El peronismo nunca asumió la lucha de clases como un camino hacia la justicia social, por el contrario, siempre opino que la integración era el único rumbo hacia una sociedad más justa. Esta definición nos llevó a ser acusados de reformistas, bonapartistas, y demás etiquetas que la izquierda marxista repartía en su marcha agresiva e inexorable hacia su propia derrota. La lucha de clases era un clásico del marxismo que se había convertido en dogma de fe para las iglesias que encuadraban a los revolucionarios. Lo cierto es que los proletarios del mundo ni se unieron ni se sublevaron, claro que tampoco fue la mano invisible del mercado la que condujo a la felicidad de los pueblos. En este punto quiero insistir en la diferencia entre ambos pensamientos, la confrontación necesitaba la destrucción del otro en la misma medida que lo consideraba enemigo y en consecuencia no podían convivir, y la noción de adversario, concepción reformista como eligió el peronismo, imponía dentro de ese mundo convulsionado la obligación de respetar al adversario. Continuar leyendo
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El gran debate nacional
Festejo que estemos inmersos en variados debates democráticos. El Gobierno fue exitoso en algunos de sus proyectos. Claro que llama la atención que demasiados legisladores que lo apoyaron, sellando el fin del kirchnerismo hoy vuelvan a ocupar su espacio opositor. Algunos miembros del Gobierno se refieren a la falta de un rumbo claro como lo nuevo de la política; uno, con Zygmunt Bauman, llegó hasta la noción de realidad líquida. Es muy ocurrente que la ausencia de discurso político se convierta en la marca de la modernidad.
Nuestra sociedad no está dividida entre peronismo o antiperonismo, como pretenden demasiados; a veces pienso que la división principal es entre política y otras especies variadas pero nunca dedicadas a lo esencial. Es cierto que arrastramos graves problemas económicos, tan cierto como que hemos probado todas las teorías y siempre terminamos en una crisis. El gran debate nacional es quién es el culpable del fracaso, lo que no se discute y nos une a todos es asumir que hemos fracasado. La concepción peronista o nacional tuvo vigencia hasta el año 1975, digamos hasta Celestino Rodrigo; el golpe de 1955 no dañó la integración social. Continuar leyendo
Un suceso que demuestra que el kirchnerismo ya no es alternativa
Un viejo sabio me decía siempre: “Se debe mirar el proceso, no el suceso”. Eso a veces cuesta y mucho, es el famoso árbol que nos impide ver el bosque.
Hubo un festejo del Día del Trabajador que dio mucho que hablar y, para mi gusto, poco para pensar. La segunda vuelta fue entre Scioli y Macri, y sucedió algo importante: el derrotado por Macri no se convirtió en la primera minoría sino en el pasado -tan pasado que Ricardo Forster dice que quiere el fracaso del Gobierno. Debe imaginar -como algunos perdidos en la noche de la política- que si Macri se equivoca vuelve Cristina.
El acto del Día del Trabajador fue positivo porque mostró que el kirchnerismo ya no es una alternativa de la política nacional. Los discursos fueron mesurados y el centro del poder quedó en manos del anti-kirchnerismo, un buen dato para la democracia. Estamos atravesando un momento difícil, por eso tantos se refieren a la orilla de la que partimos con miedo al retorno, porque no ven todavía el horizonte al que nos quieren llevar. Los sectores trabajadores mayoritarios, los obreros de verdad, no se engancharon nunca con el kirchnerismo, que con esa estructura de clase media intelectual y resentida eran tan retrógrados que reivindicaban todavía la lucha de clases. El peronismo, o lo que queda de él, al menos no tiene nada de clasista y eso es importante. El acto fue masivo y fruto de una necesidad de la dirigencia sindical que sufre a diario la tensión y las exigencias de sus afiliados.
Esto no es soplar y hacer botellas; Cristina dejó una herencia nefasta, pero eso no justifica a Mauricio Macri subsidiar a las empresas petroleras con la excusa de ayudar a sus trabajadores. Los grandes grupos concentrados no son como los sindicalistas -no salen a la calle- pero vacían los bancos y nos saquean a diario. No estamos planteando un socialismo, solo que si no le ponemos un límite a la concentración económica esta sociedad va a sufrir demasiado. Macri no entiende que la principal función del Estado capitalista es defender los derechos de los más débiles y que el enemigo de los ciudadanos son los grandes grupos concentrados, esos que apenas vieron dólares en el mercado se los llevaron corriendo.
