El gran debate nacional

Festejo que estemos inmersos en variados debates democráticos. El Gobierno fue exitoso en algunos de sus proyectos. Claro que llama la atención que demasiados legisladores que lo apoyaron, sellando el fin del kirchnerismo hoy vuelvan a ocupar su espacio opositor. Algunos miembros del Gobierno se refieren a la falta de un rumbo claro como lo nuevo de la política; uno, con Zygmunt Bauman, llegó hasta la noción de realidad líquida. Es muy ocurrente que la ausencia de discurso político se convierta en la marca de la modernidad.

Nuestra sociedad no está dividida entre peronismo o antiperonismo, como pretenden demasiados; a veces pienso que la división principal es entre política y otras especies variadas pero nunca dedicadas a lo esencial. Es cierto que arrastramos graves problemas económicos, tan cierto como que hemos probado todas las teorías y siempre terminamos en una crisis. El gran debate nacional es quién es el culpable del fracaso, lo que no se discute y nos une a todos es asumir que hemos fracasado. La concepción peronista o nacional tuvo vigencia hasta el año 1975, digamos hasta Celestino Rodrigo; el golpe de 1955 no dañó la integración social. Continuar leyendo

Un suceso que demuestra que el kirchnerismo ya no es alternativa

Un viejo sabio me decía siempre: “Se debe mirar el proceso, no el suceso”. Eso a veces cuesta y mucho, es el famoso árbol que nos impide ver el bosque.

Hubo un festejo del Día del Trabajador que dio mucho que hablar y, para mi gusto, poco para pensar. La segunda vuelta fue entre Scioli y Macri, y sucedió algo importante: el derrotado por Macri no se convirtió en la primera minoría sino en el pasado -tan pasado que Ricardo Forster dice que quiere el fracaso del Gobierno. Debe imaginar -como algunos perdidos en la noche de la política- que si Macri se equivoca vuelve Cristina.

El acto del Día del Trabajador fue positivo porque mostró que el kirchnerismo ya no es una alternativa de la política nacional. Los discursos fueron mesurados y el centro del poder quedó en manos del anti-kirchnerismo, un buen dato para la democracia. Estamos atravesando un momento difícil, por eso tantos se refieren a la orilla de la que partimos con miedo al retorno, porque no ven todavía el horizonte al que nos quieren llevar. Los sectores trabajadores mayoritarios, los obreros de verdad, no se engancharon nunca con el kirchnerismo, que con esa estructura de clase media intelectual y resentida eran tan retrógrados que reivindicaban todavía la lucha de clases. El peronismo, o lo que queda de él, al menos no tiene nada de clasista y eso es importante. El acto fue masivo y fruto de una necesidad de la dirigencia sindical que sufre a diario la tensión y las exigencias de sus afiliados.

Esto no es soplar y hacer botellas; Cristina dejó una herencia nefasta, pero eso no justifica a Mauricio Macri subsidiar a las empresas petroleras con la excusa de ayudar a sus trabajadores. Los grandes grupos concentrados no son como los sindicalistas -no salen a la calle- pero vacían los bancos y nos saquean a diario. No estamos planteando un socialismo, solo que si no le ponemos un límite a la concentración económica esta sociedad va a sufrir demasiado. Macri no entiende que la principal función del Estado capitalista es defender los derechos de los más débiles y que el enemigo de los ciudadanos son los grandes grupos concentrados, esos que apenas vieron dólares en el mercado se los llevaron corriendo.

El sindicalismo actúa en nuestra sociedad como el partido de centro-izquierda que no tenemos. Aquello que intentó ser el radicalismo y luego la Alianza -que finalmente quedó en la nada- hoy lo expresan los sindicatos con rostros un poco más morochos. Aceptemos que llevamos dos décadas de retroceso y las dos en nombre del peronismo. La primera con Menem enamorado de los liberales y la segunda con los Kirchner con amantes marxistas. Dos décadas de retroceso en todo sentido, en patrimonio nacional e integración social, en educación y vivienda, en trenes y hospitales, en salud y donde queramos mirar. Somos una sociedad que viene retrocediendo desde los 70, que estuvo integrada como ninguna otra en el continente hasta el golpe del 76, y que luego fue acumulando fracasos en todos sus sectores.

El relato de Cristina era con mucho odio y discutible justicia, pero el discurso de Macri todavía no logra surgir, no atraviesa la barrera de los gerentes y los asesores, no logra la vitalidad necesaria para enamorar o al menos convencer. Estamos viviendo algo muy avanzado en relación al autoritarismo derrotado, recuperamos la democracia y comenzamos a discutir con pasión pero sin dogmatismos. Debemos entonces asumir la dimensión de la crisis y no caer en simplificaciones, no imaginar que con sólo combatir la corrupción tenemos un futuro digno. Necesitamos revisar la distribución de la riqueza en nuestra sociedad, producimos lo necesario para vivir todos con dignidad, pero hemos permitido concentraciones económicas que son antagónicas con la misma esencia de la democracia. Un capitalismo con dispersión de propietarios funciona; uno de avance desmedido de la concentración simplemente termina estallando.

