Por qué el kirchnerismo no puede ser parte del peronismo

El final del kirchnerismo implica superar lo que para muchos de nosotros era un simple injerto de izquierdismo fracasado sobre un pueblo exitoso. Años pasaron donde el pragmatismo de los negocios del juego y la obra pública le otorgan a los viejos restos de izquierda un espacio del poder y, en consecuencia, los convierten en su escudo defensor. Un proyecto de concentración económica y política sin límite alguno defendido por los miembros de los derechos humanos, viejos cuadros estalinistas y algunos de los expulsados de la Plaza por Perón. En el montón se sumaban un grupo de gobernadores e intendentes que explotan hace años la memoria del General para poder hacerse de una cuota de poder y de riqueza que nada tiene que ver con las enseñanzas del viejo líder.

El peronismo fue un fenómeno cultural con raíz en la clase trabajadora y una identidad social fuertemente definida que, desde la marginalidad, se convirtió en el centro y la matriz de nuestra sociedad. Hasta que no ingresaran los de abajo no estábamos todos y, en consecuencia, no había sociedad. Los viejos marxistas siempre odiaron a Perón; el viejo los relegó a un lugar secundario y nada simpático, nunca pudieron superar los límites de la clase media intelectual. Los “cabecita negra” y los inmigrantes junto a sus hijos, todos ellos forjaron una identidad demasiado fuerte como para ser dejada de lado. Los elegantes -de izquierda y de derechas- odiaban todo lo que finalmente terminamos siendo: el tango, el peronismo y el fútbol. Como me dijo un viejo amigo gorila, “nosotros creíamos que había que darle ideales a los ricos y unos pesos a los pobres. Perón entendió que era todo al revés, le dio ideales a los pobres y unos pesos a los ricos y nos definió para siempre”.

Los más desubicados de la vieja guerrilla siempre lo odiaron. Nunca se animaron a aceptar que les avisó de entrada (“No pueden enfrentarse con un ejército regular”) y terminaron conviviendo con los viejos restos del partido comunista, gente que nunca se llevó bien con nada que tuviera sentido de mayorías y de pueblo. Juntos encuentran en la oferta pragmática de los Kirchner un espacio para salir de la frustración del pasado, una opción para conocer las caricias y los beneficios del poder sin necesidad de seguir esperando una revolución que todos sabían que ya no tenía retorno. Y eso terminó siendo el kirchnerismo, un feudalismo autoritario asociado a los restos de viejas izquierdas pasadas de moda.

Lo que también los unía era la bronca contra el General. El peronismo era para viejos guerrilleros y antiguos izquierdistas una barrera a la que culpaban de su propia frustración. Uno puede respetar al “Che” Guevara, pero su figura no es para los pueblos; ellos no se suicidan ni eligen al héroe trágico como la bandera de sus luchas. Para la izquierda universitaria y luego violenta, el pueblo siempre fue reformista y ellos revolucionarios. La bronca se asienta en que los obreros no los eligieron a ellos, los izquierdistas, como la vanguardia esclarecida. Nunca entendieron que a Perón lo trae el pueblo, que la guerrilla y la violencia ayudan, pero el verdadero protagonista era el pueblo trabajador. La historia para los humildes comienza en la primera Plaza, la del 45, y para la guerrilla nace con el asesinato de Aramburu.

Perón no funda la guerrilla, ella nace con la destrucción de la universidad que genera Onganía. Perón intenta recuperarlos para la política, les entrega una enorme cuota de poder en la democracia que ellos van rechazando convencidos que el verdadero poder estaba en la boca del fusil. Su fracaso es tremendo, nunca tuvieron la menor posibilidad de vencer. Y tampoco la valentía de asumir una autocrítica, de entender que el asesinado de Rucci fue el error que engendró buena parte de la tragedia. Que la dictadura haya sido nefasta no implica que la guerrilla haya sido lúcida. Una cosa es acompañar los Derechos Humanos y otra muy distinta no asumir los errores del ayer. Hubo heroísmo, nunca hubo capacidad y talento para entender la realidad.