El sindicalismo actúa en nuestra sociedad como el partido de centro-izquierda que no tenemos. Aquello que intentó ser el radicalismo y luego la Alianza -que finalmente quedó en la nada- hoy lo expresan los sindicatos con rostros un poco más morochos. Aceptemos que llevamos dos décadas de retroceso y las dos en nombre del peronismo. La primera con Menem enamorado de los liberales y la segunda con los Kirchner con amantes marxistas. Dos décadas de retroceso en todo sentido, en patrimonio nacional e integración social, en educación y vivienda, en trenes y hospitales, en salud y donde queramos mirar. Somos una sociedad que viene retrocediendo desde los 70, que estuvo integrada como ninguna otra en el continente hasta el golpe del 76, y que luego fue acumulando fracasos en todos sus sectores.
El relato de Cristina era con mucho odio y discutible justicia, pero el discurso de Macri todavía no logra surgir, no atraviesa la barrera de los gerentes y los asesores, no logra la vitalidad necesaria para enamorar o al menos convencer. Estamos viviendo algo muy avanzado en relación al autoritarismo derrotado, recuperamos la democracia y comenzamos a discutir con pasión pero sin dogmatismos. Debemos entonces asumir la dimensión de la crisis y no caer en simplificaciones, no imaginar que con sólo combatir la corrupción tenemos un futuro digno. Necesitamos revisar la distribución de la riqueza en nuestra sociedad, producimos lo necesario para vivir todos con dignidad, pero hemos permitido concentraciones económicas que son antagónicas con la misma esencia de la democracia. Un capitalismo con dispersión de propietarios funciona; uno de avance desmedido de la concentración simplemente termina estallando.
Hay muchos enojados, imaginaban que Cristina se llevaba puesto al peronismo. Se equivocaron, era solo una limitación, un tope de izquierda aburrida. El acto sindical fue el estallido de alegría de una clase trabajadora que volvía, un poco burocrática, pero hasta el momento, absolutamente leal a sus representados. No son clasistas, no lo necesitan, ellos son en serio la expresión de su clase, la columna vertebral del peronismo. Y buena parte de ellos enfrento con valentía al autoritarismo kirchnerista, no recuerdo a ningún empresario compartiendo esa digna trinchera.
Los supermercados y los laboratorios, y cada una de las grandes telefónicas o empresas de cable, eléctricas o concesiones de peaje, todo ese invento que prometía inversiones y terminó en saqueo, todo eso debe ser revisado. El menemismo regaló propiedades y generó más deuda mientras que el kirchnerismo duplicó el juego y los empleados públicos; ambos lo hicieron en nombre del peronismo, pero en rigor eran sólo señores feudales portadores del virus del atraso.
Mauricio Macri tiene el apoyo de la gran mayoría, aún de muchos de los que salieron a festejar el Día de los Trabajadores, pero necesita asumir que si no impone el poder del Estado sobre los ricos está perdiendo la autoridad que necesita para pedirles sacrificios a los pobres. Los rumbos de la historia no los guían ni los proletarios sublevados ni los mercados inversores, son el fruto maduro de una dirigencia capaz de convocar a la unidad nacional y forjar un futuro entre todos.
No es fácil, al contrario, es muy difícil, pero estemos seguros de que no hay otro camino.
Recuperamos el diálogo y la sensatez
No es cierto que el poder corrompa; el poder delata, desnuda. Es el atributo que vuelve trasparente al que lo toca. Y eso viene con un agregado: a su servicio se adapta la gran mayoría de sus fieles seguidores y, tratando de lograr beneficios de la coyuntura, profesan el más brutal oportunismo. En una sociedad con instituciones y convicciones pasajeras los gobiernos se sienten eternos, nacen soñando reelecciones. Y los círculos rojos o los otros, inventan herederos para tocar con la vara del futuro al más mentado mediocre de turno. Omnipotencias coyunturales que terminan en atroces soledades signadas por los fármacos antidepresivos. Si la gloria del mundo es pasajera, la que genera nuestra política sin ideas ni coherencias, sin dignidades ni proyectos, solo es permanente en lo que se puedan llevar para sus cuentas ocultas. Cuando dicen robar para sostener la política, están asumiendo que usan la política solo para poder robar.
