Una democracia deshonrada por burócratas del delito

A veces uno intenta olvidar lo peor. Nosotros necesitamos hacerlo. La triste y oscura imagen de Venezuela, de una sociedad donde pudieron degradar al disidente, al que piensa distinto, fue el sueño de demasiados kirchneristas y la pesadilla de demasiados argentinos. Podemos decir que sus cerebros eran restos oscuros de izquierdas degradadas, ésas que encontraron en Kirchner un socio para canalizar sus resentimientos.

Escribieron un libro contra el Cardenal Bergoglio, soñando instalar en la Iglesia un hombre débil que dependiera del oficialismo. Si desarmaban la resistencia de la curia romana ya habrían avanzado mucho. Acompañaron la jugada con el ataque a los medios opositores, también con la idea de degradar a los independientes, de desarrollar obsecuentes, de terminar comprando y manejando a todos. La ley de Medios fue pensada para un gobierno que se soñaba quedando para siempre. En el juego del poder absoluto buscaron una CGT propia y la forjaron en torno a individuos en su mayoría con historias oscuras a los que amenazaban con denunciar.

Intentaron quedarse con todo lo que no manejaban, desde la Feria del Libro hasta la Sociedad Rural.

La ley de Medios y los servicios de informaciones, dos pilares del falso izquierdismo de corruptos dedicados a la explotación de la obra pública. Ya habían degradado el Congreso a cambio de negocios con todos los que lo convertían en una simple escribanía. Y el proceso continuó por la degradación de la Justicia, con esa historia triste y oscura de “Justicia legitima”, según la cual ellos nos devolverían una manera de enfrentar el delito ajeno respetando siempre el derecho a ejercer el propio del grupo gobernante.

Fue un intento de “ir por todo”, el final de la democracia sustituida por un grupo de burócratas cercanos al delito pero ocultos bajo el disfraz de una supuesta revolución. El adversario degradado en enemigo, el disidente convertido en traidor, el obediente aplaudido como supuesto “militante”. La libertad retrocediendo ante la impunidad y el miedo a que se instalen para siempre.

Esa invasión de los peores dejó al desnudo la debilidad de nuestra sociedad, demasiados oportunistas defendiendo sus negocios y sus cargos, demasiados inocentes confundiendo la degradación con una ideología justiciera. El kirchnerismo terminó siendo una enfermedad pasajera de la democracia, una convocatoria a lo peor de la sociedad. Marxismo devaluado para una propuesta de partido único; el otro, el que votan los otros, ese debe ser la derecha y el mal. Es la única manera de poder instalar e imponer el absurdo de que los que se apropiaron del Estado en su beneficio sean vistos como parte del bien.

Vienen perdiendo la partida: atacaron al Cardenal y lo ayudaron a llegar a Papa; se cansaron de atacar a Scioli y lo convirtieron en el único candidato; atacaron a medios hasta convertirlos en líderes de audiencia y si ahora se la agarran con Macri. Uno podría llegar a imaginar que les pagan por esos oscuros servicios, no suelen hacer nada gratis. Scioli no se animó a visitar la Rural pero concurrió a Clarín, los pilares de una ridícula supuesta ideología van cayendo sin pena ni gloria.

“Los inmorales nos han igualado” decía Discepolín. Con esta invasión que sufrimos con el kirchnerismo, el poeta se quedó corto. Los inmorales nos superaron por mucho, por demasiado.

Plan de retirada K: cambiar jueces por cómplices

La elección de Daniel Scioli deja al kirchnerismo al desnudo,  con el pragmatismo y la ambición que los acompaña desde siempre pero sin las pretensiones de derechos humanos y sueños revolucionarios.

Eligen a Scioli para poder sobrevivir, instalan al oscuro Chino Zannini para dejar una muestra de supuesta dignidad.  Nunca fueron otra cosa, pero ahora la ambición corre el riesgo de perder la cobertura  de las pretensiones transformadoras.  Llegan al final de su ciclo tratando de eliminar a los jueces para sustituirlos por sus propios cómplices.  Y entonces aparece el hablador de lenguas incomprensibles, Horacio González, a explicarnos que él o ellos – los del oficialismo a la carta – fueron rebeldes. Una maravilla.  No sé si el más indigno es González o Ricardo Forster, quien ya anuncia que Scioli lo va a sorprender, abrazando el cargo de desarrollar el catecismo oficialista.

