Resentidos y dogmáticos

Pareciera que la impotencia de convertirnos en una sociedad se asienta en los dogmas que definen el ayer. Hay una frase del Evangelio que nos negamos a hacer nuestra: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Todos somos dueños de un pasado de glorias sin que nadie tenga nada que ver con el terrible fracaso que habitamos. Si todos tenemos razón y la culpa fue del otro, tendremos que pasar por lo peor. Lo más difícil de aceptar y asumir es que el paso del tiempo no sirvió para aprender absolutamente nada. Y entonces, seremos eternos habitantes de un fracaso compartido; eso sí, con el premio consuelo que estaremos constituidos por varios grupos, todos ellos dueños de una rebuscada y sofisticada explicación que demuestra que la culpa, la tuvo el otro.

Uno no imagina qué hubieran hecho los países de Europa después de sus guerras atroces si no hubieran tenido la grandeza de imponerle al futuro más pasión que a explicar, condenar o justificar los errores y los odios del pasado. Lo nuestro es habitar un camino para transitar la eterna inmadurez. Cada tanto -demasiado seguido- surge un talentoso pensador que impone toda la culpa al populismo, al peronismo, al liberalismo, a la dictadura, a la guerrilla, a la violencia, a la oligarquía, al imperialismo, al marxismo y siguen las firmas. La editorial “El culpable es el otro” es desde siempre, la primera en ventas. Finalmente, el mensaje es simple: “el que no odia no vive”. En ese ejercicio de cultivo del enemigo soñado, el último gobierno fue -sin duda- de los más especializados. Después de ellos resulta complicado entender la enorme distancia que hay entre un soñador y un vengador.

Es como si participáramos cada uno del Partido Culpar al Otro donde una vez elegido el enemigo puedo estar tranquilo de haber encontrado mi identidad. Ahora la palabra “populismo” es tan eficiente y abarcadora como lo eran antes el viejo trauma con el “imperialismo”. Compartiendo enemigos se estructura una secta. Se trata de un mundo cerrado dentro del cual participamos de algo parecido a una ideología o concepción política, hecho absolutamente falso porque nada es posible de ser desarrollado si se lo basa en el resentimiento.

Existe la fábula según la cual pudimos llegar a ser un gran país y no lo logramos porque nos lo impidió la democracia y la revolución industrial. Esa fábula es tan inasible como olvidar el detalle de que carecemos de clase dirigente, de burguesía industrial y entonces siempre terminaremos marcados por el fracaso. Hilvanan una historia sin inmigrantes ni hijos de la tierra y bautizan como populismo a todo aquello que no sigue los cánones sagrados de las leyes milagrosas del mercado. Siempre me pregunto qué hay del otro lado del tan mentado “populismo”; sin duda está habitado por el ancho espacio de la virtud, de esa que ni siquiera se ocupó -hasta ahora- de forjar un Partido y apasionarse por la política. O mejor dicho, recién ahora pareciera que lo han logrado y son gobierno.

En fin, cada vez que alguno le echa la culpa al pasado ajeno no está recuperando el propio, está tan solo impidiendo que forjemos juntos un mañana digno de ser vivido.

Me causa asombro y me da bronca la manera en que para explicar a los Kirchner recurren al Perón anterior al golpe. Es como si en los EE.UU. fueran a buscar a Luther King para cuestionar a Obama. El Perón del retorno y del abrazo con Balbín es el que corresponde a la historia; acompañar a Osvaldo Bayer a reinstalar la “Patagonia Rebelde” es simplemente ser un retrogrado, no asumir que la historia evoluciona aun cuando algunos mediocres se nieguen a acompañar los signos de los tiempos. Y regalarle a los Kirchner un sentido histórico que nunca tuvieron es tan erróneo y define y expresa la peor voluntad al asignarle al error una dimensión que no le corresponde.

El peronismo fue la expresión de los trabajadores; la guerrilla de los setenta junto con el estalinismo trasnochado de los Kirchner nada tienen que ver con aquella historia, solo que los extremos, tanto de izquierda como de derecha, tan necios como ciegos tratan de juntar todo para ayudar a que no se entienda nada.

Necesitamos superar el autoritarismo de izquierda y de derechas -que en rigor siempre termina siendo el mismo- y convocar a un encuentro donde nadie se crea dueño de ninguna verdad, donde todos tengamos asumido que si lo hacemos con humildad, todos y cada uno tiene algo que aportar. Ese camino no será grandioso, pero sin duda es el único que nos permite salir del pantano del pasado. Y eso es sin duda lo que estamos necesitando.

