Los violentos y el poder

En los setenta, la violencia de la guerrilla conduce al suicidio a una parte importante de mi generación. Digo suicidio ya que encararon una guerra en la que era imposible vencer. Y de esa voluntad desesperada va a surgir lo impensable, que fue la desaparición definitiva de sus represores. En la demencia de hacer desaparecer a la guerrilla encontraron el lugar de su propia inexistencia. La derecha, en su variante militar e intelectual, va a quedar reducida al triste espacio del verdugo; va a sufrir castigos tan excesivos como los que soñó imponer, pero no como fuerza de las armas sino como decisión de una democracia. Y contra eso no quedó siquiera ni el valor de las palabras.

Fue tan definitivo el triunfo del derrotado que tuvo espacio para inventar una supuesta teoría donde- para que nadie imaginara la existencia de dos demonios- la única violencia ilegal era la del Estado, quedando la otra unida al sueño imaginario de las revoluciones. Aún en democracia, cuando la guerrilla mataba era épico y cuando les respondían era siempre López Rega y las tres A. Una deformación de la realidad que permite desvirtuar la voluntad del pueblo, degradar a su partido, el peronismo y convertir el error de buscar la violencia suicida en el recuerdo del heroísmo revolucionario.

Nunca fui de derecha, claro que tampoco por ejercitar la violencia nadie tuvo autoridad para instalarse en la izquierda. Perón no fundó ninguna guerrilla, sólo convocó a un sector a acompañarlo en su retorno democrático y es esa misma organización, premiada con Gobernadores, Ministros y legisladores, la que decide retornar a la violencia en plena democracia. No estamos debatiendo la violencia contra la Dictadura, sino su demencia de ejercerla en medio de una democracia de la que formaban parte.

La deformación de esa historia intenta imponer el protagonismo de los guerrilleros por sobre el del pueblo, como si a Perón lo hubieran traído ellos, como si la violencia de las minorías fuera más importante que el peso enorme de la clase trabajadora. El peronismo no era ni yanqui ni marxista y eso, en un tiempo donde el marxismo parecía ser el dueño del futuro. Hoy, cuando el Gobierno se abraza a deformaciones que nos separan de las democracias y las libertades con la absurda excusa de confrontar con el supuesto imperialismo, debemos denunciar que en nada este accionar se asienta en nuestras ideas. En rigor, estuvo tan lejos Carlos Menem de nuestro pensamiento al articular sus “relaciones carnales” como absurdo es que hoy nos alineamos con sectores que jamás fueron parte de nuestra historia. Pareciera que los negocios privados de los funcionarios son más importantes que los intereses colectivos.

El peronismo tiene elementos culturales y políticos dignos de ser recuperados, por encima de la deformación derechista de Menem o de la violencia discursiva del kirchnerismo. No propongo recuperarlo para volver al poder, sino tan solo para aportar sus aciertos, criticar sus errores y para sumarlos a futuras fuerzas donde se recupere lo mejor de cada sector.

Se agota un Gobierno que utilizó el nombre del peronismo únicamente para deformar sus ideas. Es tiempo que los peronistas recuperemos nuestros aportes, para la memoria colectiva y no para ponerlos al servicio de ninguna ambición personal.

Una democracia degradada, el legado kirchnerista

Vivimos una coyuntura donde los conflictos son demasiados y no se percibe un avance o una voluntad de superación. El conflicto es inherente a toda sociedad, pero el mismo puede ser la fuente de una tensión que nos impulse a superarnos o una reiteración que solo nos sirva para aumentar la sensación de fracaso. Lo grave es cuando quien gobierna utiliza al conflicto como la fuente de su poder y en consecuencia genera una tensión social que puede servirle al gobernante de turno sin que asumamos el daño que puede hacerle a la sociedad.

Vivimos divididos hasta para definir el momento en el que se iniciaron nuestros males, utilizando al pasado como excusa para no entrar al futuro. Algunos fijan el punto inicial de nuestras frustraciones en el golpe de Estado contra Yrigoyen, otros lo denuncian en la llegada del peronismo, los peronistas lo instalan en el golpe del cincuenta y cinco, y ni hablemos del debate sobre la violencia y los derechos humanos en los setenta. Nunca fuimos capaces de discutir en serio el tema de la violencia, pensamos que con la condena a la dictadura nos sacamos toda la responsabilidad de encima. El actual Gobierno, en lugar de convocar a un acercamiento de posiciones, nos invitó a discutir sin razón ni sentido alguno el monumento a Cristóbal Colón y el lugar de Roca en la historia. Instaló rencores donde no los había -en rigor, construyó la imagen de que en todo disidente se incubaba un traidor. Inventó enemigos nuevos y defendió sus pretensiones de burguesía feudal otorgando un espacio secundario a viejas izquierdas fracasadas que salieron a defender la corrupción como si fuera el germen de una revolución justiciera.

