Un encuentro que decretará el final del kirchnerismo

Cuando los dos candidatos se saluden estarán decretando el final del kirchnerismo y sus odios, como también la idea que había un solo partido digno de ocupar el poder.  Entonces, los disidentes irán desapareciendo expulsados por la fuerza de la burocracia del bien. Los adversarios se impondrán en el lugar que el autoritarismo intentó destruir. La democracia renace después de años en terapia intensiva. Los que “vinieron por todo” se irán, por suerte, sin nada.

Llevo meses debatiendo que el kirchnerismo es una enfermedad pasajera del poder y que, con su derrota, el peronismo se va a liberar de semejante malestar. La pequeñez de los gestos de sus actores está marcando que la hora de la despedida desnuda su verdadera carencia de grandeza.

Nuestra vida política transita por el devaluado espacio de la viveza. Hubo tiempos donde los candidatos eran ilustrados y el talento no necesitaba cederle tanto lugar a la ambición. Eran los tiempos del prestigio, donde la dignidad no se aferraba a los cargos como los náufragos a sus maderos. La viveza tuvo su auge y se jactó de dejar la silla vacía. ”Ganamos igual”, no era necesario expresar ideas -y quedaba en claro que no las usaban.

Una segunda vuelta y un debate, es mucho lo que ofrecen y seguro que no van a estar a la altura de esas circunstancias. Pero a no quejarse: primero, hay elecciones y dos candidatos, nos sacamos el riesgo de encima de ser Venezuela. Seamos agradecidos, ya es bastante. Al kirchnerismo solo le queda una jefa experta en cadenas discursivas y fracasos electorales. Su desmesura la fue alejando de los votantes más exigentes, esos que un imbécil denominó “los que están bien vestidos”. Logró una derrota en la provincia de Buenos Aires, algo más difícil que el propio triunfo. El capricho le impuso sus límites a la razón y así les fue. Que sigan aplaudiendo.

Claro que los generales que en condiciones de superioridad de fuerza conducen sus ejércitos a la derrota no suelen conservar un buen lugar en la memoria de su soldadesca. Noventa por ciento es oportunismo, si le damos un diez a la ilusión somos generosos, pero ni aún ellos son adictos al fracaso.

Los pensadores de Carta Abierta miran para otro lado, los que confundieron micrófonos con audiencia no pueden reencontrar un lugar en la vida política, no estaban preparados para la democracia. Y Scioli no deja lugar para que lo miren como propuesta revolucionaria, nacional y popular, progresista y antiimperialista: mucho exigir para tan poco dar. Scioli no pudo escapar del espacio de la Presidenta, esa que a los encuestadores pagos le daba como sesenta por ciento de prestigio y en la urna aparece debajo del cuarenta. Los encuestadores vivieron el síndrome de muchos militantes: con tanta bonanza, ¿cómo iban a imaginar el final menos esperado? Y si hasta hace unos días nadie se le animaba a la Presidenta por miedo de perder el carguito, ahora aparecen los primeros atisbos de valentía. El Titanic inclinado deja ver la dimensión del témpano, se hace difícil seguir bailando en la cubierta.

La Presidenta se cansó de devaluar al peronismo y a su jefe, pero los peronistas somos todavía unos cuantos. Supimos enfrentar a López Rega, tomar distancia de Isabel, forjar la renovación después de la derrota y enfrentar a Menem. La rebeldía salvó al peronismo de la desaparición. Muchos, demasiados de nosotros, preferimos que gane Macri para volver a soñar con una fuerza política donde nadie se sienta superior ni se enferme de soberbia, ni se le ocurra que lo nuevo es ser más marxista que yanqui. Cristina logró ponerse más lejos y ser menos respetuosa con Perón que el propio espacio de Macri. Ellos, con la obra pública y la alcahuetería mediática, no pueden sentirse a la izquierda de nadie.

El debate es entre el PRO, un centro-derecha moderno, y el kirchnerismo, un grupo de ambiciosos que ocuparon el Estado a su servicio y repartieron cargos a supuestos militantes que se convirtieron en aburridos y ambiciosos burócratas. La ventaja de Macri es que sabe quién es porque forjó su propia fuerza; la debilidad de Scioli es que viene siendo oficialista desde que alguien lo convocó a ocupar un cargo.

El debate es entre dos candidatos que se respetan. Gane quien gane, podrán luego juntarse para trabajar por el futuro. Eso es música para los oídos de todos los que amamos tanto la democracia como odio nos genera el autoritarismo kirchnerista. Recuperamos el gesto del abrazo Perón-Balbín. El debate es un triunfo en sí mismo, es la derrota del peor autoritarismo. Bienvenido sea.

La sociedad votó en contra de Cristina

El kirchnerismo fue un retroceso para nuestra democracia. Degradó todas y cada una de las instituciones y midió todo por una sola vara: la obsecuencia a la Presidenta, dueña de un discurso tan autoritario como incoherente. Estamos divididos entre los que la aplauden y los que no entendemos qué diablos aplauden, tomaron el Estado por asalto, y desde esos espacios de prebendas y beneficios nos cantaron la marcha de una supuesta revolución.

Nunca respetaron el peronismo, y ni siquiera tuvieron la dignidad de asumir que lo usaban porque sus verdaderas identidades no lograrían ni siquiera ser votadas. Quisieron instalar a Néstor Kirchner en un lugar de la historia que para la gran mayoría no corresponde, salvo en ese uso desmedido del poder del Estado para apropiarse de todo, dineros y dignidades.

