Un suceso que demuestra que el kirchnerismo ya no es alternativa

Un viejo sabio me decía siempre: “Se debe mirar el proceso, no el suceso”. Eso a veces cuesta y mucho, es el famoso árbol que nos impide ver el bosque.

Hubo un festejo del Día del Trabajador que dio mucho que hablar y, para mi gusto, poco para pensar. La segunda vuelta fue entre Scioli y Macri, y sucedió algo importante: el derrotado por Macri no se convirtió en la primera minoría sino en el pasado -tan pasado que Ricardo Forster dice que quiere el fracaso del Gobierno. Debe imaginar -como algunos perdidos en la noche de la política- que si Macri se equivoca vuelve Cristina.

El acto del Día del Trabajador fue positivo porque mostró que el kirchnerismo ya no es una alternativa de la política nacional. Los discursos fueron mesurados y el centro del poder quedó en manos del anti-kirchnerismo, un buen dato para la democracia. Estamos atravesando un momento difícil, por eso tantos se refieren a la orilla de la que partimos con miedo al retorno, porque no ven todavía el horizonte al que nos quieren llevar. Los sectores trabajadores mayoritarios, los obreros de verdad, no se engancharon nunca con el kirchnerismo, que con esa estructura de clase media intelectual y resentida eran tan retrógrados que reivindicaban todavía la lucha de clases. El peronismo, o lo que queda de él, al menos no tiene nada de clasista y eso es importante. El acto fue masivo y fruto de una necesidad de la dirigencia sindical que sufre a diario la tensión y las exigencias de sus afiliados.

Esto no es soplar y hacer botellas; Cristina dejó una herencia nefasta, pero eso no justifica a Mauricio Macri subsidiar a las empresas petroleras con la excusa de ayudar a sus trabajadores. Los grandes grupos concentrados no son como los sindicalistas -no salen a la calle- pero vacían los bancos y nos saquean a diario. No estamos planteando un socialismo, solo que si no le ponemos un límite a la concentración económica esta sociedad va a sufrir demasiado. Macri no entiende que la principal función del Estado capitalista es defender los derechos de los más débiles y que el enemigo de los ciudadanos son los grandes grupos concentrados, esos que apenas vieron dólares en el mercado se los llevaron corriendo.

El sindicalismo actúa en nuestra sociedad como el partido de centro-izquierda que no tenemos. Aquello que intentó ser el radicalismo y luego la Alianza -que finalmente quedó en la nada- hoy lo expresan los sindicatos con rostros un poco más morochos. Aceptemos que llevamos dos décadas de retroceso y las dos en nombre del peronismo. La primera con Menem enamorado de los liberales y la segunda con los Kirchner con amantes marxistas. Dos décadas de retroceso en todo sentido, en patrimonio nacional e integración social, en educación y vivienda, en trenes y hospitales, en salud y donde queramos mirar. Somos una sociedad que viene retrocediendo desde los 70, que estuvo integrada como ninguna otra en el continente hasta el golpe del 76, y que luego fue acumulando fracasos en todos sus sectores.

El relato de Cristina era con mucho odio y discutible justicia, pero el discurso de Macri todavía no logra surgir, no atraviesa la barrera de los gerentes y los asesores, no logra la vitalidad necesaria para enamorar o al menos convencer. Estamos viviendo algo muy avanzado en relación al autoritarismo derrotado, recuperamos la democracia y comenzamos a discutir con pasión pero sin dogmatismos. Debemos entonces asumir la dimensión de la crisis y no caer en simplificaciones, no imaginar que con sólo combatir la corrupción tenemos un futuro digno. Necesitamos revisar la distribución de la riqueza en nuestra sociedad, producimos lo necesario para vivir todos con dignidad, pero hemos permitido concentraciones económicas que son antagónicas con la misma esencia de la democracia. Un capitalismo con dispersión de propietarios funciona; uno de avance desmedido de la concentración simplemente termina estallando.

Hay muchos enojados, imaginaban que Cristina se llevaba puesto al peronismo. Se equivocaron, era solo una limitación, un tope de izquierda aburrida. El acto sindical fue el estallido de alegría de una clase trabajadora que volvía, un poco burocrática, pero hasta el momento, absolutamente leal a sus representados. No son clasistas, no lo necesitan, ellos son en serio la expresión de su clase, la columna vertebral del peronismo. Y buena parte de ellos enfrento con valentía al autoritarismo kirchnerista, no recuerdo a ningún empresario compartiendo esa digna trinchera.

Los supermercados y los laboratorios, y cada una de las grandes telefónicas o empresas de cable, eléctricas o concesiones de peaje, todo ese invento que prometía inversiones y terminó en saqueo, todo eso debe ser revisado. El menemismo regaló propiedades y generó más deuda mientras que el kirchnerismo duplicó el juego y los empleados públicos; ambos lo hicieron en nombre del peronismo, pero en rigor eran sólo señores feudales portadores del virus del atraso.