Intelectuales sin ideas ni rebeldías, apoyo al poder de turno a cambio de espacios en las áreas secundarias del proceso de destrucción de las instituciones. Alguna vez Europa cobijó  los comités contra el fascismo. Luego se tomó conciencia que lo de Stalin no era más suave y nosotros pudimos comprobar cómo supuestos pensadores proporcionaban impunidad a un gobierno mucho más caracterizado por el juego y la corrupción que por la integración social. Hemos terminado reduciendo la pobreza y la miseria a una bizantina discusión de maneras de medir la enfermedad, cuando con sólo salir a la calle la realidad nos lastima sin contemplación. El kirchnerismo es un sistema corrupto de poder que convocó  a viejos restos de izquierdas fracasadas a defender sus impunidades.

Las encuestas se ocupan de dibujar futuros, la frustración nos acompaña a la absoluta mayoría. Algunos tienen miedo pero casi todos compartimos el amargo sabor del fracaso. Los discursos apabullan pero no alcanzan para tapar la realidad. El kirchnerismo, a pesar de sus pretensiones fundacionales, no fue más que la continuidad del menemismo en versión de pretendido compromiso social. Un discurso de la Presidenta no deja de ser una acumulación de lugares comunes con agresión a los que piensan distinto, y es siempre una convocatoria a transgredir los límites de la democracia.  Hay una minoría dirigente que se enriquece sin límites mientras discute los índices de la realidad, una masa enorme de necesitados que parecen depender de la voluntad oficial de ayudarlos y una gran cantidad de sectores de clase media que ven cómo se empobrecen a diario tanto sus ingresos como las mismas instituciones en las que ayer soñaron descansar.

La Presidenta se enamora de los resabios del comunismo de ayer, que son hoy Rusia y China. Imagina que donde se ha logrado limitar la democracia y la libertad se avanzó en la Justicia. Uno no imagina si esa elección de socios flojos de instituciones democráticas es para compartir la sustitución de las instituciones por las mafias.  Hay algo que define el núcleo duro del kirchnerismo y es la mediocridad e impunidad de sus integrantes.  Pero también hay datos que marcan la decadencia de nuestra sociedad  y es la cantidad de políticos, sindicalistas y empresarios que dicen en privado lo que jamás se atreverían a reproducir en público.

Lo peor del kirchnerismo agoniza, cualquiera que gane la elección pareciera ser menos enamorado de la perversión.  La pregunta que hoy se impone es si para nuestra sociedad el manejo delictivo de la Justicia es un detalle para entendidos o si lastima las posibilidades del candidato oficial. Scioli necesita votos no oficialistas, Macri necesita votos que mantienen el miedo al ajuste. Pareciera que Scioli necesita tomar distancia de la demencia oficialista tanto como Macri lo necesita del pasado liberal de mercado. No tenemos hoy un candidato cuyo talento se imponga fácil a su contendiente. Tampoco le ponemos expectativa al futuro, esta vez sí que no nos van a defraudar. Pero la sociedad se está tensando, el castigo social a los nefastos se vuelve cada día más vigente, los medios y la calle van ocupando espacios que abandona la Justicia degradada por el oficialismo. Van perdiendo algunas provincias, retrocediendo en esas fotos donde acompañaban a la Presidenta señalando el futuro, para muchos de nosotros se habían enamorado de la catástrofe.

La impunidad y la delincuencia oficial retroceden sólo frente al voto y la mirada de los ciudadanos. Nos vamos comprometiendo lentamente, ellos retroceden en la misma proporción. Al superar ciertas cuotas de desmesura y pretendidas demencias, queda al desnudo la ambición, los negocios y la mediocridad. Sólo un pueblo atento recupera su destino. Asumamos culpas y participemos en cuanto esté a nuestro alcance para castigar esta decadencia. Sólo le podemos tener miedo al miedo. Tenemos la razón, que retrocedan ellos.

La desmesura kirchnerista está llegando a su fin, pero todavía hay riesgos

Si los conoceré. Oficialistas de todos los gobiernos, ganadores de todas las carreras de obsecuencia, de permanente y apasionada lealtad al vencedor. Son ellos, diputados o senadores, embajadores o gobernadores, intendentes o ministros; son todo terreno, presurosos a correr en auxilio del vencedor. Aplaudieron desde Menem a los Kirchner, pasando por Duhalde y otros recorridos, todo colectivo los lleva al destino buscado, al carguito que los unge como parte integrante del ejército vencedor.