El kirchnerismo se inventó un pasado que demasiados de sus miembros no tenían. Los Kirchner nunca se ocuparon de los Derechos Humanos en la difícil, bajar el cuadro de Videla es un gesto tardío contra un enemigo que la dignidad de otros había derrotado. Raúl Alfonsín fue un responsable histórico digno de respeto, hasta Carlos Menem fue más importante en el enfrentamiento con las fuerzas armadas que los Kirchner. Ni hablemos de otros oscuros personajes que los acompañan, pareciera que su gobierno se adueñó de la memoria del pasado para incorporar personajes oscuros o de dudoso pasado.

Afortunadamente, esta mezcla absurda de tragamonedas y obra pública con Derechos Humanos y clientelismo social ha terminado su ciclo. El peronismo, con pocos dignos defensores de su historia, intentará sobrevivir. Puede que lo logre o no; importa esencialmente separarlo de este triste estalinismo de obsecuentes, devolverles al pueblo y al General Perón su historia y, en especial, la vigencia de su retorno pacificador. Los odios no suelen ser propiedad de los pueblos y el nuestro nunca participó de ellos, por eso fue peronista. Poco y nada tenemos que ver con el hoy derrotado kirchnerismo.

Debatir, disentir, aprender

Silvia Mercado escribió un nuevo libro, “El relato peronista”, y me invitó a compartir la presentación con Juan José Sebreli, situación que agradezco y me honra. Es un ensayo meticuloso sobre la construcción del peronismo, una profundización de la idea de que estamos frente a un “relato”, palabra que según Sebreli sustituye lo que ayer definíamos como “ideología”. Obviamente sobre ese camino se llega a la conclusión de que el kirchnerismo es también un relato y en consecuencia la democracia termina siendo débil porque existe una masa, pueblo, humildes, engañables por el relato y entonces votan a cualquiera, digamos, al peronismo. A eso antes lo llamaban demagogia y ahora lo rotulan populismo. Sería así, una clase dirigente lúcida, capaz, brillante, que no logra ser votada por los pobres que votan a los que los engañan diciendo que los van a beneficiar cuando en rigor los arruinan. Moraleja: los pobres son brutos “desubicados” que cuando votan se dañan a sí mismos. Si votaran a los ricos no saben lo bien que les iría.

En un dilema que nos hace buscar un culpable. O es la clase dirigente que nunca se hace cargo de nada y jamás ofrece una alternativa digna de ser votada, o es el pueblo que vota a los que lo engañan. Primero opino que la suma de intereses individuales no genera un proyecto colectivo. Nuestros empresarios son, para mi opinión, mucho más limitados que el supuesto pueblo. Es complicado conformar una sociedad capitalista si a los ricos no les importa. Recién ahora algunos asumen que el valor de sus empresas está ligado a la solidez de las instituciones. Como ahora -sin Parlamento y al borde de quedarnos sin Justicia, asediados por la mafia de “Justicia Legítima”- no podremos arribar ni al capitalismo ni a la democracia, solo al poder mafioso.

Los partidos políticos son apenas estructuras de las que nos ocupamos cada tanto y no surgen de ellos candidatos dignos de ser votados. Cuando critican al peronismo, intentan olvidar que luego de derrocarlo, a ese supuesto “relato”, durante dieciocho años no supieron qué diablos hacer. Frondizi les resultaba demasiado comunista, pensaba y era inteligente -y como bien sabemos esos son los marxistas. Illia les resultaba demasiado decente y, como era decente, era lento. Y vino Onganía, que destruyó la Universidad dando origen a la guerrilla. Perón retornó después de esos dieciocho y no había dos demonios, pero entre la guerrilla que se imaginaba invencible y la derecha militar que seguía soñando con el golpe salvador -entre ambos- nos volvieron a la guerra y al atraso. Pero escribimos libros donde la culpa la sigue teniendo Perón. Que desde ya tuvo la suya, pero al volver planteó la paz y la unidad nacional. Pero eso que sólo Perón planteó desde el poder no tiene herederos, nos queda grande y entonces unos reivindican al suicidio de la guerrilla y los otros, al escepticismo de los que no creen en nada. No somos capaces de crecer a partir del gesto pacificador.