Mauricio Macri tiene el apoyo de la gran mayoría, aún de muchos de los que salieron a festejar el Día de los Trabajadores, pero necesita asumir que si no impone el poder del Estado sobre los ricos está perdiendo la autoridad que necesita para pedirles sacrificios a los pobres. Los rumbos de la historia no los guían ni los proletarios sublevados ni los mercados inversores, son el fruto maduro de una dirigencia capaz de convocar a la unidad nacional y forjar un futuro entre todos.

No es fácil, al contrario, es muy difícil, pero estemos seguros de que no hay otro camino.

Macri y el desafío de generar trabajo

Una sociedad depende esencialmente de su grado de integración. Los marxistas imaginaron que ese objetivo sólo era posible a través de un Estado y su consecuente burocracia como poder superior. Tuvieron su tiempo de ensayo, parecían comerse al mundo y terminaron atragantados y derrotados en la caída del muro. Recordemos que tuvieron su tiempo de gloria, que el satélite Sputnik y la perra Laika los mostraron avanzando más rápido que el resto. Pero la experiencia terminó en derrota.

La iniciativa privada se mostró mucho más eficiente que la burocracia degradada en “dictadura del proletariado”. En Rusia y en China todo terminó en el poder de las mafias. La experiencia estalinista nacional y popular transitaba hacia el mismo destino. Habría rusos y chinos parecidos a Cristóbal y Lázaro, esos mandaban, y también un diario -Pradva- que explicaba las bondades de la revolución. Esos aplaudían, “casas más, casas menos, igualito a mi Santiago” diría el poeta.

En nuestra sociedad quedaron vigentes dos propuestas de “derecha”: la de Scioli, detrás de quien se ocultaba la peor y más corrupta burocracia, y la de Macri, que es una derecha democrática que piensa como vive. Hay muchos gerentes que me generan bronca por sus limitaciones mentales de ejecutivos -claro que algunos burócratas delincuentes explicando los avances desde su obediencia a discursos llamativamente incoherentes, eso sí me obligaba a enfrentarlos.

Martinez de Hoz ponía un banco o una financiera en cada esquina, hijos de una oligarquía parasitaria sólo conocían el negocio de la renta. Cavallo y Dromi imaginaban con Menem que privatizando el Estado estaban convocando a la bonanza. Y los Kirchner se enamoraron del juego, la obra pública, ambos para ellos y el empleo del Estado para la burocracia propia y el subsidio para el caído del sistema. Fue un típico modelo de señor feudal que impuso la novedad de convocar a las agonizantes izquierdas y convertirlas en su defensora a cambio de una cuota secundaria de poder.

Ahora Macri sueña con las inversiones; en rigor usan la palabrita abrochada a otro concepto que quedaría así: “inversión extranjera”. Nuestra tierra es muy buena para hacer fortuna pero a nadie se le ocurre guardarla por estos lados. La supuesta maravilla de la inversión casi siempre viene a comprar lo que ya tenemos y terminamos como Cavallo, todo igual pero en manos extranjeras y más endeudados que antes.

Las sociedades se piensan, no son el fruto del despliegue de las ambiciones de los ricos. El Estado debe tener objetivos, quienes gobiernan necesitan proponer un proyecto tomando en cuenta todos los elementos en juego desde las capacidades a las necesidades. Si Japón o los países de Europa se hubieran manejado como nosotros ya habrían desaparecido del mapa. No logramos una dirigencia que ponga las necesidades colectivas por encima de sus ambiciones individuales. En rigor, hasta hoy no tenemos dirigencia con decisión de trascender.

Cada supermercado elimina decenas de pequeños y medianos comerciantes, cada cadena de farmacias, confiterías, librerías y hasta quioscos va disolviendo las redes sociales y convirtiendo clase media con iniciativa en clase baja dependiente de capitales concentrados. Los ferrocarriles y las eléctricas fueron “privatizaciones falsas para concentrar subsidios y corrupción”. Somos capaces de exigirle a los que apenas llegan a fin de mes sin siquiera revisar los números de las grandes empresas que no compiten con nadie que sólo nos esquilman a todos. ¿Y los peajes? Eran para invertir en rutas y terminaron en manos de vivos que cortan el pasto. El capitalismo tiene dos enemigos, el tamaño desmesurado del Estado y la concentración ilimitada de lo privado.

A veces la inversión genera trabajo; otras –muchas- lo destruye. A veces el subsidio ayuda al necesitado, otras –muchas- lo convierte en un marginal de la cultura del trabajo. El subsidio sin conciencia social termina generando clientela electoral para las burocracias que parasitan la pobreza. Mucho de eso es lo que hizo el kirchnerismo, los colectivos que acompañan sus encuentros son una muestra que desnuda su vocación de burocracia que vive de los necesitados.

Llegamos a fabricar aviones, desde ya vagones; los dos últimos gobiernos compraron hasta los durmientes, la comisión de comprar afuera era más atractiva que el trabajo que se generaría adentro.

