Un suceso que demuestra que el kirchnerismo ya no es alternativa

Un viejo sabio me decía siempre: “Se debe mirar el proceso, no el suceso”. Eso a veces cuesta y mucho, es el famoso árbol que nos impide ver el bosque.

Hubo un festejo del Día del Trabajador que dio mucho que hablar y, para mi gusto, poco para pensar. La segunda vuelta fue entre Scioli y Macri, y sucedió algo importante: el derrotado por Macri no se convirtió en la primera minoría sino en el pasado -tan pasado que Ricardo Forster dice que quiere el fracaso del Gobierno. Debe imaginar -como algunos perdidos en la noche de la política- que si Macri se equivoca vuelve Cristina.

El acto del Día del Trabajador fue positivo porque mostró que el kirchnerismo ya no es una alternativa de la política nacional. Los discursos fueron mesurados y el centro del poder quedó en manos del anti-kirchnerismo, un buen dato para la democracia. Estamos atravesando un momento difícil, por eso tantos se refieren a la orilla de la que partimos con miedo al retorno, porque no ven todavía el horizonte al que nos quieren llevar. Los sectores trabajadores mayoritarios, los obreros de verdad, no se engancharon nunca con el kirchnerismo, que con esa estructura de clase media intelectual y resentida eran tan retrógrados que reivindicaban todavía la lucha de clases. El peronismo, o lo que queda de él, al menos no tiene nada de clasista y eso es importante. El acto fue masivo y fruto de una necesidad de la dirigencia sindical que sufre a diario la tensión y las exigencias de sus afiliados.

Esto no es soplar y hacer botellas; Cristina dejó una herencia nefasta, pero eso no justifica a Mauricio Macri subsidiar a las empresas petroleras con la excusa de ayudar a sus trabajadores. Los grandes grupos concentrados no son como los sindicalistas -no salen a la calle- pero vacían los bancos y nos saquean a diario. No estamos planteando un socialismo, solo que si no le ponemos un límite a la concentración económica esta sociedad va a sufrir demasiado. Macri no entiende que la principal función del Estado capitalista es defender los derechos de los más débiles y que el enemigo de los ciudadanos son los grandes grupos concentrados, esos que apenas vieron dólares en el mercado se los llevaron corriendo.

El sindicalismo actúa en nuestra sociedad como el partido de centro-izquierda que no tenemos. Aquello que intentó ser el radicalismo y luego la Alianza -que finalmente quedó en la nada- hoy lo expresan los sindicatos con rostros un poco más morochos. Aceptemos que llevamos dos décadas de retroceso y las dos en nombre del peronismo. La primera con Menem enamorado de los liberales y la segunda con los Kirchner con amantes marxistas. Dos décadas de retroceso en todo sentido, en patrimonio nacional e integración social, en educación y vivienda, en trenes y hospitales, en salud y donde queramos mirar. Somos una sociedad que viene retrocediendo desde los 70, que estuvo integrada como ninguna otra en el continente hasta el golpe del 76, y que luego fue acumulando fracasos en todos sus sectores.

El relato de Cristina era con mucho odio y discutible justicia, pero el discurso de Macri todavía no logra surgir, no atraviesa la barrera de los gerentes y los asesores, no logra la vitalidad necesaria para enamorar o al menos convencer. Estamos viviendo algo muy avanzado en relación al autoritarismo derrotado, recuperamos la democracia y comenzamos a discutir con pasión pero sin dogmatismos. Debemos entonces asumir la dimensión de la crisis y no caer en simplificaciones, no imaginar que con sólo combatir la corrupción tenemos un futuro digno. Necesitamos revisar la distribución de la riqueza en nuestra sociedad, producimos lo necesario para vivir todos con dignidad, pero hemos permitido concentraciones económicas que son antagónicas con la misma esencia de la democracia. Un capitalismo con dispersión de propietarios funciona; uno de avance desmedido de la concentración simplemente termina estallando.

Hay muchos enojados, imaginaban que Cristina se llevaba puesto al peronismo. Se equivocaron, era solo una limitación, un tope de izquierda aburrida. El acto sindical fue el estallido de alegría de una clase trabajadora que volvía, un poco burocrática, pero hasta el momento, absolutamente leal a sus representados. No son clasistas, no lo necesitan, ellos son en serio la expresión de su clase, la columna vertebral del peronismo. Y buena parte de ellos enfrento con valentía al autoritarismo kirchnerista, no recuerdo a ningún empresario compartiendo esa digna trinchera.

Los supermercados y los laboratorios, y cada una de las grandes telefónicas o empresas de cable, eléctricas o concesiones de peaje, todo ese invento que prometía inversiones y terminó en saqueo, todo eso debe ser revisado. El menemismo regaló propiedades y generó más deuda mientras que el kirchnerismo duplicó el juego y los empleados públicos; ambos lo hicieron en nombre del peronismo, pero en rigor eran sólo señores feudales portadores del virus del atraso.

Mauricio Macri tiene el apoyo de la gran mayoría, aún de muchos de los que salieron a festejar el Día de los Trabajadores, pero necesita asumir que si no impone el poder del Estado sobre los ricos está perdiendo la autoridad que necesita para pedirles sacrificios a los pobres. Los rumbos de la historia no los guían ni los proletarios sublevados ni los mercados inversores, son el fruto maduro de una dirigencia capaz de convocar a la unidad nacional y forjar un futuro entre todos.

No es fácil, al contrario, es muy difícil, pero estemos seguros de que no hay otro camino.