Hay muchos enojados, imaginaban que Cristina se llevaba puesto al peronismo. Se equivocaron, era solo una limitación, un tope de izquierda aburrida. El acto sindical fue el estallido de alegría de una clase trabajadora que volvía, un poco burocrática, pero hasta el momento, absolutamente leal a sus representados. No son clasistas, no lo necesitan, ellos son en serio la expresión de su clase, la columna vertebral del peronismo. Y buena parte de ellos enfrento con valentía al autoritarismo kirchnerista, no recuerdo a ningún empresario compartiendo esa digna trinchera.

Los supermercados y los laboratorios, y cada una de las grandes telefónicas o empresas de cable, eléctricas o concesiones de peaje, todo ese invento que prometía inversiones y terminó en saqueo, todo eso debe ser revisado. El menemismo regaló propiedades y generó más deuda mientras que el kirchnerismo duplicó el juego y los empleados públicos; ambos lo hicieron en nombre del peronismo, pero en rigor eran sólo señores feudales portadores del virus del atraso.

Mauricio Macri tiene el apoyo de la gran mayoría, aún de muchos de los que salieron a festejar el Día de los Trabajadores, pero necesita asumir que si no impone el poder del Estado sobre los ricos está perdiendo la autoridad que necesita para pedirles sacrificios a los pobres. Los rumbos de la historia no los guían ni los proletarios sublevados ni los mercados inversores, son el fruto maduro de una dirigencia capaz de convocar a la unidad nacional y forjar un futuro entre todos.

No es fácil, al contrario, es muy difícil, pero estemos seguros de que no hay otro camino.

Macri y el desafío de generar trabajo

Una sociedad depende esencialmente de su grado de integración. Los marxistas imaginaron que ese objetivo sólo era posible a través de un Estado y su consecuente burocracia como poder superior. Tuvieron su tiempo de ensayo, parecían comerse al mundo y terminaron atragantados y derrotados en la caída del muro. Recordemos que tuvieron su tiempo de gloria, que el satélite Sputnik y la perra Laika los mostraron avanzando más rápido que el resto. Pero la experiencia terminó en derrota.

La iniciativa privada se mostró mucho más eficiente que la burocracia degradada en “dictadura del proletariado”. En Rusia y en China todo terminó en el poder de las mafias. La experiencia estalinista nacional y popular transitaba hacia el mismo destino. Habría rusos y chinos parecidos a Cristóbal y Lázaro, esos mandaban, y también un diario -Pradva- que explicaba las bondades de la revolución. Esos aplaudían, “casas más, casas menos, igualito a mi Santiago” diría el poeta.

En nuestra sociedad quedaron vigentes dos propuestas de “derecha”: la de Scioli, detrás de quien se ocultaba la peor y más corrupta burocracia, y la de Macri, que es una derecha democrática que piensa como vive. Hay muchos gerentes que me generan bronca por sus limitaciones mentales de ejecutivos -claro que algunos burócratas delincuentes explicando los avances desde su obediencia a discursos llamativamente incoherentes, eso sí me obligaba a enfrentarlos.

Martinez de Hoz ponía un banco o una financiera en cada esquina, hijos de una oligarquía parasitaria sólo conocían el negocio de la renta. Cavallo y Dromi imaginaban con Menem que privatizando el Estado estaban convocando a la bonanza. Y los Kirchner se enamoraron del juego, la obra pública, ambos para ellos y el empleo del Estado para la burocracia propia y el subsidio para el caído del sistema. Fue un típico modelo de señor feudal que impuso la novedad de convocar a las agonizantes izquierdas y convertirlas en su defensora a cambio de una cuota secundaria de poder.

Ahora Macri sueña con las inversiones; en rigor usan la palabrita abrochada a otro concepto que quedaría así: “inversión extranjera”. Nuestra tierra es muy buena para hacer fortuna pero a nadie se le ocurre guardarla por estos lados. La supuesta maravilla de la inversión casi siempre viene a comprar lo que ya tenemos y terminamos como Cavallo, todo igual pero en manos extranjeras y más endeudados que antes.

Las sociedades se piensan, no son el fruto del despliegue de las ambiciones de los ricos. El Estado debe tener objetivos, quienes gobiernan necesitan proponer un proyecto tomando en cuenta todos los elementos en juego desde las capacidades a las necesidades. Si Japón o los países de Europa se hubieran manejado como nosotros ya habrían desaparecido del mapa. No logramos una dirigencia que ponga las necesidades colectivas por encima de sus ambiciones individuales. En rigor, hasta hoy no tenemos dirigencia con decisión de trascender.

Cada supermercado elimina decenas de pequeños y medianos comerciantes, cada cadena de farmacias, confiterías, librerías y hasta quioscos va disolviendo las redes sociales y convirtiendo clase media con iniciativa en clase baja dependiente de capitales concentrados. Los ferrocarriles y las eléctricas fueron “privatizaciones falsas para concentrar subsidios y corrupción”. Somos capaces de exigirle a los que apenas llegan a fin de mes sin siquiera revisar los números de las grandes empresas que no compiten con nadie que sólo nos esquilman a todos. ¿Y los peajes? Eran para invertir en rutas y terminaron en manos de vivos que cortan el pasto. El capitalismo tiene dos enemigos, el tamaño desmesurado del Estado y la concentración ilimitada de lo privado.