La política solo es posible cuando surge una clase dirigente, un grupo de personas dispuestas a trascender la coyuntura, a imponer el destino colectivo por sobre sus intereses individuales. Eso implica asumir que la suma de ambiciones individuales no se convierte en un rumbo colectivo, que solo el Estado puede armonizar las ambiciones con las necesidades. Y eso va mucho más allá que el autoritarismo de las burocracias y el liberalismo de los gerentes. Eso está en el espacio de la política, ese arte del que tanto hablamos y tan poco talento le dedicamos.
Estamos refundando la democracia. Pasar de una cadena oficial sin otro sentido que imponer el autoritarismo a una sociedad donde el debate de ideas nos ha sido devuelto como un símbolo de la libertad, es un avance que todavía no terminamos de valorar. Pasar de la triste dialéctica entre una Presidenta autoritaria en cadena oficial y una tropa de aplaudidores con pasión deportiva a tantos opinando distinto para construir un rumbo común, es mucho más de lo que la mayoría de nosotros soñaba con recuperar. Los votos fueron pocos para definir un cambio que terminó siendo tan profundo que aterra el solo imaginar cómo estaríamos viviendo si hubiera ganado el oficialismo.
Discutí con demasiados mi tesis de que el kirchnerismo era tan solo una enfermedad pasajera del poder no mucho más decadente que el mismo menemismo. Lo malo es que mientras Menem convocaba a la frivolidad, los Kirchner vertebraban corrupción con resentimiento, un atroz capitalismo de amigos acompañado por los restos de viejos revolucionarios dispuestos a abandonar los principios a cambio de las caricias del poder. Y hasta algunos jóvenes imaginaron encontrar en esos desvaríos una noble causa para encausar sus pasiones. Y ahora, en su patético desarme, aparecen los que cuentan los dineros y dirigen los negocios frente a la ausencia de los que pretendían ser portadores y custodios de las ideas.
El kirchnerismo vive la metáfora de un naufragio donde alguien gritó “a los botes” y otro agregó “los oportunistas con cargo y territorio deben subir primero”. Y aquellos que tenían pretensiones de permanencia, al perder el poder por poco, sintieron de pronto que su pretendida identidad los abandonaba para siempre. Y hasta lo patético de tantos diputados y senadores elegidos para votar sin pensar, gente de deslumbrante mediocridad, hasta algunos de ellos terminaron leyendo discursos y repitiendo muletillas que solo servían para dejar en claro que no estaban a la altura del lugar que ocupaban.
La dignidad no es un alimento de consumo masivo entre los ambiciosos, pero sin duda debería llevar fecha de vencimiento. Tomar distancia del kirchnerismo solo después de la derrota muestra en sus cultores una mezcla de velocidad de piernas con carencia de principios. Margarita Stolbitzer tuvo un lugar muy importante en todo este debate. Por suerte no fue la única, pero marcó que para apoyar la cordura no había que ser de derecha, que el verdadero progresismo no puede ignorar la realidad. Y se fueron aislando y desarmando esas mezclas absurdas de oportunistas de siempre con pretendidas izquierdas que apuestan a la vieja y suicida tesis de “agudizar la contradicción”.
Es cierto que Macri es la centroderecha, tanto como que es falso y grotesco imaginar que Cristina y Scioli tenían algo que ver con la centroizquierda. Primero estamos recuperando la democracia, el dialogo y la sensatez; luego estaremos en tiempo de debatir los rumbos ideológicos, esos que no tienen el más mínimo lugar en los paisajes del autoritarismo. Tantos años leyendo a Marx, a Mao y a Perón para terminar aplaudiendo a Cristina, hablan más de una rendición incondicional al oportunismo que del encuentro de una causa noble y digna de ser asumida.
Hay una izquierda justiciera que ocupa el lugar de los sueños y es imprescindible para gestar una sociedad más justa, y un conjunto de resentidos que imaginan que solo por tener un odio uno es propietario de una idea. El peronismo, si sigue teniendo vigencia, lo es solo en aquella propuesta que genera el respeto del que no coincide y opina diferente. El viejo General nos aconsejaba “no ser ni sectarios ni excluyentes”; sé que incito al enojo de muchos si lo interpreto a mi manera, el viejo General también en esto se adelantó a la historia y supo aconsejarnos para que no nos termináramos volviendo kirchneristas. Por no escucharlo nos reencontramos con el error. Sepamos ahora pedir perdón.