Macri y el desafío de generar trabajo

Una sociedad depende esencialmente de su grado de integración. Los marxistas imaginaron que ese objetivo sólo era posible a través de un Estado y su consecuente burocracia como poder superior. Tuvieron su tiempo de ensayo, parecían comerse al mundo y terminaron atragantados y derrotados en la caída del muro. Recordemos que tuvieron su tiempo de gloria, que el satélite Sputnik y la perra Laika los mostraron avanzando más rápido que el resto. Pero la experiencia terminó en derrota.

La iniciativa privada se mostró mucho más eficiente que la burocracia degradada en “dictadura del proletariado”. En Rusia y en China todo terminó en el poder de las mafias. La experiencia estalinista nacional y popular transitaba hacia el mismo destino. Habría rusos y chinos parecidos a Cristóbal y Lázaro, esos mandaban, y también un diario -Pradva- que explicaba las bondades de la revolución. Esos aplaudían, “casas más, casas menos, igualito a mi Santiago” diría el poeta.

En nuestra sociedad quedaron vigentes dos propuestas de “derecha”: la de Scioli, detrás de quien se ocultaba la peor y más corrupta burocracia, y la de Macri, que es una derecha democrática que piensa como vive. Hay muchos gerentes que me generan bronca por sus limitaciones mentales de ejecutivos -claro que algunos burócratas delincuentes explicando los avances desde su obediencia a discursos llamativamente incoherentes, eso sí me obligaba a enfrentarlos.

Martinez de Hoz ponía un banco o una financiera en cada esquina, hijos de una oligarquía parasitaria sólo conocían el negocio de la renta. Cavallo y Dromi imaginaban con Menem que privatizando el Estado estaban convocando a la bonanza. Y los Kirchner se enamoraron del juego, la obra pública, ambos para ellos y el empleo del Estado para la burocracia propia y el subsidio para el caído del sistema. Fue un típico modelo de señor feudal que impuso la novedad de convocar a las agonizantes izquierdas y convertirlas en su defensora a cambio de una cuota secundaria de poder.

Ahora Macri sueña con las inversiones; en rigor usan la palabrita abrochada a otro concepto que quedaría así: “inversión extranjera”. Nuestra tierra es muy buena para hacer fortuna pero a nadie se le ocurre guardarla por estos lados. La supuesta maravilla de la inversión casi siempre viene a comprar lo que ya tenemos y terminamos como Cavallo, todo igual pero en manos extranjeras y más endeudados que antes.

Las sociedades se piensan, no son el fruto del despliegue de las ambiciones de los ricos. El Estado debe tener objetivos, quienes gobiernan necesitan proponer un proyecto tomando en cuenta todos los elementos en juego desde las capacidades a las necesidades. Si Japón o los países de Europa se hubieran manejado como nosotros ya habrían desaparecido del mapa. No logramos una dirigencia que ponga las necesidades colectivas por encima de sus ambiciones individuales. En rigor, hasta hoy no tenemos dirigencia con decisión de trascender.

Cada supermercado elimina decenas de pequeños y medianos comerciantes, cada cadena de farmacias, confiterías, librerías y hasta quioscos va disolviendo las redes sociales y convirtiendo clase media con iniciativa en clase baja dependiente de capitales concentrados. Los ferrocarriles y las eléctricas fueron “privatizaciones falsas para concentrar subsidios y corrupción”. Somos capaces de exigirle a los que apenas llegan a fin de mes sin siquiera revisar los números de las grandes empresas que no compiten con nadie que sólo nos esquilman a todos. ¿Y los peajes? Eran para invertir en rutas y terminaron en manos de vivos que cortan el pasto. El capitalismo tiene dos enemigos, el tamaño desmesurado del Estado y la concentración ilimitada de lo privado.

A veces la inversión genera trabajo; otras –muchas- lo destruye. A veces el subsidio ayuda al necesitado, otras –muchas- lo convierte en un marginal de la cultura del trabajo. El subsidio sin conciencia social termina generando clientela electoral para las burocracias que parasitan la pobreza. Mucho de eso es lo que hizo el kirchnerismo, los colectivos que acompañan sus encuentros son una muestra que desnuda su vocación de burocracia que vive de los necesitados.

Llegamos a fabricar aviones, desde ya vagones; los dos últimos gobiernos compraron hasta los durmientes, la comisión de comprar afuera era más atractiva que el trabajo que se generaría adentro.

El autoritarismo burocrático kirchnerista es un nivel de conciencia más atrasado y retrogrado que todas las limitaciones gerenciales y empresarias que muestre el macrismo. Si hubiera ganado Scioli con los burócratas pseudo-izquierdistas pero enamorados del poder y el dinero, si eso hubiera sucedido, es complicado imaginar donde andaríamos ahora. Estamos en un gobierno democrático y conservador. Es el mejor camino hacia un progresismo en serio -de verdad- como tienen los uruguayos o los chilenos, izquierdas democráticas, progresismos sin fanatismos; en fin, sociedades que avanzan sin necesidad de dedicarse a cultivar la enfermedad de la confrontación.

Necesitamos crear trabajo y eso implica forjar entre todos un proyecto de sociedad. Para los liberales esto es un exceso de prospectiva, para los que por suerte se fueron, una excusa para someter a los que piensan distinto. Pero estamos necesitando pensar juntos, al menos los que no tenemos dogmas ni jefes absolutos, los que creemos en las instituciones. Solo entonces encontraremos como integrar a los caídos, que son muchos, demasiados.

