El tamaño del Estado y la concentración de lo privado

Voté a Mauricio Macri por su aporte a la democracia; Daniel Scioli expresaba para mi visión todos los delirios de la corrupta burocracia oculta detrás de una simulada mirada progresista.  Y digo “simulada” porque la gran mayoría de sus actores tenía un pasado parecido al del juez Raúl Zaffaroni, a pura dictadura, sin un gesto en la dura (los años oscuros), en la difícil,  para después sobreactuar libertades. Lo pongo como ejemplo de tantos que fueron o de la dictadura o del menemismo y luego se compraron el incoherente verso kirchnerista como si formaran parte de un ejército que enfrentaba a los poderosos.  Intentar sustituir a los capitalistas es tan sólo cambiar de amo y hacer beneficencia nada tiene que ver con el peronismo pero sí está relacionado con sus más claros enemigos con los que se supo enfrentar.

Al llegar a Rosario, uno se asombra viendo cómo, en medio de la  miseria infinita de los barrios de chapas, sobresale el inmenso edificio de un casino que el kirchnerismo nos legó como la foto de su inconscienteMenem era la entrega de todo lo nacional al capital extranjero, los Kirchner fueron el juego y los empleados públicos, que sumado a infinitos subsidios sociales  nos marcaron un duro camino hacia la decadencia. Continuar leyendo

Un encuentro que decretará el final del kirchnerismo

Cuando los dos candidatos se saluden estarán decretando el final del kirchnerismo y sus odios, como también la idea que había un solo partido digno de ocupar el poder.  Entonces, los disidentes irán desapareciendo expulsados por la fuerza de la burocracia del bien. Los adversarios se impondrán en el lugar que el autoritarismo intentó destruir. La democracia renace después de años en terapia intensiva. Los que “vinieron por todo” se irán, por suerte, sin nada.

Llevo meses debatiendo que el kirchnerismo es una enfermedad pasajera del poder y que, con su derrota, el peronismo se va a liberar de semejante malestar. La pequeñez de los gestos de sus actores está marcando que la hora de la despedida desnuda su verdadera carencia de grandeza.

Nuestra vida política transita por el devaluado espacio de la viveza. Hubo tiempos donde los candidatos eran ilustrados y el talento no necesitaba cederle tanto lugar a la ambición. Eran los tiempos del prestigio, donde la dignidad no se aferraba a los cargos como los náufragos a sus maderos. La viveza tuvo su auge y se jactó de dejar la silla vacía. ”Ganamos igual”, no era necesario expresar ideas -y quedaba en claro que no las usaban.

Una segunda vuelta y un debate, es mucho lo que ofrecen y seguro que no van a estar a la altura de esas circunstancias. Pero a no quejarse: primero, hay elecciones y dos candidatos, nos sacamos el riesgo de encima de ser Venezuela. Seamos agradecidos, ya es bastante. Al kirchnerismo solo le queda una jefa experta en cadenas discursivas y fracasos electorales. Su desmesura la fue alejando de los votantes más exigentes, esos que un imbécil denominó “los que están bien vestidos”. Logró una derrota en la provincia de Buenos Aires, algo más difícil que el propio triunfo. El capricho le impuso sus límites a la razón y así les fue. Que sigan aplaudiendo.

Claro que los generales que en condiciones de superioridad de fuerza conducen sus ejércitos a la derrota no suelen conservar un buen lugar en la memoria de su soldadesca. Noventa por ciento es oportunismo, si le damos un diez a la ilusión somos generosos, pero ni aún ellos son adictos al fracaso.

Los pensadores de Carta Abierta miran para otro lado, los que confundieron micrófonos con audiencia no pueden reencontrar un lugar en la vida política, no estaban preparados para la democracia. Y Scioli no deja lugar para que lo miren como propuesta revolucionaria, nacional y popular, progresista y antiimperialista: mucho exigir para tan poco dar. Scioli no pudo escapar del espacio de la Presidenta, esa que a los encuestadores pagos le daba como sesenta por ciento de prestigio y en la urna aparece debajo del cuarenta. Los encuestadores vivieron el síndrome de muchos militantes: con tanta bonanza, ¿cómo iban a imaginar el final menos esperado? Y si hasta hace unos días nadie se le animaba a la Presidenta por miedo de perder el carguito, ahora aparecen los primeros atisbos de valentía. El Titanic inclinado deja ver la dimensión del témpano, se hace difícil seguir bailando en la cubierta.

