Por: Julio Bárbaro
En la semana en la que se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Perón, una reflexión: las herencias mantienen su vigencia mientras los herederos no sean capaces de superar lo que les dejó el que se fue.
La política nacional vive atada al pasado fruto de la falta de talento de los contemporáneos porque en las decadencias los debates son con los que ya no están. El peso de los vivos no alcanza densidad para superar el ayer. Para los radicales esto es más vigente, no encuentran el presente común sino varios caminos divergentes. Para los peronistas el tema es más complicado, participar del poder genera una apariencia de pensamiento vigente aun cuando en nada se parezca al original. El peronismo es un recuerdo que aporta votos. Nadie lee a Perón. En rigor, usan su memoria para denostar sus ideas.
Los Menem buscaban refugio en un liberalismo cuya vigencia era el fruto amargo de confrontar con las políticas peronistas. Los Kirchner desvirtúan la memoria como si los que el General expulsó de la Plaza por violentos e imberbes fueran los triunfadores de la contienda. Pero el poder es rentable y contra semejante verdad poco y nada pueden las ideas. Inventaron un Ezeiza y un Cámpora que nada tuvieron que ver con la realidad. Desarrollaron al límite la teoría de los dos demonios a partir de la cual la culpa siempre la tuvo el otro y abandonar ese principio exigiría entrar en la etapa de la madurez, personal y política. Eso, por ahora, no figura en la agenda de esa gente.
De la crisis engendrada por los Cavallo nos sacaron los peronistas (Lavagna, Sarghini, Pignanelli, Peirano y otros). La Presidenta eligió un joven supuestamente marxista y concretamente inexperto para volver al lugar donde todo retorna como comedia. Perón decía que el ministro de Economía no debía ser un intelectual en estado puro sino alguien que hubiera pagado una quincena, recordando al poeta, “igualito a mi Santiago”. El peronismo nació de las fuerzas productivas, obreros y empresarios. El kirchnerismo enfrenta a los que producen y los persigue con los burócratas que -como bien sabemos- son los únicos más dañinos que los ricos.
La señora Chantal Mouffe escribe reivindicando el hecho de que la supuesta izquierda se dedique a ocupar el Estado, con toda su delicadeza intelectual en la medida que no aclara para qué sirve ese Estado, está haciendo una reivindicación del más puro oportunismo. La viuda de Ernesto Laclau mantiene la concepción de la necesidad del enemigo y le agrega la pasión por el poder, dando por supuesto que la izquierda, el pueblo y la justicia social son parte de un mismo paquete doctrinario. Después de años en el poder, el Gobierno degradó al que iba a mejorar los ferrocarriles, jamás reactivó la construcción de vagones, siguió tirando manteca al techo con la supuesta aerolínea de bandera e invento números según los cuales vivimos en una sociedad que es una maravilla. Parecido al final de Menem, cuando sus personeros decían que faltaban las reformas de segunda generación y luego salieron todos corriendo. Son dos décadas donde se hicieron muchos ricos entre los funcionarios y demasiados pobres entre la sociedad.
En el llano, los partidos expresan la vigencia de las ideas; en el poder, se suele imponer la pasión por los intereses. Nos hablan del peronismo como si les importara otra cosa que los votos que todavía arrastra esa memoria que dista mucho de ser superada. Los discursos y los libros escritos por el General están lejos de ser recordados y aún más lejos de ser comprendidos. El peronismo fue un fenómeno complejo que se instaló por encima de izquierdas y derechas, una concepción nacional de la política que desafió a los que dependían de un pensamiento importado. Fue un producto de fabricación nacional. Algún sociólogo lejano dijo que era “un fascismo de clase baja”. Ponerle una etiqueta europea tranquilizaba conciencias, no era fácil aceptar que los de abajo: cabecitas negras y compleja mezcla de inmigrantes desposeídos, que ellos engendraran una cultura, un pensamiento y una forma de vida demasiado parecida a la barbarie, pero capaz de convocar a pensadores más sofisticados que los importados.
El peronismo fue un fenómeno cultural, la expresión de una identidad social y política de los marginados; lo acusaron siempre de anti democrático siendo el único que ganaba con los votos; lo acusaban los que solo podían llegar al poder por medio de los golpes, los que no soportaban que mandaran los de abajo. El peronismo es el fruto de una forja donde los vencidos se volvieron vencedores, de un fenómeno donde el pueblo muestra ser el único capaz de enamorarse de ideales .Los otros, los que soñaron darle su propia mirada de la vida, no soportan tener que asumir la que surge de aquellos a los que a veces no respetaron y muchas veces ni siquiera le reconocieron valor como conciencia colectiva.
El peronismo es tan sólo eso, la conciencia de la multitud, la derrota del individualismo a manos del sentimiento colectivo.
Hubo una violencia peronista, pero era otra cosa que la incitada por Cuba y su marxismo. Los que reivindican a la guerrilla como superior al pueblo trabajador, esos son los nuevos gorilas que supimos conseguir. Esos que intentan desdibujar a Perón imponiendo la memoria de López Rega mientras necesitan ocultar a sus jefes porque son sencillamente impresentables. Esos que salen a defender los Derechos Humanos sin siquiera ser dueños de un pasado que lo sostenga y se esconden detrás de los deudos, como si ellos fueran parte del debate ideológico.
El peronismo fue la causa de los humildes, el kirchnerismo es la causa de los intelectuales y otros jóvenes que triunfan trepando en el Estado. Son dos concepciones antagónicas, por eso el peronismo sigue siendo popular y sus usurpadores simplemente populistas.
Gardel y Perón son lo popular, mejoran con el paso del tiempo; los Menem y los Kirchner son el populismo, al poco tiempo se ponen rancios.