Cuando la intermediación derrota a la producción nacional, entramos en una etapa de retroceso y decadencia. El comercio no da un modelo de sociedad, propone tan sólo una estructura de negocios. Bancos ricos y ciudadanos pobres. El problema no es la supuesta inversión, necesitamos repensar nuestra realidad y que la riqueza vuelva a distribuirse de manera más equitativa. Cuando el Estado no les pone límite a los ricos estos terminan siempre siendo grandes fabricantes de pobres.

El poder político vs. el poder económico

En las sociedades con estados débiles, las grandes empresas intentan imponerse a todo, incluso al poder del gobierno de turno. Desde la Dictadura, y acrecentado por Carlos Menem con su dupla de delanteros Domingo Cavallo-Roberto Dromi, hay dos fenómenos que nos conducen al atraso: la desnacionalización de las empresas y la concentración y la expansión de las corporaciones. La nefasta Dictadura tenía la consigna: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”. Claro que en esa definición quedaba de manifiesto que el Estado somos todos y la supuesta nación son sólo ellos.

Mientras el Estado no imponga su poder por sobre las corporaciones, los ciudadanos estamos sometidos a una lenta agonía en decadencia. Pocos países del mundo hubieran permitido que los laboratorios subieran más de un veinte por ciento sus productos sólo para cubrirse en la demencia de su ambición. Lo mismo podemos decir de los supermercados y demás poderes concentrados. Vino un Gobierno que se acerca a sus ideas, si es que usan esos vicios y se largan como salvajes a la desmesura. El Gobierno tiene una parte boba o atontada que imagina que existen las leyes de la mano invisible del mercado. Los privados le hacen un corte de manga, lógica reacción de los mercados. Nuestro capitalismo es salvaje. Los buenos fueron a la quiebra por creer en el sistema, los sobrevivientes son el hampa de la ganancia, no tienen ley ni señor y si Mauricio Macri no asume que nada les importa del conjunto, va a terminar debilitado por aquellos mismos a los que intenta o imagina representar. Continuar leyendo

El ejército burocrático que dejó el kirchnerismo

Perón solía decir que “las instituciones no son ni buenas ni malas, dependen de los hombres que las integran”. Y ese concepto nos sirve y mucho para entender la relación de la sociedad con la política, en su mayor parte integrada por individuos que son virtuosos para hacerse del cargo pero sin mérito alguno como para convencer a la sociedad de su derecho a ocuparlo. El sistema fue deteriorando la imagen de los distintos lugares que permite ejercer la democracia. Los personalismos de los jefes fueron imponiendo la obediencia como virtud esencial para ocupar los cargos, así se fueron degradando ante la imagen de la sociedad los Gobernadores y los Intendentes, los Legisladores y los Ministros. Lentamente, la virtud esencial del funcionario se convirtió en la lealtad al mandamás de turno y la pasión por el aplauso ocupo el lugar del talento. Finalmente, no se entendía si cada uno reivindicaba sus coincidencias con el que mandaba o entendía que su humillación frente a la voluntad ajena era una virtud en sí misma.

En esa cadena de obediencias y obsecuencias, los cargos parecían arrastrar el prestigio de sus portadores en lugar de ser motivo del honor de los mismos. Los funcionarios llevaban la obediencia a niveles donde entregaban su misma dignidad, la obediencia de los diputados y senadores dejaba sin sentido la misma institución parlamentaria. Durante la Ley de Medios fui invitado a emitir mi opinión en el honorable Senado, consulté a algunos Senadores sobre su derecho a modificar parte de la ley; me respondieron que carecían de poder para ejercer su opinión. Me negué a hacer uso de la palabra. Carecía de sentido hacerlo si ya nada podía ser modificado y resultaba lastimoso escuchar a representantes del pueblo expresar sin vergüenza alguna su obediencia al poder de turno. Luego venía la eterna pregunta: ¿qué los obliga a semejante humillación personal? Quedaba flotando la duda de que el Estado era testigo de algunas debilidades de los Legisladores y los amenazaba con hacerlo público. Ese sistema fue utilizado hasta el cansancio, los servicios de informaciones eran testigos de algunos negociados y lograban que la amenaza de denunciarlos convirtiera al personaje en un voto cantado obediente al poder de turno.

En nuestra sociedad la política se convirtió en un camino al enriquecimiento económico con el consecuente deterioro de la imagen del funcionario. Los negocios se fueron imponiendo a las ideas, para algunos -demasiados- pensar en política terminaba siendo una molestia al pragmatismo impuesto por los grandes negocios. No era ya la discusión sobre la Justicia distributiva que cambie el perfil de la sociedad, era tan sólo la desmesura de las ambiciones que imponían una concepción del poder donde el Estado terminaba siendo un instrumento para la concentración económica que justificaba su existencia a partir de realizar una distribución de pequeñas rentas para la sobrevivencia de los caídos por el mismo ejercicio de dicha concentración.

En ese patético panorama, los beneficios de ocupar algún lugar eran vistos como el principal objetivo para salvarse de la jungla de los abandonados a sus propios esfuerzos. Así el Estado se fue convirtiendo en una enorme “Arca de Noé”, donde quienes lograran abordarla estaban salvados de los riesgos de las aguas violentas que implicaba la dura realidad.

Nada dejaba más al desnudo su desprecio por la democracia que la desesperación por ocupar cargos y funciones más allá de los mismos límites que marcaban el tiempo de sus votos. Hasta algunos se dirigían a sus posibles votantes convencidos de que imponer sus voluntades aportaba más votantes por miedo que el mismo intento de la convicción de la razón.