El tamaño del Estado y la concentración de lo privado
Voté a Mauricio Macri por su aporte a la democracia; Daniel Scioli expresaba para mi visión todos los delirios de la corrupta burocracia oculta detrás de una simulada mirada progresista. Y digo “simulada” porque la gran mayoría de sus actores tenía un pasado parecido al del juez Raúl Zaffaroni, a pura dictadura, sin un gesto en la dura (los años oscuros), en la difícil, para después sobreactuar libertades. Lo pongo como ejemplo de tantos que fueron o de la dictadura o del menemismo y luego se compraron el incoherente verso kirchnerista como si formaran parte de un ejército que enfrentaba a los poderosos. Intentar sustituir a los capitalistas es tan sólo cambiar de amo y hacer beneficencia nada tiene que ver con el peronismo pero sí está relacionado con sus más claros enemigos con los que se supo enfrentar.
Al llegar a Rosario, uno se asombra viendo cómo, en medio de la miseria infinita de los barrios de chapas, sobresale el inmenso edificio de un casino que el kirchnerismo nos legó como la foto de su inconsciente. Menem era la entrega de todo lo nacional al capital extranjero, los Kirchner fueron el juego y los empleados públicos, que sumado a infinitos subsidios sociales nos marcaron un duro camino hacia la decadencia. Continuar leyendo
El futuro de la franquicia peronista
Los restos del peronismo que sirvieron de justificación al kirchnerismo se juntan angustiados para ver cómo arman de nuevo algo que les sirva para juntar votos. El paraguas de Menem los cubrió muchos años; luego vino el paraguas de los Kirchner y ahora pareciera que se quedaron a la intemperie. Difícil situación esa de intentar juntar votos con un montón de rostros que se ocupan de espantarlos. Alguien se va a animar a hacer una encuesta que mida los votos que cada uno expulsa, los sume y, entonces sí, estaremos frente a un fenómeno popular y masivo.
Los de la Cámpora -por un lado- y los peronistas -por otro- intentan reencontrar su destino, ambos atacados por la angustia que genera una derrota para la que no estaban preparados, que nunca se animaron a considerar. Los peronistas -casi todos- todavía guardan territorio; los camporistas -casi todos- imaginan que tienen ideas transformadoras. La derrota generó un proceso de divorcio inesperado: los peronistas, o esos que utilizan la memoria del peronismo para obtener votos, fueron siempre capaces de adaptarse fácilmente. Con Menem se hicieron liberales, con los Kirchner se volvieron autoritarios; siempre fueron oficialistas.
Claro que sin paraguas necesitan generar una conducción o algo que se le parezca. La foto color sepia del encuentro para recuperar el sello del partido, igualita a la que se tomaron cuando Menem se acababa y hasta cantaron la marcha, todo eso ya no sirve de nada. No tienen figuras que merezcan respeto. Eso pasa siempre que se agota un autoritarismo, los aplaudidores no tienen otra cosa para lucir que los callos de las palmas de sus manos. Los candidatos que mencionan convocan más a la lástima que al futuro.
Se aferran al sello del partido como si sirviera para algo, como si alguna vez hubiera salvado a algún candidato extraviado. Solo vale la encuesta, esa que los obligó a elegir a Scioli -a quien no querían- pensando que todo era pasajero, que total Cristina seguía vigente. Y ahora tardan en asumir que no quedó nadie con vida política, que no tienen vigencia, que el cuento ridículo de si se fueron con la Plaza más llena o el nivel de aceptación más favorable, que todo eso no sirve para nada. Sin el poder, los nacidos en esa cuna de los beneficiados por las autoridades ya nada son. Ni siquiera entienden qué es lo que tienen que hacer.
Lo malo del autoritarismo es que no suele dejar sobrevivientes. Como se dice cualquier cosa algunos creen que Perón lo era; olvidan que estuvo rodeado de hombres excepcionales, desde Carrillo a Taiana, desde Robledo a Luder. Y que cuando lo derrocaron quedaron cuadros formados como para gestar la resistencia y recuperar el poder tras diez y ocho años. Había primero un pensamiento, luego un conjunto de personas que participaban de él. Por eso la figura de Cámpora es original, era uno de los pocos acusados de obsecuente, de exceso de obediencia, en una época en la que se imponía la rebeldía. Por eso duramos hasta ahora, gracias a los luchadores; por eso estamos hoy al borde de la disolución, por el daño que nos hicieron los estalinistas que consideraban al aplauso como la variante principal de la participación.