Es un gobierno que toma del peronismo sus peores momentos de confrontación, y cuestiona al Perón que vuelve con un mensaje pacificador. Asumen el lugar de los imberbes que Perón hechó de la plaza y convocan a los marxistas trasnochados, fracasados en el mundo, como defensores de una causa cuya única virtud es que les asigna un lugar en el Gobierno que jamás hubieran alcanzado a través de un proceso electoral.

Con relación al peronismo, es tan absurda la posición de los fanáticos que lo imaginan el único protagonista político valorable como la de aquellos que le endilgan al mismo todas las culpas de los males que sufrimos. Fue una etapa de nuestra historia, la expresión cultural de los que hasta ese momento no formaban parte respetable de la sociedad. Tuvimos la suerte de que Perón volviera a ser electo y convocara a la unidad nacional. Luego cada quien guardará los matices de su propia mirada, pero asumiendo que esas diferencias no pueden ser una razón para no convivir y compartir el futuro. El uso que de esa memoria hicieron Menem y los Kirchner poco o nada tiene que ver con sus propuestas. Mientras la memoria del peronismo arrastre votos, no faltarán candidatos que se amolden a su recuerdo. En realidad, el peronismo terminó con la muerte de su líder, si izquierdas y derechas se ocultan bajo su nombre es tan solo por la impotencia que tienen para construir sus propias fuerzas políticas.

Necesitamos superar las limitaciones mentales y sociales que nos va a dejar el Gobierno que transita su último año. Los que se dicen “herederos del modelo” son tan solo personajes que no quieren perder las prebendas que supieron conseguir. La idea del adversario debe imponerse a la del enemigo, asumir que el que piensa distinto es parte de la diversidad que requiere la democracia, que cualquiera que gane las elecciones va a poder transitar su mandato sin que ningún sector esté en condiciones de impedirlo. Me duele mucho cuando me dicen, peronistas o antis, que sin el peronismo no se puede gobernar. Me lastima que una causa que nació como un camino a la justicia social termine siendo el verdugo de la democracia. Los espacios de poder que genera todo gobierno terminan siendo el camino del éxito personal en una sociedad donde se fue extendiendo la sensación de fracaso. El oficialismo es la expresión de la burocracia contra los ciudadanos, los empleados del Estado se imaginan los dueños y señores del destino colectivo. Esa idea siempre terminó en fracaso.

La dictadura se llevó para siempre a la extrema derecha, esa que solo soñaba con eliminar a la izquierda. Pero nos dejó como pesada herencia un resentimiento que define a personajes menores que a cambio de odiar a la derecha se imaginan convertirse en izquierda. Debemos aclarar algunas cosas. Con solo decir que uno odia a la derecha,  reivindicar el suicidio del “Che” Guevara o pensar que la democracia es burguesa, nada de eso alcanza para que uno se pueda asumir ni progresista ni de izquierdas. Menos aún si creemos que por ser empleado del Estado o utilizar sus dineros en contra de los que producen uno se convierte en un luchador por la justicia. La burocracia se apropia de los dineros que el Estado tendría que usar para ayudar a los pobres y termina manteniendo a un montón de “vivos” que dicen ocuparse de los pobres cuando solo se dedican a parasitarles los escasos recursos que les pertenecen.

Solo comprometiéndonos con la política, solo defendiendo nuestras ideas, podremos superar este retroceso que implicó el oficialismo que agoniza. Necesitamos un esfuerzo más para dejar de ser una democracia degradada. Sepamos construir la autoridad que nos permita expulsar al autoritarismo. Es un desafío y una obligación.

Otra Cuba

El final de un conflicto histórico importante nos asombró hace pocos días. Obama y Raúl Castro habían roto un cerco que implicaba una limitación para la humanidad. Aquel bloqueo a Cuba le había conferido a esa experiencia socialista mayor trascendencia que la que había intentado quitar. Fidel, sucedido por su hermano, sobreviviendo después de la caída del muro, pero desde hace mucho ya sin nada para mostrar. Estaba el relato de los logros en salud y educación, los médicos que ayudaban a otros países, pero transitar esa sociedad era aceptar que el fracaso era ya un final indiscutible.

El bloqueo les había servido de excusa, pero no hace tanto que el resto del mundo comunista se había terminado cayendo solo, que el marxismo ayer imparable hoy no tiene donde ocultar sus limitaciones. Y los que intentan otorgarle un empate al resultado de la historia pueden darle al fracaso un premio consuelo, pero que los recalcitrantes del marxismo ateo le agradezcan al Santo Padre su gestión para acordar con el imperialismo, ese final no estaba en ninguno de los miles de textos que se llevó el sueño de la Revolución. Sólo la Santa Madre Iglesia puede convertir un final de ciclo en encuentro de paz.

Un debate absurdo nos somete a la cuestión de si ganó Cuba o si lo hizo los Estados Unidos, un resultado deportivo que olvida algunos detalles, por ejemplo las miles de vidas que se llevó el intento de extender la experiencia cubana al resto del continente. A ningún marxista se le hubiera ocurrido que el muro se les venga encima, a ningún militante revolucionario lo motivó la idea de que el socialismo terminara convocando inversores.

