La desmesura kirchnerista está llegando a su fin, pero todavía hay riesgos

Si los conoceré. Oficialistas de todos los gobiernos, ganadores de todas las carreras de obsecuencia, de permanente y apasionada lealtad al vencedor. Son ellos, diputados o senadores, embajadores o gobernadores, intendentes o ministros; son todo terreno, presurosos a correr en auxilio del vencedor. Aplaudieron desde Menem a los Kirchner, pasando por Duhalde y otros recorridos, todo colectivo los lleva al destino buscado, al carguito que los unge como parte integrante del ejército vencedor.

De esos, muchos, demasiados se dicen peronistas. Es una camiseta rendidora. Aunque se enchastre con el barro liberal o socialista, casi ni se mancha, no quedan secuelas. Algunos la van de historiadores revisionistas (ese negocio da para todo), sacan o ponen héroes al servicio del necesitado, te cambian a Cristóbal Colón por el candidato que le pidas; cambian las estatuas y hasta se deben quedar con unos pesos al elegir al escultor. Nos falta la estatua a Ramón Mercader. La persecución del disidente es una tarea imprescindible, el obsecuente se siente herido, lastimado, degradado por el rebelde, por el disidente. Por eso necesita denostarlo y perseguirlo, en esas persecuciones encontraron su final los regímenes que intentaron el marxismo. Las burocracias son las únicas minorías parasitarias que son mucho más dañinas que los ricos. Y eso sí que implica batir récords.

Oficialistas de todos los gobiernos y sindicalistas que vienen derecho de aplaudir a la Dictadura. No estaban solos, no son los únicos: había jueces y militantes ocultos, denunciadores denunciables, de esos que tiran la primera piedra como si nadie tuviera derecho a conocer sus pasados. Aparentan mirar para otro lado, cultivan el oficialismo pasivo o activo. Los pasivos son la mayoría, están como distraídos viendo pasar la realidad y hablando poco, cosa de no comprometerse. Y los hay activos, de esos que se armaron de un traje de amianto que los defiende del fuego enemigo y del propio; asumen que la vida es tan solo una carrera de obstáculos donde el verdadero arte se basa en esquivarlos. Exquisitos cultores de la agachada.

Y están los operadores, esos que hacen negocio con el poder, a veces ocupan cargos, otras son sólo invitados permanentes a todas las fiestas y reuniones, hacen negocios, hablan de negocios, sólo hablan de eso, ya no saben hablar de otra cosa. Antes era la oligarquía y nosotros- los de la supuesta izquierda- teníamos la voluntad de desalojarlos. Ahora todo es más complejo, hay una nueva oligarquía que no habrá conquistado el desierto matando indios pero que se adueñó del poder gastando a lo bestia el dinero del Estado, ese que debería tener como destino a los pobres. Y a los pobres algo les llega, justo para que sigan siendo pobres y necesiten seguirlos votando, no sea cosa de que se integren a la sociedad y puedan elegir por ellos mismos.

Hasta los Kirchner este trabajo de eterno oficialista no era insalubre, tenía escasos riegos, pocos costos, a nadie se le ocurría castigar funcionarios- o exagero- algunos terminaban en situación de no poder caminar por la calle. Pero eran pocos, los castigaba la Justicia y no la mirada social, esa que observa hoy demasiado mejor que antes, esa que ahora se preocupa por lo que antes ni siquiera la molestaba. Y hasta algunos la van de derechos, dignos, leales y no sé qué otra virtud acompaña el crecimiento de sus fortunas personales. Instalaron la teoría de la impunidad, el poder cura todos los males, purifica a todos los decrépitos que roban pero hacen y a otros que ni siquiera eso.

Ya lo había ejecutado Zannini en Santa Cruz, había eliminado al Procurador, la Corte Suprema ordenó reponerlo dos veces pero ellos no se dieron por enterados. Ahora ya van por todo, un juez como Luis María Cabral, de historia intachable, de formación como las de antes, que siempre estuvo del lado de los perseguidos, que se jugó por los que lo necesitaban como nunca lo hicieron ni los Kirchner, ni Zaffaroni, ni Verbitzky que tanto hablan de los derechos humanos. Un hombre que merece el respeto de todos fue sustituido por un empleado con antecedentes oscuros, como casi todos los que nos gobiernan.