Me molestan y mucho, los que inventaron la izquierda kirchnerista, demasiado falsa para no ser interesada. Ellos, mis viejos amigos -los Kirchner- nunca se ocuparon de los derechos humanos en la difícil. Lo mismo que sus amigos, los Zaffaroni o los Verbistsky, que durante la Dictadura caminaron por las calles, hicieron negocios y negociaron. En el caso de los Kirchner, ya en democracia, se dedicaron con Menem a privatizar YPF con Parrilli de miembro informante; todos jugados al negocio de la venta. Luego, años más tarde, fortunas de pérdidas para el país de por medio, jugaron a los héroes recuperando todo con un costo que pagaran generaciones. Todos tramposos, ya en el poder, usaron una parte del botín para los restos de viejas izquierdas y de derechos humanos, que pasaron de ser el orgullo de una sociedad a ser parte de un gobierno pasajero, una importante bajada de categoría.

No me pueden decir que Macri es de derecha y que la Presidenta es de izquierda. Macri es conservador pero absolutamente democrático; la Presidenta es absolutamente autoritaria y cultora de la desmesura, mucho más cercana a la incoherencia que a la justicia social. Ha conducido su fuerza a la derrota sin que nadie se atreva a señalarle que cada intervención suya era una manera de espantar votos de todas las clases sociales. Su egoísmo la llevó a imponer fórmulas que lograron la derrota en la provincia de Buenos Aires, un logro digno de una jefa irresponsable y poco conocedora de la misma sociedad a la que dice conducir.

El kirchnerismo fue una enfermedad del poder que se retira con sus propios gestores, dura lo mismo que sus dueños. La corrupción no es un simple dato que acusa la oposición, está en la misma esencia del “modelo”.

Yo voy a votar a Macri. Podría haber votado a Scioli si él dejaba de ser un fiel seguidor de la Presidenta, si hubiera sido capaz de ser él. Soy peronista, Macri no daña mi historia porque no la usa; Scioli la sigue arrastrando sin siquiera recordar a Perón y sus aportes. La Presidenta nunca respetó al peronismo, por eso quiso inventar a su esposo como un fundador de algo, pero olvidó que aquello que no arraiga en el pueblo no dura más que el tiempo fugaz que sus inventores en el poder. No crean que son más que Menem, son tan pasajeros y olvidables como él. Lograron adhesiones sectarias y de formación marxista, pero eso es más para espantar votos que para explicar lo sucedido.

El domingo, la sociedad que le entregó el poder a la Presidenta decidió que era tiempo de retirárselo. La culpa no fue de Scioli ni de Aníbal, la culpa fue de la Presidenta y de un entorno que aplaudió mientras sus desmesuras eran rentables en poder y en dinero, ahora que dan pérdida viene el tiempo del pase de facturas y el alejamiento paulatino.

Su último discurso, donde ni mencionó al candidato que la hereda, fue una muestra de su falta absoluta de respeto por su mismo partido. Sus seguidores y obsecuentes disfrutaron hasta hoy de esa desmesura, ahora ya de nada les sirve, salvo para darles cierta garantía de que los conduce hacia una nueva derrota. Como opino hace tiempo, el ciclo del kirchnerismo está agotado y de ese fanatismo no quedará pronto más que un amargo sabor de fracaso. No mucho más.

Se va un Gobierno que sembró la división

El socialismo difícilmente se logre con los bienes que tanto se ambicionan, pero con gran facilidad se accede a ese reparto justiciero cuando de culpas se trata. Para todo nacional que se sienta por encima de la media, para tantos que se asumen parte integrante de la vanguardia esclarecida, para todos ellos, las culpas de nuestros fracasos son, sin duda, culpa del pueblo que siempre vota a los peores. Una parte le echa la culpa al peronismo, otra a la falta de educación de los votantes. Así fue en el cincuenta y cinco cuando derrocaron a Domingo Perón, convencidos de que era un obstáculo para la democracia.

Luego hicieron lo mismo con Arturo Frondizi y más tarde con Arturo Illia —siempre pensando que caminaban hacia la democracia y la libertad—, hasta que, sin necesidad de visitar al psicólogo, instalaron a Juan Carlos Onganía para siempre, seguros de que la culpa era de los votantes. Once años para terminar asumiendo, con Onganía, que no soportaban la democracia y después hasta el setenta y tres, para permitir el regreso de Perón en un clima imposible de manejar. Perón nos dejó el abrazo con Ricardo Balbín y muchas otras señales de un futuro sin enemigos.

Después de la muerte del general, ganaron los duros, el golpe provocó el genocidio; con el genocidio desaparecieron los militares para siempre, pero nos dejaron una absurda guerrilla que nunca entendió nada y sin embargo sobrevivió con un inmerecido prestigio. Ese recuerdo usurpó el kirchnerismo para inventar su modelo. Ese recuerdo, para mi gusto, se retira con la Presidente, sea quien fuere el que gane. Continuar leyendo

Los días finales del autoritarismo K

Nos toca votar con miedo, un miedo mucho más vigente que la esperanza que debería proponer lo nuevo. Los que se van asustan, los que intentar venir no ilusionan. Los candidatos nos quedan chicos, no alcanzan para cubrir el espacio de la pacificación que necesitamos. Nos hablan con certezas, los escuchamos y quedamos invadidos por las dudas. Hablamos de política como nunca, sufrimos su ausencia más que siempre. Hubo un tiempo que la inocencia invitaba a viajar quinientos kilómetros para no votar, un tiempo anarquista del “que se vayan todos”, pero ahora entendimos que huir no nos salva de nada.