No nos interesa la política porque somos tan egoístas que a nadie lo convoca el destino colectivo. El peronismo fue mucho más que un partido político, fue una cultura, una pertenencia de los desposeídos, de los que no estaban incluidos en el proyecto de ser una reproducción de Europa por estos lados. Demasiada inmigración nos fue diluyendo la identidad, la pertenencia, y entonces el peronismo les otorgó una identidad a los de abajo, o mejor dicho, los de abajo se forjaron su propia identidad. Inventaron su mito fundacional, invulnerable al análisis racional de los otros, los individualistas. Aquí está el debate de fondo, para Wilfredo Pareto “la historia es un cementerio de elites”, ese no sería peronista. Para nosotros, el mayor nivel de conciencia se expresa en el seno del pueblo. Ahí nace el peronismo. Es el partido político de los de abajo, de la mucama, cosa que molesta a los cultos, que son demasiados pero tan egoístas que cuando se juntan solo se amontonan, no proponen nunca nada o tan sólo algún proyecto económico de vender algo que les deje una comisión.

Yo creo en la conciencia colectiva, que no es la suma de los individuos, sino algo muy superior. El peronismo no es el todo, pero es un aporte importante.

Un viejo amigo, ya en el cielo, que era muy gorila y había sido comando civil, ese gran amigo me dijo una noche con sabiduría: “Nosotros pensábamos siempre que había que darle ideales a los ricos y dinero a los pobres. Perón se dio cuenta que todo eso era al revés y les dio ideales a los pobres y nos dejó su vigencia para toda la vida”.

Como digo siempre, populismo es la degradación de lo popular. Gardel y Perón son lo popular, cada vez cantan mejor; los Menem y los Kirchner son el populismo, son pasajeros, duran el tiempo del poder y luego regresan al olvido. Al peronismo lo engendraron los trabajadores; a las minorías que se creen lúcidas, a ésas la academia. Se me ocurre que popular viene de pueblo y eso dura.

La relación con el pasado debe ser parecida a la que uno tiene con los padres: para superarla, necesita dejar de confrontar. El libro de Silvia Mercado me invitó a debatir y eso siempre es positivo. Le cuento mis diferencias y le agradezco la invitación. Le dije a Sebreli que debíamos ser capaces de unir a Borges con Discépolo; él me dijo que le gustaban más Cátulo y Homero. En el fondo, los tres eran peronistas porque Borges expresaba la otra parte imprescindible de nosotros. Intentemos una síntesis, vale la pena hacerlo

Vigencia y oportunismo

En la semana en la que se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Perón, una reflexión: las herencias mantienen su vigencia mientras los herederos no sean capaces de superar lo que les dejó el que se fue.

La política nacional vive atada al pasado fruto de la falta de talento de los contemporáneos porque en las decadencias los debates son con los que ya no están. El peso de los vivos no alcanza densidad para superar el ayer. Para los radicales esto es más vigente, no encuentran el presente común sino varios caminos divergentes. Para los peronistas el tema es más complicado, participar del poder genera una apariencia de pensamiento vigente aun cuando en nada se parezca al original. El peronismo es un recuerdo que aporta votos. Nadie lee a Perón. En rigor, usan su memoria para denostar sus ideas.

Los Menem buscaban refugio en un liberalismo cuya vigencia era el fruto amargo de confrontar con las políticas peronistas. Los Kirchner desvirtúan la memoria como si los que el General expulsó de la Plaza por violentos e imberbes fueran los triunfadores de la contienda. Pero el poder es rentable y contra semejante verdad poco y nada pueden las ideas. Inventaron un Ezeiza y un Cámpora que nada tuvieron que ver con la realidad. Desarrollaron al límite la teoría de los dos demonios a partir de la cual la culpa siempre la tuvo el otro y abandonar ese principio exigiría entrar en la etapa de la madurez, personal y política. Eso, por ahora, no figura en la agenda de esa gente.