A veces la inversión genera trabajo; otras –muchas- lo destruye. A veces el subsidio ayuda al necesitado, otras –muchas- lo convierte en un marginal de la cultura del trabajo. El subsidio sin conciencia social termina generando clientela electoral para las burocracias que parasitan la pobreza. Mucho de eso es lo que hizo el kirchnerismo, los colectivos que acompañan sus encuentros son una muestra que desnuda su vocación de burocracia que vive de los necesitados.

Llegamos a fabricar aviones, desde ya vagones; los dos últimos gobiernos compraron hasta los durmientes, la comisión de comprar afuera era más atractiva que el trabajo que se generaría adentro.

El autoritarismo burocrático kirchnerista es un nivel de conciencia más atrasado y retrogrado que todas las limitaciones gerenciales y empresarias que muestre el macrismo. Si hubiera ganado Scioli con los burócratas pseudo-izquierdistas pero enamorados del poder y el dinero, si eso hubiera sucedido, es complicado imaginar donde andaríamos ahora. Estamos en un gobierno democrático y conservador. Es el mejor camino hacia un progresismo en serio -de verdad- como tienen los uruguayos o los chilenos, izquierdas democráticas, progresismos sin fanatismos; en fin, sociedades que avanzan sin necesidad de dedicarse a cultivar la enfermedad de la confrontación.

Necesitamos crear trabajo y eso implica forjar entre todos un proyecto de sociedad. Para los liberales esto es un exceso de prospectiva, para los que por suerte se fueron, una excusa para someter a los que piensan distinto. Pero estamos necesitando pensar juntos, al menos los que no tenemos dogmas ni jefes absolutos, los que creemos en las instituciones. Solo entonces encontraremos como integrar a los caídos, que son muchos, demasiados.

Cuando la intermediación derrota a la producción nacional, entramos en una etapa de retroceso y decadencia. El comercio no da un modelo de sociedad, propone tan sólo una estructura de negocios. Bancos ricos y ciudadanos pobres. El problema no es la supuesta inversión, necesitamos repensar nuestra realidad y que la riqueza vuelva a distribuirse de manera más equitativa. Cuando el Estado no les pone límite a los ricos estos terminan siempre siendo grandes fabricantes de pobres.

La decadencia de ser kirchnerista

Recuerdo en nuestra juventud cuando los del Partido Comunista y alguna otra variante del marxismo nos aclaraban que si ganaban ellos clausuraban la democracia. Lo contaban y lo copiaban de los países que decían imitar. Era un juego perverso: si ganás vos, te pido libertades y derechos; si gano yo, la cosa cambia, soy dueño de la verdad y te la impongo de manera definitiva. Y uno se quedaba con alguna duda. Ser democrático implica aceptar a todos, pero el limite y es no permitir que jueguen los que no aceptan las reglas.

Algo parecido me pasa con los kirchneristas. Cuando ellos gobernaban no me dejaron pisar la televisión pública -eso sí, no perdieron oportunidad de utilizarla en mi contra-y ahora que fueron derrotados en las elecciones, se hacen los ofendidos y los perseguidos en Radio Nacional y en el canal oficial porque no se los respeta como se debe en una democracia. Uno se queda dudando, si será que tienen algo de razón o si simplemente nos toman de idiotas. Nos corren con el cuento de la Dictadura -digo cuento porque ellos en su mayoría no tuvieron nada de dignos- y se suben a la tribuna la Señora Cristina y el prócer de la amplitud de límites, el doctor Zaffaroni, y nos dan discursos revolucionarios, ellos, abogados que jugaron a los distraídos en la difícil y ahora, en la cómoda, se compraron una patente de heroísmo tardío. La tía Alicia Kirchner estaba colaborando, los Kirchner perseguían deudores, los Zaffaroni juraban por la causa y todos juntos nos explican cómo es el camino del heroísmo.

Y ni hablemos de los del PC, esos que lograron zafar a partir de un pacto con el mundo comunista que trasmitía por Radio Moscú mensajes tan revolucionarios como uno que jamás olvidaré, y decía, “los sectores progresistas de Videla y Viola”.

Y además, andan pidiendo que los Estados Unidos y la Iglesia abran los archivos para ver qué pasaba; eso sí, los que conducían la guerrilla, ellos no tienen ningún archivo que desnudar. Ellos no tienen obligación de nada, ni de autocrítica ni de otro deporte que el de jugar a la víctima. Y lo peor, que en ese juego se mezclan muchos que practicaron el oportunismo de ayer y el de hoy, como  Zaffaroni, cuyas condiciones son tan amplias que le permiten jurar por los principios que el poder imponga en cada momento. Los otros, los que defendemos una causa, esos somos los giles que molestamos a los catedráticos de la agachada.

