El final del kirchnerismo implica superar lo que para muchos de nosotros era un simple injerto de izquierdismo fracasado sobre un pueblo exitoso. Años pasaron donde el pragmatismo de los negocios del juego y la obra pública le otorgan a los viejos restos de izquierda un espacio del poder y, en consecuencia, los convierten en su escudo defensor. Un proyecto de concentración económica y política sin límite alguno defendido por los miembros de los derechos humanos, viejos cuadros estalinistas y algunos de los expulsados de la Plaza por Perón. En el montón se sumaban un grupo de gobernadores e intendentes que explotan hace años la memoria del General para poder hacerse de una cuota de poder y de riqueza que nada tiene que ver con las enseñanzas del viejo líder.
El peronismo fue un fenómeno cultural con raíz en la clase trabajadora y una identidad social fuertemente definida que, desde la marginalidad, se convirtió en el centro y la matriz de nuestra sociedad. Hasta que no ingresaran los de abajo no estábamos todos y, en consecuencia, no había sociedad. Los viejos marxistas siempre odiaron a Perón; el viejo los relegó a un lugar secundario y nada simpático, nunca pudieron superar los límites de la clase media intelectual. Los “cabecita negra” y los inmigrantes junto a sus hijos, todos ellos forjaron una identidad demasiado fuerte como para ser dejada de lado. Los elegantes -de izquierda y de derechas- odiaban todo lo que finalmente terminamos siendo: el tango, el peronismo y el fútbol. Como me dijo un viejo amigo gorila, “nosotros creíamos que había que darle ideales a los ricos y unos pesos a los pobres. Perón entendió que era todo al revés, le dio ideales a los pobres y unos pesos a los ricos y nos definió para siempre”.
Los más desubicados de la vieja guerrilla siempre lo odiaron. Nunca se animaron a aceptar que les avisó de entrada (“No pueden enfrentarse con un ejército regular”) y terminaron conviviendo con los viejos restos del partido comunista, gente que nunca se llevó bien con nada que tuviera sentido de mayorías y de pueblo. Juntos encuentran en la oferta pragmática de los Kirchner un espacio para salir de la frustración del pasado, una opción para conocer las caricias y los beneficios del poder sin necesidad de seguir esperando una revolución que todos sabían que ya no tenía retorno. Y eso terminó siendo el kirchnerismo, un feudalismo autoritario asociado a los restos de viejas izquierdas pasadas de moda.
Lo que también los unía era la bronca contra el General. El peronismo era para viejos guerrilleros y antiguos izquierdistas una barrera a la que culpaban de su propia frustración. Uno puede respetar al “Che” Guevara, pero su figura no es para los pueblos; ellos no se suicidan ni eligen al héroe trágico como la bandera de sus luchas. Para la izquierda universitaria y luego violenta, el pueblo siempre fue reformista y ellos revolucionarios. La bronca se asienta en que los obreros no los eligieron a ellos, los izquierdistas, como la vanguardia esclarecida. Nunca entendieron que a Perón lo trae el pueblo, que la guerrilla y la violencia ayudan, pero el verdadero protagonista era el pueblo trabajador. La historia para los humildes comienza en la primera Plaza, la del 45, y para la guerrilla nace con el asesinato de Aramburu.
Perón no funda la guerrilla, ella nace con la destrucción de la universidad que genera Onganía. Perón intenta recuperarlos para la política, les entrega una enorme cuota de poder en la democracia que ellos van rechazando convencidos que el verdadero poder estaba en la boca del fusil. Su fracaso es tremendo, nunca tuvieron la menor posibilidad de vencer. Y tampoco la valentía de asumir una autocrítica, de entender que el asesinado de Rucci fue el error que engendró buena parte de la tragedia. Que la dictadura haya sido nefasta no implica que la guerrilla haya sido lúcida. Una cosa es acompañar los Derechos Humanos y otra muy distinta no asumir los errores del ayer. Hubo heroísmo, nunca hubo capacidad y talento para entender la realidad.
El kirchnerismo se inventó un pasado que demasiados de sus miembros no tenían. Los Kirchner nunca se ocuparon de los Derechos Humanos en la difícil, bajar el cuadro de Videla es un gesto tardío contra un enemigo que la dignidad de otros había derrotado. Raúl Alfonsín fue un responsable histórico digno de respeto, hasta Carlos Menem fue más importante en el enfrentamiento con las fuerzas armadas que los Kirchner. Ni hablemos de otros oscuros personajes que los acompañan, pareciera que su gobierno se adueñó de la memoria del pasado para incorporar personajes oscuros o de dudoso pasado.
Afortunadamente, esta mezcla absurda de tragamonedas y obra pública con Derechos Humanos y clientelismo social ha terminado su ciclo. El peronismo, con pocos dignos defensores de su historia, intentará sobrevivir. Puede que lo logre o no; importa esencialmente separarlo de este triste estalinismo de obsecuentes, devolverles al pueblo y al General Perón su historia y, en especial, la vigencia de su retorno pacificador. Los odios no suelen ser propiedad de los pueblos y el nuestro nunca participó de ellos, por eso fue peronista. Poco y nada tenemos que ver con el hoy derrotado kirchnerismo.