De la crisis engendrada por los Cavallo nos sacaron los peronistas (Lavagna, Sarghini, Pignanelli, Peirano y otros). La Presidenta eligió un joven supuestamente marxista y concretamente inexperto para volver al lugar donde todo retorna como comedia. Perón decía que el ministro de Economía no debía ser un intelectual en estado puro sino alguien que hubiera pagado una quincena, recordando al poeta, “igualito a mi Santiago”. El peronismo nació de las fuerzas productivas, obreros y empresarios. El kirchnerismo enfrenta a los que producen y los persigue con los burócratas que -como bien sabemos- son los únicos más dañinos que los ricos.

La señora Chantal Mouffe escribe reivindicando el hecho de que la supuesta izquierda se dedique a ocupar el Estado, con toda su delicadeza intelectual en la medida que no aclara para qué sirve ese Estado, está haciendo una reivindicación del más puro oportunismo. La viuda de Ernesto Laclau mantiene la concepción de la necesidad del enemigo y le agrega la pasión por el poder, dando por supuesto que la izquierda, el pueblo y la justicia social son parte de un mismo paquete doctrinario. Después de años en el poder, el Gobierno degradó al que iba a mejorar los ferrocarriles, jamás reactivó la construcción de vagones, siguió tirando manteca al techo con la supuesta aerolínea de bandera e invento números según los cuales vivimos en una sociedad que es una maravilla. Parecido al final de Menem, cuando sus personeros decían que faltaban las reformas de segunda generación y luego salieron todos corriendo. Son dos décadas donde se hicieron muchos ricos entre los funcionarios y demasiados pobres entre la sociedad.

En el llano, los partidos expresan la vigencia de las ideas; en el poder, se suele imponer la pasión por los intereses. Nos hablan del peronismo como si les importara otra cosa que los votos que todavía arrastra esa memoria que dista mucho de ser superada. Los discursos y los libros escritos por el General están lejos de ser recordados y aún más lejos de ser comprendidos. El peronismo fue un fenómeno complejo que se instaló por encima de izquierdas y derechas, una concepción nacional de la política que desafió a los que dependían de un pensamiento importado. Fue un producto de fabricación nacional. Algún sociólogo lejano dijo que era “un fascismo de clase baja”. Ponerle una etiqueta europea tranquilizaba conciencias, no era fácil aceptar que los de abajo: cabecitas negras y compleja mezcla de inmigrantes desposeídos, que ellos engendraran una cultura, un pensamiento y una forma de vida demasiado parecida a la barbarie, pero capaz de convocar a pensadores más sofisticados que los importados.

El peronismo fue un fenómeno cultural, la expresión de una identidad social y política de los marginados; lo acusaron siempre de anti democrático siendo el único que ganaba con los votos; lo acusaban los que solo podían llegar al poder por medio de los golpes, los que no soportaban que mandaran los de abajo. El peronismo es el fruto de una forja donde los vencidos se volvieron vencedores, de un fenómeno donde el pueblo muestra ser el único capaz de enamorarse de ideales .Los otros, los que soñaron darle su propia mirada de la vida, no soportan tener que asumir la que surge de aquellos a los que a veces no respetaron y muchas veces ni siquiera le reconocieron valor como conciencia colectiva.

El peronismo es tan sólo eso, la conciencia de la multitud, la derrota del individualismo a manos del sentimiento colectivo.

Hubo una violencia peronista, pero era otra cosa que la incitada por Cuba y su marxismo. Los que reivindican a la guerrilla como superior al pueblo trabajador, esos son los nuevos gorilas que supimos conseguir. Esos que intentan desdibujar a Perón imponiendo la memoria de López Rega mientras necesitan ocultar a sus jefes porque son sencillamente impresentables. Esos que salen a defender los Derechos Humanos sin siquiera ser dueños de un pasado que lo sostenga y se esconden detrás de los deudos, como si ellos fueran parte del debate ideológico.