Los marxistas imaginaban un mundo donde el capitalismo retrocediera frente al avance del nuevo paradigma, y se me ocurre que la realidad no es ni parecida a esas esperanzas. El personaje nefasto de Stalin se dedicó a incendiar algunas iglesias imaginando que le tocaría a algún sucesor de sus ideas ocupar el lugar que con tanta solvencia ocupa el Papa Francisco. Se me ocurre que, cuando lo asesinan a Trotski, desnudan su concepción real de la revolución, que cuando lo instalan a Fidel como dictador lo hacen para combatir el bloqueo, pero quedan abrazados a una dictadura que terminó no pudiendo ser justificada por la supuesta justicia que decía prometer. Demasiadas condenas a las dictaduras de derechas para terminar en una experiencia de izquierda.

Cuba intentó exportar su revolución y educó a miles en las artes de la guerrilla. Decenas de miles de vidas están ligadas y entregadas en sus sueños expansionistas. Aquel modelo que se imaginaba digno de la admiración e imitación del continente, ese modelo terminó su agonía con el fin del bloqueo.

La idea del imperialismo como enemigo no alcanzaba para construir el socialismo como alternativa. Tener un enemigo no implica ser dueño de un proyecto, con Cuba se termina el sueño de la revolución que despreciaba el camino del reformismo. Y se cierra para siempre la justificación de la dictadura para desplegar el socialismo. Toda dictadura es un retroceso en el camino de la libertad, y si fuera cierto que la democracia es un logro burgués, habría que aceptar que la burguesía es más progresista que sus supuestos detractores revolucionarios.

Cuba fue una revolución social que fue mutando en dictadura marxista. Eran tiempos donde Rusia expandía su imperio estalinista, donde la China de Mao encaraba su revolución cultural. Tiempos donde parecía que el capitalismo retrocedía para desaparecer. De esas experiencias ya no queda nada, solo un grupo de nostálgicos que se conforman con explicar que fue un empate o que Cuba ganó por su dignidad. Esa mirada es posible si olvidamos el costo en vidas de ese intento de mundo revolucionario, si le echamos la culpa al bloqueo de las miserias que soportan, si le asignamos a la revolución el derecho a ser construida sobre las miserias del pueblo.

La burocracia de Fidel termina heredada por Raúl, la monarquía hereditaria sobrevive en la vocación de eternidad de las burocracias; la persecución al disidente se inicia en el asesinato de Trotski y se expresa en toda la vigencia de los servicios de información de la isla. El fin del bloqueo es un sello que se instala sobre esta última experiencia de dictadura marxista. Implica de pronto asumir que nuestro correligionario, el “Che” Guevara, puede quedar como la imagen de un héroe trágico, pero esa tragedia es ya un fracaso indiscutible. Y publican el apoyo de supuestos cuerpos legislativos donde por casualidad, no hay ningún disidente.

Cuba exportó su violencia revolucionaria, miles de vidas se entregaron a esa causa, pero este final desnuda el fracaso definitivo de la experiencia, muestra que fue el reformismo el que entregó avances a los pueblos sin necesidad de vidas ni guerrillas.

Y tantos escritos donde dan por sentado que Perón era reformista y el cubanismo, revolucionario, tantos señores que intentan deformar el pasado para darle a las minorías una supremacía sobre la conciencia de los pueblos; todo eso queda al desnudo como propiedad de una secta sin destino.

El peronismo tuvo aciertos y errores, pero “ni yanquis ni marxistas” era la consigna de la sabiduría, la que mostró que la teníamos más clara que la mayoría de los que se creían superiores.

Y en rigor, algo de lo nuestro puede y debe ser rescatado, lo único que sigue vigente es la propuesta de una “tercera vía”.

Y no es casual que tantos que siguen reivindicando la experiencia cubana acompañen políticas donde la democracia enfrenta al que piensa distinto como un simple disidente a condenar. Hay una concepción actual de los medios oficialistas y la justicia legitima muy parecida a eso que agoniza en Cuba. De esa caída del último muro todavía nosotros tenemos mucho que aprender.

Una experiencia marcada por el personalismo y la corrupción

En el 83, la democracia retornaba, y en sus espacios apareció un nuevo personaje, “el operador”, un intermediario entre la política y los negocios. Este nuevo personaje no necesitaba pensar ni opinar, escribir propuestas ni debatir ideas; era un representante de los intereses particulares en el espacio donde las instituciones debían ocuparse de lo colectivo. Algunos políticos fueron transformándose en eso, en gente que era más lo que ocultaban que lo que expresaban. El operador se fue convirtiendo en empresario, en un simple lobbista que decía ejercer la política cuando solamente la parasitaba. Y, así, la política se transformó en una de las más seguras instancias de éxitos económicos. Sus responsables se fueron separando de sus lugares de origen para ocupar los espacios reservados a los triunfadores. El éxito de los políticos fue a costa del fracaso de la sociedad.