La Presidenta se cansó de devaluar al peronismo y a su jefe, pero los peronistas somos todavía unos cuantos. Supimos enfrentar a López Rega, tomar distancia de Isabel, forjar la renovación después de la derrota y enfrentar a Menem. La rebeldía salvó al peronismo de la desaparición. Muchos, demasiados de nosotros, preferimos que gane Macri para volver a soñar con una fuerza política donde nadie se sienta superior ni se enferme de soberbia, ni se le ocurra que lo nuevo es ser más marxista que yanqui. Cristina logró ponerse más lejos y ser menos respetuosa con Perón que el propio espacio de Macri. Ellos, con la obra pública y la alcahuetería mediática, no pueden sentirse a la izquierda de nadie.

El debate es entre el PRO, un centro-derecha moderno, y el kirchnerismo, un grupo de ambiciosos que ocuparon el Estado a su servicio y repartieron cargos a supuestos militantes que se convirtieron en aburridos y ambiciosos burócratas. La ventaja de Macri es que sabe quién es porque forjó su propia fuerza; la debilidad de Scioli es que viene siendo oficialista desde que alguien lo convocó a ocupar un cargo.

El debate es entre dos candidatos que se respetan. Gane quien gane, podrán luego juntarse para trabajar por el futuro. Eso es música para los oídos de todos los que amamos tanto la democracia como odio nos genera el autoritarismo kirchnerista. Recuperamos el gesto del abrazo Perón-Balbín. El debate es un triunfo en sí mismo, es la derrota del peor autoritarismo. Bienvenido sea.

La sociedad votó en contra de Cristina

El kirchnerismo fue un retroceso para nuestra democracia. Degradó todas y cada una de las instituciones y midió todo por una sola vara: la obsecuencia a la Presidenta, dueña de un discurso tan autoritario como incoherente. Estamos divididos entre los que la aplauden y los que no entendemos qué diablos aplauden, tomaron el Estado por asalto, y desde esos espacios de prebendas y beneficios nos cantaron la marcha de una supuesta revolución.

Nunca respetaron el peronismo, y ni siquiera tuvieron la dignidad de asumir que lo usaban porque sus verdaderas identidades no lograrían ni siquiera ser votadas. Quisieron instalar a Néstor Kirchner en un lugar de la historia que para la gran mayoría no corresponde, salvo en ese uso desmedido del poder del Estado para apropiarse de todo, dineros y dignidades.

Me molestan y mucho, los que inventaron la izquierda kirchnerista, demasiado falsa para no ser interesada. Ellos, mis viejos amigos -los Kirchner- nunca se ocuparon de los derechos humanos en la difícil. Lo mismo que sus amigos, los Zaffaroni o los Verbistsky, que durante la Dictadura caminaron por las calles, hicieron negocios y negociaron. En el caso de los Kirchner, ya en democracia, se dedicaron con Menem a privatizar YPF con Parrilli de miembro informante; todos jugados al negocio de la venta. Luego, años más tarde, fortunas de pérdidas para el país de por medio, jugaron a los héroes recuperando todo con un costo que pagaran generaciones. Todos tramposos, ya en el poder, usaron una parte del botín para los restos de viejas izquierdas y de derechos humanos, que pasaron de ser el orgullo de una sociedad a ser parte de un gobierno pasajero, una importante bajada de categoría.

No me pueden decir que Macri es de derecha y que la Presidenta es de izquierda. Macri es conservador pero absolutamente democrático; la Presidenta es absolutamente autoritaria y cultora de la desmesura, mucho más cercana a la incoherencia que a la justicia social. Ha conducido su fuerza a la derrota sin que nadie se atreva a señalarle que cada intervención suya era una manera de espantar votos de todas las clases sociales. Su egoísmo la llevó a imponer fórmulas que lograron la derrota en la provincia de Buenos Aires, un logro digno de una jefa irresponsable y poco conocedora de la misma sociedad a la que dice conducir.

El kirchnerismo fue una enfermedad del poder que se retira con sus propios gestores, dura lo mismo que sus dueños. La corrupción no es un simple dato que acusa la oposición, está en la misma esencia del “modelo”.

Yo voy a votar a Macri. Podría haber votado a Scioli si él dejaba de ser un fiel seguidor de la Presidenta, si hubiera sido capaz de ser él. Soy peronista, Macri no daña mi historia porque no la usa; Scioli la sigue arrastrando sin siquiera recordar a Perón y sus aportes. La Presidenta nunca respetó al peronismo, por eso quiso inventar a su esposo como un fundador de algo, pero olvidó que aquello que no arraiga en el pueblo no dura más que el tiempo fugaz que sus inventores en el poder. No crean que son más que Menem, son tan pasajeros y olvidables como él. Lograron adhesiones sectarias y de formación marxista, pero eso es más para espantar votos que para explicar lo sucedido.

