus usurpadores simplemente populistas.

Gardel y Perón son lo popular, mejoran con el paso del tiempo; los Menem y los Kirchner son el populismo, al poco tiempo se ponen rancios.

De la rebeldía a la obsecuencia

No resulta fácil de entender, pero es algo reiterado de observar. Las organizaciones revolucionarias nacieron para encauzar la rebeldía y terminaron siendo las que educaron para transitar el camino de la obsecuencia. Miles de seres nacieron soñando la revolución y terminaron persiguiendo la libertad. Quizás la imagen atroz de Ramón Mercader y su sueño revolucionario que termina asesinando a Leon Trotski refleje la metáfora de ese camino a la traición de los principios por los cuales se imaginaba luchar. Ese camino fue ayer reivindicado por los que adherían a la ortodoxia comunista, ese camino fue enfrentado por Albert Camus y reivindicado tantas veces por Sartre. Recuerdo su prólogo a “Retrato de un aventurero”, ese donde describía que el esclavo al asesinar al amo también mataba al esclavo que había en él. En el prólogo describe cómo el aventurero dejará paso al anónimo militante , como un final que termine con el individuo libre para ser ocupado por ese anónimo participante del ser colectivo. Para mi gusto, una liberación que convoca a una nueva esclavitud.

Desde el Partido Comunista a las organizaciones guerrilleras, desde cada intento de tomar el poder para gestar la revolución, desde cada una de esas experiencias se forjó el fracaso y la frustración, en cada una de ellas el militante devino en burócrata y el rebelde se amoldó al obsecuente. Cómo olvidar la manera en que las organizaciones enfrentaban al supuesto “amiguismo”, a las relaciones personales y hasta las familiares como una limitación a la relación del militante con su organización. La clandestinidad comenzó siendo una necesidad, luego se utilizó como una razón para impedir las disidencias y terminó siendo una manera de perseguir al mismo derecho a pensar. Absurdo resulta recordar que el socialismo engendraría una justificación para acabar con la libertad, que en cada uno de los países donde se imponía lograba una excusa para evitar que la sociedad eligiera libremente sus autoridades. Como si para gestar la justicia se hiciera necesario limitar la democracia. Años justificando las masacres del camarada Stalin, hasta que fue quedando demasiado en claro que la Nomenklatura era tan opresora o todavía más que los mismos capitalistas a los que intentaba combatir.

Milito en política desde el año 63, fui dirigente estudiantil y testigo de cómo la violencia se imponía entre los cristianos y los marxistas, de cómo la guerrilla aparecía como el único camino hacia la revolución, de cómo matar se convertía en la decisión obligada y luego, las consecuencias ni siquiera merecían una autocrítica. Aquella decisión de la violencia tenía su origen en la experiencia cubana, miles de mi generación se formaron militarmente en la isla; miles entregaron sus vidas sin siquiera ser una amenaza para el poder constituido. Es duro asumir que el heroísmo no suele estar acompañado por la lucidez, aquellos héroes son dignos de respeto, sus sobrevivientes sólo lo son cuando asumen la obligación histórica de la autocrítica.

El kirchnerismo es un pragmatismo sin límites morales ni éticos, sin una concepción de la política económica ni la ubicación internacional. Tuvo la decisión de cederle un espacio de poder a los viejos militantes de fracasadas revoluciones y ellos defendieron este absurdo aquelarre como si estuviera guiado por un sentido justiciero. El resentimiento expresa a los capitalistas fracasados que son peores que los exitosos; ambos son dos caras de la misma moneda. Menem fue la frivolidad, los Kirchner, la ambición, acompañada del resentimiento; ambos fueron la negación del peronismo; ambos fueron la conducción de una década perdida. En muchos, demasiados, la ambición de poder se impuso al sueño de justicia, los beneficios personales sustituyeron a los sueños de la justicia colectiva. El egoísmo fue mayor al que decían intentar sustituir.