Los empleos estatales se multiplicaron al infinito, en paralelo a los impuestos que debían pagar los agonizantes sectores productivos para sostener semejante ejército burocrático. La mayoría de los edificios públicos no resistiría el peso de sus supuestos empleados si intentaran ocuparlos al unísono. Así las cosas, toda voluntad burocrática ocuparía el lugar de la izquierda y todo cuestionamiento a los mismos el oscuro lugar de las derechas.

Ahora está naciendo una nueva etapa. Es mucho lo que estamos superando, al menos la demencia y la obsecuencia dejara de pertenecer al campo del progreso. Son muchos los cambios y el mero hecho de salir de la confrontación entre enemigos que se odian a la convivencia entre adversarios que se respetan, con eso solo ya ingresamos a un futuro más promisorio. Pero no podemos olvidar que cerca estuvimos en caer en lo peor, que esa memoria nos obligue a hacernos cargos de nuestra responsabilidad política. Es imprescindible.

Versatilidad y decadencia de los oficialistas

Son muchos, demasiados, los que acomodan el alma al gobierno de turno y además, luchan en pos de acercarse como si fuera la causa que esperaban desde siempre. Deberían constituirse en fuerza política. Son mayoría. Molestan a los verdaderos creyentes, a los que esperan algo nuevo que los sorprenda y que terminan agredidos por una nueva caterva de depredadores. Son demasiados pocos los inocentes que no aceptan convertirse en los oficialistas de la primera hora, porque como todo el mundo sabe, todo oficialista se inventa un pasado para pertenecer siempre a la primera hora.

Con la crisis de la industria y las complicaciones del agro, el oficialismo es sin lugar a dudas el comercio más rentable que transita el presente. Si pudiéramos contar los ricos, los nuevos ricos, desde la llegada de las democracias hasta ahora -los ricos que engendró la política- tendríamos una línea de crecimiento notable con un incremento constante de cantidades tanto de personas como de fortunas. El ladri-oficialismo es ya una profesión, no tardará mucho hasta que la dicten como carrera en las mejores universidades, incluyendo como docentes a los rectores y decanos que participan en la primera fila del enriquecimiento nacional y popular. Eso queda claro: nacional y popular sustituye al anticuado título de antecedentes intelectuales y morales.

Los empleados públicos innecesarios se multiplicaron para poder aplaudir y votar al “modelo”, especie basada en el uso del poder al servicio del negocio y defendido por viejos y oxidados revolucionarios. Antiguos rebeldes hoy actúan como oficialistas conversos, ayer se imaginaban sublevando multitudes y hoy las acomodan a los complejos recovecos del discurso presidencial. Y me explican de qué lado está el mal, ese que ayer encontraban en los gobiernos y hoy, carguito mediante, lograron ubicar en los no creyentes del supuesto “modelo”. Queda claro que no aprendieron filosofía, dados, timba y la poesía cruel en un Cafetín de Buenos Aires sino en una biblioteca con una Carta Abierta que intentaba convencernos que el kirchnerismo es revolucionario porque les otorgó un pedazo de poder a los que, de jóvenes, eran implacables y ahora cambian pasado presentable por presente abominable. Y llegó el momento en el que Scioli deje de asustarlos para convertirse en el nuevo líder de los intelectuales oficialistas.

Oficialistas: el peronismo es una gran ayuda, les otorga una identidad parecida a llamarse “camaleón”, una naturaleza que los adapta a la coyuntura sin tensiones. Eran peronistas de Menem y luego lo fueron de Duhalde, y como eso duró poco y lo de los Kirchner fue matrimonial y por lo tanto semejante a una cama de dos plazas, ellos siguen en la digna línea de oficialistas peronistas. Cuidado, primero oficialistas, después viene el decorado, el recuerdo de una historia que fue larga y entonces uno toma el momento que se le ocurre, hay para todos los gustos.

Gobernadores, intendentes, embajadores, legisladores, durando están. Duran porque aplauden, aplauden porque es gratis y el cargo es pago. O el negocio, o los negocios. Acomodan parientes y amigos, al módico precio de interpretar la lucidez del de arriba. Se olvidan de explicar que el que estaba ayer , hoy es culpable de los defectos que antes fueron aplaudidas virtudes de su tiempo de gloria. No es común entre divorciados referirse a las virtudes de los ex, no permiten justificar los amores tan puros de la nueva pareja. Y ahora se termina una genia y viene otro que, en todos los casos nos va a costar- y mucho- inventarle trascendencia histórica; pero no veo a ningún oficialista preocupado. Esperen que gane el que gane y el aplauso surgirá solo, auténtico, sentido, vibrante. El poder se expresa en un auditorio cuya acústica es compleja, tanto que mientras el que canta sea el que manda a ninguno se le va a ocurrir que desafina. Ahora sí, apenas cae el telón y la obra se da por terminada, toda vibración discursiva será forjada tan sólo por el genio que nos cante el próximo discurso.

Oficialistas, triunfadores, personajes despreciables, pero triunfadores, fruto amargo de una sociedad que admira al ganador como portador sano de la única virtud con vigencia. Después, cada uno la cuenta a su manera, si hasta alguno me cuenta en secreto murmullo sus disidencias, por si acaso yo le fuera útil para la próxima función de oficialista. Solo duele un detalle: mientras ganen ellos, implica que perdemos todos. Y en eso estamos. Y el porcentaje de oficialistas no lo mide el INDEC pero es el índice más claro de la decadencia de una sociedad. Y nosotros tenemos multitudes.