La Coordinadora Radical y la Renovación Peronista surgieron como sectores de la dirigencia que deberían tener vigencia en el presente. Una generación apasionada por la política había errado su destino con la violencia de los setenta y terminaba de fracasar con el oportunismo de los operadores. Un país donde la política había convocado pasiones pero carecía de cuadros suficientemente formados en el momento de gobernar. Políticos de raza ocupaban espacios en todos los países hermanos mientras que en el nuestro llegaba el tiempo de los aficionados además de la disolución de los partidos detrás de las momentáneas imágenes personales.

La imagen de prestigio necesitó venir de otros mundos -el deporte, entre ellos. Las ideas perdían vigencia frente a la desidia de los operadores. Finalmente, el kirchnerismo, arrastró una parte importante de la vieja militancia como simple reclutas de una causa que se justificaba sólo por el poder y las prebendas que repartía entre los seguidores. Entre Menem y los Kirchner, dos décadas fueron malgastadas entre frivolidades y resentimientos. La política, ese espacio de personas dedicadas a pensar el destino colectivo, la política fue desvirtuada en un amontonamiento de ventajas personales que culminaron siendo un retroceso colectivo. Y un espacio donde la sospecha se impuso al prestigio, donde la ambición se impuso al talento y la entrega. Los políticos no lograron arribar al espacio de la madurez y la sabiduría.

Hay quienes confiesan haber ganado la década que la sociedad perdió pero, en el mismo momento que definen sus sueños de secta, denuncian su voluntad de marginar de su proyecto a la mayoría, a los que simplemente no opinan como ellos. Esos personajes menores reiteran sus errores del ayer. Cuando eligieron la violencia podían ser héroes, pero no democráticos y, cuando eligieron la secta, dejaron en claro que el egoísmo se imponía en ellos sobre las necesidades colectivas.

La política exige de la sociedad apenas una cuota de esa pasión que depositamos en el fútbol y nos permite jugar entre los mejores. Sin embargo, la desidia con que participamos en la política nos ubica en frustraciones que cuestionan nuestra propia responsabilidad colectiva. Estamos finalizando una experiencia exageradamente personalista y tediosa, tan transitada por la soberbia como por los fracasos. Una experiencia donde los peores operadores de los negocios llegaron a incorporar algunos antiguos militantes que se rindieron a las necesidades de lo cotidiano; también el juego y la obra pública, el enriquecimiento ilimitado, y algunos discursos que los intentan justificar como parte del bienestar colectivo.

Nunca antes la decadencia se vistió con el ropaje de lo sublime para transitar frívolamente el ridículo. Nunca antes fue tanta la soberbia y la corrupción como para gestar una fractura entre gobernantes y disidentes, entre burocracia y sociedad. Con el dinero de todos engendraron diarios, radios y televisión oficialista, gastaron fortunas en defender con el discurso aquello que era indefendible en la realidad. Ahora los oportunistas de siempre, los que vienen aplaudiendo desde Menem, el feudalismo y la burocracia que roba usurpando el nombre del peronismo, comienzan a ponerse nerviosos, a no saber en qué momento se deben distanciar para salvarse.

Hay un pedazo del Gobierno que sueña con sobrevivir y otro, el de los duros, que se imaginan parte de una fuerza política permanente. Pareciera que no hay vida para ellos después de la derrota. Ni el kirchnerismo será una fuerza vigente ni los oportunistas podrán hacerse los distraídos. La Patria es una víbora que cambia de piel, nos enseñaba el Maestro Marechal, y todos somos conscientes que está gestando una piel nueva.

Los logros de ayer son los fracasos de hoy

De golpe, la Presidente decidió que la soberanía era una expresión más de su autoritarismo, y reformuló las normas del canje realizado por el mismo Néstor Kirchner. Tantos elogios que había merecido Néstor por aquella tarea perfecta de negociar la deuda, tantos méritos que lo llevaban a entrar en la historia, y de pronto, la Presidente le enmienda la plana. El grande de Néstor había sido un genio al negociar la deuda, al nombrar la Corte, controlar la inflación y detener la corrida al dólar. Todo eso se había logrado en el primer gobierno, sin necesidad de gastar fortunas en medios propios y con una sola cadena oficial en todo el período.

Aquella lista de méritos figura hoy como la boleta de las deudas contraídas, y en casi todos los casos se nota una voluntad de confrontar con el ausente. Néstor jugaba con la supuesta izquierda pero nunca le dio poder real; Cristina la suma a su gabinete sin pensar en las consecuencias. Néstor logró un éxito negociando la deuda que la gran mayoría no hubiera imaginado; Cristina obtuvo un rotundo fracaso que casi nadie esperaba. Los mismos logros de ayer convertidos en fracasos de hoy.