Ahora vienen con la cantinela que “Macri es de derecha”, como si Scioli fuera la avanzada de la cuarta internacional marxista. Macri es democrático, en consecuencia mucho más avanzado que los kirchneristas, gente además es autoritaria y corrupta. Tanto cacarear con la Ley de Medios y no derogaron un convenio firmado por Domingo Cavallo que les permitía a las empresas de Estados Unidos comprar medios aclarando que nosotros no podíamos hacerlo allá.

La verdad es que, esta gente, cuando gana te oprime y cuando pierde te acusa. Menos mal que el peronismo -o lo que queda de él- se va corriendo, y se quedan solos como fanáticos de una revolución que entienden ellos porque sin duda son los únicos beneficiados.

El kirchnerismo es un partido de burócratas enamorados del poder que no tienen ninguna coherencia ni lógica. Hemos recuperado la democracia, ahora debemos dentro de ella luchar por la justicia social. Y eso no es tarea de fanáticos ni de burócratas, es responsabilidad de una sociedad democrática y de opciones políticas que se respeten.

Perón nos pedía “no sean ni sectarios ni excluyentes”. El viejo era tan visionario que nos estaba previniendo para que no terminemos cayendo en la peor de las decadencias, la de ser kirchneristas.

Una degradación al servicio de los peores delitos

En la vida recorrí demasiadas ideologías, creencias y pasiones. Hubo un ayer donde “la causa” era una pertenencia obligada de una generación de jóvenes dispuestos a transformar el mundo. Católicos o ateos, trotskistas o marxistas, derechas o izquierdas, recorríamos las ideas como el territorio obligado del compromiso político. En el 73, electo diputado, pasé más de un mes en la Cárcel de Trelew, con detenidos que solo encontraban en la violencia la vía al futuro. Acompañé desde allá a los dos primeros aviones de liberados; viví de cerca el conflicto con la democracia de muchos de aquellos que la imaginaban un despreciable rumbo reformista. Tengo horas de charlas y discusiones con militantes románticos más atravesados por la voluntad de entrega cercana al suicidio que por la misma ambición de poder. Eran muchos grupos -algunos pequeños- donde el “Che” Guevara era imitado por demasiados; y luego las infinitas tesis que debatían los caminos hacia la toma del poder.

Nunca acepté el ejercicio de la violencia y tampoco dejé jamás de ayudarlos en sus dificultades, pero nunca en sus demencias. Conservo hoy la amistad de muchos de ellos, de los mejores, los que jugaron fuerte y no cayeron nunca en la tentación de vivir de los recuerdos o encontrar un destino en el simple victimizarse.

Hasta a los del Partido Comunista de otros tiempos, los de en serio, tuve como amigos; a su conducción de entonces, Fernando Nadra, le presenté un libro en plena Dictadura. El sueño de la revolución era un espacio infinito donde todos sabíamos respetarnos y ayudarnos, y también intentar enfrentar los errores. Cuando volvió la democracia ya hubo algunas deserciones, románticos transformados en triunfadores económicos, antiguos guerreros devenidos en ricos ambiciosos. El menemismo se llevará algunos otros, y luego, este triste final del kirchnerismo, ese espacio que arrastra historias pero también lastima y mucho al volverse tan difícil de entender.

Mi comprensión fue amplia, tanto como mi capacidad de asombro. Jamás estuvo en nuestros debates la caída fatal del mundo comunista, solo estaba el peso místico de su expansión ilimitada. El marxismo ateo jamás soñó ser derrotado para siempre por la fe, el Papa y el capitalismo. Pero esa es la realidad, un Presidente del imperio nos visita después de cerrar con su saludo la última etapa del pretendido y agresivo socialismo.

Y en esa apabullante realidad, el kirchnerismo se convierte en una convicción absurda e incomprensible que amontona ambiciones económicas desmesuradas y las mezcla con restos fósiles de lejanas militancias derrotadas. Y ahí si mi comprensión se cierra, es imposible como absurdo imaginar que semejante cambalache de negocios y prebendas pueda terminar ocupando el lugar de suplente del viejo espacio de los sueños de ayer.

Siento que todo fue comprensible y hasta explicable, menos el kirchnerismo, ese me supera por lejos, me deja un aroma a sin razón, o simplemente a mera justificación de un poder permisivo que les dio un lugar a algunos sobrevivientes dispuestos a dejar de lado sus mismos sueños y también la dignidad.

Siempre queda la historia: ni los Kirchner ni sus aliados se jugaron jamás en la difícil, lo permanente fueron los negocios, el juego y la obra pública, y lo casual fueron los derechos humanos, recuperación tardía y deformada que dejó fuera del respeto colectivo a lo más digno que habíamos logrado forjar. Como diría el viejo Discepolín, “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida”. En ese espacio quedaron amontonados viejos sueños con algunos bohemios y mayoritarios personajes hijos de la más espuria escuela de la ambición.