De esos, muchos, demasiados se dicen peronistas. Es una camiseta rendidora. Aunque se enchastre con el barro liberal o socialista, casi ni se mancha, no quedan secuelas. Algunos la van de historiadores revisionistas (ese negocio da para todo), sacan o ponen héroes al servicio del necesitado, te cambian a Cristóbal Colón por el candidato que le pidas; cambian las estatuas y hasta se deben quedar con unos pesos al elegir al escultor. Nos falta la estatua a Ramón Mercader. La persecución del disidente es una tarea imprescindible, el obsecuente se siente herido, lastimado, degradado por el rebelde, por el disidente. Por eso necesita denostarlo y perseguirlo, en esas persecuciones encontraron su final los regímenes que intentaron el marxismo. Las burocracias son las únicas minorías parasitarias que son mucho más dañinas que los ricos. Y eso sí que implica batir récords.

Oficialistas de todos los gobiernos y sindicalistas que vienen derecho de aplaudir a la Dictadura. No estaban solos, no son los únicos: había jueces y militantes ocultos, denunciadores denunciables, de esos que tiran la primera piedra como si nadie tuviera derecho a conocer sus pasados. Aparentan mirar para otro lado, cultivan el oficialismo pasivo o activo. Los pasivos son la mayoría, están como distraídos viendo pasar la realidad y hablando poco, cosa de no comprometerse. Y los hay activos, de esos que se armaron de un traje de amianto que los defiende del fuego enemigo y del propio; asumen que la vida es tan solo una carrera de obstáculos donde el verdadero arte se basa en esquivarlos. Exquisitos cultores de la agachada.

Y están los operadores, esos que hacen negocio con el poder, a veces ocupan cargos, otras son sólo invitados permanentes a todas las fiestas y reuniones, hacen negocios, hablan de negocios, sólo hablan de eso, ya no saben hablar de otra cosa. Antes era la oligarquía y nosotros- los de la supuesta izquierda- teníamos la voluntad de desalojarlos. Ahora todo es más complejo, hay una nueva oligarquía que no habrá conquistado el desierto matando indios pero que se adueñó del poder gastando a lo bestia el dinero del Estado, ese que debería tener como destino a los pobres. Y a los pobres algo les llega, justo para que sigan siendo pobres y necesiten seguirlos votando, no sea cosa de que se integren a la sociedad y puedan elegir por ellos mismos.

Hasta los Kirchner este trabajo de eterno oficialista no era insalubre, tenía escasos riegos, pocos costos, a nadie se le ocurría castigar funcionarios- o exagero- algunos terminaban en situación de no poder caminar por la calle. Pero eran pocos, los castigaba la Justicia y no la mirada social, esa que observa hoy demasiado mejor que antes, esa que ahora se preocupa por lo que antes ni siquiera la molestaba. Y hasta algunos la van de derechos, dignos, leales y no sé qué otra virtud acompaña el crecimiento de sus fortunas personales. Instalaron la teoría de la impunidad, el poder cura todos los males, purifica a todos los decrépitos que roban pero hacen y a otros que ni siquiera eso.

Ya lo había ejecutado Zannini en Santa Cruz, había eliminado al Procurador, la Corte Suprema ordenó reponerlo dos veces pero ellos no se dieron por enterados. Ahora ya van por todo, un juez como Luis María Cabral, de historia intachable, de formación como las de antes, que siempre estuvo del lado de los perseguidos, que se jugó por los que lo necesitaban como nunca lo hicieron ni los Kirchner, ni Zaffaroni, ni Verbitzky que tanto hablan de los derechos humanos. Un hombre que merece el respeto de todos fue sustituido por un empleado con antecedentes oscuros, como casi todos los que nos gobiernan.

Hay algo que comienza a gustar de Scioli y es su distancia del fanatismo kirchnerista. La verdad, su manera de llegar al poder es triste, poco tiene que ver con la política o, al menos, con lo que uno imagina de la política. Pero nos saca del pantano del fanatismo sin ideas y de la falsificación de todas las propuestas. Macri sigue siendo la alternativa a la demencia kirchnerista, pero el mismo Scioli ya implica un acercamiento a la cordura. Gane quien gane nos habremos sacado de encima esta mediocridad fanatizada. El kirchnerismo, por suerte, termina siendo una enfermedad pasajera del peronismo o de la política. Sembraron división, resentimiento y corrupción pero también algunas mejoras sociales que no tienen por qué ser acompañadas o encubiertas con tanta decadencia. Parlamentos degradados en escribanías, surgimiento de una justicia para proteger a los corruptos que en su impunidad denominan “legitima”, uso y abuso de viejos sueños revolucionarios para encubrir saqueos, en su degradación el kirchnerismo se termina asemejando a todo aquello que dijo intentar superar.