El domingo, la sociedad que le entregó el poder a la Presidenta decidió que era tiempo de retirárselo. La culpa no fue de Scioli ni de Aníbal, la culpa fue de la Presidenta y de un entorno que aplaudió mientras sus desmesuras eran rentables en poder y en dinero, ahora que dan pérdida viene el tiempo del pase de facturas y el alejamiento paulatino.

Su último discurso, donde ni mencionó al candidato que la hereda, fue una muestra de su falta absoluta de respeto por su mismo partido. Sus seguidores y obsecuentes disfrutaron hasta hoy de esa desmesura, ahora ya de nada les sirve, salvo para darles cierta garantía de que los conduce hacia una nueva derrota. Como opino hace tiempo, el ciclo del kirchnerismo está agotado y de ese fanatismo no quedará pronto más que un amargo sabor de fracaso. No mucho más.

Se va un Gobierno que sembró la división

El socialismo difícilmente se logre con los bienes que tanto se ambicionan, pero con gran facilidad se accede a ese reparto justiciero cuando de culpas se trata. Para todo nacional que se sienta por encima de la media, para tantos que se asumen parte integrante de la vanguardia esclarecida, para todos ellos, las culpas de nuestros fracasos son, sin duda, culpa del pueblo que siempre vota a los peores. Una parte le echa la culpa al peronismo, otra a la falta de educación de los votantes. Así fue en el cincuenta y cinco cuando derrocaron a Domingo Perón, convencidos de que era un obstáculo para la democracia.

Luego hicieron lo mismo con Arturo Frondizi y más tarde con Arturo Illia —siempre pensando que caminaban hacia la democracia y la libertad—, hasta que, sin necesidad de visitar al psicólogo, instalaron a Juan Carlos Onganía para siempre, seguros de que la culpa era de los votantes. Once años para terminar asumiendo, con Onganía, que no soportaban la democracia y después hasta el setenta y tres, para permitir el regreso de Perón en un clima imposible de manejar. Perón nos dejó el abrazo con Ricardo Balbín y muchas otras señales de un futuro sin enemigos.

Después de la muerte del general, ganaron los duros, el golpe provocó el genocidio; con el genocidio desaparecieron los militares para siempre, pero nos dejaron una absurda guerrilla que nunca entendió nada y sin embargo sobrevivió con un inmerecido prestigio. Ese recuerdo usurpó el kirchnerismo para inventar su modelo. Ese recuerdo, para mi gusto, se retira con la Presidente, sea quien fuere el que gane. Continuar leyendo

Scioli, ¿testaferro del poder cristinista?

Escuchamos demasiadas propuestas de mantenimiento del poder actual en manos del candidato elegido. Un partido puede optar por un heredero, pero algo absolutamente diferente es proponer un delegado. Sería como deformar la Constitución para instalar el poder en manos de un supuesto “gerente” sin otro valor que el de representar al verdadero “propietario”. Acostumbrados a ocultar los dineros mal habidos, estaríamos votando a un testaferro. Ellos se consideran propietarios del poder, la Constitución y sus limitaciones les resultan una molestia innecesaria.

El debate sobre la entidad del candidato está sobre la mesa. Algunos esperan que asuma su lugar de Presidente para mostrar su capacidad de serlo; otros piensan que lo dejan tan condicionado que no le será fácil salir del triste papel de suplente. Y hay quienes dicen que la esperanza sobre su libertad final es sólo un sueño de los que no se animan a rebelarse y esperan subirse a cualquier colectivo dignificador que se les ofrezca. Un antiguo dirigente peronista me dijo: “tenemos el sueño de que Scioli o algún gobernador se va a sublevar, va a salvar la dignidad peronista, pero es un sueño que nos sirve sólo para poder soportar mejor la pesadilla de Cristina”. Y es cierto, ya algunos amagan gestos de dignidad, pero a esa virtud no se retorna con dosis homeopáticas, se necesitan gestos de valentía y esos están ausentes sin aviso.

En Brasil se agotaron las mieles de la bonanza. Si bien fueron más previsores que nosotros, igual sufren el retorno a la realidad de las dificultades. Para la Presidenta el gran tema es postergar la crisis, cosa de hacer responsable de la misma a su seguidor. Olvida que Menem logró que le estalle a De la Rúa, pero no por eso la historia dejó de hacerlo responsable. El peronismo duró tanto porque se hizo carne en los trabajadores. El kirchnerismo es como el menemismo, un mal pasajero – ya que se asienta en los necesitados- y esas lealtades permanecen sólo durante los buenos tiempos de la economía.