Los oficialistas se dedican a ignorar la realidad; nosotros, los realistas, estamos condenados a sufrirla, a cargarla como angustia existencial, a soportar desde las cadenas cotidianas que son condenas sin rumbo ni sentido hasta las publicidades que desnudan la poca consideración que nos tienen. Uno siente que lo toman de tonto, casi todos, casi siempre. Hay imágenes que hacen daño, puesta en escena de la Presidenta bailando una alegría que es más cercana al sinsentido que al festejo personal, una euforia que parece ocultar otras carencias.

Salimos de la mayoría absoluta y del peor de los riesgos, del autoritarismo. La Presidenta, en su versión original, no tiene continuadores; por suerte hay defectos que no se heredan, se van con el portador. Scioli tiene como virtud diferenciarse de quien dice quererse parecer y asumir como su conducción. Macri fue invitado a conducir la oposición y se ocupó de consolidar a su propio partido. Massa tuvo su exceso de bonanza y luego el de carencias, impidió que lo disuelvan sin dejar en claro si seguía siendo una opción. La oposición volvió a lo de siempre, impotencia para unirse y triunfar, exceso de pruritos para acercarse y gestar una alternativa.

En la elección presidencial anterior el centro izquierda fue derrotado pero salió segundo y con capacidad de crecer. En aquella elección los socialistas no supieron encontrarse con los radicales, en esta fue mucho peor, no supieron donde podían o debían encontrarse. Margarita Stolbizer es la digna sobreviviente de esa fuerza, pero sin ocupar ya el lugar de alternativa. Uno puede decir sin dudar que es la mejor propuesta; queda la duda de si al votarla uno salva su conciencia o se convierte en un pusilánime. Me cansan los progresistas que salvan su dignidad tirando la pelota afuera. A veces pienso que en esos casos lo más digno sería callarse la boca, al menos no jugar de puros frente a tantos que se comprometen metiéndose en el barro de la vida. Stolbizer es sin duda lo más cercano a mi pensamiento; ahora, si los miembros de UNEN decidieron separarse entre ellos, no me siento obligado a asumir una responsabilidad que no es la mía. Trabajaría junto a ella para el mañana, no me libera mi conciencia votarla hoy.

No soy de derecha, pero frente al autoritarismo y la corrupción vigente no queda espacio para pensar que Macri está a la derecha de Scioli. Esa categoría no me libera de la obligación de votar contra el peor gobierno que imaginé en el nombre de mi propia historia. Y aclaro que los del PRO en lugar de seducirme me irritan, me resultan empresarios aficionados a la política, pero prefiero que quien gobierne si no expresa mi pensamiento no lo haga en nombre de nuestra historia.

En todo dialogo sólo nos referimos a los defectos de los candidatos, a sus debilidades. Las virtudes son un tema que se agota en el acto, las críticas sirven para ejercitar nuestro ancestral pesimismo que además recibe el apoyo invalorable de los candidatos que deberíamos votar. Casi nadie elige al que más quiere sino tan sólo al que menos odia. Las ambiciones se impusieron a las ideas, la política terminó siendo una simple excusa para el éxito personal y cuesta mucho volver a darle su sentido, su importancia, su valor.

Estamos saliendo de lo peor, de un autoritarismo que amenazaba quedarse con la democracia. La otra noche un canal oficial lo instalaba a Eugenio Zaffaroni para hablar como un estadista. Es la metáfora del oficialismo, son capaces de inventarse un pasado digno y un presente honorable sólo porque a la impunidad la han convertido en el valor superior. Zaffaroni, personaje menor y mediocre, es la imagen de la sociedad que nos dejan los que se van. Gente que nunca se ocupó de los Derechos Humanos en la difícil y que los utilizó hasta degradarlos al gobernar. Oportunismo impune, de eso se trata la enfermedad que la política nacional necesita superar. Y pongámosle fuerza, porque no va a ser fácil, pero es tan posible como necesario.

Gane quien gane, el fanatismo habrá sido derrotado

Desde el retorno de la democracia, la dirigencia nacional, en todas sus variantes (política, empresarial, sindical y deportiva) y en todas su opciones, elige mayoritariamente lo peor. Pareciera que de alguna manera, dado que las ideas habían llevado al genocidio, la sociedad se dedicó a los negocios, a las rentas, y todo el resto fue perdiendo valor y sentido. Alfonsín fue el mejor intento de trascender esas limitaciones, pero la misma Coordinadora desapareció sin pena ni gloria en los vericuetos de las otras variantes del poder. De hecho, no dejó candidatos y casi tampoco pensadores con vigencia actual. Y su contracara, la renovación peronista, sufrió un proceso de desaparición parecida. Entre ambos grupos había casi una veintena de dirigentes de los cuales casi no hay sobrevivientes, al menos en el mundo de la política, aunque varios de ellos lograron asimilarse al espacio empresarial.