El autoritarismo burocrático kirchnerista es un nivel de conciencia más atrasado y retrogrado que todas las limitaciones gerenciales y empresarias que muestre el macrismo. Si hubiera ganado Scioli con los burócratas pseudo-izquierdistas pero enamorados del poder y el dinero, si eso hubiera sucedido, es complicado imaginar donde andaríamos ahora. Estamos en un gobierno democrático y conservador. Es el mejor camino hacia un progresismo en serio -de verdad- como tienen los uruguayos o los chilenos, izquierdas democráticas, progresismos sin fanatismos; en fin, sociedades que avanzan sin necesidad de dedicarse a cultivar la enfermedad de la confrontación.

Necesitamos crear trabajo y eso implica forjar entre todos un proyecto de sociedad. Para los liberales esto es un exceso de prospectiva, para los que por suerte se fueron, una excusa para someter a los que piensan distinto. Pero estamos necesitando pensar juntos, al menos los que no tenemos dogmas ni jefes absolutos, los que creemos en las instituciones. Solo entonces encontraremos como integrar a los caídos, que son muchos, demasiados.

Cuando la intermediación derrota a la producción nacional, entramos en una etapa de retroceso y decadencia. El comercio no da un modelo de sociedad, propone tan sólo una estructura de negocios. Bancos ricos y ciudadanos pobres. El problema no es la supuesta inversión, necesitamos repensar nuestra realidad y que la riqueza vuelva a distribuirse de manera más equitativa. Cuando el Estado no les pone límite a los ricos estos terminan siempre siendo grandes fabricantes de pobres.

El poder político vs. el poder económico

En las sociedades con estados débiles, las grandes empresas intentan imponerse a todo, incluso al poder del gobierno de turno. Desde la Dictadura, y acrecentado por Carlos Menem con su dupla de delanteros Domingo Cavallo-Roberto Dromi, hay dos fenómenos que nos conducen al atraso: la desnacionalización de las empresas y la concentración y la expansión de las corporaciones. La nefasta Dictadura tenía la consigna: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”. Claro que en esa definición quedaba de manifiesto que el Estado somos todos y la supuesta nación son sólo ellos.

Mientras el Estado no imponga su poder por sobre las corporaciones, los ciudadanos estamos sometidos a una lenta agonía en decadencia. Pocos países del mundo hubieran permitido que los laboratorios subieran más de un veinte por ciento sus productos sólo para cubrirse en la demencia de su ambición. Lo mismo podemos decir de los supermercados y demás poderes concentrados. Vino un Gobierno que se acerca a sus ideas, si es que usan esos vicios y se largan como salvajes a la desmesura. El Gobierno tiene una parte boba o atontada que imagina que existen las leyes de la mano invisible del mercado. Los privados le hacen un corte de manga, lógica reacción de los mercados. Nuestro capitalismo es salvaje. Los buenos fueron a la quiebra por creer en el sistema, los sobrevivientes son el hampa de la ganancia, no tienen ley ni señor y si Mauricio Macri no asume que nada les importa del conjunto, va a terminar debilitado por aquellos mismos a los que intenta o imagina representar. Continuar leyendo

Recuperamos el diálogo y la sensatez

No es cierto que el poder corrompa; el poder delata, desnuda. Es el atributo que vuelve trasparente al que lo toca. Y eso viene con un agregado: a su servicio se adapta la gran mayoría de sus fieles seguidores y, tratando de lograr beneficios de la coyuntura, profesan el más brutal oportunismo. En una sociedad con instituciones y convicciones pasajeras los gobiernos se sienten eternos, nacen soñando reelecciones. Y los círculos rojos o los otros, inventan herederos para tocar con la vara del futuro al más mentado mediocre de turno. Omnipotencias coyunturales que terminan en atroces soledades signadas por los fármacos antidepresivos. Si la gloria del mundo es pasajera, la que genera nuestra política sin ideas ni coherencias, sin dignidades ni proyectos, solo es permanente en lo que se puedan llevar para sus cuentas ocultas. Cuando dicen robar para sostener la política, están asumiendo que usan la política solo para poder robar.

La política solo es posible cuando surge una clase dirigente, un grupo de personas dispuestas a trascender la coyuntura, a imponer el destino colectivo por sobre sus intereses individuales. Eso implica asumir que la suma de ambiciones individuales no se convierte en un rumbo colectivo, que solo el Estado puede armonizar las ambiciones con las necesidades. Y eso va mucho más allá que el autoritarismo de las burocracias y el liberalismo de los gerentes. Eso está en el espacio de la política, ese arte del que tanto hablamos y tan poco talento le dedicamos.

Estamos refundando la democracia. Pasar de una cadena oficial sin otro sentido que imponer el autoritarismo a una sociedad donde el debate de ideas nos ha sido devuelto como un símbolo de la libertad, es un avance que todavía no terminamos de valorar. Pasar de la triste dialéctica entre una Presidenta autoritaria en cadena oficial y una tropa de aplaudidores con pasión deportiva a tantos opinando distinto para construir un rumbo común, es mucho más de lo que la mayoría de nosotros soñaba con recuperar. Los votos fueron pocos para definir un cambio que terminó siendo tan profundo que aterra el solo imaginar cómo estaríamos viviendo si hubiera ganado el oficialismo.