El futuro de la franquicia peronista

Los restos del peronismo que sirvieron de justificación al kirchnerismo se juntan angustiados para ver cómo arman de nuevo algo que les sirva para juntar votos. El paraguas de Menem los cubrió muchos años; luego vino el paraguas de los Kirchner y ahora pareciera que se quedaron a la intemperie. Difícil situación esa de intentar juntar votos con un montón de rostros que se ocupan de espantarlos. Alguien se va a animar a hacer una encuesta que mida los votos que cada uno expulsa, los sume y, entonces sí, estaremos frente a un fenómeno popular y masivo.

Los de la Cámpora -por un lado- y los peronistas -por otro- intentan reencontrar su destino, ambos atacados por la angustia que genera una derrota para la que no estaban preparados, que nunca se animaron a considerar. Los peronistas -casi todos- todavía guardan territorio; los camporistas -casi todos- imaginan que tienen ideas transformadoras. La derrota generó un proceso de divorcio inesperado: los peronistas, o esos que utilizan la memoria del peronismo para obtener votos, fueron siempre capaces de adaptarse fácilmente. Con Menem se hicieron liberales, con los Kirchner se volvieron autoritarios; siempre fueron oficialistas.

Claro que sin paraguas necesitan generar una conducción o algo que se le parezca. La foto color sepia del encuentro para recuperar el sello del partido, igualita a la que se tomaron cuando Menem se acababa y hasta cantaron la marcha, todo eso ya no sirve de nada. No tienen figuras que merezcan respeto. Eso pasa siempre que se agota un autoritarismo, los aplaudidores no tienen otra cosa para lucir que los callos de las palmas de sus manos. Los candidatos que mencionan convocan más a la lástima que al futuro.

Se aferran al sello del partido como si sirviera para algo, como si alguna vez hubiera salvado a algún candidato extraviado. Solo vale la encuesta, esa que los obligó a elegir a Scioli -a quien no querían- pensando que todo era pasajero, que total Cristina seguía vigente. Y ahora tardan en asumir que no quedó nadie con vida política, que no tienen vigencia, que el cuento ridículo de si se fueron con la Plaza más llena o el nivel de aceptación más favorable, que todo eso no sirve para nada. Sin el poder, los nacidos en esa cuna de los beneficiados por las autoridades ya nada son. Ni siquiera entienden qué es lo que tienen que hacer.

Lo malo del autoritarismo es que no suele dejar sobrevivientes. Como se dice cualquier cosa algunos creen que Perón lo era; olvidan que estuvo rodeado de hombres excepcionales, desde Carrillo a Taiana, desde Robledo a Luder. Y que cuando lo derrocaron quedaron cuadros formados como para gestar la resistencia y recuperar el poder tras diez y ocho años. Había primero un pensamiento, luego un conjunto de personas que participaban de él. Por eso la figura de Cámpora es original, era uno de los pocos acusados de obsecuente, de exceso de obediencia, en una época en la que se imponía la rebeldía. Por eso duramos hasta ahora, gracias a los luchadores; por eso estamos hoy al borde de la disolución, por el daño que nos hicieron los estalinistas que consideraban al aplauso como la variante principal de la participación.

El maestro Marechal supo decir que los enemigos habían asesinado y destruido el cuerpo de Megafón, que sus discípulos fueron reuniendo las partes hasta tenerlo completo, pero que le faltaba el miembro viril. Esa es la impresión que nos deja ese amontonamiento de dueños de la franquicia peronista, que todos juntos no dan nada, que ya es tarde, que obedecieron más allá de lo que la dignidad les permitía y entonces sus presencias se quedaron vacías de sentido. Utilizaron tanto tiempo la cobertura de los Kirchner que se quedaron sin su propia identidad, que ya no saben quiénes son ni qué papel juegan en la historia. Y eligen a cualquiera, sabiendo que no tienen a nadie para elegir y poder mostrar como figura, como conducción, como digno de ser respetado por la sociedad.

No van a convocar a elecciones internas. No tienen ni un candidato para la unidad, menos van a encontrar un par para competir. Lentamente se van a ir pasando al lado de los rebeldes, de los que se animaron a enfrentar al kirchnerismo y sobrevivieron. Ellos son ahora los dueños del futuro, con el nombre del peronismo o con una conciencia que lo supere. Los que se pasaron de oficialistas se quedaron sin destino. Eso sí, alguno va a seguir aplaudiendo al nuevo Presidente de turno. Para eso sirven. Para la rebeldía se necesita dignidad y ya es tarde. De los oficialista nadie la tuvo.

Las ideas fueron sustituidas por las complicidades

La corrupción originada en el Estado es hoy un elemento esencial a nuestra sociedad. Hace tiempo abandonó el espacio de la excepción para ocupar el sitio de lo normal. Excepcional terminó siendo la ética, por ejemplo la situación de un funcionario que se niega a la corrupción. Los empresarios en su mayoría prefieren pagar coimas como camino al éxito. Implica asumir que el dinero es el Bien superior como concepción ideológica. Cuando el funcionario no acepta el dinero está expresando un lugar de libertad que cuestiona la posición que el rico y el poderoso se asignan a sí mismos. Uno de los importantes me dijo una vez: “Si no aceptan dinero tengo miedo de que sean comunistas”. Le respondí con cierto enojo: “Yo asumo mi seguridad en la inteligencia, Usted guarda su soberbia en la billetera”.