Hay algo que comienza a gustar de Scioli y es su distancia del fanatismo kirchnerista. La verdad, su manera de llegar al poder es triste, poco tiene que ver con la política o, al menos, con lo que uno imagina de la política. Pero nos saca del pantano del fanatismo sin ideas y de la falsificación de todas las propuestas. Macri sigue siendo la alternativa a la demencia kirchnerista, pero el mismo Scioli ya implica un acercamiento a la cordura. Gane quien gane nos habremos sacado de encima esta mediocridad fanatizada. El kirchnerismo, por suerte, termina siendo una enfermedad pasajera del peronismo o de la política. Sembraron división, resentimiento y corrupción pero también algunas mejoras sociales que no tienen por qué ser acompañadas o encubiertas con tanta decadencia. Parlamentos degradados en escribanías, surgimiento de una justicia para proteger a los corruptos que en su impunidad denominan “legitima”, uso y abuso de viejos sueños revolucionarios para encubrir saqueos, en su degradación el kirchnerismo se termina asemejando a todo aquello que dijo intentar superar.

Somos una sociedad con demasiados oportunistas; la política se fue diluyendo como propuesta y como sueño de un futuro mejor. Demasiados esfuerzos económicos e intelectuales para justificar la desmesura kirchnerista. Quedan dos candidatos, ninguno de ellos es un fanático y a muchos, demasiados, no les resulta fácil elegir a uno de ellos y mucho más difícil pronosticar si lo nuevo será un ascenso a la sensatez y al sentido común o un simple aterrizaje en lo más cruel de la mediocridad.

Quizás sea un poco de cada caso. La esperanza hay que depositarla en las proporciones.

En su agonía, el kirchnerismo se lleva puesta a la Justicia

El kirchnerismo es sin duda el resultado de fanatizar la mediocridad. Cuando uno revisa sus odios y sus amores se encuentran con una pobreza que no podemos definir “franciscana” porque le queda grande y debemos aceptar que es simplemente “santacruceña”. Scioli visitó a sus viejos enemigos de 6-7-8 y frente a la pregunta doctrinaria de “¿usted concurrió a Clarín?”, la respuesta fue para, mi gusto, de antología, algo parecido a “yo ando por todos lados”. Y se habían roto los límites de la cárcel kirchnerista: aquel Néstor que lanzó su alarido “¿qué te pasa Clarín?” y los seguidores gastando fortunas del Estado en medios obsecuentes. Cuando hagamos la cuenta de lo dilapidado tomaremos conciencia que se trataba del dinero de los necesitados. 

El kirchnerismo se construyó sobre algunos odios concretos y muchos amores ocultos. Fortunas se desarrollaron a partir del odio a Clarín y siempre quiero dejar en claro que lo odiaban por su virtud de ser libre en sus opiniones, si en lugar de Héctor Magnetto estaba cualquiera de los decadentes y despreciables empresarios conocidos por todos, nos quedábamos sin prensa. El empresariado nacional guarda para su propia honra la dignidad del gerente de una petrolera extranjera, el otro es Magnetto, y paremos de contar.

El enemigo era Scioli y, al elegirlo, la Presidenta asume su primera derrota frente a la realidad. El enemigo era Clarín, concurrir al piso y la tribuna de TN -como lo hizo la tropa K el pasado miércoles- implicaba asumir que la guerra había terminado. Estamos frente a una elección donde la competencia está más asentada en los errores de los candidatos que en sus aciertos. Una elección donde hay una certeza (“no nos van a defraudar”), es tan escasa la expectativa que depositamos en el futuro que difícilmente la respuesta sea peor que la esperada. Ya se inicia la etapa del olvido del que se va, la obsecuencia es ahora una pasión y una energía necesaria para depositar al servicio del poder de los que vienen.

El gran debate del presente es sobre el pequeño futuro que nos corresponde asumir. Algunos imaginan que Scioli va a ser un seguidor de Cristina, otros, me incluyo, pensamos que el kirchnerismo quedará tan sólo como una enfermedad pasajera de la política nacional.

Zannini es la expresión de lo oscuro de la política, de ese espacio enorme que nace con la vuelta a la democracia y que se impone a la misma política. Un lado oscuro que vive oculto, sin opiniones públicas, sin una voluntad de la transparencia frente a la sociedad. Son parte de la izquierda fracasada que inventó una memoria falsa donde al peronismo no lo forjaron los trabajadores sino los guerrilleros. Son los que desvirtúan las luchas populares, donde en lugar de nacer con Perón en el cuarenta y cinco todo nace con la guerrilla y sus errores, donde los héroes serían hoy la memoria de los vivos para gozar de los cargos y las prebendas. O sea, una generación de supuestos revolucionarios que desprecia a los obreros y parasita a los desaparecidos, y todo esto, con una concepción de complicidad que les permite convertirse en los nuevos ricos de esta decadente sociedad. No hay en ellos una voluntad de generar una sociedad más justa, sólo hay un conjunto de consignas que sirven para intentar vestir la desnudez de su ambición.