El maestro Marechal supo decir que los enemigos habían asesinado y destruido el cuerpo de Megafón, que sus discípulos fueron reuniendo las partes hasta tenerlo completo, pero que le faltaba el miembro viril. Esa es la impresión que nos deja ese amontonamiento de dueños de la franquicia peronista, que todos juntos no dan nada, que ya es tarde, que obedecieron más allá de lo que la dignidad les permitía y entonces sus presencias se quedaron vacías de sentido. Utilizaron tanto tiempo la cobertura de los Kirchner que se quedaron sin su propia identidad, que ya no saben quiénes son ni qué papel juegan en la historia. Y eligen a cualquiera, sabiendo que no tienen a nadie para elegir y poder mostrar como figura, como conducción, como digno de ser respetado por la sociedad.
No van a convocar a elecciones internas. No tienen ni un candidato para la unidad, menos van a encontrar un par para competir. Lentamente se van a ir pasando al lado de los rebeldes, de los que se animaron a enfrentar al kirchnerismo y sobrevivieron. Ellos son ahora los dueños del futuro, con el nombre del peronismo o con una conciencia que lo supere. Los que se pasaron de oficialistas se quedaron sin destino. Eso sí, alguno va a seguir aplaudiendo al nuevo Presidente de turno. Para eso sirven. Para la rebeldía se necesita dignidad y ya es tarde. De los oficialista nadie la tuvo.
Por qué el kirchnerismo no puede ser parte del peronismo
El final del kirchnerismo implica superar lo que para muchos de nosotros era un simple injerto de izquierdismo fracasado sobre un pueblo exitoso. Años pasaron donde el pragmatismo de los negocios del juego y la obra pública le otorgan a los viejos restos de izquierda un espacio del poder y, en consecuencia, los convierten en su escudo defensor. Un proyecto de concentración económica y política sin límite alguno defendido por los miembros de los derechos humanos, viejos cuadros estalinistas y algunos de los expulsados de la Plaza por Perón. En el montón se sumaban un grupo de gobernadores e intendentes que explotan hace años la memoria del General para poder hacerse de una cuota de poder y de riqueza que nada tiene que ver con las enseñanzas del viejo líder.
El peronismo fue un fenómeno cultural con raíz en la clase trabajadora y una identidad social fuertemente definida que, desde la marginalidad, se convirtió en el centro y la matriz de nuestra sociedad. Hasta que no ingresaran los de abajo no estábamos todos y, en consecuencia, no había sociedad. Los viejos marxistas siempre odiaron a Perón; el viejo los relegó a un lugar secundario y nada simpático, nunca pudieron superar los límites de la clase media intelectual. Los “cabecita negra” y los inmigrantes junto a sus hijos, todos ellos forjaron una identidad demasiado fuerte como para ser dejada de lado. Los elegantes -de izquierda y de derechas- odiaban todo lo que finalmente terminamos siendo: el tango, el peronismo y el fútbol. Como me dijo un viejo amigo gorila, “nosotros creíamos que había que darle ideales a los ricos y unos pesos a los pobres. Perón entendió que era todo al revés, le dio ideales a los pobres y unos pesos a los ricos y nos definió para siempre”.
Los más desubicados de la vieja guerrilla siempre lo odiaron. Nunca se animaron a aceptar que les avisó de entrada (“No pueden enfrentarse con un ejército regular”) y terminaron conviviendo con los viejos restos del partido comunista, gente que nunca se llevó bien con nada que tuviera sentido de mayorías y de pueblo. Juntos encuentran en la oferta pragmática de los Kirchner un espacio para salir de la frustración del pasado, una opción para conocer las caricias y los beneficios del poder sin necesidad de seguir esperando una revolución que todos sabían que ya no tenía retorno. Y eso terminó siendo el kirchnerismo, un feudalismo autoritario asociado a los restos de viejas izquierdas pasadas de moda.
Lo que también los unía era la bronca contra el General. El peronismo era para viejos guerrilleros y antiguos izquierdistas una barrera a la que culpaban de su propia frustración. Uno puede respetar al “Che” Guevara, pero su figura no es para los pueblos; ellos no se suicidan ni eligen al héroe trágico como la bandera de sus luchas. Para la izquierda universitaria y luego violenta, el pueblo siempre fue reformista y ellos revolucionarios. La bronca se asienta en que los obreros no los eligieron a ellos, los izquierdistas, como la vanguardia esclarecida. Nunca entendieron que a Perón lo trae el pueblo, que la guerrilla y la violencia ayudan, pero el verdadero protagonista era el pueblo trabajador. La historia para los humildes comienza en la primera Plaza, la del 45, y para la guerrilla nace con el asesinato de Aramburu.