Los tiempos de Menem fueron la decadencia en su versión de frivolidad, donde los economistas influidos por la caída del muro de Berlín creyeron que vendiendo todo ingresaríamos al mundo capitalista. De golpe, luego de haber rematado todos los bienes del Estado, nuestros ciudadanos golpeaban los bancos desesperados para recuperar sus depósitos. El soñado “derrame” mojaba otras tierras fronteras afuera. El anti-estatismo mediocre y servil no tuvo otro logro que deuda pública y miseria privada y, lo peor, engendró un estatismo novedoso con pretensiones de izquierda progresista en manos de los feudales del sur. De un liberalismo mediocre y dogmático heredamos un estatismo de simétricas consignas. Y fracasamos dos veces, cuando permitimos que las empresas pasaran a manos extranjeras y cuando luego de semejante dislate terminamos rearmando un Estado de mucho mayor tamaño y con mucha menor razón de ser.

La política fue siendo reducida a otras miradas. Los economistas aparecían como propietarios de verdades trascendentes, mientras tanto los sucesivos candidatos iban tiñendo con sus apellidos las agrupaciones de sus circunstanciales seguidores. El peronismo, como memoria de viejas mayorías, se convirtió en una muletilla salvadora de ambiciones sin rumbo. Los radicales, con menos poder, sufrieron parecida diáspora. Con Menem, una antigua derecha liberal conservadora imaginaba ponerle lógica a su exacerbada frivolidad. Con los Kirchner, viejos y gastados revolucionarios de café se acercaron a recibir en la senectud las caricias del poder por las que tanto habían bregado en la juventud. Ambos, Menem y los Kirchner, llegaron al gobierno con apoyos populares pero luego eligieron rumbos de ideas y grupos que jamás podrían haber ganado una elección. Claro que no podemos utilizar el comodín del término populismo para obviar lo más patético de esa cruel realidad: no es que las mayorías elijan a los peores, es que la oferta política suele estar toda ella teñida por la misma mediocridad.

El termino populismo, que vino a substituir la antigua acusación de demagogia, culpa a los votantes de los desaciertos de los votados. Se usa como si la sociedad dejara de lado brillantes y prometedores candidatos de sólidos y estructurados partidos. Buena manera de echarle la culpa a las masas, al pueblo, a las mayorías, en una sociedad donde no existe siquiera una clase dirigente, donde el peronismo que agoniza hace años no se cruza con una opción digna de superarlo. El peronismo arrastra su pobreza de dirigentes y su desaliño ideológico tan solo porque el resto, el no peronismo, no se toma el trabajo de construir opción alguna. Y lo vivimos a diario. La decadencia de nuestras elites abarca todo el espectro, desde lo sindical a lo empresarial, desde lo deportivo a lo académico. Una generación de oficialistas a cualquier precio no permite forjar una dirigencia que siempre implica un margen de riesgo, una actitud de rebeldía y una cuota de dignidad.

El Estado que debió gobernar Alfonsín era todavía débil frente a los sindicatos y las fuerzas armadas, el viejo peronismo derrotado pasaba sus facturas entre los sueños de retornar al poder. Ese primer gobierno fue quizá el último intento de la política de imponerle un rumbo a la sociedad. Algunos que repiten la muletilla de que solo el peronismo puede gobernar olvidan que eso era antes, cuando el Estado era todavía débil frente a los factores de poder. Hoy todo ha cambiado, no hay más fuerzas armadas y los mismos sindicalistas o gobernadores, todos ellos dependen de las limosnas del poder central. Pocas provincias y sindicatos son libres de opinar con libertad, quien gobierna ya no seduce ni convence, solo impone la dependencia del gobierno de turno.

La mayoría absoluta que se retira con sus cadenas de noticias oficiales, esa mayoría que tanto daño le hizo a la democracia, ingresa hoy a otro escenario donde gane quien gane el poder será compartido. Se va quien nos trataba como enemigos, vuelve el tiempo de los adversarios. Se va quien eligió heredar a los que el General echó de la Plaza, vuelve el país del abrazo de Perón con Balbín.

El fanatismo habrá sido derrotado, aun cuando deje sus huellas de medios oficialistas. Estuvimos cerca de caer en el autoritarismo de los negocios justificado por los reservistas de pasados fracasos revolucionarios. Nunca una mezcla tan absurda y nefasta invadió nuestra dirigencia, pero ese es el fruto de la selección de los peores. Cuando una sociedad es conducida por sus mejores representantes, sin duda encuentra un camino de realización colectiva. En nuestro caso solemos optar por la situación inversa. Y estamos superando a duras penas un gobierno donde el discurso autoritario intentó deformar los índices que miden nuestra realidad y ocultar la corrupción con pretenciosas justificaciones progresistas.

La política está retornando. En una mesa de dialogo estaban representados el sesenta por ciento de los votantes, en el asiento vacío estaba el cuarenta por ciento gobernante. Y el Estado trasmitía un partido de futbol para proponer que miremos para otro lado. Y Daniel Scioli nos enrostraba su desprecio por los que pensamos distinto participando de eventos musicales. Esperemos que no ganen, pero en todo caso, ya habremos superado lo peor, que fueron los tiempos de Cristina con autoritarismo, corrupción, pretensiones progresistas y mayoría absoluta. Gane quien gane, salimos de lo peor. Estamos volviendo a la política, esa que tiene vigencia cuando los pueblos son más fuertes que los gobiernos. Y debatiendo con pasión, ya vendrán tiempo de elegir los mejores. Falta poco.