Cuando el dólar había quedado clavado en torno a los cuatro pesos todo el período de Néstor, ahora salimos con el descubrimiento de que es un mercado marginal. La inflación es tan creativa como los delitos de Boudou; los discursos sustituyeron a la obligación de gobernar.

Si hay algo que marca el fin de un gobierno es la necesidad de inventar enemigos para obligar a la sociedad a apoyar al oficialismo. La caricaturesca figura del jefe de Gabinete, convertido en conducción de los patriotas, anunciando que Macri apoyaba a los buitres, esa mera imagen acompañada de Julián Domínguez con su convocatoria “Todos a Santiago” y a Jorge Taiana como candidato presidencial de la Cámpora, todo eso junto aparecía de pronto como un desmadre en el espacio del poder. Un cambalache difícil de entender, una mezcla rara de ingredientes revolucionarios y delictivos, todo conducido por una ineficiencia más penosa que digna de respeto. Y por debajo, un Scioli que ve como sus posibilidades se desdibujan, un Gobierno que sin duda termina su ciclo y ya no piensa en dejar ni herederos ni descendientes, solo enemigos.

En una segunda vuelta imaginaria para enfrentar a Capitanich, de seguro que a Griesa no le iría muy mal. Pero lo importante es cómo fueron desarmando todo lo realizado por Néstor, por qué esa profunda necesidad de tomar distancia del fundador. Y son un partido del poder -eso es muy importante, muchos lo ignoran: el oficialismo tiene normas y prebendas que no soportan la dureza del espacio opositor. ¿Dónde irán tantos supuestos periodistas cuando cambien los vientos electorales? Todo lo sostenido a pura publicidad, oficial y oscura, todos esos revolucionarios del carguito, ¿cuántos se irán borrando haciendo mutis por el foro?

Ellos, los oficialistas, quisieron ser fundacionales. Eliminarnos a todos los que cometíamos el delito de no aplaudirlos, de asumir la disidencia. Restos del viejo partido comunista, una de las estructuras más gorilas que soportó el movimiento popular, y restos de la guerrilla que confrontó con la pacificación que impuso el General Perón a su regreso. Esos dos pasados sumados se creyeron capacitados para cuestionar al peronismo y a la misma democracia. Estalinistas fuera de época, fracasados de toda relación con lo popular.

El peronismo fue fruto de la alianza entre los trabajadores industriales y los empresarios productivos. El kirchnerismo es el resultado de la alianza entre algunos docentes de clase media con sectores improductivos de la sociedad. Por eso el peronismo sigue vivo y el kirchnerismo es, por suerte, una enfermedad pasajera.

Los discursos presidenciales y las explicaciones del ministro de Economía y del jefe de Gabinete tienen un amargo sabor a haber sido todos superados por la época. Son los finales de esta década extraviada, que para algunos fue ganada, pero solo para algunos.

Se nos había ido antes de tiempo

Aquel día salí llorando por la calle Lavalle, y no estaba solo, era un llanto de multitud. Un dolor enorme en todos lados… Se sentía el desgarro de sus seguidores sobre el miedo de los que no lo llegaron a entender. Y me fui a la Quinta de Olivos; éramos muy pocos. Esa primera noche de velatorio, unos jóvenes conscriptos hacían guardia, demudados, junto al cajón. La imagen del General imponía un enorme respeto aun cercada en el espacio del féretro. Un velatorio marcado por la historia, nadie resistía demasiado tiempo esa presencia. Afuera, una multitud en llanto y silencio buscaba despedir a su Jefe; en la quinta, una minoría pasajera se imaginaba heredera de la historia. Nunca más conoceríamos una despedida tan inmensa y universal. Un dolor tan compartido, un duelo tan profundo y desgarrante. Todos sabíamos que el General se nos había ido antes de tiempo y la historia lo demostraría con sus tragedias.

El radicalismo había integrado a un enorme sector de clase media mientras que con el peronismo los cabecitas negras y los hijos de los inmigrantes humildes tendrían ocasión de imponer su identidad. El peronismo no es tan sólo una fuerza política, es la expresión cultural de los humildes, la puerta de ingreso de los que estaban afuera del sistema. Antes de eso, la sociedad tenía marginados, como los negros en Sudáfrica o en los Estados Unidos, o los nativos en Bolivia.  Después de Perón y Evita, ya ningún argentino deberá bajar la vista frente al patrón o al policía. Y eso es recuperar la dignidad para los humildes. Forjaron una sociedad a la medida de su forma de vida, ahora son los otros los que tienen que educarse para ser como nosotros. Eso es mucho más profundo que cualquier bienestar económico. Que desde ya también existió y fue ejemplar. El cincuenta por ciento de los ingresos iba a manos de los asalariados. Era un mundo donde la industria “flor de ceibo” sustituía importaciones. Donde en los barrios, los conventillos se convertían en viviendas dignas. Una infinita integración social. No había caídos, todos eran necesarios y tenían su lugar. Evita enfrentaba a las Damas de Beneficencia, eso que hoy volvió a ponerse de moda.