Somos una sociedad con demasiados oportunistas; la política se fue diluyendo como propuesta y como sueño de un futuro mejor. Demasiados esfuerzos económicos e intelectuales para justificar la desmesura kirchnerista. Quedan dos candidatos, ninguno de ellos es un fanático y a muchos, demasiados, no les resulta fácil elegir a uno de ellos y mucho más difícil pronosticar si lo nuevo será un ascenso a la sensatez y al sentido común o un simple aterrizaje en lo más cruel de la mediocridad.

Quizás sea un poco de cada caso. La esperanza hay que depositarla en las proporciones.

Todo el poder a los conspiradores y a los más leales

Se me ocurre que a Scioli le pegaron duro, le impusieron a uno de los peores personajes del kirchnerismo, un intrigante, un encargado de impedir que la Justicia ilumine los negocios del poder.  Nunca tuve el disgusto de hablar con él, pertenece a esa estirpe de los oscuros que no nos quieren, les parece que los que decimos lo que pensamos no merecemos respeto. No le interesa ni la política ni mucho menos el peronismo, el poder es otra cosa, la ideología, solo un instrumento al servicio de la ambición. Un jefe de la especie de los conspiradores, de los que viven del poder sin decir jamás lo que piensan ni  opinan. Eso es para nosotros, los jetones según ellos, ellos son el poder real, que es oscuro siempre, mucho más en una sociedad como la nuestra.

En el retorno de la democracia volví a ser diputado, y pude observar la aparición de un nuevo personaje de la política, “el operador”, ser oscuro que maneja desde atrás, que no se muestra, que considera que lo importante es imponerse  a los que si salen a la luz, a los miembros del poder formal. Ese personaje menor fue el responsable de sacarse de encima al Procurador en Santa Cruz, ese que la Suprema Corte ordenó  reponer dos veces sin que ellos se dieran por enterados.

El kirchnerismo llevó adelante su capacidad de destrucción de las instituciones a partir del triunfo que les entregó una mayoría absoluta. Con ese número le impusieron su ley al resto de la sociedad. Esas leyes donde se intentaba instalar instituciones al servicio del autoritarismo, esa absurda imitación de Venezuela, esa idea de que toda limitación a la libertad podía ser justificada desde la revolución, ese grotesco fue fruto, entre otros,  de la mente oscura de Zannini.

En Santa Fe, más allá del papelón de festejar triunfos dudosos como si al festejarlo los convirtieran en definitivos, hubo tres fuerzas y ellas pueden ser la muestra del futuro político. Un centro-izquierda socialista, un centro-derecha con el Pro, y un peronismo de centro. Un peronismo que se recupera sin recibir la visita presidencial, al revés de Rio Negro, donde mucho apoyo y cadena oficial llevaron a la derrota hasta a un par de encuestadores. Pichetto pagó  su obsecuencia con un triste final.

Nunca un gobierno había llevado a los senadores y diputados a este punto de degradación, nunca tantos se habían dejado arrastrar por las órdenes de un poder sin límites, nunca sus miembros habían dejado al Parlamento tan al borde de no poder ni siquiera justificar la razón de su misma existencia.

Se va Pichetto y viene Zannini, se me ocurre que el peronismo comenzará a tomar distancia del kirchnerismo, al menos los que tienen ideas y algunos votos, o al menos los pocos que todavía guardan alguna noción de aquello que llamamos dignidad.

Zannini es el articulador de todo lo que se maneja al borde de lo institucional, por afuera de las normas y de las reglas, ese manejo oscuro que se impone desde el poder cuando este engendra su propia impunidad.  No hay partidos, tampoco interesa, los sustituyen por grupos, por sectas, como La Cámpora o Carta Abierta, espacios donde el poder del Estado sirve como continente y la obsecuencia que aplaude al poder de turno se disfraza de pretendida ideología.

La Presidenta acomoda todo para asegurar su continuidad en el poder, y la vigencia permanente de la impunidad. Siembran el miedo a los que sentimos que no soportamos que sigan gobernando, miedo a que se imponga este autoritarismo mediocre y enfermizo, que dice ser de izquierda o progresista, e insiste con  el cuento de “los grupos monopólicos”.