El discurso presidencial es tan valioso para sus seguidores como insoportable para los que no lo somos. El verdadero prestigio es aquel que obliga al respeto de los adversarios, ese que la Presidenta no tiene ni tendrá nunca ya que como todo humano sólo cosecha en relación a lo que siembra. El próximo Presidente puede ser oficialista u opositor, pero consumida la bonanza vienen los tiempos donde nadie tiene mayoría absoluta y sólo es posible gobernar acordando políticas con los adversarios. En eso Scioli no tiene salida, deberá superar las limitaciones de los odios kirchneristas y volver al último peronismo que asumió la colaboración con los adversarios como esencial a la construcción de una nueva sociedad.

Estamos viviendo un proceso electoral de grandes angustias y escasas soluciones. Ni el oficialismo ni la oposición son capaces de sacarnos del miedo al futuro. Las acusaciones degradan a los candidatos y algunos duros personajes más cercanos al patotero que al estadista, se creen valientes por los pocos amores que generan frente a los muchos odios y miedos que van sembrando. La Presidenta eligió a Scioli sabiendo que los que pensaban como ella eran invotables y que ella misma no hubiera salido bien parada de la contienda. Como en el final de Menem, hay un importante acompañamiento de los necesitados y como en ese triste final, estamos comenzando a sufrir las consecuencias de una nueva frustración.

Podemos discutir sobre quien será el ganador, pero no ignorar la crisis que hoy Brasil padece y preanuncia la nuestra. Vuelven esos tiempos difíciles que por desgracia ya todos conocemos; tiempos que no soportan ligereza de opiniones y donde la angustia que retorna, es el duro castigo de la ineptitud.

Pelear contra el oportunismo y la obsecuencia

Tuve un problema de salud recientemente. Recurrí primero a Malvinas Argentinas, donde me atendieron médicos idóneos y me diagnosticaron. Mi obra social incluía el Sanatorio Anchorena, no la había utilizado nunca. Allí fui tratado muy bien y el médico que me dio de alta al ver mis estudios me contó que había hecho su especialización en Malvinas. Hace tiempo que hablando con mi amigo y compañero Jesús Cariglino lo interrogué sobre cómo había construido semejante estructura sanitaria, social y administrativa, y terminamos convirtiendo nuestro diálogo en libro. Tardé en darme cuenta que viviendo en pleno centro había confiado un tema de salud que me asustaba en una estructura del conurbano. No era solo conocimiento personal, eran dueños de un prestigio científico indiscutible y socialmente compartido.

Cariglino puede ser amontonado entre los “barones del conurbano”, pero en rigor no tiene nada que ver con ellos. Enfrentó a la Presidenta en el 2011, en la plenitud de su poder, y logró triunfar contra el oportunismo y la obsecuencia. Y fue el único, o sea que además de la obra es dueño de su propio pensamiento. Y con todos estos años con el poder oficial en contra, logró continuar su obra, mientras muchos obsecuentes convertían sus beneficios oficiales en clientela electoral y deterioro social.

Somos fanáticos del fútbol y conocemos a fondo las virtudes y defectos de cada jugador, somos displicentes en política y decimos barones, peronistas o políticos como si todos fueran iguales. Y así nos va. Lo mismo nos pasa con cada uno de los candidatos. La política es un arte de sutilezas, no podemos convertirla en un pintura de brocha gorda. Tucumán y Jujuy nos muestran el rumbo de la peor política, de aquellos lugares donde la decadencia se instala y además se desarrolla, donde hace tiempo que la degradación de la dirigencia se va convirtiendo en degradación de la misma sociedad.

Uno puede votar o no a un candidato, pero además debería conocerlo y poder hablar de su gestión. Nadie puede negar el avance económico que los Rodriguez Saá implicaron para San Luis, tan evidente como el atraso que Gildo Infrán implantó en Formosa. Hay gobernadores y legisladores que son una verdadera vergüenza para la política, no piensan ni ejecutan, ni opinan otra cosa que no sea adular al oficialismo de turno. El kirchnerismo fue la degradación de la política en obediencia, y los que no tienen otra forma de vivir que el oficialismo es normalmente porque no sirven para nada. Para poder enfrentar al oficialismo actual, enfermo de personalismo e impunidad, para poder hacerlo había que tener obra y no ser vulnerable a la obsecuencia de sus servicios de informaciones. Lo mismo paso en el sindicalismo, donde un sector decadente se convirtió en mero administrador del sistema de obras sociales dejando siquiera de opinar de política.

Escuché a un personaje de La Campora que va a salir a enfrentar a Cariglino. Nadie tiene que quedarse para siempre, pero esa agrupación es ahora tan solo una expresión del peor atraso. Usan el Estado para ganar elecciones, aprenden de la Presidenta que quiere seguir ganando votos usando la cadena oficial. Y nadie todavía se anima a decirle la verdad, no se atreven a avisarle que sus enojos están más cerca de espantar votos que de seducirlos.

