Por: Julio Bárbaro
Lindo tema para un día de elecciones el futuro del peronismo, más cuando un candidato dice ser heredero de nuestra historia y el otro aclara que está libre al menos de ese pecado.
Es bueno recordar que el peronismo vive a partir de la vigencia de la rebeldía que enfrentó a todos los que intentaron quedarse con su nombre sin respetar sus ideas. Los sellos son eso, sellos, no implican nada más. A la muerte del General, quedó como presidenta su esposa, Isabel, que cuando le fueron a comunicar a Perón que esa era la fórmula decidida por el Congreso les respondió, “Señores, al nepotismo se lo combate hasta en el África”. Tardaron una semana en convencerlo de que aceptara a Isabel como vice.
Al poco tiempo de asumir Isabel -y distorsionar casi todas las políticas-, treinta diputados fundamos el “Grupo de trabajo” para enfrentar a las deformaciones ideológicas. No fue fácil, la mayoría seguía oficialista, acompañado como siempre de algunos sindicalistas que nunca entendieron demasiado. Le hicimos juicio político a Lopez Rega -pensemos que en todas estas patriadas los compañeros de la guerrilla nos consideraban pobres reformistas; ellos imaginaban que el poder estaba en la boca del fusil, habían tomado distancia asesinando a Rucci y siendo expulsados de la Plaza.
Esos “imberbes” nunca entendieron nada de política, y aun hoy nos deben una autocrítica y un respeto ya que su vigencia es fruto de haberse acercado al peronismo, y no como intentan deformar, el peronismo tiene deuda con ellos. El peronismo es un partido de los trabajadores que nunca necesitaron de una vanguardia supuestamente iluminada.
Cuando triunfó Raúl Alfonsín salimos a construir la renovación, el viejo sello partidario estaba en manos de Saadi, hombre proclive a negociar con los restos de la guerrilla. Es la renovación la que nos permite recuperar la vigencia y el poder, y luego, con la traición ideológica de Menem, surge otra lucha, que en su final acompañan los Kirchner, para recuperar el pensamiento y la mística.
Los Kirchner nunca fueron parte de pretensiones ideológicas, solo buscaron el poder en su expresión más impune, y esa es la marca que queda de su paso por la política. Nunca acompañaron las luchas por los derechos humanos en los momentos donde hacerlo implicaba riesgo y compromiso, ni durante la Dictadura ni en sus años de gobernar Santa Cruz. Privatizaron desde el Banco Provincial hasta cumplir un papel imprescindible en la privatización de YPF que les aportó fondos que todavía no sabemos si tuvieron destino provincial o personal, y se apropiaron de la obra pública como nadie lo hizo antes. Sumaron restos de antiguos marxismos junto a los más impunes ambiciosos del enriquecimiento sin límite. Dejaron al peronismo en peor situación y crisis que el mismo Menem, que sin duda fue más frívolo pero menos perverso.
El peronismo es la historia del ingreso de los humildes a la vida política, es el recuerdo de la recuperación de la dignidad del pueblo. Como toda ideología exitosa, fue usurpada por cuanto ambicioso anduvo cerca, y está reducida hoy a un simple recuerdo que da votos. Pero el kirchnerismo está agotado y deja tras sí una mezcla absurda de sentimientos y una división siniestra entre sus fanáticos y los que ejercemos nuestro derecho a pensar distinto, los que reivindicamos sentirnos libres de opinar. El fanatismo siempre expresa las convicciones de los que no soportan la duda, forjan el dogma por el miedo a pensar. En el dogma la memoria sustituye a la razón.
Los negocios se comieron a los sueños, Perón volvió para abrazarse con Balbín, los Kirchner se asumen herederos de los “imberbes” expulsados de la Plaza. Una derecha económica con una izquierda extraviada, rara mezcla que nos deja en el peor de los mundos.
El peronismo sigue vivo, apenas respira en el seno del oficialismo en las personas de Urtubey y Randazzo, y por afuera se sostiene con fuerza en Massa y De la Sota, que hace rato salieron a enfrentar a esta secta que intenta usufructuar nuestros votos mientras desprecia el legado de nuestro Jefe.
Los peronistas, al menos muchos de ellos, preferimos votar a un centro-derecha que nos respeta antes que a una ambición desmedida e impune que intenta utilizarnos. Si lo pensamos bien, era más difícil perder la provincia de Buenos Aires que ganarla, pero los caprichos cuando no encuentran límites suelen terminar en derrotas.
La centro-izquierda tenía grandes posibilidades de ser la opción electoral, pero terminó dividido entre demasiados candidatos y pocas ideas. Viene el tiempo de una centro-derecha que se afirma en la democracia, esa que los kirchneristas despreciaban como limitación burguesa. Al peronismo, si logramos sacarlo del pantano en el que lo deja el kirchnerismo que se retira, le queda el espacio del centro.
Gane quien gane hoy, estaremos saliendo del kirchnerismo, un autoritarismo con sueños de eternidad e impunidad. Gane quien gane, sin duda estaremos mejor.