Scioli aparentaba distinto, estando solo era o parecía ser otra cosa, pero pareciera que esto de jugar al obediente le fue limando sus diferencias con la desmesura de los kirchneristas. Los duros sirven para parasitar el poder de los dialoguistas. 

La Presidenta sacó en el pasado muchos votos con su cara al lado de la de Boudou, ahora no tiene ese margen, necesita que el segundo, el Vice, le aporte las seguridades que necesita. Y Macri se inclina por Michetti, que hace poco lo enfrentó acompañado de otros ministros.

Muchos hablaron del final de la relación, ahora deben callar. Nos guste o no, el Pro se organiza con un respeto interno que les permite no caer en el autoritarismo. Para algunos, los autoritarios, esto sería un gesto de debilidad. Pienso que es muy distinto, esa supuesta derecha se muestra capaz de contener la diferencia, la otra versión, la autoritaria, termino repudiada en todo el mundo.

El poder quedó solo en manos de los operadores, las ideas ocupan tan solo el lugar de justificadoras de la ambición. La política agoniza a la par de la sociedad, los más sensibles sienten miedo, los otros imaginan que todo sigue igual. Daniel Scioli está entre ellos. Me parece que se equivoca.

El tercer paso

Salta no dijo demasiado, gobierna y se impuso un peronismo no excesivamente degradado por el poder de turno. Luego, en Mendoza quedó claro que el oficialismo pierde la provincia, y en Santa Fe, con su mejor candidato, mucho más peronista que kirchnerista, quedaron terceros y fuera del debate del futuro. En Mendoza, además, el peronismo derroto al kirchnerismo.

En Capital, el PRO salió primero y segundo, Eco quedó tercero, y en el Frente para la Victoria, cuarto, todo era festejo. Lo mismo que en Santa Fe, la competencia por el ganador era entre dos que no pertenecían a la soberbia gobernante.  Y en Córdoba, los radicales y el PRO se enfrentan a un peronismo que no obedece al autoritarismo imperante. Menem había alquilado el peronismo a lo más retrogrado de la derecha, la Presidenta convocó a defender a su Gobierno a lo más retrogrado de la izquierda, a los restos del marxismo fracasado tanto en nuestro país como en el  mundo.

Las elecciones marcan que el PRO, que nació en Capital, logro consolidarse en su lugar de origen y expandirse en el resto del país.  La alianza con los radicales muestra que era la única posible para ambas fuerzas, la única que los dejaba en condiciones de desalojar al oficialismo. Los que más recurren a la supuesta ideología para cuestionar este acuerdo son sin duda los que menos entienden del tema. Primero necesitamos recuperar la democracia, luego debatir los rumbos.

La interna entre Rodríguez Larreta y Michetti se comió al resto del debate político. Algunos idiotas de turno imaginaron que la libertad de que una línea interna lo enfrente a Macri expresaba debilidad, como si la autoridad política se asimilara a la militar. No sé si los del PRO  planearon el éxito de este enfrentamiento o les salió de casualidad, en todo caso el resultado es el mismo: el Pro expresó en su seno el principal  debate por el cual valía la pena concurrir a votar, o al menos el más convocante.

Y los que imaginaban un golpe en contra de Macri se quedaron con las ganas, ganó su candidato y permitió elecciones libres. Además, se acercó al cincuenta por ciento de los votos. El Gobierno terminó festejando con bombos y platillos el tercer puesto tercero -cuarto si asumimos que el macrismo ocupa el primer y segundo resultado en votos.  Los discursos del PRO festejaban un éxito indiscutible, el de Recalde parecía el de un opositor que no le avisaron que gobernaban hace rato. El oficialismo promete obediencia y luego imagina adversarios, como si no tomaran conciencia de que no nos dejan en otro lugar que en el de enemigos.

Hace unos meses acompañé al gobernador de Córdoba a un acto político en Paraná, Entre Ríos. Al otro día me asombró el hecho absurdo de encontrar  que De la Sota no figuraba en ninguno de los dos diarios de esa capital. Pudimos comprobar que para Uribarri la presencia del gobernador De  la Sota no merecía aparecer en los diarios y se reservaba el derecho a impedirlo. Hace unos días hablé en un acto en Chajarí, el mismo clima de persecución al disidente amenazaba a medios y empleados públicos. En Entre Ríos, la dictadura del proletariado imponía sus efluvios de persecución autoritaria. Como en los medios oficiales y oficialistas que avanzan invadiendo la libertad. Pero no logran demasiado, al menos si lo medimos en votos. Hubieran tenido mejor resultado si hicieran obras en lugar de propaganda.