Por: Julio Bárbaro
Las derrotas suelen dejar las almas al desnudo. En los triunfos todos se expresan con dignidad, el único riesgo es la exageración. Por el contrario, las derrotas exponen a que se delate la falta de grandeza, que se caiga en al espacio de lo patético.
Como en las postrimerías del gobierno de Carlos Menem, hoy los seguidores se refieren al valor de los logros. El discurso de la Presidenta fue una muestra de desprecio a quienes no la votamos. Dijo que quería hablar con nuestros dueños, las corporaciones y los bancos, no nos supo respetar como ciudadanos. Los que no la apoyamos somos empleados del mal. Nos alejamos del bien en el momento en que dejamos de aplaudirla.
Había miedo. Flotaba la imagen de la Venezuela dividida, el recuerdo del cincuenta y cuatro por ciento era el mantra oficialista que autorizaba la desmesura. Yo mismo ya me conformaba con la seguridad de que apenas llegarían a ser un tercio de la sociedad. Ahora que sabemos que son sólo la cuarta parte estamos todos más tranquilos.
En el 2011 expresaban una postura más dialogante, más abarcadora. Sacaron demasiados votos y decidieron ir por todo. En ese esfuerzo terminaron perdiendo la mitad.
No son un partido, no quieren a nadie, ni al peronismo ni a Scioli, ni a los que dudan ni a los que callan, ellos gritan y aplauden, están poseídos por el estigma de la verdad. Y acariciados por las delicias del poder.
Son los dueños del “modelo”, un camino sinuoso trazado a manotazos, un adentro delimitado por el enemigo para un grupo donde los odios son más fuertes que los amores.
Alguno buscó la culpa en la ausencia de la ley de medios, imaginaban que si ya nadie opinaba distinto habría llegado la hora donde todos votaran igual.
El voto válido era el que los apoyaba, quien deja de hacerlo cayó en manos de las corporaciones y los imperios. La democracia si ganamos, tan solo en ese caso. Una visión particular.
Gritan que no son cifras definitivas y que siguen siendo la primera fuerza política, y todo es cierto, y si no se calman ya todo puede ser peor.
Una sociedad donde muchos intentan subirse al poder y todavía nadie se animo a bajarse de él con dignidad. Hasta ahora todos se cayeron. En lugar de agradecer que los hubieran elegido hoy nos acusan por haber dejado de hacerlo.
No sólo terminó un ciclo político, para la gran mayoría se supero el riego del autoritarismo. Pero nos dejan un enorme retroceso, un odio que dividió sin sentido ni necesidad. Somos muchos, demasiados, los que dejamos de saludarnos por una supuesta causa que ni siquiera llegamos a entender.
Nos dejan eso, un odio que nos va a costar superar.