La política como sistema prebendario

Hay una etapa del ejercicio del poder donde la corrupción ocupa el lugar de lo casual, de lo excepcional. La estructura aísla al corrupto como la parte enferma de esa sociedad. Luego, la evolución puede eliminar o multiplicar los datos y los ejemplos de quienes utilizan el Estado para su propio beneficio. Finalmente, en los gobiernos que se enamoran del uso y la ocupación del poder -siempre- el enriquecimiento de sus miembros se va convirtiendo en parte esencial de la ambición por permanecer.

La razón que define al gobierno se puede componer de pensadores políticos signados por la voluntad de mejorar la sociedad o por ambiciosos impunes que manejan la corrupción intentando evitar el riesgo de ser alcanzados por la Justicia. Desde el retorno de la democracia, la figura del operador político fue expulsando al político de vocación: el negocio se impuso a las ideas. El personalismo eliminó al partido, el obsecuente expulsó al disidente, el coimero se impuso al soñador. La lealtad al poder de turno fue una manera de seleccionar a los peores, el coimero fue elegido por su necesidad de oficialismo al servicio de su impunidad. La corrupción se ocupó de expulsar la disidencia, robar estuvo permitido para evitar y superar el pecado de criticar.

Dicen compartir ideas, pensamientos, pasados, cuando lo que realmente comparten son los beneficios del poder y los termina uniendo la complicidad. Están los que se enriquecen sin límites, esos vendrían a ser los triunfadores, los jefes. Están también los que se acomodan ellos y logran ir acomodando a parientes y amigos; esos ocupan el lugar de la degradación del militante. En los tiempos de militantes, trabajábamos en lo privado y aportábamos a la política. Eso duró años y nos templó en la lucha. Luego el Estado amontona empleados y funcionarios y convirtió a la política en una forma de evitar las inclemencias de la realidad. Por fuera del Estado, la miseria impone sus reglas, la corrupción no la resuelve, se conforma con negarla en la contabilidad. Los funcionarios no ocultan su ascenso social: algunos lo lucen como si fueran fruto de sus logros, de su talento o de su suerte; otros lo ocultan o al menos lo convierten en festejos privados. Donde ayer hubo coincidencia en las ideas, hoy el factor que los une es la simple complicidad.

Asombra el hecho de que acusen a los que pensamos distinto de estar pagados por el mal, las corporaciones y el imperialismo. Siguiendo con la nefasta teoría de que no puede haber dos demonios, si ellos ocupan el espacio del bien, quedamos el resto ocupando las prebendas del mal. Como la dictadura era genocida, cosa que nadie discute, la guerrilla terminaba siendo lúcida, cosa que sólo ellos pueden intentar sostener. La violencia fue un error del pasado; la obsecuencia al poder de turno parece en muchos casos convertirse en la manera de resolver las equivocaciones del ayer. En ambos casos somos parte de una generación que fue más lo que dañó a la sociedad que lo que la ayudó. Los daños son duras marcas en la integración social, marcas cuya responsabilidad compartimos con la enfermiza ambición de los adoradores del mercado. Los extremismos nos hicieron retroceder. Entre la violencia de una izquierda que no podría jamás imponer el socialismo y se termina conformando con degradar el capitalismo y la impunidad de un liberalismo económico que cree que sólo la ambición es el motor de la historia; entre estas dos demencias se debate nuestra frustración.

Antes, las mesas de los bares y restaurantes nos convocaban para compartir ideas. Ahora, uno ya ni los ve, eligen lugares más elegantes y solitarios, prefieren hoteles para extranjeros ricos donde se encuentran para hablar de negocios. Los empresarios expresan que la corrupción es solo por el exceso de los retornos exigidos, como si la ética ocupara el lugar del porcentaje, pero no imaginan un gobierno sin ellos. En rigor, mientras el dinero sea lo más importante, ellos tienen la seguridad de poder imponer su ley.

Concebir al dinero como la esencia del poder implica siempre ingresar al mundo del atraso. Una sociedad que no tiene una clase dirigente, entendida como un sector decidido a pensar el país más allá de sus propios intereses, es una sociedad que cae fácilmente en la tentación del personalismo que sustituye a las instituciones. Eso es el kirchnerismo, un simple sistema prebendario donde la lealtad al poder de turno sustituye las obligaciones que imponen la ley y las instituciones. Perón decía que sólo la organización vence al tiempo y al número; lo planteaba para que con él se terminara el personalismo. Son tan ortodoxos que prefieren heredar a Stalin. Cosas de los ortodoxos.

Pelear contra el oportunismo y la obsecuencia

Tuve un problema de salud recientemente. Recurrí primero a Malvinas Argentinas, donde me atendieron médicos idóneos y me diagnosticaron. Mi obra social incluía el Sanatorio Anchorena, no la había utilizado nunca. Allí fui tratado muy bien y el médico que me dio de alta al ver mis estudios me contó que había hecho su especialización en Malvinas. Hace tiempo que hablando con mi amigo y compañero Jesús Cariglino lo interrogué sobre cómo había construido semejante estructura sanitaria, social y administrativa, y terminamos convirtiendo nuestro diálogo en libro. Tardé en darme cuenta que viviendo en pleno centro había confiado un tema de salud que me asustaba en una estructura del conurbano. No era solo conocimiento personal, eran dueños de un prestigio científico indiscutible y socialmente compartido.

Cariglino puede ser amontonado entre los “barones del conurbano”, pero en rigor no tiene nada que ver con ellos. Enfrentó a la Presidenta en el 2011, en la plenitud de su poder, y logró triunfar contra el oportunismo y la obsecuencia. Y fue el único, o sea que además de la obra es dueño de su propio pensamiento. Y con todos estos años con el poder oficial en contra, logró continuar su obra, mientras muchos obsecuentes convertían sus beneficios oficiales en clientela electoral y deterioro social.