He transitado el desafío de cruzarme en los caminos de muchos apasionados por forjar un mundo nuevo; a muchos los pude llegar a comprender, a otros ni siquiera lo intenté pero jamás deje de respetar y hasta a veces admirar su compromiso, pero al kirchnerismo no le quedó un lugar en mi pretendida amplitud mental. Para mi gusto, lo esencial fueron los negocios, y los discursos tan solo una cobertura de los mismos. Los discursos y las pretensiones progresistas y hasta izquierdistas nunca fueron reales.

Eligieron como enemigo al disidente y se convirtieron en cómplices de todos los negociados. Solo pensar y opinar distinto fue motivo de persecución; el resto, capitales concentrados e injusticias varias, esas no fueron tocadas en la misma medida en que los que saquean suelen hacer silencio para no llamar la atención. Y eso fue el kirchnerismo, al menos para mí, una degradación de la mística al servicio de los peores negociados. El kirchnerismo fue una enfermedad pasajera de la política, oscuro fruto de la peor enfermedad, el autoritarismo, que puede engendrar el poder. Hoy gobierna la centro-derecha y respeta la democracia. Esa y no otra fue la razón por la cual el capitalismo derrotó a sus enemigos. Por eso ganó Macri, por eso lo volvería a votar, y en ese espacio necesitamos exigir y forjar ahora el camino democrático hacia la justicia social. Ese que si hubiera ganado Scioli nunca se habría vuelto posible.

Cristina nos dejó una secta como legado, un conjunto de personas que necesitaban creer en algo, y como toda secta es inmune a la realidad. Los delitos quedan al desnudo, los fanáticos siguen aplaudiendo; es bueno que lo hagan, solo tienen vedado pensar.

Recuperamos el diálogo y la sensatez

No es cierto que el poder corrompa; el poder delata, desnuda. Es el atributo que vuelve trasparente al que lo toca. Y eso viene con un agregado: a su servicio se adapta la gran mayoría de sus fieles seguidores y, tratando de lograr beneficios de la coyuntura, profesan el más brutal oportunismo. En una sociedad con instituciones y convicciones pasajeras los gobiernos se sienten eternos, nacen soñando reelecciones. Y los círculos rojos o los otros, inventan herederos para tocar con la vara del futuro al más mentado mediocre de turno. Omnipotencias coyunturales que terminan en atroces soledades signadas por los fármacos antidepresivos. Si la gloria del mundo es pasajera, la que genera nuestra política sin ideas ni coherencias, sin dignidades ni proyectos, solo es permanente en lo que se puedan llevar para sus cuentas ocultas. Cuando dicen robar para sostener la política, están asumiendo que usan la política solo para poder robar.

La política solo es posible cuando surge una clase dirigente, un grupo de personas dispuestas a trascender la coyuntura, a imponer el destino colectivo por sobre sus intereses individuales. Eso implica asumir que la suma de ambiciones individuales no se convierte en un rumbo colectivo, que solo el Estado puede armonizar las ambiciones con las necesidades. Y eso va mucho más allá que el autoritarismo de las burocracias y el liberalismo de los gerentes. Eso está en el espacio de la política, ese arte del que tanto hablamos y tan poco talento le dedicamos.

Estamos refundando la democracia. Pasar de una cadena oficial sin otro sentido que imponer el autoritarismo a una sociedad donde el debate de ideas nos ha sido devuelto como un símbolo de la libertad, es un avance que todavía no terminamos de valorar. Pasar de la triste dialéctica entre una Presidenta autoritaria en cadena oficial y una tropa de aplaudidores con pasión deportiva a tantos opinando distinto para construir un rumbo común, es mucho más de lo que la mayoría de nosotros soñaba con recuperar. Los votos fueron pocos para definir un cambio que terminó siendo tan profundo que aterra el solo imaginar cómo estaríamos viviendo si hubiera ganado el oficialismo.

Discutí con demasiados mi tesis de que el kirchnerismo era tan solo una enfermedad pasajera del poder no mucho más decadente que el mismo menemismo. Lo malo es que mientras Menem convocaba a la frivolidad, los Kirchner vertebraban corrupción con resentimiento, un atroz capitalismo de amigos acompañado por los restos de viejos revolucionarios dispuestos a abandonar los principios a cambio de las caricias del poder. Y hasta algunos jóvenes imaginaron encontrar en esos desvaríos una noble causa para encausar sus pasiones. Y ahora, en su patético desarme, aparecen los que cuentan los dineros y dirigen los negocios frente a la ausencia de los que pretendían ser portadores y custodios de las ideas.

El kirchnerismo vive la metáfora de un naufragio donde alguien gritó “a los botes” y otro agregó “los oportunistas con cargo y territorio deben subir primero”. Y aquellos que tenían pretensiones de permanencia, al perder el poder por poco, sintieron de pronto que su pretendida identidad los abandonaba para siempre. Y hasta lo patético de tantos diputados y senadores elegidos para votar sin pensar, gente de deslumbrante mediocridad, hasta algunos de ellos terminaron leyendo discursos y repitiendo muletillas que solo servían para dejar en claro que no estaban a la altura del lugar que ocupaban.