Los últimos pasos del Gobierno son todos destinados a corromper la Justicia para construir su propia impunidad. En eso Zannini es especialista, ya lo logró en Santa Cruz al eliminar al procurador. Justicia legitima, personajes menores que consideran que debe existir una vara para los amigos y otra para los que no participan de ese sector elegido. Justicia legítima implica legalización de la complicidad.

Vivimos una decadencia que ni siquiera llegamos a comprender. Pareciera que el gran maestro Discepolin se quedó corto cuando dijo “los inmorales nos han igualado”. Con estos muchachos nos ganaron lejos. Sólo nos salva el hecho que la mayoría de ellos son obsecuentes al poder de turno que tal vez –con suerte – se los lleve puestos y que nos dejan una grave crisis para sufrir en poco tiempo. El kirchnerismo que agoniza, en todo caso, se lleva lo peor de nosotros, gane quien gane ya nada será igual. Soy optimista, uno quiere imaginar que lo peor ya pasó.

Todo el poder a los conspiradores y a los más leales

Se me ocurre que a Scioli le pegaron duro, le impusieron a uno de los peores personajes del kirchnerismo, un intrigante, un encargado de impedir que la Justicia ilumine los negocios del poder.  Nunca tuve el disgusto de hablar con él, pertenece a esa estirpe de los oscuros que no nos quieren, les parece que los que decimos lo que pensamos no merecemos respeto. No le interesa ni la política ni mucho menos el peronismo, el poder es otra cosa, la ideología, solo un instrumento al servicio de la ambición. Un jefe de la especie de los conspiradores, de los que viven del poder sin decir jamás lo que piensan ni  opinan. Eso es para nosotros, los jetones según ellos, ellos son el poder real, que es oscuro siempre, mucho más en una sociedad como la nuestra.

En el retorno de la democracia volví a ser diputado, y pude observar la aparición de un nuevo personaje de la política, “el operador”, ser oscuro que maneja desde atrás, que no se muestra, que considera que lo importante es imponerse  a los que si salen a la luz, a los miembros del poder formal. Ese personaje menor fue el responsable de sacarse de encima al Procurador en Santa Cruz, ese que la Suprema Corte ordenó  reponer dos veces sin que ellos se dieran por enterados.

El kirchnerismo llevó adelante su capacidad de destrucción de las instituciones a partir del triunfo que les entregó una mayoría absoluta. Con ese número le impusieron su ley al resto de la sociedad. Esas leyes donde se intentaba instalar instituciones al servicio del autoritarismo, esa absurda imitación de Venezuela, esa idea de que toda limitación a la libertad podía ser justificada desde la revolución, ese grotesco fue fruto, entre otros,  de la mente oscura de Zannini.

En Santa Fe, más allá del papelón de festejar triunfos dudosos como si al festejarlo los convirtieran en definitivos, hubo tres fuerzas y ellas pueden ser la muestra del futuro político. Un centro-izquierda socialista, un centro-derecha con el Pro, y un peronismo de centro. Un peronismo que se recupera sin recibir la visita presidencial, al revés de Rio Negro, donde mucho apoyo y cadena oficial llevaron a la derrota hasta a un par de encuestadores. Pichetto pagó  su obsecuencia con un triste final.

Nunca un gobierno había llevado a los senadores y diputados a este punto de degradación, nunca tantos se habían dejado arrastrar por las órdenes de un poder sin límites, nunca sus miembros habían dejado al Parlamento tan al borde de no poder ni siquiera justificar la razón de su misma existencia.

Se va Pichetto y viene Zannini, se me ocurre que el peronismo comenzará a tomar distancia del kirchnerismo, al menos los que tienen ideas y algunos votos, o al menos los pocos que todavía guardan alguna noción de aquello que llamamos dignidad.

Zannini es el articulador de todo lo que se maneja al borde de lo institucional, por afuera de las normas y de las reglas, ese manejo oscuro que se impone desde el poder cuando este engendra su propia impunidad.  No hay partidos, tampoco interesa, los sustituyen por grupos, por sectas, como La Cámpora o Carta Abierta, espacios donde el poder del Estado sirve como continente y la obsecuencia que aplaude al poder de turno se disfraza de pretendida ideología.