Discutí con demasiados mi tesis de que el kirchnerismo era tan solo una enfermedad pasajera del poder no mucho más decadente que el mismo menemismo. Lo malo es que mientras Menem convocaba a la frivolidad, los Kirchner vertebraban corrupción con resentimiento, un atroz capitalismo de amigos acompañado por los restos de viejos revolucionarios dispuestos a abandonar los principios a cambio de las caricias del poder. Y hasta algunos jóvenes imaginaron encontrar en esos desvaríos una noble causa para encausar sus pasiones. Y ahora, en su patético desarme, aparecen los que cuentan los dineros y dirigen los negocios frente a la ausencia de los que pretendían ser portadores y custodios de las ideas.

El kirchnerismo vive la metáfora de un naufragio donde alguien gritó “a los botes” y otro agregó “los oportunistas con cargo y territorio deben subir primero”. Y aquellos que tenían pretensiones de permanencia, al perder el poder por poco, sintieron de pronto que su pretendida identidad los abandonaba para siempre. Y hasta lo patético de tantos diputados y senadores elegidos para votar sin pensar, gente de deslumbrante mediocridad, hasta algunos de ellos terminaron leyendo discursos y repitiendo muletillas que solo servían para dejar en claro que no estaban a la altura del lugar que ocupaban.

La dignidad no es un alimento de consumo masivo entre los ambiciosos, pero sin duda debería llevar fecha de vencimiento. Tomar distancia del kirchnerismo solo después de la derrota muestra en sus cultores una mezcla de velocidad de piernas con carencia de principios. Margarita Stolbitzer tuvo un lugar muy importante en todo este debate. Por suerte no fue la única, pero marcó que para apoyar la cordura no había que ser de derecha, que el verdadero progresismo no puede ignorar la realidad. Y se fueron aislando y desarmando esas mezclas absurdas de oportunistas de siempre con pretendidas izquierdas que apuestan a la vieja y suicida tesis de “agudizar la contradicción”.

Es cierto que Macri es la centroderecha, tanto como que es falso y grotesco imaginar que Cristina y Scioli tenían algo que ver con la centroizquierda. Primero estamos recuperando la democracia, el dialogo y la sensatez; luego estaremos en tiempo de debatir los rumbos ideológicos, esos que no tienen el más mínimo lugar en los paisajes del autoritarismo. Tantos años leyendo a Marx, a Mao y a Perón para terminar aplaudiendo a Cristina, hablan más de una rendición incondicional al oportunismo que del encuentro de una causa noble y digna de ser asumida.

Hay una izquierda justiciera que ocupa el lugar de los sueños y es imprescindible para gestar una sociedad más justa, y un conjunto de resentidos que imaginan que solo por tener un odio uno es propietario de una idea. El peronismo, si sigue teniendo vigencia, lo es solo en aquella propuesta que genera el respeto del que no coincide y opina diferente. El viejo General nos aconsejaba “no ser ni sectarios ni excluyentes”; sé que incito al enojo de muchos si lo interpreto a mi manera, el viejo General también en esto se adelantó a la historia y supo aconsejarnos para que no nos termináramos volviendo kirchneristas. Por no escucharlo nos reencontramos con el error. Sepamos ahora pedir perdón.

El tamaño del Estado y la concentración de lo privado

Voté a Mauricio Macri por su aporte a la democracia; Daniel Scioli expresaba para mi visión todos los delirios de la corrupta burocracia oculta detrás de una simulada mirada progresista.  Y digo “simulada” porque la gran mayoría de sus actores tenía un pasado parecido al del juez Raúl Zaffaroni, a pura dictadura, sin un gesto en la dura (los años oscuros), en la difícil,  para después sobreactuar libertades. Lo pongo como ejemplo de tantos que fueron o de la dictadura o del menemismo y luego se compraron el incoherente verso kirchnerista como si formaran parte de un ejército que enfrentaba a los poderosos.  Intentar sustituir a los capitalistas es tan sólo cambiar de amo y hacer beneficencia nada tiene que ver con el peronismo pero sí está relacionado con sus más claros enemigos con los que se supo enfrentar.

Al llegar a Rosario, uno se asombra viendo cómo, en medio de la  miseria infinita de los barrios de chapas, sobresale el inmenso edificio de un casino que el kirchnerismo nos legó como la foto de su inconscienteMenem era la entrega de todo lo nacional al capital extranjero, los Kirchner fueron el juego y los empleados públicos, que sumado a infinitos subsidios sociales  nos marcaron un duro camino hacia la decadencia. Continuar leyendo

La sociedad está recuperando la plenitud democrática

Los que limpiaban la plaza después de la despedida de Cristina se estaban llevando los restos del kirchnerismo. El viento de la historia había terminado para siempre con un autoritarismo asentado en la costumbre de ponerle mística a la desmesura.