Con Perón y Evita los humildes encontraron un destino. Desde aquel 17 de Octubre surgió un alarido que cambió la historia; la fuente lavó sus pies como Cristo a sus discípulos; la Plaza se convirtió en su catedral sin paredes; el balcón en el púlpito. A sus enemigos sólo les quedaba el derecho a alargar su agonía.

En el ’55 los gorilas intentan reinstalar su proyecto colonial, van a asumir su fracaso en el ‘73.  Y caminarán hacia el suicidio en el ‘76, con un genocidio que destruye para siempre la vigencia del proyecto colonial en su versión conservadora. Los violentos de la versión marxista todavía siguen con vigencia hasta hoy. Pero sin duda desaparecerán para siempre como opción de poder cuando se agote el oportunismo imperante.

El peronismo no fue nunca un autoritarismo perseguidor de disidentes. John Willam Cooke se había enamorado de la experiencia cubana y tuvo con Perón diálogos que no encontraron herederos. El marxismo no nos lastimó en su esplendor ni cuando parecía invadir el mundo, por eso resulta absurdo que nos toque soportar hoy este remezón de decadencia tardía. Que un pragmatismo feudal con pretensiones empresarias le otorgue calidad de pensamiento nacional a sectores universitarios que ni siquiera se esforzaron por entendernos. El peronismo pudo engendrar su propia izquierda nacional, que jamás transitó el cuestionamiento a su fundador y la obsecuencia al poder. El peronismo fue el fruto maduro de la alianza entre trabajadores y pequeños empresarios productivos. El oficialismo imperante resulta del encuentro entre algunos sectores intelectuales y  una novedosa burocracia expandida por el oficialismo.

El peronismo fue un fenómeno cultural que en su  primera etapa impuso la presencia de los marginados y luego, en su retorno, convocó a la unidad de los argentinos. Nadie tiene derecho a sembrar resentimientos en su nombre: ya el viejo General había expulsado a los imberbes por intentar ejercer la violencia y dividir a la sociedad. El peronismo es un movimiento popular que no respeta ni necesita de las supuestas vanguardias iluminadas. Puede estar superado como estructura política, pero la sociedad toda sabe que no se puede sembrar odio en su nombre. Se fue llevando en sus oídos “la más maravillosa de las músicas que era la voz del pueblo”, y fue su Viejo adversario el que pudo venir a despedir a un amigo. Por eso cuando escucho algunas voces recuerdo su dura admonición, “y hoy resulta que algunos imberbes pretenden”. Cuarenta años, ya es tiempo de entender. Fue capaz de contener al sector del marxismo que se asimiló  a lo nacional, está a la vista que no puede ser ni siquiera entendido por aquellos marxistas de universidad que se relacionan con los trabajadores a través de los libros que sueñan revoluciones.

El peronismo fue engendrado por los obreros en el ‘45 y lo descubren los intelectuales en los ‘70 con las “cátedras nacionales”. A los pensadores, les costó años entenderlo, lo intentaron después de estudiar a los obreros rusos y al campesinado chino. Las alpargatas de los descamisados gestaron la historia pero la tinta de los leídos siempre tuvo dificultades para respetar a los humildes. Se imaginaban ser su vanguardia y  les costaba asumir con humildad que sólo podían ser sus seguidores. El mayor nivel de conciencia está en el pueblo, no en los que intentan estudiarlo y conducirlo.

Si el peronismo hubiera nacido con el resentimiento y el sectarismo del kirchnerismo no habría logrado sobrevivir ni una década. Tuvimos suerte, este pragmatismo estalinista es una enfermedad tardía y esperemos que también pasajera. Lo nuestro era la pasión, nunca el resentimiento. Por eso le pusimos mística a la vida.

¡Viva Perón, carajo!

El Ministerio de la Verdad de Ricardo Forster

Un gobierno que intentó ser eterno y se retira sin pena ni gloria, o mejor dicho, invadido por las penas y olvidado por las glorias. Cuando los acompañó el triunfo, superando el cincuenta por ciento, intentaron ir por todo, aislar al enemigo, eliminar la oposición. Venezuela era el modelo elegido. El bien y la virtud, propiedad del oficialismo; el resto, los disidentes, empleados de los monopolios, los imperios y las derechas. Una maravilla. No eran ni pobres, ni decentes, ni socialistas: se enriquecían con el Estado. El juego y la obra pública marcaban el rumbo esencial de su ambición.

Un gobierno feudal y conservador de derechas que integró restos de viejas izquierdas en su estructura. Un progresismo que adhiere a cambio de un espacio en la cultura, en una concepción del poder donde a nadie le interesa la cultura. Un poder real en manos de los Zannini, los De Vido y los Echegaray, y un decorado en manos de Página/12 y Carta Abierta.