El kirchnerismo agoniza como intento de totalitarismo sin otro sentido que el de satisfacer la ambición de un grupo más parecido a una secta que a una fuerza política. La Presidenta no quiere a nadie, ni al candidato que ella misma eligió. Nos recuerda a Menem, que trabajaba para impedir el triunfo de Duhalde. Scioli todavía no nos dice si va a ser un candidato o un simple delegado. Se retira Cristina y no van a tener más mayoría absoluta, por suerte la democracia se está recuperando. Y salgo en defensa de Cariglino como un símbolo de los que pelearon cuando nadie lo hacía y además porque su gestión es digna de ser rescatada. Obra y rebeldía, dos temas tan escasos que merecen ser respetados.

La agresiva despedida del kirchnerismo

El ego suele crecer con el halago y cuando éste es excesivo, puede terminar enfermando al elogiado. El kirchnerismo es una degradación de la democracia que necesita no tener adversarios, un intento de desmesura que apuntó siempre a quedarse con todo. Es la ambición desbordada por la impunidad. Y la Presidenta, en su final, nos aclara que no nos deja un heredero sino tan sólo un delegado. Falta que diga que no le interesa si gana o no su fuerza política, sino que le sigan obedeciendo.

Para Scioli la idea es ampliar los votos del oficialismo, algo que para la Presidenta ya tiene olor a traición. Me imagino que en sus sueños, si ganara Scioli, a ella le correspondería ejercer el poder; no creo que (ni) siquiera le reserve el derecho al primer discurso presidencial. Tiene su ego desmesurado a tal nivel que se considera a sí misma como un ser superior, como una estadista digna de quedar en la memoria de su pueblo. Ella cree que nos queda grande y nosotros ni siquiera logramos respetarla; eso sí que es una fractura, no ideológica, tan sólo psicológica.

Los aplaudidores desnudan la degradación de los cargos públicos en empleos públicos, todo nombramiento expresa un grado de ascenso en la cadena de la obsecuencia. Resulta absurdo que una sociedad se encuentre dividida entre los que imaginan que nos gobierna una estadista y estamos avanzando hacia grandes logros y los que no podemos soportar una cadena oficial y estamos convencidos que el conflicto no es con el neoliberalismo sino con la cordura. Los viejos restos revolucionarios beneficiados por la burocracia de los negocios santacruceños justifican en la desmesura el sentido difuso del cambio. Dado que el orden es burgués, el desorden será transformador. Días pasados, en un canal de alcahuetería oficial, una fanática explicaba que son sólo doce años de gobierno justiciero, todo lo anterior no era rescatable.

El peronismo sobrevivió porque nunca se encerró en explicaciones dogmáticas, cada uno decía y pensaba y adhería por lo que se le diera la gana. Y siempre despreciamos a los del comunismo ya que todos parecían loros repitiendo los mismos memorizados argumentos. Cuando no hay razones se deben inventar consignas que generen certezas y eso es lo que sucede hoy. Claro que los discursos presidenciales son de difícil digestión y de imposible justificación. Como viejo rico con novia joven, todos sabemos cuáles son las razones del amor. Y a ellos se les hace complicado explicar -no aplaudir-, porque lo bueno de la obsecuencia es que viene con el mecanismo de aplauso incorporado.

En mi opinión, Daniel Scioli no será un títere de Cristina en caso de llegar a la Casa Rosada. La Presidenta mantiene únicamente el poder del lugar que ocupa, al irse difícilmente logre darles una perorata deshilachada y sin sentido a sus parientes más cercanos. El verdadero poder está en la persona, a veces solo en el cargo; los grandes logran que coincidan ambos, sin duda, este no es nuestro caso. La Presidenta parece no tener vida fuera del sillón de jefa y se enoja demasiado cuando la realidad le anuncia que pronto pasará a habitar un lugar en el vecindario del anonimato. Hay un Scioli antes y otro después de estar debajo de su poder y cuando uno es sabio sabe bajarse del cargo. En la necedad, los autoritarios logran que los termine derrotando el olvido. Tanto soñar con un golpe imperial o de mercado, nuestra Presidenta termina en la aburrida amnesia que suele engendrar la mediocridad. Ésto es algo más cruel que la misma justicia a la que tanto le teme -y le sobran razones para hacerlo.