Versatilidad y decadencia de los oficialistas

Son muchos, demasiados, los que acomodan el alma al gobierno de turno y además, luchan en pos de acercarse como si fuera la causa que esperaban desde siempre. Deberían constituirse en fuerza política. Son mayoría. Molestan a los verdaderos creyentes, a los que esperan algo nuevo que los sorprenda y que terminan agredidos por una nueva caterva de depredadores. Son demasiados pocos los inocentes que no aceptan convertirse en los oficialistas de la primera hora, porque como todo el mundo sabe, todo oficialista se inventa un pasado para pertenecer siempre a la primera hora.

Con la crisis de la industria y las complicaciones del agro, el oficialismo es sin lugar a dudas el comercio más rentable que transita el presente. Si pudiéramos contar los ricos, los nuevos ricos, desde la llegada de las democracias hasta ahora -los ricos que engendró la política- tendríamos una línea de crecimiento notable con un incremento constante de cantidades tanto de personas como de fortunas. El ladri-oficialismo es ya una profesión, no tardará mucho hasta que la dicten como carrera en las mejores universidades, incluyendo como docentes a los rectores y decanos que participan en la primera fila del enriquecimiento nacional y popular. Eso queda claro: nacional y popular sustituye al anticuado título de antecedentes intelectuales y morales.

Los empleados públicos innecesarios se multiplicaron para poder aplaudir y votar al “modelo”, especie basada en el uso del poder al servicio del negocio y defendido por viejos y oxidados revolucionarios. Antiguos rebeldes hoy actúan como oficialistas conversos, ayer se imaginaban sublevando multitudes y hoy las acomodan a los complejos recovecos del discurso presidencial. Y me explican de qué lado está el mal, ese que ayer encontraban en los gobiernos y hoy, carguito mediante, lograron ubicar en los no creyentes del supuesto “modelo”. Queda claro que no aprendieron filosofía, dados, timba y la poesía cruel en un Cafetín de Buenos Aires sino en una biblioteca con una Carta Abierta que intentaba convencernos que el kirchnerismo es revolucionario porque les otorgó un pedazo de poder a los que, de jóvenes, eran implacables y ahora cambian pasado presentable por presente abominable. Y llegó el momento en el que Scioli deje de asustarlos para convertirse en el nuevo líder de los intelectuales oficialistas.

Oficialistas: el peronismo es una gran ayuda, les otorga una identidad parecida a llamarse “camaleón”, una naturaleza que los adapta a la coyuntura sin tensiones. Eran peronistas de Menem y luego lo fueron de Duhalde, y como eso duró poco y lo de los Kirchner fue matrimonial y por lo tanto semejante a una cama de dos plazas, ellos siguen en la digna línea de oficialistas peronistas. Cuidado, primero oficialistas, después viene el decorado, el recuerdo de una historia que fue larga y entonces uno toma el momento que se le ocurre, hay para todos los gustos.

Gobernadores, intendentes, embajadores, legisladores, durando están. Duran porque aplauden, aplauden porque es gratis y el cargo es pago. O el negocio, o los negocios. Acomodan parientes y amigos, al módico precio de interpretar la lucidez del de arriba. Se olvidan de explicar que el que estaba ayer , hoy es culpable de los defectos que antes fueron aplaudidas virtudes de su tiempo de gloria. No es común entre divorciados referirse a las virtudes de los ex, no permiten justificar los amores tan puros de la nueva pareja. Y ahora se termina una genia y viene otro que, en todos los casos nos va a costar- y mucho- inventarle trascendencia histórica; pero no veo a ningún oficialista preocupado. Esperen que gane el que gane y el aplauso surgirá solo, auténtico, sentido, vibrante. El poder se expresa en un auditorio cuya acústica es compleja, tanto que mientras el que canta sea el que manda a ninguno se le va a ocurrir que desafina. Ahora sí, apenas cae el telón y la obra se da por terminada, toda vibración discursiva será forjada tan sólo por el genio que nos cante el próximo discurso.

Oficialistas, triunfadores, personajes despreciables, pero triunfadores, fruto amargo de una sociedad que admira al ganador como portador sano de la única virtud con vigencia. Después, cada uno la cuenta a su manera, si hasta alguno me cuenta en secreto murmullo sus disidencias, por si acaso yo le fuera útil para la próxima función de oficialista. Solo duele un detalle: mientras ganen ellos, implica que perdemos todos. Y en eso estamos. Y el porcentaje de oficialistas no lo mide el INDEC pero es el índice más claro de la decadencia de una sociedad. Y nosotros tenemos multitudes.

La política como sistema prebendario

Hay una etapa del ejercicio del poder donde la corrupción ocupa el lugar de lo casual, de lo excepcional. La estructura aísla al corrupto como la parte enferma de esa sociedad. Luego, la evolución puede eliminar o multiplicar los datos y los ejemplos de quienes utilizan el Estado para su propio beneficio. Finalmente, en los gobiernos que se enamoran del uso y la ocupación del poder -siempre- el enriquecimiento de sus miembros se va convirtiendo en parte esencial de la ambición por permanecer.

La razón que define al gobierno se puede componer de pensadores políticos signados por la voluntad de mejorar la sociedad o por ambiciosos impunes que manejan la corrupción intentando evitar el riesgo de ser alcanzados por la Justicia. Desde el retorno de la democracia, la figura del operador político fue expulsando al político de vocación: el negocio se impuso a las ideas. El personalismo eliminó al partido, el obsecuente expulsó al disidente, el coimero se impuso al soñador. La lealtad al poder de turno fue una manera de seleccionar a los peores, el coimero fue elegido por su necesidad de oficialismo al servicio de su impunidad. La corrupción se ocupó de expulsar la disidencia, robar estuvo permitido para evitar y superar el pecado de criticar.