Somos fanáticos del fútbol y conocemos a fondo las virtudes y defectos de cada jugador, somos displicentes en política y decimos barones, peronistas o políticos como si todos fueran iguales. Y así nos va. Lo mismo nos pasa con cada uno de los candidatos. La política es un arte de sutilezas, no podemos convertirla en un pintura de brocha gorda. Tucumán y Jujuy nos muestran el rumbo de la peor política, de aquellos lugares donde la decadencia se instala y además se desarrolla, donde hace tiempo que la degradación de la dirigencia se va convirtiendo en degradación de la misma sociedad.

Uno puede votar o no a un candidato, pero además debería conocerlo y poder hablar de su gestión. Nadie puede negar el avance económico que los Rodriguez Saá implicaron para San Luis, tan evidente como el atraso que Gildo Infrán implantó en Formosa. Hay gobernadores y legisladores que son una verdadera vergüenza para la política, no piensan ni ejecutan, ni opinan otra cosa que no sea adular al oficialismo de turno. El kirchnerismo fue la degradación de la política en obediencia, y los que no tienen otra forma de vivir que el oficialismo es normalmente porque no sirven para nada. Para poder enfrentar al oficialismo actual, enfermo de personalismo e impunidad, para poder hacerlo había que tener obra y no ser vulnerable a la obsecuencia de sus servicios de informaciones. Lo mismo paso en el sindicalismo, donde un sector decadente se convirtió en mero administrador del sistema de obras sociales dejando siquiera de opinar de política.

Escuché a un personaje de La Campora que va a salir a enfrentar a Cariglino. Nadie tiene que quedarse para siempre, pero esa agrupación es ahora tan solo una expresión del peor atraso. Usan el Estado para ganar elecciones, aprenden de la Presidenta que quiere seguir ganando votos usando la cadena oficial. Y nadie todavía se anima a decirle la verdad, no se atreven a avisarle que sus enojos están más cerca de espantar votos que de seducirlos.

El kirchnerismo agoniza como intento de totalitarismo sin otro sentido que el de satisfacer la ambición de un grupo más parecido a una secta que a una fuerza política. La Presidenta no quiere a nadie, ni al candidato que ella misma eligió. Nos recuerda a Menem, que trabajaba para impedir el triunfo de Duhalde. Scioli todavía no nos dice si va a ser un candidato o un simple delegado. Se retira Cristina y no van a tener más mayoría absoluta, por suerte la democracia se está recuperando. Y salgo en defensa de Cariglino como un símbolo de los que pelearon cuando nadie lo hacía y además porque su gestión es digna de ser rescatada. Obra y rebeldía, dos temas tan escasos que merecen ser respetados.

Una democracia deshonrada por burócratas del delito

A veces uno intenta olvidar lo peor. Nosotros necesitamos hacerlo. La triste y oscura imagen de Venezuela, de una sociedad donde pudieron degradar al disidente, al que piensa distinto, fue el sueño de demasiados kirchneristas y la pesadilla de demasiados argentinos. Podemos decir que sus cerebros eran restos oscuros de izquierdas degradadas, ésas que encontraron en Kirchner un socio para canalizar sus resentimientos.

Escribieron un libro contra el Cardenal Bergoglio, soñando instalar en la Iglesia un hombre débil que dependiera del oficialismo. Si desarmaban la resistencia de la curia romana ya habrían avanzado mucho. Acompañaron la jugada con el ataque a los medios opositores, también con la idea de degradar a los independientes, de desarrollar obsecuentes, de terminar comprando y manejando a todos. La ley de Medios fue pensada para un gobierno que se soñaba quedando para siempre. En el juego del poder absoluto buscaron una CGT propia y la forjaron en torno a individuos en su mayoría con historias oscuras a los que amenazaban con denunciar.

Intentaron quedarse con todo lo que no manejaban, desde la Feria del Libro hasta la Sociedad Rural.

La ley de Medios y los servicios de informaciones, dos pilares del falso izquierdismo de corruptos dedicados a la explotación de la obra pública. Ya habían degradado el Congreso a cambio de negocios con todos los que lo convertían en una simple escribanía. Y el proceso continuó por la degradación de la Justicia, con esa historia triste y oscura de “Justicia legitima”, según la cual ellos nos devolverían una manera de enfrentar el delito ajeno respetando siempre el derecho a ejercer el propio del grupo gobernante.

Fue un intento de “ir por todo”, el final de la democracia sustituida por un grupo de burócratas cercanos al delito pero ocultos bajo el disfraz de una supuesta revolución. El adversario degradado en enemigo, el disidente convertido en traidor, el obediente aplaudido como supuesto “militante”. La libertad retrocediendo ante la impunidad y el miedo a que se instalen para siempre.

Esa invasión de los peores dejó al desnudo la debilidad de nuestra sociedad, demasiados oportunistas defendiendo sus negocios y sus cargos, demasiados inocentes confundiendo la degradación con una ideología justiciera. El kirchnerismo terminó siendo una enfermedad pasajera de la democracia, una convocatoria a lo peor de la sociedad. Marxismo devaluado para una propuesta de partido único; el otro, el que votan los otros, ese debe ser la derecha y el mal. Es la única manera de poder instalar e imponer el absurdo de que los que se apropiaron del Estado en su beneficio sean vistos como parte del bien.