La dignidad no es un alimento de consumo masivo entre los ambiciosos, pero sin duda debería llevar fecha de vencimiento. Tomar distancia del kirchnerismo solo después de la derrota muestra en sus cultores una mezcla de velocidad de piernas con carencia de principios. Margarita Stolbitzer tuvo un lugar muy importante en todo este debate. Por suerte no fue la única, pero marcó que para apoyar la cordura no había que ser de derecha, que el verdadero progresismo no puede ignorar la realidad. Y se fueron aislando y desarmando esas mezclas absurdas de oportunistas de siempre con pretendidas izquierdas que apuestan a la vieja y suicida tesis de “agudizar la contradicción”.

Es cierto que Macri es la centroderecha, tanto como que es falso y grotesco imaginar que Cristina y Scioli tenían algo que ver con la centroizquierda. Primero estamos recuperando la democracia, el dialogo y la sensatez; luego estaremos en tiempo de debatir los rumbos ideológicos, esos que no tienen el más mínimo lugar en los paisajes del autoritarismo. Tantos años leyendo a Marx, a Mao y a Perón para terminar aplaudiendo a Cristina, hablan más de una rendición incondicional al oportunismo que del encuentro de una causa noble y digna de ser asumida.

Hay una izquierda justiciera que ocupa el lugar de los sueños y es imprescindible para gestar una sociedad más justa, y un conjunto de resentidos que imaginan que solo por tener un odio uno es propietario de una idea. El peronismo, si sigue teniendo vigencia, lo es solo en aquella propuesta que genera el respeto del que no coincide y opina diferente. El viejo General nos aconsejaba “no ser ni sectarios ni excluyentes”; sé que incito al enojo de muchos si lo interpreto a mi manera, el viejo General también en esto se adelantó a la historia y supo aconsejarnos para que no nos termináramos volviendo kirchneristas. Por no escucharlo nos reencontramos con el error. Sepamos ahora pedir perdón.

El estallido

Desde que tengo uso de  razón escucho cada tanto una amenaza de que “esto no va más” y, en consecuencia, algo va a pasar. Hubo tiempos en que las amenazas eran dos, el dólar y el golpe. Cuando se derrumbó el comunismo, ya no fueron necesarios los militares de derecha y entonces los golpes pasaron de moda. No así la sublevación social, esa que desde el inaugural “Cordobazo” acompañó en las teorizaciones de cuantos marxistas y violentos anduvieran sueltos, y bajo la batuta desafinada del Che Guevara sembraron vientos como si se ignorara el riesgo de terminar cosechando tempestades.  Toda esa mezcla de revolución e infantilismo engendró una interpretación del pasado por la cual, como todo acto de joven irresponsable, el resultado se explique desde la eterna teoría de que la culpa la tuvo el otro.

Y hoy, después de los ensayos de eternidad autoritaria que intentó el kirchnerismo, algunos de sus discípulos se dedican a tensar la cuerda de las dificultades forjando el sueño del fracaso oficialista y el retorno de ellos. Sin duda queda en claro que el sueño kirchnerista es la pesadilla del resto de los ciudadanos. Su pueblo no le votó la reelección a Evo que los deja con una inflación del cuatro por ciento anual y nosotros tenemos que acompañar a Diana Conti en el concepto imaginativo y revolucionario que describe al mal como un invento del nuevo gobierno. Continuar leyendo

El tamaño del Estado y la concentración de lo privado

Voté a Mauricio Macri por su aporte a la democracia; Daniel Scioli expresaba para mi visión todos los delirios de la corrupta burocracia oculta detrás de una simulada mirada progresista.  Y digo “simulada” porque la gran mayoría de sus actores tenía un pasado parecido al del juez Raúl Zaffaroni, a pura dictadura, sin un gesto en la dura (los años oscuros), en la difícil,  para después sobreactuar libertades. Lo pongo como ejemplo de tantos que fueron o de la dictadura o del menemismo y luego se compraron el incoherente verso kirchnerista como si formaran parte de un ejército que enfrentaba a los poderosos.  Intentar sustituir a los capitalistas es tan sólo cambiar de amo y hacer beneficencia nada tiene que ver con el peronismo pero sí está relacionado con sus más claros enemigos con los que se supo enfrentar.

Al llegar a Rosario, uno se asombra viendo cómo, en medio de la  miseria infinita de los barrios de chapas, sobresale el inmenso edificio de un casino que el kirchnerismo nos legó como la foto de su inconscienteMenem era la entrega de todo lo nacional al capital extranjero, los Kirchner fueron el juego y los empleados públicos, que sumado a infinitos subsidios sociales  nos marcaron un duro camino hacia la decadencia. Continuar leyendo

La religión necesita estar por encima de las venganzas políticas

Somos una sociedad deslumbrante, donde todos hablamos en contra de la grieta mientras nos dedicamos a destrozar al que opina distinto. Lo del Papa es maravilloso. Un cardenal que surgió de nosotros es hoy la persona más escuchada del mundo, pero para nosotros es un fracaso. Le cuestionan no haberse convertido en el jefe de la oposición, dicho esto por decenas de personajes que en la vida se ocuparon de enfrentar a nadie ni organizar a su propia familia. El Santo Padre fue clave en el enfrentamiento contra los Kirchner, cuando no era fácil y eso es indiscutible. Néstor Kirchner convocó a un oscuro escriba, un intrigante, tan talentoso que escribió un libro contra él y lo hizo Papa. En tiempos de los Kirchner -de Néstor en especial- Bergoglio fue de los pocos que pelearon en serio, antes de que las huestes se convirtieran en multitudes.