La Presidenta acomoda todo para asegurar su continuidad en el poder, y la vigencia permanente de la impunidad. Siembran el miedo a los que sentimos que no soportamos que sigan gobernando, miedo a que se imponga este autoritarismo mediocre y enfermizo, que dice ser de izquierda o progresista, e insiste con  el cuento de “los grupos monopólicos”.

Scioli aparentaba distinto, estando solo era o parecía ser otra cosa, pero pareciera que esto de jugar al obediente le fue limando sus diferencias con la desmesura de los kirchneristas. Los duros sirven para parasitar el poder de los dialoguistas. 

La Presidenta sacó en el pasado muchos votos con su cara al lado de la de Boudou, ahora no tiene ese margen, necesita que el segundo, el Vice, le aporte las seguridades que necesita. Y Macri se inclina por Michetti, que hace poco lo enfrentó acompañado de otros ministros.

Muchos hablaron del final de la relación, ahora deben callar. Nos guste o no, el Pro se organiza con un respeto interno que les permite no caer en el autoritarismo. Para algunos, los autoritarios, esto sería un gesto de debilidad. Pienso que es muy distinto, esa supuesta derecha se muestra capaz de contener la diferencia, la otra versión, la autoritaria, termino repudiada en todo el mundo.

El poder quedó solo en manos de los operadores, las ideas ocupan tan solo el lugar de justificadoras de la ambición. La política agoniza a la par de la sociedad, los más sensibles sienten miedo, los otros imaginan que todo sigue igual. Daniel Scioli está entre ellos. Me parece que se equivoca.

Cuentos chinos en el tramo final

Estamos entrando en el tramo final de kirchnerismo y las opiniones están divididas. El calor oficial impone dos falsedades, la primera -con mucho dinero financiando encuestadores – dice que Daniel Scioli gana en primera vuelta; oculta lo más importante del presente: no podrían ganar en la segunda. Luego, viene el segundo “cuento chino” : “el kirchnerismo va a seguir siendo un poder importante”. El kirchnerismo es un partido del poder; son demasiados los que viven de sus dineros y no quieren ni oír hablar sobre que el Gobierno pueda sufrir una derrota, imaginan que si gana la oposición perderán sus beneficios que son el sustento de sus convicciones. Continuar leyendo

Ordenando la tropa

Me asombró verlo a De Vido dando cátedra de pureza revolucionaria y cuestionando a Scioli por haber saludado al enemigo elegido. Lo de la concurrencia a saludar a Magnetto era un golpe duro para el relato. Si le sumamos que Boudou había hablado en TN la noche anterior, nos queda claro que ese día fue decretado por la sociedad y parte del gobierno como el fin de la era del miedo. De Vido intentaba ordenar la tropa y daba pena, o mejor dicho, bronca, de ver semejante caradura con actitud de profeta poseído por la verdad intentando recuperar el orden con sus gritos. No le avisaron al ministro que va a pasar a la historia como un destructor serial, desde la energía al transporte. Ese mediocre gritón destruyó en exceso como para tener derecho a hablar.

Saludaron a Magnetto demasiados como muestra de haberle perdido el miedo al poder de turno. El Grupo Clarín podía tener muchos defectos, pero el gobierno lo odiaba por su virtud, que es el derecho a opinar libremente. Y Scioli fue a saludar al grupo supuestamente enemigo porque todavía tiene votos y gente que lo respeta, dos cosas que los De Vido hace rato que perdieron. Y derecho a hacer lo que quiera, aun cuando eso Scioli no lo ejerza demasiado.

El oficialismo armó una secta y en su seno se aplauden entre ellos, un mundo de cómplices que se imaginan estar haciendo politica. El lugar del vicepresidente refleja como pocas la imagen del conjunto.
Y en esto de ser valientes, Carta Abierta se anima y dice que Scioi no es revolucionario. Es el único dato que tenemos de que alguno de ellos lo sea. Pero no se animan a tomar distancia de Boudou. Para creerse revolucionarios resultan escasos de valentía…

Un final de ciclo a toda orquesta, lo que suponía ser la década ganada se les cae como arena entre los dedos. La secta organizada en torno a los beneficios del Estado y sus prebendas va quedando al desnudo, con demasiadas ganancias para la burocracia y pocas para la sociedad. Ahora van a medir hasta la audiencia en la televisión. Vendría a ser un premio consuelo para esos medios en los que gastan fortunas y no los sigue nadie. La secta necesita de todo un sistema de medidas propio y original. Desde los pobres a la inflación, desde la educación a las audiencias, todo exige falsificar los resultados para poder justificar lo que han gastado y disfrazar de éxito lo que a todas luces es un duro fracaso.