El final de la bonanza y el modelo que había sido su fruto frívolo. Sin energía ni rutas, nos saturamos de automotores; las viviendas y una sociedad concebida entre todos se refugiaron tan solo en el discurso. La obsecuencia se instaló en la categoría de ideología, la lealtad depositada en el aplauso indiscriminado. Los seguidores devinieron en aplaudidores. El apoyo crítico derrotado por el aplauso a todo lo que se formule. El mismo que aplaudió la privatización de YPF canta el himno al estatizarla. Pérdidas enormes para el Estado, ganancias suculentas para sus operadores.

Ricardo Forster es un fanático del supuesto pensamiento nacional, que vendría a coincidir casualmente con el pensamiento oficial. El oficialismo concebido como el único espacio de la virtud y la democracia. Los discursos de la compañera Presidenta, que la gran mayoría de la sociedad apenas soporta, convertidos en materia dogmática. El primer peronismo fue sectario por necesidad, el último Perón convoco a la unidad nacional. El kirchnerismo retrocede a superados sectarismos de izquierda que amontonan burocracias a cambio de supuestas ideologías.

Nombrar a Ricardo Forster es asumir la condición de secta que no quiere ni necesita dialogar con el resto de los pensamientos vigentes. Parecido a Venezuela y al Ministerio de la Verdad orwelliano, encargado de ajustar la historia para que no contradiga los postulados oficiales; muy distantes en logros y fanatismos del resto de los países hermanos.

Amado Boudou es la otra cara del gobierno, la real. Sin ideas, pero con muy claros objetivos. Después de su desnudez que acusaron como linchamiento mediático, después de semejante papelón con los millones del Lázaro Báez, una cuota de ideología era necesaria. Forster es de los que no dudan, de los que nada tienen que ver con los que no obedecen ni aplauden. Eso sí, sin duda cree en lo que propone, y eso merece respeto.

Claro que hay decenas de fanáticos y sectarios en toda sociedad. El gobierno tiene el desafío de integrarlos, lo absurdo es que se delegue en ellos la tarea de gobernar. Es una simple manera de asumir la secta como la estructura elegida para transitar el futuro en el llano. Una manera de aceptar el fracaso de la década extraviada. Son dueños de demasiadas cosas, ahora también de la verdad.

La secta

En la radio el taxista escuchaba a un joven dirigente de La Cámpora. Me llamó la atención el despliegue de su mundo de certezas. Explicaba la lucha entre el espacio del bien y la virtud ocupado por el Gobierno y el deterioro que esa virtud sufría al ser erosionada por el espacio del mal refugiado en los medios monopólicos. Era una verdad que no soportaba fisuras. Cuando el periodista lo interrogó acerca del lugar de la autocrítica, respondió que no le gustaba la palabra. Que ellos no la necesitaban. Y a la pregunta de por qué habrían perdido votos , la respuesta fue que siempre en las elecciones legislativas se pierde pero en las nacionales se recuperan. Y que mucha gente se dejaba llevar por los medios hegemónicos y que por esa causa dudaba de la coherencia del modelo.

Me bajé del taxi en silencio, no me pareció que sirviera para algo generar algún comentario. Recordé los tiempos en que las dictaduras nos acusaban de “idiotas útiles” a los que dudábamos de sus virtudes. Se me ocurrió que las convicciones que no soportan la duda albergan el temor en el inconsciente, perciben que les queda el dogma o la traición. Son los que van por todo y no soportan la duda o la fisura que implica recuperar el espacio de la libertad.

Siempre recuerdo la frase genial de Albert Camus: “Debería existir el partido de los que no estén seguros de tener razón, sería el mío”. Y me pregunto de donde surgió esta sarta de verdades de fanáticos que no aguantan al que piensa distinto, al que se atreve a dudar. Desde ya, nunca fue el peronismo el que eligió el camino del fanatismo y las certezas, de haberlo hecho no hubiera durado ni siquiera una década. El General nos indicaba no ser “ni sectarios ni excluyentes”. Pero en este caso, en el kirchnerismo, este fanatismo implica un injerto tardío de un pensamiento tan ajeno a su desarrollo como al ejercicio del gobierno. Formé parte de los cuatro años de la presidencia de Néstor Kirchner y a nadie se le hubiera ocurrido referirse a un supuesto modelo ni a nada que se le parezca. El pragmatismo ocupaba el espacio de la virtud y de la debilidad. En el gobierno siguen los mismos ministros de esos tiempos, solo que ahora con pretensiones de ortodoxias ideológicas y eternidades.

Los dogmas implican siempre la degradación de las ideologías. La secta es una manera de separarse de la sociedad, de forzar un espacio que los salve de las dudas que acechan a todo ciudadano común. Y la secta implica una manera de selección, consolida el fanatismo de los leales de la misma manera que expulsa a todos aquellos que no comulgan con el fanatismo. La secta selecciona una sola clase de adherentes, los fanáticos. La secta implica un desarrollo del sueño de ir por todo, sueño que siempre termina en la pesadilla de la minoría en camino hacia la nada. La secta oficialista es un espacio ocupado por la burocracia y sus prebendas, por los funcionarios y empleados y sus beneficios. Esa dura manera de explicar que son los dueños del espacio del bien y las virtudes, esa rígida forma de auto definirse, en ella subyace el germen de su propia perdición.