Somos varios los que tratamos con esfuerzo denodado de exponer el peronismo rescatable, el del último Perón, que lo hubo y bastante más que quienes lo denigran y suelen pertenecer a espacios muy difíciles o imposibles de rescatar. Insisto en separar el peronismo del kirchnerismo, de este estalinismo de la tragamonedas que tanto daño nos hizo. Pero me cuesta demasiado. Aparecen fanáticos convencidos de que el “populismo” es el mal, no sea cosa que nos olvidemos de recuperar los heroicos aportes de Martínez de Hoz y Domingo Cavallo con Dromi dibujando contratos. El peronismo tuvo aciertos y defectos; el radicalismo fue parecido. Luego, el resto de la derecha solo arrastra algunos golpes militares y una Sociedad Rural aplaudiendo a Onganía en Carroza y silbando a Raúl Alfonsín. Ahora es otra cosa, son un eje productivo de la sociedad, pero pasado tenemos todos.

Ganó Macri y muchos de los peronistas lo votamos. Necesitamos que los que no nos quieren dejen de echarnos la culpa de todo. Entremos al futuro sin tanta necesidad de venganza pero sí de justicia. Presos necesitamos pero paren de atacar al peronismo, al populismo y al Papa. Amontonan enemigos, no sea cosa que se cierre la grieta. No entienden que los que apoyamos la democracia nos necesitamos demasiado, no sobra nadie.

El Papa es de aquí. Admirado por el mundo, es distinto a nosotros; si no lo fuera, no hubiera llegado ni a párroco del barrio. Algunos lo increpan a los gritos y le exigen que se asuma como jefe de la oposición, o como cabeza del oficialismo. Como que habitamos un chiquero del cual alguien surgió a pesar nuestro y entonces todos le enrostran que haya llegado a Papa y no nos acompañe en nuestra pequeñez. Le envía un rosario a Milagros Sala, y me animo a expresar que quien no entiende esto no es un ateo, es tan solo un impío. Que no se puede poner la religión en el mismo nivel que la política y menos nosotros, que vivimos degradándola. Es bueno que alguien logre estar un poquito por encima de nuestra patética mediocridad, lo absurdo es que cuando alguien lo logra nos provoque lo peor de nosotros.

El Papa enfrentó a los Kirchner cuando fue necesario y decidió acompañar el período de recambio presencial en paz, sin tomar partido, y cuando lo tomaba lo hacía sabiendo que del lado de los derrotados había demasiados necesitados y lo único que faltaba era que él se solidarizara con los otros, los ricos y vencedores. La religión no ignora a la política, pero necesita estar por encima de sus leyes. Recibió a Cristina cuando el protocolo y la política lo merecían, para ayudar a nuestra democracia. Luego en Paraguay, como en Cuba, supo marcar el fin de lo protocolar y acallar a demasiados mediocres que lo imaginaban el Papa kirchnerista.

Cuando el triste y aburrido Durán Barba opina, sigue comprometiendo al Presidente, al que a veces considera menos inteligente que él. Soy de los que piensan que el PRO todavía no reconoció a su verdadera jefa de campaña, Cristina Kirchner, sin la cual el experto hubiera quedado en su merecido silencio, que demasiados le hubiéramos sabido agradecer.

Nadie es profeta en su tierra, tampoco el Papa, pero cualquiera sea la opinión del caso, puede ser superficial o compleja, entender la realidad o manifestar tan sólo nuestros resentimientos, que son excesivos. Hay una caterva de elegantes que multiplican diatribas contra el Papa, contra los católicos y los peronistas y luego se mandan una plegaria para sellar la grieta.

El Santo Padre necesita estar por encima de la mediocridad de nuestros odios. El solo hecho de que lo intente mueve lo peor de muchos de nosotros. Más allá del Papa, dejemos de hablar en contra de la grieta insultando al que opina distinto, hacerlo nos deja en el aburrido lugar del psicópata. Al menos tengamos la grandeza de entender que la fe necesita estar por encima de la venganza, en una de esas también mejoramos como personas. Estoy convencido que los otros tienen más culpas, al menos por ahora, pero también sé de sobra que debo trabajar en calmar los ánimos y eso sí debo intentarlo para siempre. Necesitamos que algunos soñadores acallen los alaridos de tantos vengadores. El Papa es hoy el hombre de opinión más respetada de la humanidad. Eso sí, a nosotros, nos queda grande. Y se nota demasiado.