El peronismo fue la causa de los humildes, el kirchnerismo es la causa de los intelectuales y otros jóvenes que triunfan trepando en el Estado. Son dos concepciones antagónicas, por eso el peronismo sigue siendo popular y sus usurpadores simplemente populistas.

Gardel y Perón son lo popular, mejoran con el paso del tiempo; los Menem y los Kirchner son el populismo, al poco tiempo se ponen rancios.

Reconstruir la democracia

El cristinismo actual es un partido construido en torno a una persona, tan pegado a ella que no puede nombrar un heredero. Nadie creció a su lado, ella imagina y ellos esperan que su dedo creador le otorgue vida al sucesor. Aparecen carteles con fotos de los amigos de la Señora al lado de ella y compartiendo el inasible “Modelo”, eso que ellos imaginan genial y a nosotros nos resulta nefasto. Scioli tiene los votos, pero ellos, los de la secta no se conforman con la mera opinión de los votantes. La gente no puede leer Carta Abierta, no llega a entender de qué se trata. Demasiados de nosotros tampoco.

En un autoritarismo la única manera de participar es aplaudir, uno deja de pensar, de opinar, de sentir que tiene algo para aportar. Ministros y legisladores obedecen como asustados, sin derecho a correrse del catecismo que les bajan desde el verdadero poder, los Rasputines de turno, esos que entre bambalinas no necesitan ser votados. Pertenecen al entorno de la gran autoridad, del personaje que elegimos democráticamente para que nos conduzca a un espacio que en poco o nada se parece a la democracia.

La Presidente va a terminar por demoler el kirchnerismo, ese va a ser su mayor legado a la sociedad. Con Scioli se le van a ir los peronistas que ya no son otra cosa que comerciantes del poder, igual que eran ellos en Santa Cruz antes de llegar y ponerse el disfraz de progresistas, con derechos humanos y sueños de enfrentar al imperialismo. Discuto hace tiempo y defiendo mi opinión de que esta absurda mezcla de prebendas sólidas con ideas cambiantes va a desaparecer en poco tiempo. Muchos hablan de un kirchnerismo opositor, es un oxímoron, este es un partido del poder.

El fenómeno central es que viejos militantes de revoluciones pasadas y fracasadas encontraron en el pragmatismo de los Kirchner un espacio de poder con infinitos beneficios y además, un reconocimiento a sus supuestas virtudes. A cambio de ese protagonismo tardío, los que ayer no le perdonaban nada a Perón terminaron enamorados de Cristina. En rigor, el General que retornaba para pacificar les quedaba grande a los imberbes que se querían suicidar en una guerra donde nunca tuvieron ni la remota posibilidad de triunfar.

La Presidente nos somete a una cuota de tensión y agresión que excita en su apoyo a supuestos pensadores a los que es imposible entender pero no es necesario intentarlo. No confrontan por defender ideas que no tienen sino tan solo por disfrazar resentimientos como si fueran propuestas de ideas que salvarían la patria, un espacio limitado donde solo están ellos.

Perón representaba a los humildes y volvió para pacificar. Hubo dos sectores que se opusieron, una derecha militar derrotada para siempre y una izquierda violenta y autoritaria que estamos obligados a superar ahora. La Presidente nos va a dejar en estado agónico; de nosotros depende la construcción de la democracia y las instituciones a partir de superar semejante calamidad.

El kirchnerismo sirvió para eso, para desnudar y poner a la vista de todos a lo peor de nuestra sociedad. Con lo restante debemos ponerle pasión a la cordura y reconstruir la democracia. Es una causa noble y estamos a tiempo y en condiciones de lograrlo.

Un año complicado

Eso fue este año, complejo de entender y de vivir. El oficialismo, que no se imagina a sí mismo como un partido que pueda tener derrotas, se dejó invadir por la idea de lo fundacional, y combatió con pasión a los disidentes, con la misma pasión que utilizó para defender a sus acusados de corrupción. Pareciera que el disidente es un delincuente y el acusado de delitos, un simple cómplice en apuros.