Perón no funda la guerrilla, ella nace con la destrucción de la universidad que genera Onganía. Perón intenta recuperarlos para la política, les entrega una enorme cuota de poder en la democracia que ellos van rechazando convencidos que el verdadero poder estaba en la boca del fusil. Su fracaso es tremendo, nunca tuvieron la menor posibilidad de vencer. Y tampoco la valentía de asumir una autocrítica, de entender que el asesinado de Rucci fue el error que engendró buena parte de la tragedia. Que la dictadura haya sido nefasta no implica que la guerrilla haya sido lúcida. Una cosa es acompañar los Derechos Humanos y otra muy distinta no asumir los errores del ayer. Hubo heroísmo, nunca hubo capacidad y talento para entender la realidad.
El kirchnerismo se inventó un pasado que demasiados de sus miembros no tenían. Los Kirchner nunca se ocuparon de los Derechos Humanos en la difícil, bajar el cuadro de Videla es un gesto tardío contra un enemigo que la dignidad de otros había derrotado. Raúl Alfonsín fue un responsable histórico digno de respeto, hasta Carlos Menem fue más importante en el enfrentamiento con las fuerzas armadas que los Kirchner. Ni hablemos de otros oscuros personajes que los acompañan, pareciera que su gobierno se adueñó de la memoria del pasado para incorporar personajes oscuros o de dudoso pasado.
Afortunadamente, esta mezcla absurda de tragamonedas y obra pública con Derechos Humanos y clientelismo social ha terminado su ciclo. El peronismo, con pocos dignos defensores de su historia, intentará sobrevivir. Puede que lo logre o no; importa esencialmente separarlo de este triste estalinismo de obsecuentes, devolverles al pueblo y al General Perón su historia y, en especial, la vigencia de su retorno pacificador. Los odios no suelen ser propiedad de los pueblos y el nuestro nunca participó de ellos, por eso fue peronista. Poco y nada tenemos que ver con el hoy derrotado kirchnerismo.
Restos del naufragio kirchnerista, no militantes
Un término antiguo que se fue vaciando de sentido, que no pudo conquistar un nuevo significado y que hace tiempo perdió el original. Se refería a una etapa de la juventud, al tiempo donde el romanticismo convocaba a la entrega, donde todavía se enfrentaba la tentación del egoísmo y se luchaba por un mundo mejor. La militancia era una manera de transitar la vida pensando –principalmente- en los demás. Era sentirse dueño de un bagaje ideológico digno de enamorar al resto de la humanidad. Hay muchos que transitan esos sueños en el mundo religioso y tocados por la fe salen a difundir su verdad. Militante era ese que se sentía dueño de un mensaje para difundir; era un habitante de la utopía, un dueño de los sueños siempre cercano a la misma demencia o al menos a ser sospechado de habitarla.
Eran tiempos de grandes transformaciones o al menos, de difusión de la esperanza en lo nuevo. Tiempos del Mayo en París y del Cordobazo, etapas donde uno pertenecía principalmente al club de las ideas, desde la pasión de los trotskistas hasta la misteriosa pertenencia al Partido Comunista y luego los curas del tercer mundo para que los católicos no nos sintiéramos menos. Siempre recuerdo que la seducción veinteañera se iniciaba con la eterna pregunta”¿en qué grupo militas?” y uno explicaba orgulloso sus pasiones y sus lecturas, su pertenencia y sus imposibles. Tiempos donde se seducía con la ideología, cosa que ahora se suele atravesar con el horóscopo y la música.
El marxismo tuvo mucha presencia en nuestras vidas. Aún en la de aquellos que no lo asumimos como guía, su peso abarcaba buena parte del tiempo de nuestros diálogos. Había aparecido un libro, “Diálogo de la época: católicos y marxistas”, que evocaban las palabras de mi amigo el Padre Carlos Mujica: “Lo importante no es si existe o no existe el Cielo, lo importante es que debemos terminar con este infierno”. Enfrentábamos a la cúpula de la Iglesia, a la dictadura que nos gobernaba, a misma Universidad en la que estudiábamos.