Dicen compartir ideas, pensamientos, pasados, cuando lo que realmente comparten son los beneficios del poder y los termina uniendo la complicidad. Están los que se enriquecen sin límites, esos vendrían a ser los triunfadores, los jefes. Están también los que se acomodan ellos y logran ir acomodando a parientes y amigos; esos ocupan el lugar de la degradación del militante. En los tiempos de militantes, trabajábamos en lo privado y aportábamos a la política. Eso duró años y nos templó en la lucha. Luego el Estado amontona empleados y funcionarios y convirtió a la política en una forma de evitar las inclemencias de la realidad. Por fuera del Estado, la miseria impone sus reglas, la corrupción no la resuelve, se conforma con negarla en la contabilidad. Los funcionarios no ocultan su ascenso social: algunos lo lucen como si fueran fruto de sus logros, de su talento o de su suerte; otros lo ocultan o al menos lo convierten en festejos privados. Donde ayer hubo coincidencia en las ideas, hoy el factor que los une es la simple complicidad.

Asombra el hecho de que acusen a los que pensamos distinto de estar pagados por el mal, las corporaciones y el imperialismo. Siguiendo con la nefasta teoría de que no puede haber dos demonios, si ellos ocupan el espacio del bien, quedamos el resto ocupando las prebendas del mal. Como la dictadura era genocida, cosa que nadie discute, la guerrilla terminaba siendo lúcida, cosa que sólo ellos pueden intentar sostener. La violencia fue un error del pasado; la obsecuencia al poder de turno parece en muchos casos convertirse en la manera de resolver las equivocaciones del ayer. En ambos casos somos parte de una generación que fue más lo que dañó a la sociedad que lo que la ayudó. Los daños son duras marcas en la integración social, marcas cuya responsabilidad compartimos con la enfermiza ambición de los adoradores del mercado. Los extremismos nos hicieron retroceder. Entre la violencia de una izquierda que no podría jamás imponer el socialismo y se termina conformando con degradar el capitalismo y la impunidad de un liberalismo económico que cree que sólo la ambición es el motor de la historia; entre estas dos demencias se debate nuestra frustración.

Antes, las mesas de los bares y restaurantes nos convocaban para compartir ideas. Ahora, uno ya ni los ve, eligen lugares más elegantes y solitarios, prefieren hoteles para extranjeros ricos donde se encuentran para hablar de negocios. Los empresarios expresan que la corrupción es solo por el exceso de los retornos exigidos, como si la ética ocupara el lugar del porcentaje, pero no imaginan un gobierno sin ellos. En rigor, mientras el dinero sea lo más importante, ellos tienen la seguridad de poder imponer su ley.

Concebir al dinero como la esencia del poder implica siempre ingresar al mundo del atraso. Una sociedad que no tiene una clase dirigente, entendida como un sector decidido a pensar el país más allá de sus propios intereses, es una sociedad que cae fácilmente en la tentación del personalismo que sustituye a las instituciones. Eso es el kirchnerismo, un simple sistema prebendario donde la lealtad al poder de turno sustituye las obligaciones que imponen la ley y las instituciones. Perón decía que sólo la organización vence al tiempo y al número; lo planteaba para que con él se terminara el personalismo. Son tan ortodoxos que prefieren heredar a Stalin. Cosas de los ortodoxos.

Adiós al Chueco

Se fue un amigo, un peronista, alguien que encontró en una causa su razón para vivir. No fue un romántico, pero nunca llegó a convertirse en un pragmático. Siempre supo nadar en las aguas del poder, pero sin perder la conciencia de la supremacía de la política. En eso y por eso era peronista; sabía que la política era el espacio desde el cual se podía intentar lo colectivo. Nada lo asombraba, y tampoco se dejaba llevar por la degradación que se había convertido en costumbre, en moneda cotidiana. Tenía códigos, esos que algunos frívolos asignan a la mafia y que son siempre expresión de la dignidad humana, esos que obligan a ser solidario con el caído y comprensivo con el débil, esos principios que le suelen imponer el limite a la desmesura de la mera ambición.

Cuando Néstor asumió, el Chueco fue un tema de nuestra conversación, quería conocer la razón de su enorme presencia en el peronismo, yo le insistía en que la agenda del Chueco era la esencia del padrón partidario. Recuerdo haberle avisado a Néstor que iría al encuentro anual que el Chueco haría en un espacio enorme, con muchos invitados. Fuimos pocos, muy pocos kirchneristas, pero el peronismo estaba casi todo. El Chueco no era de rendir pleitesía, nunca fue un obsecuente de nadie, siempre la peleó según su visión de la realidad. Manejaba todo tipo de personajes y situaciones, pero la política y el peronismo eran lo importante, todo lo demás lo negociaba. Continuar leyendo

Debatir, disentir, aprender

Silvia Mercado escribió un nuevo libro, “El relato peronista”, y me invitó a compartir la presentación con Juan José Sebreli, situación que agradezco y me honra. Es un ensayo meticuloso sobre la construcción del peronismo, una profundización de la idea de que estamos frente a un “relato”, palabra que según Sebreli sustituye lo que ayer definíamos como “ideología”. Obviamente sobre ese camino se llega a la conclusión de que el kirchnerismo es también un relato y en consecuencia la democracia termina siendo débil porque existe una masa, pueblo, humildes, engañables por el relato y entonces votan a cualquiera, digamos, al peronismo. A eso antes lo llamaban demagogia y ahora lo rotulan populismo. Sería así, una clase dirigente lúcida, capaz, brillante, que no logra ser votada por los pobres que votan a los que los engañan diciendo que los van a beneficiar cuando en rigor los arruinan. Moraleja: los pobres son brutos “desubicados” que cuando votan se dañan a sí mismos. Si votaran a los ricos no saben lo bien que les iría.