Y unas palabras finales dirigidas a la Presidenta. La gran mayoría de sus aplaudidores prefiere el cargo a la dignidad y usted les plantea el peor de los dilemas, los obliga a optar entre el fanatismo que lleva a la derrota o a tomar distancia de su persona. Su talento es un tema discutible, no así su egoísmo y queda claro que a usted no le importa nada más que su persona. En cada cadena oficial, a los muchos que no la queremos nos regala una alegría importante: gane quien gane ya nunca más deberemos soportar esta tortura. Antes creía que el noventa por ciento de sus aplaudidores lo hacían por beneficio o necesidad y un diez por ciento convencido de sus ideas. Ahora que la escucho en su agresiva despedida ya no creo que haya inocentes, el poder explica a sus mismos seguidores. Si no fuera por el lugar que ocupa y las riquezas que reparte, usted no lograría más seguidores que los de cualquier partido menor.

Me resulta perverso que termine eligiendo a Scioli para luego ni siquiera acompañarlo con su respeto. Pareciera que es de sobra consciente que, al no respetar a quienes la rodean o a quienes la enfrentan, usted deja de respetarnos a todos. Lo más importante de su gobierno será sin duda la alegría de no tener que seguir soportando sus peroratas. Son un espejo en el que no merece mirarse nuestra sociedad.

Kirchnerismo, la versión progresista del atraso

El kirchnerismo necesitó presentarse en su versión diluida y edulcorada para tener posibilidades de sobrevivir. El Scioli menos querido terminó siendo el candidato más necesitado. Algunos encuestadores alquilados por el poder aseguraban que la Presidente se despedía plena de afecto, pero en todo caso no dejaba bien parado al “proyecto”. La línea dura, la que iba por todo, debió retroceder y ablandar posiciones. El supuesto radicalismo de la Ley de Medios finaliza su epopeya con todos los candidatos en TN. Nadie intentó llevar el debate a 6-7-8 o al recinto oficial de Carta Abierta. Los fanáticos no son las imágenes que sirven para convocar votos de clase media, y hoy los que expresaron hasta el aburrimiento su rechazo a Scioli hacen silencio o aplauden su propio olvido. El poder tiene razones que las presuntas ideologías no tienen. Los cargos y los negociados, los acomodos y los beneficios que permite el oficialismo lo convierten en el partido mayoritario, aunque ya el sciolismo le va absorbiendo aplaudidores al Gobierno. El kirchnerismo es la versión progresista del atraso; se refugia en las provincias donde la necesidad limita el ejercicio de la libertad. En Córdoba, por poner un ejemplo, gobierna el peronismo y el kirchnerismo ocupa un espacio secundario. Esto demuestra dos cosas: cuán lejos están del peronismo y cómo a mayor desarrollo y cultura política le corresponde menor vigencia.

Las PASO dejaron muchas enseñanzas y definieron una nueva sociedad. En la anterior elección presidencial, la oposición estaba dividida y con una imagen tan debilitada que sus candidatos ni siquiera sobrevivieron a la derrota. Se impuso una mayoría absoluta decidida a convertirse en monarquía hereditaria. Ahora -por suerte- no avanzan, retroceden. Siguen usando el Gobierno para intentar ganar elecciones; ese objetivo sólo se impone en las regiones donde la necesidad convirtió al ciudadano en clientela. El resultado dejó al oficialismo sin soberbia y sin seguridad de ganar en primera vuelta; al PRO lo dejó consciente de estar pagando caro no haber buscado más una política de alianzas que un desarrollo propio y a Massa lo terminó salvando De la Sota: recuperó protagonismo, pero en una situación complicada. La sociedad se compromete y vota con más responsabilidad, no regala su apoyo; se cuida mucho de la soberbia y del fracaso.

Esta elección será diferente, hay razones para ser optimistas. Es tan poco lo que depositamos en los candidatos que ni siquiera nos van a lastimar sus fracasos. Claro que vuelve la democracia. Perdida la mayoría absoluta, habrá leyes a debatir porque el kirchnerismo destruyó la Justicia pero también el Congreso. Nunca ser diputado o senador estuvo tan devaluado, tuvo tan poca presencia y respeto de la sociedad. Ni hablemos de ser juez: este joven Julián Alvarez -secretario de Justicia- intentó instalar como juez a un mecánico amigo. Para estos limitados personajes la obsecuencia es la virtud que sustituye al talento y a la formación; para todo alcahuete que se precie su indignidad es un principio de la virtud.

El mero hecho del debate entre los candidatos ya nos ofrece una nueva sociedad. Que los candidatos abandonen la teoría del enemigo para ocupar la idea del adversario, ése sólo paso ya implica un cambio profundo. Hay un avance: para la Presidenta, los que pensábamos distinto éramos sus enemigos, representábamos al imperialismo y las corporaciones. Yo me considero amigo de Daniel Scioli. No es mi candidato, pero no puedo negar que su mera candidatura ya implica un avance. El oficialismo tenía palomas y halcones, estos últimos no pudieron imponer un candidato propio. La idea de que le tocaba a uno de esos que imaginaban que ser bruto pero leal merecía premio electoral; confundieron la política palaciega con la política en la sociedad. La secta no suele funcionar en las épocas difíciles. En la bonanza, los alcahuetes y los obsecuentes parecen talentosos; en las malas esos decadentes seguidores se convierten en un lastre que es necesario ocultar. La democracia no es tierra para fanáticos y los inteligentes no suelen sobrevivir en la obsecuencia.