El peronismo implicó una confrontación cultural, se enfrentó como enemigo hasta el golpe del 55. Perón viene a abrazar la unidad nacional en su retorno. La guerrilla no expresa a los trabajadores, tuvieron su propia violencia durante la dictadura, jamás en la democracia. Los peronistas creen en el voto y la democracia, sus enemigos en la violencia y la confrontación. La Presidenta expresa a los enemigos del peronismo, hoy son los mismos que los enemigos del país.

Los rebeldes de ayer, que son obsecuentes de hoy, son la negación del peronismo y de la misma militancia socialista, progresista o como la quieran llamar. La rebeldía es una forma de vida, las burocracias son la muerte de la militancia y la negación de la misma dignidad. El peronismo fue una expresión productiva de la clase trabajadora; de eso, hoy no queda ni el recuerdo en el gobierno que sólo se expresa en la oposición. Perón retornó para reivindicar la democracia, eso que hoy el kirchnerismo cuestiona. Es hora de respetar su legado o al menos dejar de usar su nombre como seductor de votantes. Que asuman y encarnen sus propios odios, al menos que sepan retirarse con dignidad.

Los violentos y el poder

En los setenta, la violencia de la guerrilla conduce al suicidio a una parte importante de mi generación. Digo suicidio ya que encararon una guerra en la que era imposible vencer. Y de esa voluntad desesperada va a surgir lo impensable, que fue la desaparición definitiva de sus represores. En la demencia de hacer desaparecer a la guerrilla encontraron el lugar de su propia inexistencia. La derecha, en su variante militar e intelectual, va a quedar reducida al triste espacio del verdugo; va a sufrir castigos tan excesivos como los que soñó imponer, pero no como fuerza de las armas sino como decisión de una democracia. Y contra eso no quedó siquiera ni el valor de las palabras.

Fue tan definitivo el triunfo del derrotado que tuvo espacio para inventar una supuesta teoría donde- para que nadie imaginara la existencia de dos demonios- la única violencia ilegal era la del Estado, quedando la otra unida al sueño imaginario de las revoluciones. Aún en democracia, cuando la guerrilla mataba era épico y cuando les respondían era siempre López Rega y las tres A. Una deformación de la realidad que permite desvirtuar la voluntad del pueblo, degradar a su partido, el peronismo y convertir el error de buscar la violencia suicida en el recuerdo del heroísmo revolucionario.

Nunca fui de derecha, claro que tampoco por ejercitar la violencia nadie tuvo autoridad para instalarse en la izquierda. Perón no fundó ninguna guerrilla, sólo convocó a un sector a acompañarlo en su retorno democrático y es esa misma organización, premiada con Gobernadores, Ministros y legisladores, la que decide retornar a la violencia en plena democracia. No estamos debatiendo la violencia contra la Dictadura, sino su demencia de ejercerla en medio de una democracia de la que formaban parte.

La deformación de esa historia intenta imponer el protagonismo de los guerrilleros por sobre el del pueblo, como si a Perón lo hubieran traído ellos, como si la violencia de las minorías fuera más importante que el peso enorme de la clase trabajadora. El peronismo no era ni yanqui ni marxista y eso, en un tiempo donde el marxismo parecía ser el dueño del futuro. Hoy, cuando el Gobierno se abraza a deformaciones que nos separan de las democracias y las libertades con la absurda excusa de confrontar con el supuesto imperialismo, debemos denunciar que en nada este accionar se asienta en nuestras ideas. En rigor, estuvo tan lejos Carlos Menem de nuestro pensamiento al articular sus “relaciones carnales” como absurdo es que hoy nos alineamos con sectores que jamás fueron parte de nuestra historia. Pareciera que los negocios privados de los funcionarios son más importantes que los intereses colectivos.

El peronismo tiene elementos culturales y políticos dignos de ser recuperados, por encima de la deformación derechista de Menem o de la violencia discursiva del kirchnerismo. No propongo recuperarlo para volver al poder, sino tan solo para aportar sus aciertos, criticar sus errores y para sumarlos a futuras fuerzas donde se recupere lo mejor de cada sector.