El discurso fue el de siempre; ella expresa el bien y los disidentes obedecemos a los imperios y las corporaciones. Ella quería festejar su derrota como si fuera el paso a la sublime oposición, y eso le impedía compartir el cartel con el Presidente electo -la continuidad de la misma democracia era menor a la dimensión de sus caprichos.

Y llenó la Plaza, como si su fuerza, en lugar de despedirse, estuviera naciendo. Claro que debe haber tomado conciencia al otro día, cuando los vio a Evo y a Scioli en el acto; se habrá enterado con esa foto de que su tiempo había pasado.

Gobernadores y Legisladores fueron rompiendo filas, acercándose al nuevo fogón del poder, al mismo que ella usó a sus anchas para imponer su voluntad.

Eso es lo malo de gobernar con el terror y- parece tarde ya para que ingrese a un curso acelerado de seducción.

La sociedad está recuperando una democracia plena; ahora podremos discutir temas como izquierdas y derechas. El autoritarismo, ese que ella ejerció para imponer sus caprichos, ese, no expresa ninguna ideología; eso sí, tanto aquí como en el país hermano de Venezuela encontró su final. Scioli visitó a Macri, y ninguno debe haberse acordado de Cristina. Urtubey largó antes. Los viejos peronistas encontraron sus restos de dignidad en la derrota, no tuvieron reflejos ni siquiera para percibir que iban derecho al precipicio. Y Massa juega muy bien su partido.

Hubo dos plazas en dos días: la del fanatismo que se despedía y la de la razón que anunciaba su llegada. Era sentir que estábamos de nuevo en los tiempos del abrazo de Perón con Balbín, era recordar aquello y asumir que los cultores del odio se equivocaron de nuevo. Y uno ahora espera que sea definitivo, que se vayan con la misma demencia que los acompaño desde siempre. No pueden vivir sin enemigo, encuentran la identidad en el odio, sin él no saben siquiera quiénes son.

Van renunciando de a uno los que soñaban quedarse en el carguito, seguir usufructuando de las prebendas del poder. Tanto hablar de las mayorías que creían que las tenían alquiladas. Hicieron leyes con la mayoría de ayer para poder durar y manejar las mayorías de mañana. En rigor nunca imaginaron que les tocaba sufrir la derrota. La plaza y los colectivos de la despedida eran una muestra de esa sorpresa; viajar en avión de línea no sólo no simulaba la humildad que nunca tuvo sino que desnudaba el sinsentido de su falta de coherencia.

El kirchnerismo ocupará su lugar de partido minoritario, se irá achicando hasta encontrar su verdadera dimensión. Fue el fruto de un poder que impuso la unidad a sectores que no pueden continuar juntos, que tienen poco o nada que ver. Una vanguardia que se creía esclarecida manejando a su antojo a viejos restos de un peronismo más unido al atraso que a la justicia social.

Y vino lo nuevo: Macri dialogó con la oposición. Fueron todos, salvo esos grupos de izquierda que insisten en mantenerse pocos, no sea cosa de que los confundan y los voten. Se agota el miedo, el cuento del terror a la derecha y las consignas gastadas de viejos militantes extraviados. Lo normal –dialogar- se impuso de pronto, sentimos sorpresa por algo tan simple como el sentido común. Se terminó la etapa donde dudamos de la sobrevivencia de la misma democracia. El peronismo necesita superar su desviación kirchnerista, y tiene cuadros y votos para intentarlo. La centro-izquierda sigue siendo un espacio político vigente y la centro-derecha ocupa el poder con creciente apoyo electoral.

Somos una sociedad que recién ahora se vuelve a enamorar de la política (en una de esas, la única virtud del kirchnerismo es que nos asustó lo suficiente como para que nos ocupemos de pensar en la necesidad y la obligación de participar).

Salimos de una dura amenaza contra la democracia en todas sus expresiones, reingresamos en el dialogo y la convivencia con heridas -que van a tardar en cicatrizar pero estamos obligados a debatir, a ser parte de esta nueva relación entre nosotros que se inicia. Sepamos estar a la altura de lo que la sociedad nos demanda.

Se retiran enojados

En las palabras de Martín Sabbatella están presentes todas las deformaciones del kirchnerismo. Es maravilloso ver cómo se ponen en movimiento las dos teorías del estalinismo: “la culpa la tuvo el otro” y  “no hacerle el juego a la derecha”. Parecen las palabras del pobre Diego Brancatelli, sucesor y digno heredero de Carta Abierta: “Nosotros queremos el bien del país”, como si a los restantes nos impulsara la pasión del mal y “Cristina está muy por encima del resto, por eso no la entienden”. Ya lo había dicho José Pablo Feinmann al que llaman filósofo, “es demasiado inteligente para el resto de la sociedad”. De paso Sabbatella más que duplicó el número de empleados en la AFSCA (Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual) de la que es titular; todo sea por el bien de las instituciones.