Si los tres candidatos con posibilidades toman conciencia de que cada uno de ellos expresa a un sector de la sociedad, y que todos son necesarios para construir un país que les devuelva la esperanza a nuestros hijos, si ellos asumen esa responsabilidad, volveremos a encontrar un camino en la convivencia. El kirchnerismo implicó el odio y la necesidad de inventar un enemigo para definir la identidad propia. Superar esa limitación es una obligación de todos. La dirigencia puede intentar ese rumbo, pero la sociedad debe comprometerse para imponerlo. Es un buen momento. Estamos saliendo de lo peor, superando la decadencia que impuso el sectarismo. Sin negar que lo que falta es demasiado, eso ya es bastante.

Una democracia deshonrada por burócratas del delito

A veces uno intenta olvidar lo peor. Nosotros necesitamos hacerlo. La triste y oscura imagen de Venezuela, de una sociedad donde pudieron degradar al disidente, al que piensa distinto, fue el sueño de demasiados kirchneristas y la pesadilla de demasiados argentinos. Podemos decir que sus cerebros eran restos oscuros de izquierdas degradadas, ésas que encontraron en Kirchner un socio para canalizar sus resentimientos.

Escribieron un libro contra el Cardenal Bergoglio, soñando instalar en la Iglesia un hombre débil que dependiera del oficialismo. Si desarmaban la resistencia de la curia romana ya habrían avanzado mucho. Acompañaron la jugada con el ataque a los medios opositores, también con la idea de degradar a los independientes, de desarrollar obsecuentes, de terminar comprando y manejando a todos. La ley de Medios fue pensada para un gobierno que se soñaba quedando para siempre. En el juego del poder absoluto buscaron una CGT propia y la forjaron en torno a individuos en su mayoría con historias oscuras a los que amenazaban con denunciar.

Intentaron quedarse con todo lo que no manejaban, desde la Feria del Libro hasta la Sociedad Rural.

La ley de Medios y los servicios de informaciones, dos pilares del falso izquierdismo de corruptos dedicados a la explotación de la obra pública. Ya habían degradado el Congreso a cambio de negocios con todos los que lo convertían en una simple escribanía. Y el proceso continuó por la degradación de la Justicia, con esa historia triste y oscura de “Justicia legitima”, según la cual ellos nos devolverían una manera de enfrentar el delito ajeno respetando siempre el derecho a ejercer el propio del grupo gobernante.

Fue un intento de “ir por todo”, el final de la democracia sustituida por un grupo de burócratas cercanos al delito pero ocultos bajo el disfraz de una supuesta revolución. El adversario degradado en enemigo, el disidente convertido en traidor, el obediente aplaudido como supuesto “militante”. La libertad retrocediendo ante la impunidad y el miedo a que se instalen para siempre.

Esa invasión de los peores dejó al desnudo la debilidad de nuestra sociedad, demasiados oportunistas defendiendo sus negocios y sus cargos, demasiados inocentes confundiendo la degradación con una ideología justiciera. El kirchnerismo terminó siendo una enfermedad pasajera de la democracia, una convocatoria a lo peor de la sociedad. Marxismo devaluado para una propuesta de partido único; el otro, el que votan los otros, ese debe ser la derecha y el mal. Es la única manera de poder instalar e imponer el absurdo de que los que se apropiaron del Estado en su beneficio sean vistos como parte del bien.

Vienen perdiendo la partida: atacaron al Cardenal y lo ayudaron a llegar a Papa; se cansaron de atacar a Scioli y lo convirtieron en el único candidato; atacaron a medios hasta convertirlos en líderes de audiencia y si ahora se la agarran con Macri. Uno podría llegar a imaginar que les pagan por esos oscuros servicios, no suelen hacer nada gratis. Scioli no se animó a visitar la Rural pero concurrió a Clarín, los pilares de una ridícula supuesta ideología van cayendo sin pena ni gloria.

“Los inmorales nos han igualado” decía Discepolín. Con esta invasión que sufrimos con el kirchnerismo, el poeta se quedó corto. Los inmorales nos superaron por mucho, por demasiado.

Plan de retirada K: cambiar jueces por cómplices

La elección de Daniel Scioli deja al kirchnerismo al desnudo,  con el pragmatismo y la ambición que los acompaña desde siempre pero sin las pretensiones de derechos humanos y sueños revolucionarios.