Pero además, el empresario no respeta al que no puede corromper. Lo imagina un infeliz, alguien que no entendió el sentido de la vida. Cansa en las mesas de la política escuchar referirse con admiración a la fortuna que acumuló tal o cual funcionario. Esa categoría impera o al menos se fue imponiendo desde el regreso de la democracia. Los operadores, personajes que intermedian entre el gobierno y las empresas, fueron desalojando a los políticos. Hace muy poco tiempo volvieron a recuperar espacio las ideas; los economistas habían impuesto sus propuestas por encima de la política y los empresarios militaban en sus “partidos”, los negocios. El pragmatismo fue devorando al pensamiento. Nuestros políticos eligieron enriquecerse y, por ese camino, cedieron el espacio del Estado y el debate a los aficionados. (Al menos mayoritariamente).

Y en el mundo de los triunfadores no importa cómo llegaron, alcanza con estar sentado sobre fortunas que nunca necesitan ser justificadas. Las ideas fueron sustituidas por las complicidades.

Cuando uno expresa ideas, consideran que es un charlatán; sólo los negocios y los números son el camino a la verdad. Enamorados de Miami y del Golf, la vía al éxito implica la exacerbación del egoísmo. Es muy difícil encontrar un empresario que piense; es una tarea decorativa que intentan dejar en manos de sus gerentes. Y es complicado imaginar una democracia capitalista sin que se comprometa la burguesía o sus parientes. Cuando la democracia reinicia su camino, enfrenta el juicio a las Juntas. Fue una pulseada donde las culpas de muchos, por haber sido coetáneos y a veces complacientes con un genocidio, llamaron a silencio a demasiados. La dictadura se había llevado para siempre a lo peor de la derecha, pero dejó un lugar excesivo e injusto a sus víctimas. En rigor, ni siquiera la dirigencia guerrillera sobreviviente estaba en condiciones de defender su supuesta propuesta. Fueron los deudos, las Madres y las Abuelas las que se convirtieron en la expresión de la dignidad. Pero todo fue al costo de dejar de discutir ideas e imponer un pragmatismo oportunista; una culpa explotada como resentimiento con derecho a exigencias. Fue como si la guerrilla no tuviera obligación de autocrítica. Y luego, un oportunismo sin complejos que les otorga un espacio secundario de poder a cambio de asignarle un sello progresista a la ambición de un pragmatismo sin límites.

Si las ideas habían llevado al genocidio, los intereses prometían su paraíso de ganancias. La Coordinadora Radical y la Renovación Peronista, que imaginaban ser la expresión de la nueva dirigencia, desertaron de la política- en muchos casos- seducidas por el mundo de los negocios. En su mayoría es la dirigencia hoy ausente. El pragmatismo usurpó el nombre del peronismo para hacer liberalismo con Menem y autoritarismo conservador con disfraz progresista con los Kirchner. Liderazgos sin contenido nos llevaron a perder dos décadas que fueron de avance y crecimiento en la mayoría de los países hermanos.

El pragmatismo no soporta ningún principio ético, ni mucho menos lo necesita. La ética exige que la dirigencia asuma la responsabilidad de pensar un proyecto de futuro, convoque a los mejores y sueñe con trascender por esa causa. Esto implica participar de un sueño colectivo que instale la superioridad del proyecto sobre el bienestar personal. El poder es una conciencia, pero en su degradación y contracara es una acumulación de recursos para imponer una voluntad. Hay un poder de las ideas que no imagina ni necesita rentas y hay un poder del dinero que no soporta a las ideas. Es por amor o por plata. El amor exige el sueño de lograr un futuro con consenso mayoritario y con logros concretos. Y eso no es sólo un problema de gerenciamiento, es mucho más que eso, demasiado, es ser capaz de pensar una sociedad que incluya a todos. Hay un vacío de políticos capaces de luchar por el futuro sin mejorar su propio presente. Hay una ausencia de dirigentes que se hagan cargo de diseñar un país mejor, lo conviertan en una causa colectiva y se enamoren de ella. Pareciera que el camino al poder exige el peaje de la riqueza personal. Y que la riqueza material sustituya a la de los verdaderos dirigentes, a aquellos capaces de poner al conjunto por encima de sus propias necesidades. Eso es posible y necesario, y quienes lo logren podrán trascender y disfrutar de la vida mucho más que aquellos enfermos de amor por el dinero. La ambición es una virtud que suele convertirse en enfermedad. Y genera un mundo de cómplices. La política está por encima de esa limitación. Es como la poesía, imposible sin vocación ni talento. Y por suerte pareciera que la estamos recuperando.