Se agota un Gobierno que utilizó el nombre del peronismo únicamente para deformar sus ideas. Es tiempo que los peronistas recuperemos nuestros aportes, para la memoria colectiva y no para ponerlos al servicio de ninguna ambición personal.

Terrorismos y barbaries

Nos duele lo de París, lastima esa demencia que no podemos entender, ese fanatismo que intenta imponer una forma de pensar, o mejor dicho, eliminar a los que piensan distinto. Y a nosotros, en especial, nos mueve a recorrer un pasado donde la violencia era un hecho cotidiano. Los vientos de la época que ayer llevaron a muchos a pensar que la violencia era un camino hacia la justicia, y hoy nos marca aquel terrorismo como una forma distante de otra cultura. La violencia contra las dictaduras se explica y justifica como una reacción lógica y en la misma medida cuando la guerrilla siguió actuando en plena democracia, merece y debe ser condenada.

Un fanatismo de moda impone dogmas y castiga debates. La supuesta teoría de los dos demonios daba por hecho que, siendo genocida la dictadura, no se podía discutir el lugar de la víctima, no se podía poner en tela de juicio a la guerrilla. La coincidencia lleva al acercamiento actual entre Cuba y los Estados Unidos y muchos -demasiados- de los que reivindican a Fidel Castro dejan de lado los años de la intención de exportar la revolución al resto del continente. Miles de jóvenes recibieron entrenamiento en la isla, miles de vidas se perdieron en una guerra absurda que no tuvo la menor posibilidad de triunfar en ninguno de los países donde se la intentó.

Cuba terminó en una dictadura que exportaba violencia. Cuando hoy escucho a tantos hablar del heroico pueblo que enfrentó al imperialismo, no tengo duda de que quienes festejan la confrontación dejan de lado o ignoran cómo la pasó el pueblo cubano o a qué costos se produjo y exportó esa revolución. Una cosa digna es enfrentar al imperialismo; otra, es justificar una dictadura a partir de esa confrontación y divulgar violencia para multiplicar la experiencia, y fracasar en todos los casos.

Viajé varias veces a Cuba, pude ver y vivir la evolución de ese proceso, la forma en que se iba perdiendo la mística a la par que se imponía la burocracia. Y en todos los hoteles se acercaba un funcionario a explicar que era necesario pagarles para transgredir las normas, al principio me irritaban y luego fui comprobando que era parte del sistema. Hablé con muchos cubanos que participaban del sueño revolucionario (nunca soporté Miami ni sus adictos), puedo decir que de Cuba me dolió y mucho su fracaso. Claro que peor que eso hubiera sido negarlo…

Ahora todos somos parte de Occidente, la violencia se asoma en otros mundos donde la religión sustituyó a la ideología, si es que uno olvida que las ideologías eran ateas pero se las vivía como si fueran una religión. Asombra ver que otros matan en sociedades donde lo que no se discute es la libertad. Y me parece absurdo que para ser de izquierda en nuestras tierras haya que hacer silencio sobre la dictadura de Castro y sobre los miles de muertos por expandir una revolución que ni siquiera tuvo éxito en su propia tierra. Y aclaro que conociendo Cuba uno entiende que la burocracia y la dictadura fueron para ese pueblo mucho más nefastas que el bloqueo del Imperio.

Se me ocurre que condenar a la distancia es más fácil que revisar un pasado cercano del que alguno de nosotros fuimos protagonistas. La barbarie que hoy vemos en religiones y fanatismos lejanos fue no hace tanto parte de nuestra realidad. Y sin duda hasta el momento no la analizamos con grandeza y sin resentimientos, con la distancia que necesitan nuestros hijos.