Verlo a De Vido a los gritos me trajo a la memoria alguna vieja película de Carlitos Chaplin, pero enseguida tome conciencia que la cosa era distinta, que no se estaba dirigiendo a la sociedad sino a los miembros de la secta, a esos que viven los beneficios del modelo en el mundo de ficción que llamaron “relato”. Y entonces me quedó claro que los héroes de ellos son para nosotros los villanos, que van a llegar al final sin tomar contacto con la cruel realidad, y que cuando se acaben los dulces del Estado la gran mayoría de los supuestos seguidores fieles y devotos van a hacer mutis por el foro y se van a ir a disfrutar en privado los beneficios de la década ganada. Porque es cierto que para la sociedad lo de ganada es casi una tomada de pelo, pero para ellos fue ganada en serio, y de eso nadie tiene derecho a dudar.

De Vido hizo mucho por imitar a Venezuela. Por suerte no lo logró. Es necesario que si le queda algún amigo le avisen que gastar fortunas en micros y artistas no es convocar multitudes, que los que se aplauden entre ellos están más cerca de ser extras que seguidores. Que su discurso amenazante es solo un patético recuerdo de lo que intentaron hacer de nosotros, degradarnos a la obediencia. Que no siga gritando, tiene menos audiencia que la Presidenta en cadena nacional. No midan la audiencia, es un gran riesgo, va a ser peor.

Democracia sólo si ganamos

Las derrotas suelen dejar las almas al desnudo. En los triunfos todos se expresan con dignidad, el único riesgo es la exageración. Por el contrario, las derrotas exponen a que se delate la falta de grandeza, que se caiga en al espacio de lo patético.

Como en las postrimerías del gobierno de Carlos Menem, hoy los seguidores se refieren al valor de los logros. El discurso de la Presidenta fue una muestra de desprecio a quienes no la votamos. Dijo que quería hablar con nuestros dueños, las corporaciones y los bancos, no nos supo respetar como ciudadanos. Los que no la apoyamos somos empleados del mal. Nos alejamos del bien en el momento en que dejamos de aplaudirla.

Había miedo. Flotaba la imagen de la Venezuela dividida, el recuerdo del cincuenta y cuatro por ciento era el mantra oficialista que autorizaba la desmesura. Yo mismo ya me conformaba con la seguridad de que apenas llegarían a ser un tercio de la sociedad. Ahora que sabemos que son sólo la cuarta parte estamos todos más tranquilos.

En el 2011 expresaban una postura más dialogante, más abarcadora. Sacaron demasiados votos y decidieron ir por todo. En ese esfuerzo terminaron perdiendo la mitad.

No son un partido, no quieren a nadie, ni al peronismo ni a Scioli, ni a los que dudan ni a los que callan, ellos gritan y aplauden, están poseídos por el estigma de la verdad. Y acariciados por las delicias del poder.

Son los dueños del “modelo”, un camino sinuoso trazado a manotazos, un adentro delimitado por el enemigo para un grupo donde los odios son más fuertes que los amores.

Alguno buscó la culpa en la ausencia de la ley de medios, imaginaban que si ya nadie opinaba distinto habría llegado la hora donde todos votaran igual.

El voto válido era el que los apoyaba, quien deja de hacerlo cayó en manos de las corporaciones y los imperios. La democracia si ganamos, tan solo en ese caso. Una visión particular.

Gritan que no son cifras definitivas y que siguen siendo la primera fuerza política, y todo es cierto, y si no se calman  ya todo puede ser peor.

Una sociedad donde muchos intentan subirse al poder y todavía nadie se animo a bajarse de él con dignidad. Hasta ahora todos se cayeron. En lugar de agradecer que los hubieran elegido hoy nos acusan por haber dejado de hacerlo.

No sólo terminó un ciclo político, para la gran mayoría se supero el riego del autoritarismo. Pero nos dejan un enorme retroceso, un odio que dividió sin sentido ni necesidad. Somos muchos, demasiados, los que dejamos de saludarnos por una supuesta causa que ni siquiera llegamos a entender.

Nos dejan eso,  un odio que nos va a costar superar.