El kirchnerismo necesario

No imagino que mi pregunta sea una verdad revelada,  pero creo que  alcanza como interrogante: ¿era necesario pasar por la etapa kisrchnerista para la madurez de nuestra sociedad? Y aseguro no tener la respuesta. Pero interrogarse es necesario, uno tiene una idea de sí mismo que a veces se desploma frente a los hechos. Y a nosotros nos atacó el kirchnerismo, que no es ni remotamente la enfermedad infantil del comunismo como denominaba Lenin al izquierdismo. Nada de eso, es el pragmatismo en versión de una derecha provinciana que convoca restos de progresismos pasados. Con Menem el deslumbramiento era en su versión libre mercado. Si se dejaban fluir las fuerzas de la ambición, la justicia social florecería en todos lados. Se llevaron hasta lo que no teníamos, y luego, nace de esa misma mirada oportunista un gobierno para progres e iniciados. El kirchnerismo  podría ser visto como el prometido derrame del neoliberalismo menemista, claro que no de la producción sino simplemente del agigantado Estado.

Somos una sociedad apabullada por los oportunistas: algunos cantaban loas a la dictadura y se hicieron los distraídos apoyando a cuanto poder pasó por estos lados. Empresarios, casi todos; sindicalistas, demasiados; gobernadores e intendentes, casi siempre. Algunos, hasta  intentan justificaciones que parecen ideas; otros, aplauden y hacen silencio, cobran siempre. El gran partido de los oportunistas, el más vigoroso y numeroso, el de mayor número de militantes. Y, sin duda, el que más beneficios otorga a sus seguidores.

Menem y Kirchner fueron parecidos, hasta podrían haber cambiado la secuencia.  Recordemos que para privatizar YPF los Kirchner eran imprescindibles. Eso sí, Menem transitaba la frivolidad y los Kirchner el resentimiento, acumulando riquezas ambos para intentar eternizarse. Uno vivía como si fuera el último día, el otro, como si no se fuera a terminar nunca.  A uno se lo lleva la vida y al otro los vientos de la historia. Nada más pasajero que lo que parece lo más sólido del mundo, que es el ejercicio del poder sin conciencia. Y en ambos casos, nada más lejano a la trascendencia que ofrece el prestigio.

No era necesario el kirchnerismo para desnudar oportunistas (viven desnudos),  ni para delatar políticos con cargos (se adaptan a todo) porque  ejercen el mimetismo. Pero sí era imprescindible para terminar con el supuesto prestigio de  muchos que parecían insobornables hasta que llegó la tentación del poder sin limitaciones.  Para esos  sí, la historia tendría algo que decir, y al oportunismo lo intentaron llamar revisionismo. Los setenta fueron reivindicados por el heroísmo y valorados por los Derechos Humanos, también a veces convertidos en justificadores de injusticias y prebendas.

Demasiados que parecían insobornables cayeron en la tentación de ocupar espacios marginales del poder. Muchos de ellos terminaron atraídos por los beneficios que decían despreciar. El kirchnerismo, en su expresión despiadada de amontonar negocios y relatos, terminó convocando a supuestos intelectuales que inventaron teorías y cartas abiertas sólo para agradecer que les ofrecieran un papel secundario en el duro teatro de la realidad.  Con un cargo y una idea, con un pedazo de poder y una explicación traída de los pelos, con tan poco y demasiado, se puede edulcorar la realidad. Un empresario lo hace al servicio de la ambición, algún sindicalista de puro oportunista, pero los intelectuales pueden aportar decenas de lecturas para insuflarle heroísmo a la agachada.

Sin el kirchnerismo, uno hubiera tenido a algunos intelectuales como intocables. Finalmente, las tragamonedas y la obra pública junto al Estado…; todo fue vivido y aplaudido como un despliegue de justicia social y rebeldía revolucionaria. Los que ayer cuestionaban a Perón por reformista, hoy defendiendo a Boudou. Les parecía que Julio Cobos ejercía la traición de votar con libertad; preferían sucesores procesados por robar en libertad. Un discurso reiterado en cadenas oficiales y unos aplausos apasionados para la foto. Fue poco lo que muchos aportaron en relación a lo mucho que se llevaron a cambio.

La verdad, no sé si era ésta una etapa necesaria, pero nos sirvió para saber de sobra qué valores calza cada uno. No sólo el poder corrompe, además delata. Sé que casi todos me dirán que los daños son exagerados para tan obvia conclusión. Y acepto que es cierto, pero intento ser optimista y no es mucho más lo que se puede rescatar.