Personajes de “La condición humana” de André Malraux en la novela; en el cine, “La Batalla de Argelia” de Gillo Pontecorvo o la humildad de Marcelo Mastroianai en “I Compagni”: la novela, el cine y la vida nos imponían ejemplos de quienes se sentían portadores de una profecía.
De aquellos militantes ninguno se hizo rico, se desclasó, terminó su vida mezclado entre la clase social de los triunfadores. Sus sueños no se hicieron realidad pero eso no impidió que siguieran luchando por conservar su coherencia. Algunos nos van dejando con el paso del tiempo, otros se fueron en manos de los represores pero, todos fueron exigentes con sus propias conductas, cultores de la solidaridad, de esa forma de vida que habían elegido transitar. Decididos a ser, esencialmente, buenas personas.
Algunos confunden aquellos sueños con las pasiones de la hinchadas de fútbol, creen que es lo mismo militar que “defender los trapos”. La militancia es una pertenencia que se realiza en el sueño de universalizar las propias convicciones, de sentirse forjador de un “hombre nuevo”. Es la idea la que engendra la pasión. Surge del desafío de grandeza que nace del amor al semejante, suele agonizar en el resentimiento de los violentos y los fanáticos. En el prólogo de “Retrato del aventurero” Sartre desarrolla la relación entre el aventurero y el militante.
Nuestra militancia se llevó muchas vidas, demasiadas, sin dejarnos siquiera portadores de esa sabiduría que el “Pepe” Mujica supo forjar para unir a su pueblo, para convertir el dolor del pasado en abrazo y triunfo político de hoy. Parecido fue Lula en Brasil y la actual Presidenta de Chile. Nosotros nos quedamos sin autocritica y en consecuencia seguimos teniendo el pasado en discusión, con mucho resentimiento pero sin suficientes ejemplos de vida militante dignos de ser imitados.
Si, como dicen algunos, en las elecciones ha triunfado la derecha, es hora de que se hagan cargo de los enormes errores de esas supuestas izquierdas, de esa caterva de fanáticos resentidos que sólo logran inventando enemigos forjar los rasgos de su propia identidad.
Los militantes eran soñadores y a los sueños, la ambición y el resentimiento los convierte en pesadilla. No hay militantes sin utopías. Aprendamos a no utilizar su nombre para disfrazar intereses. La memoria de los militantes merece respeto, sintamos la obligación de ejercerlo.
El Beto Imbelloni
A la muerte de Herminio Iglesias yo escribí una despedida y el Beto (Norberto Imbelloni) me la agradeció durante años. Me hizo hablar con la esposa de Herminio; no estaban acostumbrados al buen trato de los compañeros que escribíamos.
Yo fui amigo del Beto, como lo fui del “Buscapié” (Rubén) Cardozo. Tuve mucho respeto por Herminio, encontré en ellos un elemento central del peronismo: la reivindicación de los humildes. Venían de abajo en serio, no se habían criado en las bibliotecas, ni siquiera sabían dónde quedaban. Eran duros, forjados en la vida —con poco o nada en sus infancias—, expresaban como nadie la cultura de la calle, la de la vida, la de la noche, la del dolor. No eran mafiosos, como los querían definir los elegantes, tampoco santones, como los imaginaban algunos fanáticos de la política.
Durísimos y románticos, buscando siempre el gesto de grandeza, algo difícil de encontrar en aquellos a los que la vida les regaló todo y no se sienten obligados a nada. Alguno me acusará de defender a personas que tenían relación con el delito. En rigor, la política los sacaba de la marginalidad, no como tantos, demasiados, a los que la política los inició en el mundo del delito y la gran mayoría de ellos con dignas carreras universitarias. Continuar leyendo
Gane o pierda, el peronismo deberá renovarse
Lindo tema para un día de elecciones el futuro del peronismo, más cuando un candidato dice ser heredero de nuestra historia y el otro aclara que está libre al menos de ese pecado.
Es bueno recordar que el peronismo vive a partir de la vigencia de la rebeldía que enfrentó a todos los que intentaron quedarse con su nombre sin respetar sus ideas. Los sellos son eso, sellos, no implican nada más. A la muerte del General, quedó como presidenta su esposa, Isabel, que cuando le fueron a comunicar a Perón que esa era la fórmula decidida por el Congreso les respondió, “Señores, al nepotismo se lo combate hasta en el África”. Tardaron una semana en convencerlo de que aceptara a Isabel como vice.