El Gobierno, mejor dicho, la Presidente, en todos sus discursos y actitudes, fue eliminando el espacio del centro, imponiendo la idea de que era una compulsa entre un kirchnerismo pleno de virtudes y una oposición ligada a los monopolios, el imperialismo y las corporaciones. El espacio del bien solo se instala en el oficialismo aplaudidor, el resto, somos ocupantes del oscuro mundo del mal, y en consecuencia, como en mi caso concreto, objeto de persecución personal. Y entonces se impone el análisis real y profundo del kirchnerismo y del tiempo que ocupó y de las consecuencias de su accionar. Nos obliga a poner la lupa sobre la “década ganada” o empatada o perdida para demasiados. Década montada en “el relato”, mirada sobre la realidad que tiene demasiado de autoritarismo y poco o nada de debate político.

Personalmente, opino que lo más negativo de este tiempo fue la división que se dio en la sociedad. Cuando Perón retorna al país, lo hace para pacificar, acompañado por toda la dirigencia de esos tiempos, y ya la guerrilla imagina el poder como el resultado de la confrontación. La violencia, pretendidamente revolucionaria, engendra una derrota militar que los Kirchner revierten en triunfo político a partir de sus necesidades de justificación. Insisto en que aquí se encuentra el nervio de la crisis actual: un gobierno autoritario encuentra en los restos de la guerrilla y del marxismo una concepción de lucha de clases que desvirtúa el pensamiento peronista. Perón convocaba a la alianza de clases, su encuentro con Balbín es esencial al futuro, es el único camino posible. El kirchnerismo se ensambla con una historia que no le pertenece ni le interesó nunca, y la convierte en la teoría defensora de sus desatinos.

El Gobierno es esencialmente anti-peronista. Claro que eso podía haber sido positivo si era un intento de superación del pasado, pero es nefasto ya que implica un retroceso a lo peor del ayer. Hoy es tiempo de preguntarnos cuántas vidas se llevó el sueño de extender la revolución cubana al resto del continente, cómo los supuestos revolucionarios fracasaron y los reformismos fueron los únicos que aportaron mejoría a sus pueblos. Si izquierdas y derechas se reían de nuestra consigna “ni yanquis ni marxistas”, hoy ambas deberían asumir que los superábamos como conciencia historica. Que la tercera posición de aquellos tiempos es la única capaz de complementarse con “la tercera vía” que hoy expresa la avanzada ideológica. Con tantos elementos para recuperar del peronismo, buscar en marxismos fracasados la idea de la confrontación como camino hacia la superación es un absurdo y un sinsentido.

El año que se inicia tiene la marca del fin de ciclo. Soy de los que opinan que el kirchnerismo no va a poder sobrevivir a la ausencia del poder. Es, como el menemismo, un partido de gobierno. Al perder las prebendas que distribuía se queda sin vigencia. En todo caso, el kirchnerismo se puede convertir en un partido de izquierda más, desde ya con pertenencia inferior al diez por ciento. Cuando los oportunismos provinciales inicien su migración, será tiempo de contar las lealtades reales, esas que lo imaginan como algo parecido a un sistema de ideas, para mi gusto, desde ya sin propuestas ni logros dignos de ser recordados. Demasiadas provincias y municipios fueron menemistas cuando serlo daba votos, y repitieron su oportunismo con los Kirchner.  Esos políticos que solo sirvieron como funcionarios, esos que se adaptaron a todas las corrientes o modas que nos invadieron, esos no le aportan nada a la verdadera política, al debate de ideas que está pendiente en nuestra sociedad.

Por ahora la oposición está dividida, pero creo que lentamente la dirigencia o la sociedad van a optar por un opositor y lo van a convertir en el futuro Presidente. Allí comenzará el tiempo de destruir los daños del kirchnerismo, en especial la Ley de Medios y la degradación de la Justicia. Cuando termine este ciclo al menos sabremos que pocos son los dispuestos a defender un pensamiento, los que no se dejan arrastrar por el oportunismo.