Cuando desarrollaban la guerrilla fuimos muchos los que les dijimos que ése era el camino equivocado. Resulta absurdo que la derrota largamente anunciada no conceda siquiera el derecho a discutir esos tiempos. Y lo que es peor, que se use ese pasado equivocado para lastimar hoy a la democracia que supimos conseguir. Hay muchos que no eran democráticos ayer cuando reivindicaban a Cuba y la guerrilla y tampoco lo son hoy cuando intentan deformar esa memoria. Muchos que ayer ejercían la violencia armada y algunos de esos que hoy la limitaron al daño de la palabra. Tiene de bueno que ya no lastiman a nadie, ya sólo se hacen daño a sí mismos.

Héctor Leis y la violencia de los 70

“No permitir que se reescribiera la tragedia de su generación en términos épicos”. Es solo una frase del homenaje que le hace Ricardo Roa en Clarín.  Fue comunista y montonero, guerrillero, preso y exiliado. Pero esencialmente un pensador, de esos que tenemos pocos, de esos que son capaces de revisar el pasado para que lo comprendan las generaciones venideras y no para que lo parasiten los fracasados de siempre. Fue un pensador, no un revisionista como tantos que se adaptan a cualquier coyuntura. Continuar leyendo

Aquelarre

Las ideas suelen entreverarse, a veces por los cambios de la etapa, otras por la voluntad de ocultar intenciones. Y eso sí, nunca como ahora. Me siento peronista y cultor del progreso. Es de sobra donde dice que se ubica el gobierno. Pero, de pronto, convencieron a varios de que pertenecemos al sector Gorila y neo liberal. Y me lo dicen ellos, demasiados de quienes tengo duros recuerdos de oficialismos eternos. Ellos, como si hubieran vivido la dictadura en la clandestinidad o en la contienda, ellos que se enriquecieron cultivando el siempre rentable oficialismo.

Y se mezclan para protegerse, empresarios y sindicalistas que florecieron en la dictadura junto a algunos perseguidos a los que asignan un papel secundario. Aparecen como un cuerpo único y coherente, como si las ideas que simulan tuvieran la solidez de las prebendas que abrazan. Ellos que acompañaron, apasionados,  las privatizaciones por los supuestos logros que prometían, nos decían que eran para todos pero sabían que de seguro solo les tocaba a  ellos. Expandieron el juego con la misma pasión que el peronismo la industria Flor de Ceibo o el Frondizismo la industria pesada. Y se iban endureciendo en sus posiciones mientras se enriquecían en sus propiedades. Cada vez más enriquecidos por las prebendas y más agresivos por las supuestas acciones “justicieras”. Empresarios, sindicalistas y políticos de probada capacidad de adaptación a  gobiernos y  modas construyendo el partido de los expoliadores del estado. Eso sí, como si los atacara una actitud culposa cada tanto distribuían dineros  para beneficiar a los que menos tienen.

El oficialismo permanente es un estado rentable del alma.

No es una agrupación apta para tímidos y vergonzosos, se necesita de espíritus duros templados en la forja de justificar lo que sea necesario o de adaptarse a todos los climas y obediencias. En el reino animal lo llaman mimetismo, en la intelectualidad autóctona lo titulan “revisionismo histórico”.  Es una manera de amoldar el pasado para permitir volver maleable el presente. El poder vale por sí.. Lo demás es solo un decorado circunstancial. Algunos fueron convocados por ser expertos en ese deporte de aplaudir al vencedor, otros tan solo se acercaron ya maduros y cansados de soportar las miserias de ser opositores. Un partido oficialista como columna vertebral y algunos cansados de confrontar, y hoy jugando de comparsa.  Todos juntos armaron el famoso kirchnerismo.

En los setenta la guerrilla ya era para la mayoría de los militantes una simple variante suicida y sin posibilidades de vencer. Pero el heroísmo de tantos de sus mártires fue convertido en bandera de derechos humanos, y en ese camino lograron degradar hasta lo más digno de esos tiempos.  No son ellos los únicos con derechos para revisar el pasado, pero son sin duda los más responsables de este desgraciado presente. Es hora de que se hagan cargo.