En un dilema que nos hace buscar un culpable. O es la clase dirigente que nunca se hace cargo de nada y jamás ofrece una alternativa digna de ser votada, o es el pueblo que vota a los que lo engañan. Primero opino que la suma de intereses individuales no genera un proyecto colectivo. Nuestros empresarios son, para mi opinión, mucho más limitados que el supuesto pueblo. Es complicado conformar una sociedad capitalista si a los ricos no les importa. Recién ahora algunos asumen que el valor de sus empresas está ligado a la solidez de las instituciones. Como ahora -sin Parlamento y al borde de quedarnos sin Justicia, asediados por la mafia de “Justicia Legítima”- no podremos arribar ni al capitalismo ni a la democracia, solo al poder mafioso.

Los partidos políticos son apenas estructuras de las que nos ocupamos cada tanto y no surgen de ellos candidatos dignos de ser votados. Cuando critican al peronismo, intentan olvidar que luego de derrocarlo, a ese supuesto “relato”, durante dieciocho años no supieron qué diablos hacer. Frondizi les resultaba demasiado comunista, pensaba y era inteligente -y como bien sabemos esos son los marxistas. Illia les resultaba demasiado decente y, como era decente, era lento. Y vino Onganía, que destruyó la Universidad dando origen a la guerrilla. Perón retornó después de esos dieciocho y no había dos demonios, pero entre la guerrilla que se imaginaba invencible y la derecha militar que seguía soñando con el golpe salvador -entre ambos- nos volvieron a la guerra y al atraso. Pero escribimos libros donde la culpa la sigue teniendo Perón. Que desde ya tuvo la suya, pero al volver planteó la paz y la unidad nacional. Pero eso que sólo Perón planteó desde el poder no tiene herederos, nos queda grande y entonces unos reivindican al suicidio de la guerrilla y los otros, al escepticismo de los que no creen en nada. No somos capaces de crecer a partir del gesto pacificador.

No nos interesa la política porque somos tan egoístas que a nadie lo convoca el destino colectivo. El peronismo fue mucho más que un partido político, fue una cultura, una pertenencia de los desposeídos, de los que no estaban incluidos en el proyecto de ser una reproducción de Europa por estos lados. Demasiada inmigración nos fue diluyendo la identidad, la pertenencia, y entonces el peronismo les otorgó una identidad a los de abajo, o mejor dicho, los de abajo se forjaron su propia identidad. Inventaron su mito fundacional, invulnerable al análisis racional de los otros, los individualistas. Aquí está el debate de fondo, para Wilfredo Pareto “la historia es un cementerio de elites”, ese no sería peronista. Para nosotros, el mayor nivel de conciencia se expresa en el seno del pueblo. Ahí nace el peronismo. Es el partido político de los de abajo, de la mucama, cosa que molesta a los cultos, que son demasiados pero tan egoístas que cuando se juntan solo se amontonan, no proponen nunca nada o tan sólo algún proyecto económico de vender algo que les deje una comisión.

Yo creo en la conciencia colectiva, que no es la suma de los individuos, sino algo muy superior. El peronismo no es el todo, pero es un aporte importante.

Un viejo amigo, ya en el cielo, que era muy gorila y había sido comando civil, ese gran amigo me dijo una noche con sabiduría: “Nosotros pensábamos siempre que había que darle ideales a los ricos y dinero a los pobres. Perón se dio cuenta que todo eso era al revés y les dio ideales a los pobres y nos dejó su vigencia para toda la vida”.

Como digo siempre, populismo es la degradación de lo popular. Gardel y Perón son lo popular, cada vez cantan mejor; los Menem y los Kirchner son el populismo, son pasajeros, duran el tiempo del poder y luego regresan al olvido. Al peronismo lo engendraron los trabajadores; a las minorías que se creen lúcidas, a ésas la academia. Se me ocurre que popular viene de pueblo y eso dura.

La relación con el pasado debe ser parecida a la que uno tiene con los padres: para superarla, necesita dejar de confrontar. El libro de Silvia Mercado me invitó a debatir y eso siempre es positivo. Le cuento mis diferencias y le agradezco la invitación. Le dije a Sebreli que debíamos ser capaces de unir a Borges con Discépolo; él me dijo que le gustaban más Cátulo y Homero. En el fondo, los tres eran peronistas porque Borges expresaba la otra parte imprescindible de nosotros. Intentemos una síntesis, vale la pena hacerlo

Vigencia y oportunismo

En la semana en la que se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Perón, una reflexión: las herencias mantienen su vigencia mientras los herederos no sean capaces de superar lo que les dejó el que se fue.