Cuando impusieron la absurda y deformada  Ley de Medios lo hicieron con el objetivo de quedarse con todo; lo habían dicho, “venían por todo”. Fue una Ley contra Clarín, un enemigo elegido a partir de su virtud – defectos le sobran – pero Clarín dice lo que piensa; eso es una corporación.  Era brutal escucharlos a estos nacionalistas de Puerto Madero contar las licencias de cable por pueblo mientras dejaban a DIRECTV libre de aplicaciones a cambio tan sólo de que no hablen mal del Gobierno. El empresario nacional es enemigo porque opina, el extranjero es amigo siempre que haga silencio, como Canal 11, que al pertenecer a Telefónica y ser extranjero, con hacer silencio sobre el Gobierno ya estaba todo bien. Y el señor Sabbatella dice que lo persiguen las mafias, las de los otros. Las de ellos están siendo derrotadas  por los votos. Se olvidó de mencionar a la mafia de los votantes, la que limpió del mundo a los estalinistas como él. Continuar leyendo

Un encuentro que decretará el final del kirchnerismo

Cuando los dos candidatos se saluden estarán decretando el final del kirchnerismo y sus odios, como también la idea que había un solo partido digno de ocupar el poder.  Entonces, los disidentes irán desapareciendo expulsados por la fuerza de la burocracia del bien. Los adversarios se impondrán en el lugar que el autoritarismo intentó destruir. La democracia renace después de años en terapia intensiva. Los que “vinieron por todo” se irán, por suerte, sin nada.

Llevo meses debatiendo que el kirchnerismo es una enfermedad pasajera del poder y que, con su derrota, el peronismo se va a liberar de semejante malestar. La pequeñez de los gestos de sus actores está marcando que la hora de la despedida desnuda su verdadera carencia de grandeza.

Nuestra vida política transita por el devaluado espacio de la viveza. Hubo tiempos donde los candidatos eran ilustrados y el talento no necesitaba cederle tanto lugar a la ambición. Eran los tiempos del prestigio, donde la dignidad no se aferraba a los cargos como los náufragos a sus maderos. La viveza tuvo su auge y se jactó de dejar la silla vacía. ”Ganamos igual”, no era necesario expresar ideas -y quedaba en claro que no las usaban.

Una segunda vuelta y un debate, es mucho lo que ofrecen y seguro que no van a estar a la altura de esas circunstancias. Pero a no quejarse: primero, hay elecciones y dos candidatos, nos sacamos el riesgo de encima de ser Venezuela. Seamos agradecidos, ya es bastante. Al kirchnerismo solo le queda una jefa experta en cadenas discursivas y fracasos electorales. Su desmesura la fue alejando de los votantes más exigentes, esos que un imbécil denominó “los que están bien vestidos”. Logró una derrota en la provincia de Buenos Aires, algo más difícil que el propio triunfo. El capricho le impuso sus límites a la razón y así les fue. Que sigan aplaudiendo.

Claro que los generales que en condiciones de superioridad de fuerza conducen sus ejércitos a la derrota no suelen conservar un buen lugar en la memoria de su soldadesca. Noventa por ciento es oportunismo, si le damos un diez a la ilusión somos generosos, pero ni aún ellos son adictos al fracaso.

Los pensadores de Carta Abierta miran para otro lado, los que confundieron micrófonos con audiencia no pueden reencontrar un lugar en la vida política, no estaban preparados para la democracia. Y Scioli no deja lugar para que lo miren como propuesta revolucionaria, nacional y popular, progresista y antiimperialista: mucho exigir para tan poco dar. Scioli no pudo escapar del espacio de la Presidenta, esa que a los encuestadores pagos le daba como sesenta por ciento de prestigio y en la urna aparece debajo del cuarenta. Los encuestadores vivieron el síndrome de muchos militantes: con tanta bonanza, ¿cómo iban a imaginar el final menos esperado? Y si hasta hace unos días nadie se le animaba a la Presidenta por miedo de perder el carguito, ahora aparecen los primeros atisbos de valentía. El Titanic inclinado deja ver la dimensión del témpano, se hace difícil seguir bailando en la cubierta.

La Presidenta se cansó de devaluar al peronismo y a su jefe, pero los peronistas somos todavía unos cuantos. Supimos enfrentar a López Rega, tomar distancia de Isabel, forjar la renovación después de la derrota y enfrentar a Menem. La rebeldía salvó al peronismo de la desaparición. Muchos, demasiados de nosotros, preferimos que gane Macri para volver a soñar con una fuerza política donde nadie se sienta superior ni se enferme de soberbia, ni se le ocurra que lo nuevo es ser más marxista que yanqui. Cristina logró ponerse más lejos y ser menos respetuosa con Perón que el propio espacio de Macri. Ellos, con la obra pública y la alcahuetería mediática, no pueden sentirse a la izquierda de nadie.

El debate es entre el PRO, un centro-derecha moderno, y el kirchnerismo, un grupo de ambiciosos que ocuparon el Estado a su servicio y repartieron cargos a supuestos militantes que se convirtieron en aburridos y ambiciosos burócratas. La ventaja de Macri es que sabe quién es porque forjó su propia fuerza; la debilidad de Scioli es que viene siendo oficialista desde que alguien lo convocó a ocupar un cargo.