Vienen perdiendo la partida: atacaron al Cardenal y lo ayudaron a llegar a Papa; se cansaron de atacar a Scioli y lo convirtieron en el único candidato; atacaron a medios hasta convertirlos en líderes de audiencia y si ahora se la agarran con Macri. Uno podría llegar a imaginar que les pagan por esos oscuros servicios, no suelen hacer nada gratis. Scioli no se animó a visitar la Rural pero concurrió a Clarín, los pilares de una ridícula supuesta ideología van cayendo sin pena ni gloria.

“Los inmorales nos han igualado” decía Discepolín. Con esta invasión que sufrimos con el kirchnerismo, el poeta se quedó corto. Los inmorales nos superaron por mucho, por demasiado.

Plan de retirada K: cambiar jueces por cómplices

La elección de Daniel Scioli deja al kirchnerismo al desnudo,  con el pragmatismo y la ambición que los acompaña desde siempre pero sin las pretensiones de derechos humanos y sueños revolucionarios.

Eligen a Scioli para poder sobrevivir, instalan al oscuro Chino Zannini para dejar una muestra de supuesta dignidad.  Nunca fueron otra cosa, pero ahora la ambición corre el riesgo de perder la cobertura  de las pretensiones transformadoras.  Llegan al final de su ciclo tratando de eliminar a los jueces para sustituirlos por sus propios cómplices.  Y entonces aparece el hablador de lenguas incomprensibles, Horacio González, a explicarnos que él o ellos – los del oficialismo a la carta – fueron rebeldes. Una maravilla.  No sé si el más indigno es González o Ricardo Forster, quien ya anuncia que Scioli lo va a sorprender, abrazando el cargo de desarrollar el catecismo oficialista.

Intelectuales sin ideas ni rebeldías, apoyo al poder de turno a cambio de espacios en las áreas secundarias del proceso de destrucción de las instituciones. Alguna vez Europa cobijó  los comités contra el fascismo. Luego se tomó conciencia que lo de Stalin no era más suave y nosotros pudimos comprobar cómo supuestos pensadores proporcionaban impunidad a un gobierno mucho más caracterizado por el juego y la corrupción que por la integración social. Hemos terminado reduciendo la pobreza y la miseria a una bizantina discusión de maneras de medir la enfermedad, cuando con sólo salir a la calle la realidad nos lastima sin contemplación. El kirchnerismo es un sistema corrupto de poder que convocó  a viejos restos de izquierdas fracasadas a defender sus impunidades.

Las encuestas se ocupan de dibujar futuros, la frustración nos acompaña a la absoluta mayoría. Algunos tienen miedo pero casi todos compartimos el amargo sabor del fracaso. Los discursos apabullan pero no alcanzan para tapar la realidad. El kirchnerismo, a pesar de sus pretensiones fundacionales, no fue más que la continuidad del menemismo en versión de pretendido compromiso social. Un discurso de la Presidenta no deja de ser una acumulación de lugares comunes con agresión a los que piensan distinto, y es siempre una convocatoria a transgredir los límites de la democracia.  Hay una minoría dirigente que se enriquece sin límites mientras discute los índices de la realidad, una masa enorme de necesitados que parecen depender de la voluntad oficial de ayudarlos y una gran cantidad de sectores de clase media que ven cómo se empobrecen a diario tanto sus ingresos como las mismas instituciones en las que ayer soñaron descansar.

La Presidenta se enamora de los resabios del comunismo de ayer, que son hoy Rusia y China. Imagina que donde se ha logrado limitar la democracia y la libertad se avanzó en la Justicia. Uno no imagina si esa elección de socios flojos de instituciones democráticas es para compartir la sustitución de las instituciones por las mafias.  Hay algo que define el núcleo duro del kirchnerismo y es la mediocridad e impunidad de sus integrantes.  Pero también hay datos que marcan la decadencia de nuestra sociedad  y es la cantidad de políticos, sindicalistas y empresarios que dicen en privado lo que jamás se atreverían a reproducir en público.

Lo peor del kirchnerismo agoniza, cualquiera que gane la elección pareciera ser menos enamorado de la perversión.  La pregunta que hoy se impone es si para nuestra sociedad el manejo delictivo de la Justicia es un detalle para entendidos o si lastima las posibilidades del candidato oficial. Scioli necesita votos no oficialistas, Macri necesita votos que mantienen el miedo al ajuste. Pareciera que Scioli necesita tomar distancia de la demencia oficialista tanto como Macri lo necesita del pasado liberal de mercado. No tenemos hoy un candidato cuyo talento se imponga fácil a su contendiente. Tampoco le ponemos expectativa al futuro, esta vez sí que no nos van a defraudar. Pero la sociedad se está tensando, el castigo social a los nefastos se vuelve cada día más vigente, los medios y la calle van ocupando espacios que abandona la Justicia degradada por el oficialismo. Van perdiendo algunas provincias, retrocediendo en esas fotos donde acompañaban a la Presidenta señalando el futuro, para muchos de nosotros se habían enamorado de la catástrofe.

La impunidad y la delincuencia oficial retroceden sólo frente al voto y la mirada de los ciudadanos. Nos vamos comprometiendo lentamente, ellos retroceden en la misma proporción. Al superar ciertas cuotas de desmesura y pretendidas demencias, queda al desnudo la ambición, los negocios y la mediocridad. Sólo un pueblo atento recupera su destino. Asumamos culpas y participemos en cuanto esté a nuestro alcance para castigar esta decadencia. Sólo le podemos tener miedo al miedo. Tenemos la razón, que retrocedan ellos.

Vigencia y oportunismo

En la semana en la que se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Perón, una reflexión: las herencias mantienen su vigencia mientras los herederos no sean capaces de superar lo que les dejó el que se fue.

