Por: Julio Bárbaro
El socialismo difícilmente se logre con los bienes que tanto se ambicionan, pero con gran facilidad se accede a ese reparto justiciero cuando de culpas se trata. Para todo nacional que se sienta por encima de la media, para tantos que se asumen parte integrante de la vanguardia esclarecida, para todos ellos, las culpas de nuestros fracasos son, sin duda, culpa del pueblo que siempre vota a los peores. Una parte le echa la culpa al peronismo, otra a la falta de educación de los votantes. Así fue en el cincuenta y cinco cuando derrocaron a Domingo Perón, convencidos de que era un obstáculo para la democracia.
Luego hicieron lo mismo con Arturo Frondizi y más tarde con Arturo Illia —siempre pensando que caminaban hacia la democracia y la libertad—, hasta que, sin necesidad de visitar al psicólogo, instalaron a Juan Carlos Onganía para siempre, seguros de que la culpa era de los votantes. Once años para terminar asumiendo, con Onganía, que no soportaban la democracia y después hasta el setenta y tres, para permitir el regreso de Perón en un clima imposible de manejar. Perón nos dejó el abrazo con Ricardo Balbín y muchas otras señales de un futuro sin enemigos.
Después de la muerte del general, ganaron los duros, el golpe provocó el genocidio; con el genocidio desaparecieron los militares para siempre, pero nos dejaron una absurda guerrilla que nunca entendió nada y sin embargo sobrevivió con un inmerecido prestigio. Ese recuerdo usurpó el kirchnerismo para inventar su modelo. Ese recuerdo, para mi gusto, se retira con la Presidente, sea quien fuere el que gane.
No tenemos clase dirigente en ninguno de los rubros que existen: ni en la política, ni en el deporte, ni mucho menos en el empresariado. Una dirigencia se establece cuando hay quienes prefieren pensar más en todos que en ellos mismos, en los intereses del conjunto más que en los propios. Eso es una dirigencia y, en una sociedad capitalista, es complicado arribar a instituciones fuertes si los ricos —los dueños del dinero— no caen en la cuenta de que el valor de sus bienes está ligado a la solidez de las instituciones. En eso el kirchnerismo les dio una dura lección, quizá no demasiado dura, ya que nuestros ricos son excesivamente pobres en dignidad y casi todos se agacharon para que no les peguen.
Para mi gusto, el Gobierno que ya se va tuvo sólo tres obstáculos que le impidieron convertirnos en Venezuela. En primer lugar, algunos sindicalistas —muy pocos, pero decididos—, con Hugo Moyano a la cabeza, ahí tuvieron que detener el aparato de degradar a todos para instalar alcahuetes propios. Ese grupo de sindicalistas, donde también acompañó Luis Barrionuevo y Julio Piumato, salvó la dignidad del sindicalismo peronista. Los otros restantes hicieron el triste papel al que ya nos tienen acostumbrados, siempre con alguna excusa para explicar la agachada.
Héctor Magnetto, el tan cuestionado dueño de Clarín, encabezó una resistencia que acompañaron pocos, por ejemplo La Nación y el grupo de América Televisión, y también Canal 26. A los demás, los compraron o los acallaron, pero los volvieron a todos oficialistas. La ley de medios fue un aporte del estalinismo que sólo sirvió para degradar a la sociedad.
Y la Suprema Corte, con dignidad supo detener los avances de los miserables que en nombre del delito intentaban desplegar las hordas de Justicia legítima.
Los nombro a todos, ya que algunos distraídos creen que todo da igual y que como dignos quedaron pocos, los indignos tienen derecho al veto. Ese proceso se acaba cualquiera sea el resultado electoral. El kirchnerismo, como todo personalismo autoritario, no deja herederos, sólo se ve obligado a elegir sobrevivientes que escaparon a sus designios. Cualquiera sea el resultado, ingresaremos a una sociedad más normal, a una sociedad donde nadie se sienta superior ni dueño del modelo, ni sandeces por el estilo. Se va un Gobierno que en lo esencial sembró división en la sociedad, y ya en ese rubro no encontraron seguidores.
Voy a votar en contra del oficialismo, pero quiero dejar en claro que considero que su candidato Daniel Scioli es —lejos— mucho mejor que la Presidente, que, para bien de todos, se retira. Lo expreso con cierto humor, pero asumo que me resulta muy agradable. Ahora nos encontramos con los oficialistas en los programas de televisión y además me saludan. Se bajaron de la enfermedad de imaginar que sólo quedarían los medios de ellos y así ahora, saludando, ingresan a la democracia, aceptan que el que opina distinto no es el mal o las corporaciones o el imperialismo, sino tan sólo eso, alguien que tiene derecho a pensar distinto.
El kirchnerismo que se retira es sectario, corrupto y agresivo; aun su mismo candidato a Presidente es bastante diferente en cuanto a la colección de defectos y agresiones. Ignoro cómo será el resultado, pero siento que todo va a mejorar.