Al poco tiempo de asumir Isabel -y distorsionar casi todas las políticas-, treinta diputados fundamos el “Grupo de trabajo” para enfrentar a las deformaciones ideológicas. No fue fácil, la mayoría seguía oficialista, acompañado como siempre de algunos sindicalistas que nunca entendieron demasiado. Le hicimos juicio político a Lopez Rega -pensemos que en todas estas patriadas los compañeros de la guerrilla nos consideraban pobres reformistas; ellos imaginaban que el poder estaba en la boca del fusil, habían tomado distancia asesinando a Rucci y siendo expulsados de la Plaza.
Esos “imberbes” nunca entendieron nada de política, y aun hoy nos deben una autocrítica y un respeto ya que su vigencia es fruto de haberse acercado al peronismo, y no como intentan deformar, el peronismo tiene deuda con ellos. El peronismo es un partido de los trabajadores que nunca necesitaron de una vanguardia supuestamente iluminada.
Cuando triunfó Raúl Alfonsín salimos a construir la renovación, el viejo sello partidario estaba en manos de Saadi, hombre proclive a negociar con los restos de la guerrilla. Es la renovación la que nos permite recuperar la vigencia y el poder, y luego, con la traición ideológica de Menem, surge otra lucha, que en su final acompañan los Kirchner, para recuperar el pensamiento y la mística.
Los Kirchner nunca fueron parte de pretensiones ideológicas, solo buscaron el poder en su expresión más impune, y esa es la marca que queda de su paso por la política. Nunca acompañaron las luchas por los derechos humanos en los momentos donde hacerlo implicaba riesgo y compromiso, ni durante la Dictadura ni en sus años de gobernar Santa Cruz. Privatizaron desde el Banco Provincial hasta cumplir un papel imprescindible en la privatización de YPF que les aportó fondos que todavía no sabemos si tuvieron destino provincial o personal, y se apropiaron de la obra pública como nadie lo hizo antes. Sumaron restos de antiguos marxismos junto a los más impunes ambiciosos del enriquecimiento sin límite. Dejaron al peronismo en peor situación y crisis que el mismo Menem, que sin duda fue más frívolo pero menos perverso.
El peronismo es la historia del ingreso de los humildes a la vida política, es el recuerdo de la recuperación de la dignidad del pueblo. Como toda ideología exitosa, fue usurpada por cuanto ambicioso anduvo cerca, y está reducida hoy a un simple recuerdo que da votos. Pero el kirchnerismo está agotado y deja tras sí una mezcla absurda de sentimientos y una división siniestra entre sus fanáticos y los que ejercemos nuestro derecho a pensar distinto, los que reivindicamos sentirnos libres de opinar. El fanatismo siempre expresa las convicciones de los que no soportan la duda, forjan el dogma por el miedo a pensar. En el dogma la memoria sustituye a la razón.
Los negocios se comieron a los sueños, Perón volvió para abrazarse con Balbín, los Kirchner se asumen herederos de los “imberbes” expulsados de la Plaza. Una derecha económica con una izquierda extraviada, rara mezcla que nos deja en el peor de los mundos.
El peronismo sigue vivo, apenas respira en el seno del oficialismo en las personas de Urtubey y Randazzo, y por afuera se sostiene con fuerza en Massa y De la Sota, que hace rato salieron a enfrentar a esta secta que intenta usufructuar nuestros votos mientras desprecia el legado de nuestro Jefe.
Los peronistas, al menos muchos de ellos, preferimos votar a un centro-derecha que nos respeta antes que a una ambición desmedida e impune que intenta utilizarnos. Si lo pensamos bien, era más difícil perder la provincia de Buenos Aires que ganarla, pero los caprichos cuando no encuentran límites suelen terminar en derrotas.
La centro-izquierda tenía grandes posibilidades de ser la opción electoral, pero terminó dividido entre demasiados candidatos y pocas ideas. Viene el tiempo de una centro-derecha que se afirma en la democracia, esa que los kirchneristas despreciaban como limitación burguesa. Al peronismo, si logramos sacarlo del pantano en el que lo deja el kirchnerismo que se retira, le queda el espacio del centro.
Gane quien gane hoy, estaremos saliendo del kirchnerismo, un autoritarismo con sueños de eternidad e impunidad. Gane quien gane, sin duda estaremos mejor.