Eligen a Scioli para poder sobrevivir, instalan al oscuro Chino Zannini para dejar una muestra de supuesta dignidad.  Nunca fueron otra cosa, pero ahora la ambición corre el riesgo de perder la cobertura  de las pretensiones transformadoras.  Llegan al final de su ciclo tratando de eliminar a los jueces para sustituirlos por sus propios cómplices.  Y entonces aparece el hablador de lenguas incomprensibles, Horacio González, a explicarnos que él o ellos – los del oficialismo a la carta – fueron rebeldes. Una maravilla.  No sé si el más indigno es González o Ricardo Forster, quien ya anuncia que Scioli lo va a sorprender, abrazando el cargo de desarrollar el catecismo oficialista.

Intelectuales sin ideas ni rebeldías, apoyo al poder de turno a cambio de espacios en las áreas secundarias del proceso de destrucción de las instituciones. Alguna vez Europa cobijó  los comités contra el fascismo. Luego se tomó conciencia que lo de Stalin no era más suave y nosotros pudimos comprobar cómo supuestos pensadores proporcionaban impunidad a un gobierno mucho más caracterizado por el juego y la corrupción que por la integración social. Hemos terminado reduciendo la pobreza y la miseria a una bizantina discusión de maneras de medir la enfermedad, cuando con sólo salir a la calle la realidad nos lastima sin contemplación. El kirchnerismo es un sistema corrupto de poder que convocó  a viejos restos de izquierdas fracasadas a defender sus impunidades.

Las encuestas se ocupan de dibujar futuros, la frustración nos acompaña a la absoluta mayoría. Algunos tienen miedo pero casi todos compartimos el amargo sabor del fracaso. Los discursos apabullan pero no alcanzan para tapar la realidad. El kirchnerismo, a pesar de sus pretensiones fundacionales, no fue más que la continuidad del menemismo en versión de pretendido compromiso social. Un discurso de la Presidenta no deja de ser una acumulación de lugares comunes con agresión a los que piensan distinto, y es siempre una convocatoria a transgredir los límites de la democracia.  Hay una minoría dirigente que se enriquece sin límites mientras discute los índices de la realidad, una masa enorme de necesitados que parecen depender de la voluntad oficial de ayudarlos y una gran cantidad de sectores de clase media que ven cómo se empobrecen a diario tanto sus ingresos como las mismas instituciones en las que ayer soñaron descansar.

La Presidenta se enamora de los resabios del comunismo de ayer, que son hoy Rusia y China. Imagina que donde se ha logrado limitar la democracia y la libertad se avanzó en la Justicia. Uno no imagina si esa elección de socios flojos de instituciones democráticas es para compartir la sustitución de las instituciones por las mafias.  Hay algo que define el núcleo duro del kirchnerismo y es la mediocridad e impunidad de sus integrantes.  Pero también hay datos que marcan la decadencia de nuestra sociedad  y es la cantidad de políticos, sindicalistas y empresarios que dicen en privado lo que jamás se atreverían a reproducir en público.

Lo peor del kirchnerismo agoniza, cualquiera que gane la elección pareciera ser menos enamorado de la perversión.  La pregunta que hoy se impone es si para nuestra sociedad el manejo delictivo de la Justicia es un detalle para entendidos o si lastima las posibilidades del candidato oficial. Scioli necesita votos no oficialistas, Macri necesita votos que mantienen el miedo al ajuste. Pareciera que Scioli necesita tomar distancia de la demencia oficialista tanto como Macri lo necesita del pasado liberal de mercado. No tenemos hoy un candidato cuyo talento se imponga fácil a su contendiente. Tampoco le ponemos expectativa al futuro, esta vez sí que no nos van a defraudar. Pero la sociedad se está tensando, el castigo social a los nefastos se vuelve cada día más vigente, los medios y la calle van ocupando espacios que abandona la Justicia degradada por el oficialismo. Van perdiendo algunas provincias, retrocediendo en esas fotos donde acompañaban a la Presidenta señalando el futuro, para muchos de nosotros se habían enamorado de la catástrofe.

La impunidad y la delincuencia oficial retroceden sólo frente al voto y la mirada de los ciudadanos. Nos vamos comprometiendo lentamente, ellos retroceden en la misma proporción. Al superar ciertas cuotas de desmesura y pretendidas demencias, queda al desnudo la ambición, los negocios y la mediocridad. Sólo un pueblo atento recupera su destino. Asumamos culpas y participemos en cuanto esté a nuestro alcance para castigar esta decadencia. Sólo le podemos tener miedo al miedo. Tenemos la razón, que retrocedan ellos.