El debate es entre dos candidatos que se respetan. Gane quien gane, podrán luego juntarse para trabajar por el futuro. Eso es música para los oídos de todos los que amamos tanto la democracia como odio nos genera el autoritarismo kirchnerista. Recuperamos el gesto del abrazo Perón-Balbín. El debate es un triunfo en sí mismo, es la derrota del peor autoritarismo. Bienvenido sea.

La sociedad votó en contra de Cristina

El kirchnerismo fue un retroceso para nuestra democracia. Degradó todas y cada una de las instituciones y midió todo por una sola vara: la obsecuencia a la Presidenta, dueña de un discurso tan autoritario como incoherente. Estamos divididos entre los que la aplauden y los que no entendemos qué diablos aplauden, tomaron el Estado por asalto, y desde esos espacios de prebendas y beneficios nos cantaron la marcha de una supuesta revolución.

Nunca respetaron el peronismo, y ni siquiera tuvieron la dignidad de asumir que lo usaban porque sus verdaderas identidades no lograrían ni siquiera ser votadas. Quisieron instalar a Néstor Kirchner en un lugar de la historia que para la gran mayoría no corresponde, salvo en ese uso desmedido del poder del Estado para apropiarse de todo, dineros y dignidades.

Me molestan y mucho, los que inventaron la izquierda kirchnerista, demasiado falsa para no ser interesada. Ellos, mis viejos amigos -los Kirchner- nunca se ocuparon de los derechos humanos en la difícil. Lo mismo que sus amigos, los Zaffaroni o los Verbistsky, que durante la Dictadura caminaron por las calles, hicieron negocios y negociaron. En el caso de los Kirchner, ya en democracia, se dedicaron con Menem a privatizar YPF con Parrilli de miembro informante; todos jugados al negocio de la venta. Luego, años más tarde, fortunas de pérdidas para el país de por medio, jugaron a los héroes recuperando todo con un costo que pagaran generaciones. Todos tramposos, ya en el poder, usaron una parte del botín para los restos de viejas izquierdas y de derechos humanos, que pasaron de ser el orgullo de una sociedad a ser parte de un gobierno pasajero, una importante bajada de categoría.

No me pueden decir que Macri es de derecha y que la Presidenta es de izquierda. Macri es conservador pero absolutamente democrático; la Presidenta es absolutamente autoritaria y cultora de la desmesura, mucho más cercana a la incoherencia que a la justicia social. Ha conducido su fuerza a la derrota sin que nadie se atreva a señalarle que cada intervención suya era una manera de espantar votos de todas las clases sociales. Su egoísmo la llevó a imponer fórmulas que lograron la derrota en la provincia de Buenos Aires, un logro digno de una jefa irresponsable y poco conocedora de la misma sociedad a la que dice conducir.

El kirchnerismo fue una enfermedad del poder que se retira con sus propios gestores, dura lo mismo que sus dueños. La corrupción no es un simple dato que acusa la oposición, está en la misma esencia del “modelo”.

Yo voy a votar a Macri. Podría haber votado a Scioli si él dejaba de ser un fiel seguidor de la Presidenta, si hubiera sido capaz de ser él. Soy peronista, Macri no daña mi historia porque no la usa; Scioli la sigue arrastrando sin siquiera recordar a Perón y sus aportes. La Presidenta nunca respetó al peronismo, por eso quiso inventar a su esposo como un fundador de algo, pero olvidó que aquello que no arraiga en el pueblo no dura más que el tiempo fugaz que sus inventores en el poder. No crean que son más que Menem, son tan pasajeros y olvidables como él. Lograron adhesiones sectarias y de formación marxista, pero eso es más para espantar votos que para explicar lo sucedido.

El domingo, la sociedad que le entregó el poder a la Presidenta decidió que era tiempo de retirárselo. La culpa no fue de Scioli ni de Aníbal, la culpa fue de la Presidenta y de un entorno que aplaudió mientras sus desmesuras eran rentables en poder y en dinero, ahora que dan pérdida viene el tiempo del pase de facturas y el alejamiento paulatino.

Su último discurso, donde ni mencionó al candidato que la hereda, fue una muestra de su falta absoluta de respeto por su mismo partido. Sus seguidores y obsecuentes disfrutaron hasta hoy de esa desmesura, ahora ya de nada les sirve, salvo para darles cierta garantía de que los conduce hacia una nueva derrota. Como opino hace tiempo, el ciclo del kirchnerismo está agotado y de ese fanatismo no quedará pronto más que un amargo sabor de fracaso. No mucho más.