Por qué el kirchnerismo no puede ser parte del peronismo

El final del kirchnerismo implica superar lo que para muchos de nosotros era un simple injerto de izquierdismo fracasado sobre un pueblo exitoso. Años pasaron donde el pragmatismo de los negocios del juego y la obra pública le otorgan a los viejos restos de izquierda un espacio del poder y, en consecuencia, los convierten en su escudo defensor. Un proyecto de concentración económica y política sin límite alguno defendido por los miembros de los derechos humanos, viejos cuadros estalinistas y algunos de los expulsados de la Plaza por Perón. En el montón se sumaban un grupo de gobernadores e intendentes que explotan hace años la memoria del General para poder hacerse de una cuota de poder y de riqueza que nada tiene que ver con las enseñanzas del viejo líder.

El peronismo fue un fenómeno cultural con raíz en la clase trabajadora y una identidad social fuertemente definida que, desde la marginalidad, se convirtió en el centro y la matriz de nuestra sociedad. Hasta que no ingresaran los de abajo no estábamos todos y, en consecuencia, no había sociedad. Los viejos marxistas siempre odiaron a Perón; el viejo los relegó a un lugar secundario y nada simpático, nunca pudieron superar los límites de la clase media intelectual. Los “cabecita negra” y los inmigrantes junto a sus hijos, todos ellos forjaron una identidad demasiado fuerte como para ser dejada de lado. Los elegantes -de izquierda y de derechas- odiaban todo lo que finalmente terminamos siendo: el tango, el peronismo y el fútbol. Como me dijo un viejo amigo gorila, “nosotros creíamos que había que darle ideales a los ricos y unos pesos a los pobres. Perón entendió que era todo al revés, le dio ideales a los pobres y unos pesos a los ricos y nos definió para siempre”.

Los más desubicados de la vieja guerrilla siempre lo odiaron. Nunca se animaron a aceptar que les avisó de entrada (“No pueden enfrentarse con un ejército regular”) y terminaron conviviendo con los viejos restos del partido comunista, gente que nunca se llevó bien con nada que tuviera sentido de mayorías y de pueblo. Juntos encuentran en la oferta pragmática de los Kirchner un espacio para salir de la frustración del pasado, una opción para conocer las caricias y los beneficios del poder sin necesidad de seguir esperando una revolución que todos sabían que ya no tenía retorno. Y eso terminó siendo el kirchnerismo, un feudalismo autoritario asociado a los restos de viejas izquierdas pasadas de moda.

Lo que también los unía era la bronca contra el General. El peronismo era para viejos guerrilleros y antiguos izquierdistas una barrera a la que culpaban de su propia frustración. Uno puede respetar al “Che” Guevara, pero su figura no es para los pueblos; ellos no se suicidan ni eligen al héroe trágico como la bandera de sus luchas. Para la izquierda universitaria y luego violenta, el pueblo siempre fue reformista y ellos revolucionarios. La bronca se asienta en que los obreros no los eligieron a ellos, los izquierdistas, como la vanguardia esclarecida. Nunca entendieron que a Perón lo trae el pueblo, que la guerrilla y la violencia ayudan, pero el verdadero protagonista era el pueblo trabajador. La historia para los humildes comienza en la primera Plaza, la del 45, y para la guerrilla nace con el asesinato de Aramburu.

Perón no funda la guerrilla, ella nace con la destrucción de la universidad que genera Onganía. Perón intenta recuperarlos para la política, les entrega una enorme cuota de poder en la democracia que ellos van rechazando convencidos que el verdadero poder estaba en la boca del fusil. Su fracaso es tremendo, nunca tuvieron la menor posibilidad de vencer. Y tampoco la valentía de asumir una autocrítica, de entender que el asesinado de Rucci fue el error que engendró buena parte de la tragedia. Que la dictadura haya sido nefasta no implica que la guerrilla haya sido lúcida. Una cosa es acompañar los Derechos Humanos y otra muy distinta no asumir los errores del ayer. Hubo heroísmo, nunca hubo capacidad y talento para entender la realidad.

El kirchnerismo se inventó un pasado que demasiados de sus miembros no tenían. Los Kirchner nunca se ocuparon de los Derechos Humanos en la difícil, bajar el cuadro de Videla es un gesto tardío contra un enemigo que la dignidad de otros había derrotado. Raúl Alfonsín fue un responsable histórico digno de respeto, hasta Carlos Menem fue más importante en el enfrentamiento con las fuerzas armadas que los Kirchner. Ni hablemos de otros oscuros personajes que los acompañan, pareciera que su gobierno se adueñó de la memoria del pasado para incorporar personajes oscuros o de dudoso pasado.

Afortunadamente, esta mezcla absurda de tragamonedas y obra pública con Derechos Humanos y clientelismo social ha terminado su ciclo. El peronismo, con pocos dignos defensores de su historia, intentará sobrevivir. Puede que lo logre o no; importa esencialmente separarlo de este triste estalinismo de obsecuentes, devolverles al pueblo y al General Perón su historia y, en especial, la vigencia de su retorno pacificador. Los odios no suelen ser propiedad de los pueblos y el nuestro nunca participó de ellos, por eso fue peronista. Poco y nada tenemos que ver con el hoy derrotado kirchnerismo.