La política nacional vive atada al pasado fruto de la falta de talento de los contemporáneos porque en las decadencias los debates son con los que ya no están. El peso de los vivos no alcanza densidad para superar el ayer. Para los radicales esto es más vigente, no encuentran el presente común sino varios caminos divergentes. Para los peronistas el tema es más complicado, participar del poder genera una apariencia de pensamiento vigente aun cuando en nada se parezca al original. El peronismo es un recuerdo que aporta votos. Nadie lee a Perón. En rigor, usan su memoria para denostar sus ideas.

Los Menem buscaban refugio en un liberalismo cuya vigencia era el fruto amargo de confrontar con las políticas peronistas. Los Kirchner desvirtúan la memoria como si los que el General expulsó de la Plaza por violentos e imberbes fueran los triunfadores de la contienda. Pero el poder es rentable y contra semejante verdad poco y nada pueden las ideas. Inventaron un Ezeiza y un Cámpora que nada tuvieron que ver con la realidad. Desarrollaron al límite la teoría de los dos demonios a partir de la cual la culpa siempre la tuvo el otro y abandonar ese principio exigiría entrar en la etapa de la madurez, personal y política. Eso, por ahora, no figura en la agenda de esa gente.

De la crisis engendrada por los Cavallo nos sacaron los peronistas (Lavagna, Sarghini, Pignanelli, Peirano y otros). La Presidenta eligió un joven supuestamente marxista y concretamente inexperto para volver al lugar donde todo retorna como comedia. Perón decía que el ministro de Economía no debía ser un intelectual en estado puro sino alguien que hubiera pagado una quincena, recordando al poeta, “igualito a mi Santiago”. El peronismo nació de las fuerzas productivas, obreros y empresarios. El kirchnerismo enfrenta a los que producen y los persigue con los burócratas que -como bien sabemos- son los únicos más dañinos que los ricos.

La señora Chantal Mouffe escribe reivindicando el hecho de que la supuesta izquierda se dedique a ocupar el Estado, con toda su delicadeza intelectual en la medida que no aclara para qué sirve ese Estado, está haciendo una reivindicación del más puro oportunismo. La viuda de Ernesto Laclau mantiene la concepción de la necesidad del enemigo y le agrega la pasión por el poder, dando por supuesto que la izquierda, el pueblo y la justicia social son parte de un mismo paquete doctrinario. Después de años en el poder, el Gobierno degradó al que iba a mejorar los ferrocarriles, jamás reactivó la construcción de vagones, siguió tirando manteca al techo con la supuesta aerolínea de bandera e invento números según los cuales vivimos en una sociedad que es una maravilla. Parecido al final de Menem, cuando sus personeros decían que faltaban las reformas de segunda generación y luego salieron todos corriendo. Son dos décadas donde se hicieron muchos ricos entre los funcionarios y demasiados pobres entre la sociedad.

En el llano, los partidos expresan la vigencia de las ideas; en el poder, se suele imponer la pasión por los intereses. Nos hablan del peronismo como si les importara otra cosa que los votos que todavía arrastra esa memoria que dista mucho de ser superada. Los discursos y los libros escritos por el General están lejos de ser recordados y aún más lejos de ser comprendidos. El peronismo fue un fenómeno complejo que se instaló por encima de izquierdas y derechas, una concepción nacional de la política que desafió a los que dependían de un pensamiento importado. Fue un producto de fabricación nacional. Algún sociólogo lejano dijo que era “un fascismo de clase baja”. Ponerle una etiqueta europea tranquilizaba conciencias, no era fácil aceptar que los de abajo: cabecitas negras y compleja mezcla de inmigrantes desposeídos, que ellos engendraran una cultura, un pensamiento y una forma de vida demasiado parecida a la barbarie, pero capaz de convocar a pensadores más sofisticados que los importados.

El peronismo fue un fenómeno cultural, la expresión de una identidad social y política de los marginados; lo acusaron siempre de anti democrático siendo el único que ganaba con los votos; lo acusaban los que solo podían llegar al poder por medio de los golpes, los que no soportaban que mandaran los de abajo. El peronismo es el fruto de una forja donde los vencidos se volvieron vencedores, de un fenómeno donde el pueblo muestra ser el único capaz de enamorarse de ideales .Los otros, los que soñaron darle su propia mirada de la vida, no soportan tener que asumir la que surge de aquellos a los que a veces no respetaron y muchas veces ni siquiera le reconocieron valor como conciencia colectiva.

El peronismo es tan sólo eso, la conciencia de la multitud, la derrota del individualismo a manos del sentimiento colectivo.

Hubo una violencia peronista, pero era otra cosa que la incitada por Cuba y su marxismo. Los que reivindican a la guerrilla como superior al pueblo trabajador, esos son los nuevos gorilas que supimos conseguir. Esos que intentan desdibujar a Perón imponiendo la memoria de López Rega mientras necesitan ocultar a sus jefes porque son sencillamente impresentables. Esos que salen a defender los Derechos Humanos sin siquiera ser dueños de un pasado que lo sostenga y se esconden detrás de los deudos, como si ellos fueran parte del debate ideológico.

El peronismo fue la causa de los humildes, el kirchnerismo es la causa de los intelectuales y otros jóvenes que triunfan trepando en el Estado. Son dos concepciones antagónicas, por eso el peronismo sigue siendo popular y sus usurpadores simplemente populistas.

Gardel y Perón son lo popular, mejoran con el paso del tiempo; los Menem y los Kirchner son el populismo, al poco tiempo se ponen rancios.