Necesitamos que el próximo Gobierno recupere la noción de adversario, y eliminemos para siempre el poder nefasto de los que intentan seguir parasitando la idea del enemigo. El único enemigo vigente son ellos, los que viven de regar sus propios odios, los que hoy nos gobiernan. El resto, los adversarios que nos respetamos, somos la base de una democracia en serio, eso que hoy todavía tanto extrañamos.

El Gobierno anhela la eternidad

Cada tanto el Gobierno encuentra un encuestador maleable, al alcance de las caricias a las que acostumbra el poder. Y ese medidor de sensaciones impone números del colesterol bueno y los triglicéridos que son propios de jóvenes deportistas. Y las caras alegres que producen esos datos son capaces de instalar un gimnasio de alta competitividad en el geriátrico. Mientras tanto, del otro lado de la vida, se instala el miedo a que eso que imaginan, o mejor dicho, imaginamos como el Mal, se convierta  en permanente. Es que el verdadero sueño del oficialismo es la eternidad en el gobierno, que – casualmente- se corresponde con nuestras pesadillas.

Esta semana le dediqué unos minutos de atención a una entrevista que Fantino le hacía a José Pablo Feinmann, con quién durante un tiempo pasado fuimos amigos. Fantino hacía de estudiante de filosofía y Feinmann de profesor; recorrían la biblioteca universal para explicar que la Presidente era un genio. Luego, leí en La Nación una columna de Luis Alberto Romero contra el nacionalismo. Me quedó la sensación amarga de que estos pensadores dicen lo que sienten sin asumir el lugar que ocupan en la sociedad. Y sumo a Lilita Carrio, que aporta ideas siempre y cuando no se le ocurra  enojarse con los hombres.

Al escucharlo a Feinmann imaginé que él había quedado del lado de los ganadores, y que debía estar convencido que los disidentes no éramos otra cosa que oligarquías universales. Algo parecido a lo del Juez Zaffaroni que opina, simplemente, que si gana la oposición, puede venir el caos. Un Juez de la Suprema Corte que dice alegremente que la democracia puede conducir al caos. Romero se la agarra con el nacionalismo, pero no con sus exageraciones sino, casi diría, con su mera existencia. Y Carrió considera que los que no la acompañan son de dudosa pertenencia.

Tuve la dicha de poder dialogar con el Papa Francisco, hablamos unos minutos de aquellos que intentan interpretar sus gestos en el pequeño esquema de oficialistas y opositores. La vida nos regaló en suerte un hombre de los más importantes del mundo  y nosotros lo queremos reducir al nivel de nuestros rencores. Se me ocurre que intentamos ser figuras públicas sin renunciar a nuestros caprichos privados, como si pudiéramos expandir nuestro egoísmo, convertirlo en mirada colectiva e imponerlo, que de algo así se trata.

Eso siento frente a los discursos de la Presidente, que no intenta otra cosa que sumarme a su idea, que ni imagina la necesidad de ampliar su concepción para abarcar la de otros, no me quiere convencer sino que tiene el poder y decide imponerme su mirada. Ella ocupa el espacio del Bien y el resto somos parte del Mal, la oligarquía, empleados de los fondos buitres, todo eso y mucho más. No entendemos su verdad, podemos -como dice Zaffaroni- caminar hacia el caos, o no haber leído todos los libros de filosofía que leyó Feinmann, para entender que la Presidenta que yo apenas soporto es lo más grande que dio la sociedad.

Cuando el retorno del General Perón y su abrazo con Ricardo Balbín, muchos de estos señores opinaron que la salida estaba en la boca del fusil. La historia demostró que la única salida estaba en el contexto de la democracia. Ellos ni siquiera asumieron la obligada autocritica, y nos siguen dando clase de sectarismo cuando ya casi nadie respeta sus ideas.