Oportunidad única para desterrar al autoritarismo corrupto

Llegamos a un principio de final feliz. La monarquía de Santa Cruz va a dejar de ser una cruz que debamos cargar entre todos. La Presidenta se despide con un humor agresivo e impune y todos los demás imaginamos un futuro sin ella. Estuvieron cerca de llevarse puesta a la democracia, de imponer esa absurda mezcla de negocios y autoritarismo, de corrupción con justificación ideológica, de derecha con pretensiones  de izquierda. Manchados, acusados, descubiertos en su enriquecimiento desmesurado, en el lugar de las ideas que proclaman instalaron la complicidad que los une. Y todos los que no pensamos como ellos, en lugar de opositores, venimos a ocupar el lugar del imperialismo y las corporaciones. Impunidad y caradurismo no les falta. En rigor, les sobra como a nadie nunca antes.

Hoy votamos y, primero, el candidato oficial es el menos oficialista de los candidatos. No es kirchnerista ni de La Cámpora, lo que queda claro al animarse a visitar Clarín. En realidad, ya todos se dieron una vuelta por el grupo de medios liderado por Héctor Magnetto; crearon tantos medios aburridos de oficialismo hiperbólico para terminar visitando al que no lograron comprar ni acallar. Y Scioli también  viajó a Cuba, no sabemos si para adherir al sistema o para averiguar cómo acercarse al imperialismo.

O sea que se va el apellido Kirchner, no lo hereda un fanático de esa enfermedad y luego pierden la mayoría absoluta, hasta es posible que no logren ganar en primera vuelta y sean derrotados.

Que quede claro: no es una elección más, no votamos candidatos sino sistema político, votamos entre democracia o autoritarismo. No llegaron a dictadura, no por falta de voluntad sino de puro incapaces y, además, hubo resistencia. Resistencia, virtud escasa en nuestra sociedad, vocación de servicio, presente en muchos lados menos en la política. Necesitamos cambiar, el Gobierno actual es malo y está gastado, son todos personajes unidos y amontonados  por la complicidad.

Massa venía primero lejos, tenía sus merecimientos, al jugarse había impedido la reelección. No quiero ni imaginar que hubiera sido La Presidente si la reelegían. Sin necesidad de ser perseguidos, se hubieran ido millares a vivir a otros lugares. Massa los derrotó y convirtió sus sueños en pesadillas. Igual,  con el dinero oficial contrataron miles de obsecuentes, como  José Pablo Feimann, que explica el imperialismo en el Canal Gourmet en el de cocina que denominan Encuentro, donde estos personajes anquilosados despliegan su recetario ya vencido por la realidad.

Macri organizó un centro-derecha transformador, apoyado en la eficiencia administrativa. Eso está en la Capital, el distrito más progresista y complicado, pero les fue bien, tienen un cincuenta por ciento de adhesión. Ese sector, el centro-derecha, es hoy el mejor organizado como partido: tuvo una interna en serio, ganó Macri y convocó e integró a los vencidos. Eso no se hubiera podido imaginar en otras fuerzas; en el kirchnerismo un disidente es un traidor que debe ser perseguido, primero por los servicios de información que tanto admiran y luego por los grupos de militantes rentados, o sea, alcahuetes oficiales que tanto abundan.

Macri va a internas con radicales y la señora Carrio; Massa compite con De la Sota; Scioli no compite con nadie. Ya lo eligieron, no por ser el mejor, no tenían otro, los leales a pleno eran todos piantavotos.

Margarita Stolbizer es una candidata de UNEN, grupo que tenía tantos candidatos que casi se queda sin ninguno. Pero merece el respeto de todos, ella expresa el progresismo, el centro-izquierda y la honestidad; ésa es la nueva política, la que necesitamos.

Digamos que el oficialismo retrocede con el desarrollo social; en Capital, Córdoba y Santa Fe sale tercero cómodo. Ya perdió Mendoza.  Sueña con ser la expresión mayoritaria de los necesitados de la Provincia de Buenos Aires. Ese es su sueño, su esperanza, que las clientelas les sigan siendo leales.

Los candidatos oficialistas de la Provincia se salieron de cauce, se dijeron cosas que nada tienen que ver con las ideas que no expresan y demasiado con los intereses que sí comparten y a veces compiten. Scioli había decidido tomar distancia del conflicto, la Presidenta tomó conciencia de que era una guerra posterior a su poder, ya sin ella gobernando.  Y salió a otra cadena, discursos donde intenta amenazar a la Justicia. Lo mira a Zannini y le dice “¿Te acordás cuando nos allanaron por el Banco?”. Les propone a todos no tenerle miedo a la Justicia, ya vendrán los empleaditos de “la legitima” y avisarán a los jueces que con el poder no se puede, que los fueros son eso, blindaje para que el delito escape del espacio de la ley. Brasil tiene corrupción, pero también empresarios y políticos presos. En eso, seguimos siendo los peores.

El discurso Presidencial podría sintetizarse en una sola frase: “Mantengámonos unidos que mi Gobierno nos da impunidad y  nos protege”.  Votamos un sistema, democracia con instituciones. Votamos contra una decadencia, autoritarismo con corrupción. Insisto, no elegimos tan sólo un candidato, sino mucho más, una forma de vida. Hagámonos cargo de semejante responsabilidad.