La política nacional vive atada al pasado fruto de la falta de talento de los contemporáneos porque en las decadencias los debates son con los que ya no están. El peso de los vivos no alcanza densidad para superar el ayer. Para los radicales esto es más vigente, no encuentran el presente común sino varios caminos divergentes. Para los peronistas el tema es más complicado, participar del poder genera una apariencia de pensamiento vigente aun cuando en nada se parezca al original. El peronismo es un recuerdo que aporta votos. Nadie lee a Perón. En rigor, usan su memoria para denostar sus ideas.

Los Menem buscaban refugio en un liberalismo cuya vigencia era el fruto amargo de confrontar con las políticas peronistas. Los Kirchner desvirtúan la memoria como si los que el General expulsó de la Plaza por violentos e imberbes fueran los triunfadores de la contienda. Pero el poder es rentable y contra semejante verdad poco y nada pueden las ideas. Inventaron un Ezeiza y un Cámpora que nada tuvieron que ver con la realidad. Desarrollaron al límite la teoría de los dos demonios a partir de la cual la culpa siempre la tuvo el otro y abandonar ese principio exigiría entrar en la etapa de la madurez, personal y política. Eso, por ahora, no figura en la agenda de esa gente.

De la crisis engendrada por los Cavallo nos sacaron los peronistas (Lavagna, Sarghini, Pignanelli, Peirano y otros). La Presidenta eligió un joven supuestamente marxista y concretamente inexperto para volver al lugar donde todo retorna como comedia. Perón decía que el ministro de Economía no debía ser un intelectual en estado puro sino alguien que hubiera pagado una quincena, recordando al poeta, “igualito a mi Santiago”. El peronismo nació de las fuerzas productivas, obreros y empresarios. El kirchnerismo enfrenta a los que producen y los persigue con los burócratas que -como bien sabemos- son los únicos más dañinos que los ricos.

La señora Chantal Mouffe escribe reivindicando el hecho de que la supuesta izquierda se dedique a ocupar el Estado, con toda su delicadeza intelectual en la medida que no aclara para qué sirve ese Estado, está haciendo una reivindicación del más puro oportunismo. La viuda de Ernesto Laclau mantiene la concepción de la necesidad del enemigo y le agrega la pasión por el poder, dando por supuesto que la izquierda, el pueblo y la justicia social son parte de un mismo paquete doctrinario. Después de años en el poder, el Gobierno degradó al que iba a mejorar los ferrocarriles, jamás reactivó la construcción de vagones, siguió tirando manteca al techo con la supuesta aerolínea de bandera e invento números según los cuales vivimos en una sociedad que es una maravilla. Parecido al final de Menem, cuando sus personeros decían que faltaban las reformas de segunda generación y luego salieron todos corriendo. Son dos décadas donde se hicieron muchos ricos entre los funcionarios y demasiados pobres entre la sociedad.

En el llano, los partidos expresan la vigencia de las ideas; en el poder, se suele imponer la pasión por los intereses. Nos hablan del peronismo como si les importara otra cosa que los votos que todavía arrastra esa memoria que dista mucho de ser superada. Los discursos y los libros escritos por el General están lejos de ser recordados y aún más lejos de ser comprendidos. El peronismo fue un fenómeno complejo que se instaló por encima de izquierdas y derechas, una concepción nacional de la política que desafió a los que dependían de un pensamiento importado. Fue un producto de fabricación nacional. Algún sociólogo lejano dijo que era “un fascismo de clase baja”. Ponerle una etiqueta europea tranquilizaba conciencias, no era fácil aceptar que los de abajo: cabecitas negras y compleja mezcla de inmigrantes desposeídos, que ellos engendraran una cultura, un pensamiento y una forma de vida demasiado parecida a la barbarie, pero capaz de convocar a pensadores más sofisticados que los importados.

El peronismo fue un fenómeno cultural, la expresión de una identidad social y política de los marginados; lo acusaron siempre de anti democrático siendo el único que ganaba con los votos; lo acusaban los que solo podían llegar al poder por medio de los golpes, los que no soportaban que mandaran los de abajo. El peronismo es el fruto de una forja donde los vencidos se volvieron vencedores, de un fenómeno donde el pueblo muestra ser el único capaz de enamorarse de ideales .Los otros, los que soñaron darle su propia mirada de la vida, no soportan tener que asumir la que surge de aquellos a los que a veces no respetaron y muchas veces ni siquiera le reconocieron valor como conciencia colectiva.

El peronismo es tan sólo eso, la conciencia de la multitud, la derrota del individualismo a manos del sentimiento colectivo.

Hubo una violencia peronista, pero era otra cosa que la incitada por Cuba y su marxismo. Los que reivindican a la guerrilla como superior al pueblo trabajador, esos son los nuevos gorilas que supimos conseguir. Esos que intentan desdibujar a Perón imponiendo la memoria de López Rega mientras necesitan ocultar a sus jefes porque son sencillamente impresentables. Esos que salen a defender los Derechos Humanos sin siquiera ser dueños de un pasado que lo sostenga y se esconden detrás de los deudos, como si ellos fueran parte del debate ideológico.

El peronismo fue la causa de los humildes, el kirchnerismo es la causa de los intelectuales y otros jóvenes que triunfan trepando en el Estado. Son dos concepciones antagónicas, por eso el peronismo sigue siendo popular y sus usurpadores simplemente populistas.

Gardel y Perón son lo popular, mejoran con el paso del tiempo; los Menem y los Kirchner son el populismo, al poco tiempo se ponen rancios.