Por: Julio Bárbaro
El kirchnerismo fue un retroceso para nuestra democracia. Degradó todas y cada una de las instituciones y midió todo por una sola vara: la obsecuencia a la Presidenta, dueña de un discurso tan autoritario como incoherente. Estamos divididos entre los que la aplauden y los que no entendemos qué diablos aplauden, tomaron el Estado por asalto, y desde esos espacios de prebendas y beneficios nos cantaron la marcha de una supuesta revolución.
Nunca respetaron el peronismo, y ni siquiera tuvieron la dignidad de asumir que lo usaban porque sus verdaderas identidades no lograrían ni siquiera ser votadas. Quisieron instalar a Néstor Kirchner en un lugar de la historia que para la gran mayoría no corresponde, salvo en ese uso desmedido del poder del Estado para apropiarse de todo, dineros y dignidades.
Me molestan y mucho, los que inventaron la izquierda kirchnerista, demasiado falsa para no ser interesada. Ellos, mis viejos amigos -los Kirchner- nunca se ocuparon de los derechos humanos en la difícil. Lo mismo que sus amigos, los Zaffaroni o los Verbistsky, que durante la Dictadura caminaron por las calles, hicieron negocios y negociaron. En el caso de los Kirchner, ya en democracia, se dedicaron con Menem a privatizar YPF con Parrilli de miembro informante; todos jugados al negocio de la venta. Luego, años más tarde, fortunas de pérdidas para el país de por medio, jugaron a los héroes recuperando todo con un costo que pagaran generaciones. Todos tramposos, ya en el poder, usaron una parte del botín para los restos de viejas izquierdas y de derechos humanos, que pasaron de ser el orgullo de una sociedad a ser parte de un gobierno pasajero, una importante bajada de categoría.
No me pueden decir que Macri es de derecha y que la Presidenta es de izquierda. Macri es conservador pero absolutamente democrático; la Presidenta es absolutamente autoritaria y cultora de la desmesura, mucho más cercana a la incoherencia que a la justicia social. Ha conducido su fuerza a la derrota sin que nadie se atreva a señalarle que cada intervención suya era una manera de espantar votos de todas las clases sociales. Su egoísmo la llevó a imponer fórmulas que lograron la derrota en la provincia de Buenos Aires, un logro digno de una jefa irresponsable y poco conocedora de la misma sociedad a la que dice conducir.
El kirchnerismo fue una enfermedad del poder que se retira con sus propios gestores, dura lo mismo que sus dueños. La corrupción no es un simple dato que acusa la oposición, está en la misma esencia del “modelo”.
Yo voy a votar a Macri. Podría haber votado a Scioli si él dejaba de ser un fiel seguidor de la Presidenta, si hubiera sido capaz de ser él. Soy peronista, Macri no daña mi historia porque no la usa; Scioli la sigue arrastrando sin siquiera recordar a Perón y sus aportes. La Presidenta nunca respetó al peronismo, por eso quiso inventar a su esposo como un fundador de algo, pero olvidó que aquello que no arraiga en el pueblo no dura más que el tiempo fugaz que sus inventores en el poder. No crean que son más que Menem, son tan pasajeros y olvidables como él. Lograron adhesiones sectarias y de formación marxista, pero eso es más para espantar votos que para explicar lo sucedido.
El domingo, la sociedad que le entregó el poder a la Presidenta decidió que era tiempo de retirárselo. La culpa no fue de Scioli ni de Aníbal, la culpa fue de la Presidenta y de un entorno que aplaudió mientras sus desmesuras eran rentables en poder y en dinero, ahora que dan pérdida viene el tiempo del pase de facturas y el alejamiento paulatino.
Su último discurso, donde ni mencionó al candidato que la hereda, fue una muestra de su falta absoluta de respeto por su mismo partido. Sus seguidores y obsecuentes disfrutaron hasta hoy de esa desmesura, ahora ya de nada les sirve, salvo para darles cierta garantía de que los conduce hacia una nueva derrota. Como opino hace tiempo, el ciclo del kirchnerismo está agotado y de ese fanatismo no quedará pronto más que un amargo sabor de fracaso. No mucho más.