Por: Julio Bárbaro
Somos una sociedad deslumbrante, donde todos hablamos en contra de la grieta mientras nos dedicamos a destrozar al que opina distinto. Lo del Papa es maravilloso. Un cardenal que surgió de nosotros es hoy la persona más escuchada del mundo, pero para nosotros es un fracaso. Le cuestionan no haberse convertido en el jefe de la oposición, dicho esto por decenas de personajes que en la vida se ocuparon de enfrentar a nadie ni organizar a su propia familia. El Santo Padre fue clave en el enfrentamiento contra los Kirchner, cuando no era fácil y eso es indiscutible. Néstor Kirchner convocó a un oscuro escriba, un intrigante, tan talentoso que escribió un libro contra él y lo hizo Papa. En tiempos de los Kirchner -de Néstor en especial- Bergoglio fue de los pocos que pelearon en serio, antes de que las huestes se convirtieran en multitudes.
Somos varios los que tratamos con esfuerzo denodado de exponer el peronismo rescatable, el del último Perón, que lo hubo y bastante más que quienes lo denigran y suelen pertenecer a espacios muy difíciles o imposibles de rescatar. Insisto en separar el peronismo del kirchnerismo, de este estalinismo de la tragamonedas que tanto daño nos hizo. Pero me cuesta demasiado. Aparecen fanáticos convencidos de que el “populismo” es el mal, no sea cosa que nos olvidemos de recuperar los heroicos aportes de Martínez de Hoz y Domingo Cavallo con Dromi dibujando contratos. El peronismo tuvo aciertos y defectos; el radicalismo fue parecido. Luego, el resto de la derecha solo arrastra algunos golpes militares y una Sociedad Rural aplaudiendo a Onganía en Carroza y silbando a Raúl Alfonsín. Ahora es otra cosa, son un eje productivo de la sociedad, pero pasado tenemos todos.
Ganó Macri y muchos de los peronistas lo votamos. Necesitamos que los que no nos quieren dejen de echarnos la culpa de todo. Entremos al futuro sin tanta necesidad de venganza pero sí de justicia. Presos necesitamos pero paren de atacar al peronismo, al populismo y al Papa. Amontonan enemigos, no sea cosa que se cierre la grieta. No entienden que los que apoyamos la democracia nos necesitamos demasiado, no sobra nadie.
El Papa es de aquí. Admirado por el mundo, es distinto a nosotros; si no lo fuera, no hubiera llegado ni a párroco del barrio. Algunos lo increpan a los gritos y le exigen que se asuma como jefe de la oposición, o como cabeza del oficialismo. Como que habitamos un chiquero del cual alguien surgió a pesar nuestro y entonces todos le enrostran que haya llegado a Papa y no nos acompañe en nuestra pequeñez. Le envía un rosario a Milagros Sala, y me animo a expresar que quien no entiende esto no es un ateo, es tan solo un impío. Que no se puede poner la religión en el mismo nivel que la política y menos nosotros, que vivimos degradándola. Es bueno que alguien logre estar un poquito por encima de nuestra patética mediocridad, lo absurdo es que cuando alguien lo logra nos provoque lo peor de nosotros.
El Papa enfrentó a los Kirchner cuando fue necesario y decidió acompañar el período de recambio presencial en paz, sin tomar partido, y cuando lo tomaba lo hacía sabiendo que del lado de los derrotados había demasiados necesitados y lo único que faltaba era que él se solidarizara con los otros, los ricos y vencedores. La religión no ignora a la política, pero necesita estar por encima de sus leyes. Recibió a Cristina cuando el protocolo y la política lo merecían, para ayudar a nuestra democracia. Luego en Paraguay, como en Cuba, supo marcar el fin de lo protocolar y acallar a demasiados mediocres que lo imaginaban el Papa kirchnerista.
Cuando el triste y aburrido Durán Barba opina, sigue comprometiendo al Presidente, al que a veces considera menos inteligente que él. Soy de los que piensan que el PRO todavía no reconoció a su verdadera jefa de campaña, Cristina Kirchner, sin la cual el experto hubiera quedado en su merecido silencio, que demasiados le hubiéramos sabido agradecer.
Nadie es profeta en su tierra, tampoco el Papa, pero cualquiera sea la opinión del caso, puede ser superficial o compleja, entender la realidad o manifestar tan sólo nuestros resentimientos, que son excesivos. Hay una caterva de elegantes que multiplican diatribas contra el Papa, contra los católicos y los peronistas y luego se mandan una plegaria para sellar la grieta.
El Santo Padre necesita estar por encima de la mediocridad de nuestros odios. El solo hecho de que lo intente mueve lo peor de muchos de nosotros. Más allá del Papa, dejemos de hablar en contra de la grieta insultando al que opina distinto, hacerlo nos deja en el aburrido lugar del psicópata. Al menos tengamos la grandeza de entender que la fe necesita estar por encima de la venganza, en una de esas también mejoramos como personas. Estoy convencido que los otros tienen más culpas, al menos por ahora, pero también sé de sobra que debo trabajar en calmar los ánimos y eso sí debo intentarlo para siempre. Necesitamos que algunos soñadores acallen los alaridos de tantos vengadores. El Papa es hoy el hombre de opinión más respetada de la humanidad. Eso sí, a nosotros, nos queda grande. Y se nota demasiado.