Y la enorme injusticia que implica que esta gente imagine que por el solo hecho de no estar con ellos todos ocupamos el espacio de los medios monopólicos, las oligarquías y los imperialismos. El sectarismo es una desviación tan lógica en el fanatismo como imposible en el espacio de la razón. El fanatismo implica una enfermedad de la democracia, un intento de destruir la necesaria relación entre adversarios por la enfermiza confrontación entre enemigos. Y lo que es peor, esa división que el gobernante le impone a la sociedad lastima la integración y termina sembrando violencia en el conjunto de la sociedad. Gobernar imponiendo divisiones y rencores es una falta absoluta de responsabilidad democrática. Considerarse dueños de la verdad implica siempre y en todos los casos una limitación mental que encierra a la víctima en el reducido espacio de la mediocridad. Y aplaudir todo discurso que exprese la Presidente es en principio una falta de respeto al que aplaude tanto como una baja consideración del respeto al aplaudido.

Todo pensamiento que no soporta la duda es porque no soporta la confrontación con la realidad. Nunca se habló tanto del relato como ahora que el gobierno decidió vivir en su espacio. Nunca se imaginó tamaño poder a los medios de comunicación como cuando el gobierno actual decidió gastar fortunas que deberían ayudar a los necesitados en un desmesurado aparato de apoyo al relato estatal. Cuando uno solo puede ser defendido por medios propios, no es porque sólo confronta con los supuestos medios hegemónicos, sino porque esencialmente duda del criterio y la sabiduría del votante. Es cuando un gobierno dejó de expresar a sus votantes. Es cuando comenzó a confrontar con la misma realidad. Y ese es el tiempo del fin del relato y el necesario cambio democrático.

Aquelarre

Las ideas suelen entreverarse, a veces por los cambios de la etapa, otras por la voluntad de ocultar intenciones. Y eso sí, nunca como ahora. Me siento peronista y cultor del progreso. Es de sobra donde dice que se ubica el gobierno. Pero, de pronto, convencieron a varios de que pertenecemos al sector Gorila y neo liberal. Y me lo dicen ellos, demasiados de quienes tengo duros recuerdos de oficialismos eternos. Ellos, como si hubieran vivido la dictadura en la clandestinidad o en la contienda, ellos que se enriquecieron cultivando el siempre rentable oficialismo.

Y se mezclan para protegerse, empresarios y sindicalistas que florecieron en la dictadura junto a algunos perseguidos a los que asignan un papel secundario. Aparecen como un cuerpo único y coherente, como si las ideas que simulan tuvieran la solidez de las prebendas que abrazan. Ellos que acompañaron, apasionados,  las privatizaciones por los supuestos logros que prometían, nos decían que eran para todos pero sabían que de seguro solo les tocaba a  ellos. Expandieron el juego con la misma pasión que el peronismo la industria Flor de Ceibo o el Frondizismo la industria pesada. Y se iban endureciendo en sus posiciones mientras se enriquecían en sus propiedades. Cada vez más enriquecidos por las prebendas y más agresivos por las supuestas acciones “justicieras”. Empresarios, sindicalistas y políticos de probada capacidad de adaptación a  gobiernos y  modas construyendo el partido de los expoliadores del estado. Eso sí, como si los atacara una actitud culposa cada tanto distribuían dineros  para beneficiar a los que menos tienen.

El oficialismo permanente es un estado rentable del alma.

No es una agrupación apta para tímidos y vergonzosos, se necesita de espíritus duros templados en la forja de justificar lo que sea necesario o de adaptarse a todos los climas y obediencias. En el reino animal lo llaman mimetismo, en la intelectualidad autóctona lo titulan “revisionismo histórico”.  Es una manera de amoldar el pasado para permitir volver maleable el presente. El poder vale por sí.. Lo demás es solo un decorado circunstancial. Algunos fueron convocados por ser expertos en ese deporte de aplaudir al vencedor, otros tan solo se acercaron ya maduros y cansados de soportar las miserias de ser opositores. Un partido oficialista como columna vertebral y algunos cansados de confrontar, y hoy jugando de comparsa.  Todos juntos armaron el famoso kirchnerismo.

En los setenta la guerrilla ya era para la mayoría de los militantes una simple variante suicida y sin posibilidades de vencer. Pero el heroísmo de tantos de sus mártires fue convertido en bandera de derechos humanos, y en ese camino lograron degradar hasta lo más digno de esos tiempos.  No son ellos los únicos con derechos para revisar el pasado, pero son sin duda los más responsables de este desgraciado presente. Es hora de que se hagan cargo.