Por: Julio Bárbaro
Voté a Mauricio Macri por su aporte a la democracia; Daniel Scioli expresaba para mi visión todos los delirios de la corrupta burocracia oculta detrás de una simulada mirada progresista. Y digo “simulada” porque la gran mayoría de sus actores tenía un pasado parecido al del juez Raúl Zaffaroni, a pura dictadura, sin un gesto en la dura (los años oscuros), en la difícil, para después sobreactuar libertades. Lo pongo como ejemplo de tantos que fueron o de la dictadura o del menemismo y luego se compraron el incoherente verso kirchnerista como si formaran parte de un ejército que enfrentaba a los poderosos. Intentar sustituir a los capitalistas es tan sólo cambiar de amo y hacer beneficencia nada tiene que ver con el peronismo pero sí está relacionado con sus más claros enemigos con los que se supo enfrentar.
Al llegar a Rosario, uno se asombra viendo cómo, en medio de la miseria infinita de los barrios de chapas, sobresale el inmenso edificio de un casino que el kirchnerismo nos legó como la foto de su inconsciente. Menem era la entrega de todo lo nacional al capital extranjero, los Kirchner fueron el juego y los empleados públicos, que sumado a infinitos subsidios sociales nos marcaron un duro camino hacia la decadencia.
Voté a Macri por las libertades y las tenemos. En los temas centrales hace lo mismo que hubiera hecho Scioli, pero la diferencia es que encara la crisis pensando que ayudar a las empresas es favorecer la inversión. Esa ley liberal puede darse en otras sociedades, no en la nuestra. La corrupción y los empleados públicos son un problema, pero las ganancias desmesuradas de las grandes empresas son el otro y sin duda el más grave inconveniente. Desde las telefónicas a los laboratorios, desde el juego a las prepagas, de nada sirve que nos presten dólares para invertir: estos poderes utilizarán sus bancos para llevarse nuestra riqueza. El saqueo de los dólares a futuro de los kirchneristas se convirtió en pago al contado por el macrismo. La idea de obedecer a las empresas, tenerles miedo o considerarlas por encima de las necesidades de la sociedad, esa idea es suicida.
Liberaron los precios, los empresarios nos apabullaron con la inflación; liberaron el mercado de cambio, se llevaron casi todo lo que conseguimos. Aquí no hay sólo corrupción, es mucho peor: hay un país ridículo que entregó todo su patrimonio sin ponerle límite a las empresas extranjeras. Los supermercados sirvieron para destruir a miles de pequeños negocios y también para destruir a miles de pequeños productores a los que les pagan lo que quieren y como se les ocurre. El tamaño del Estado es desmesurado y la concentración de lo privado es la otra cara de la injusticia. Pareciera que las verdulerías y el taxi son el último espacio para los que intentan vivir de su trabajo. Necesitamos un capitalismo que sostenga la iniciativa privada pero que limite la concentración y el saqueo de las empresas, en especial de las extranjeras. Ganan fortunas, como las telefónicas, pagamos mucho pero no tenemos otro derecho de queja que hablar con una máquina. El capitalismo sin Estado conduce al saqueo, no tiene conciencia ni siquiera de cómo puede terminar degradando y destruyendo a la sociedad que expolia. El kirchnerismo jamás se ocupó de limitarlas, en el fondo terminaba asociándose como intentó hacer en su momento con YPF. El Estado es necesario para limitar a las empresas privadas, no para enfrentar a las que opinan distinto y arreglar con todas las que no se involucran en política.
Macri es demasiado liberal en lo económico y los empresarios a los que intenta ayudar para que inviertan se ocupan de utilizar ese favor para llevarse lo que pueden. No es cosa de superar la corrupción con el descontrol a los grandes, esos son lo más dañino que tiene la sociedad. En la desmesura de la concentración económica que dejaron enfrentar a la corrupción no alcanza, el saqueo de las grandes empresas y sus bancos es parte esencial de lo que se debe controlar. Si no toman conciencia de eso, terminarán fracasando en su proyecto político.