Por: Julio Bárbaro
Vivimos una coyuntura donde los conflictos son demasiados y no se percibe un avance o una voluntad de superación. El conflicto es inherente a toda sociedad, pero el mismo puede ser la fuente de una tensión que nos impulse a superarnos o una reiteración que solo nos sirva para aumentar la sensación de fracaso. Lo grave es cuando quien gobierna utiliza al conflicto como la fuente de su poder y en consecuencia genera una tensión social que puede servirle al gobernante de turno sin que asumamos el daño que puede hacerle a la sociedad.
Vivimos divididos hasta para definir el momento en el que se iniciaron nuestros males, utilizando al pasado como excusa para no entrar al futuro. Algunos fijan el punto inicial de nuestras frustraciones en el golpe de Estado contra Yrigoyen, otros lo denuncian en la llegada del peronismo, los peronistas lo instalan en el golpe del cincuenta y cinco, y ni hablemos del debate sobre la violencia y los derechos humanos en los setenta. Nunca fuimos capaces de discutir en serio el tema de la violencia, pensamos que con la condena a la dictadura nos sacamos toda la responsabilidad de encima. El actual Gobierno, en lugar de convocar a un acercamiento de posiciones, nos invitó a discutir sin razón ni sentido alguno el monumento a Cristóbal Colón y el lugar de Roca en la historia. Instaló rencores donde no los había -en rigor, construyó la imagen de que en todo disidente se incubaba un traidor. Inventó enemigos nuevos y defendió sus pretensiones de burguesía feudal otorgando un espacio secundario a viejas izquierdas fracasadas que salieron a defender la corrupción como si fuera el germen de una revolución justiciera.
Es un gobierno que toma del peronismo sus peores momentos de confrontación, y cuestiona al Perón que vuelve con un mensaje pacificador. Asumen el lugar de los imberbes que Perón hechó de la plaza y convocan a los marxistas trasnochados, fracasados en el mundo, como defensores de una causa cuya única virtud es que les asigna un lugar en el Gobierno que jamás hubieran alcanzado a través de un proceso electoral.
Con relación al peronismo, es tan absurda la posición de los fanáticos que lo imaginan el único protagonista político valorable como la de aquellos que le endilgan al mismo todas las culpas de los males que sufrimos. Fue una etapa de nuestra historia, la expresión cultural de los que hasta ese momento no formaban parte respetable de la sociedad. Tuvimos la suerte de que Perón volviera a ser electo y convocara a la unidad nacional. Luego cada quien guardará los matices de su propia mirada, pero asumiendo que esas diferencias no pueden ser una razón para no convivir y compartir el futuro. El uso que de esa memoria hicieron Menem y los Kirchner poco o nada tiene que ver con sus propuestas. Mientras la memoria del peronismo arrastre votos, no faltarán candidatos que se amolden a su recuerdo. En realidad, el peronismo terminó con la muerte de su líder, si izquierdas y derechas se ocultan bajo su nombre es tan solo por la impotencia que tienen para construir sus propias fuerzas políticas.
Necesitamos superar las limitaciones mentales y sociales que nos va a dejar el Gobierno que transita su último año. Los que se dicen “herederos del modelo” son tan solo personajes que no quieren perder las prebendas que supieron conseguir. La idea del adversario debe imponerse a la del enemigo, asumir que el que piensa distinto es parte de la diversidad que requiere la democracia, que cualquiera que gane las elecciones va a poder transitar su mandato sin que ningún sector esté en condiciones de impedirlo. Me duele mucho cuando me dicen, peronistas o antis, que sin el peronismo no se puede gobernar. Me lastima que una causa que nació como un camino a la justicia social termine siendo el verdugo de la democracia. Los espacios de poder que genera todo gobierno terminan siendo el camino del éxito personal en una sociedad donde se fue extendiendo la sensación de fracaso. El oficialismo es la expresión de la burocracia contra los ciudadanos, los empleados del Estado se imaginan los dueños y señores del destino colectivo. Esa idea siempre terminó en fracaso.
La dictadura se llevó para siempre a la extrema derecha, esa que solo soñaba con eliminar a la izquierda. Pero nos dejó como pesada herencia un resentimiento que define a personajes menores que a cambio de odiar a la derecha se imaginan convertirse en izquierda. Debemos aclarar algunas cosas. Con solo decir que uno odia a la derecha, reivindicar el suicidio del “Che” Guevara o pensar que la democracia es burguesa, nada de eso alcanza para que uno se pueda asumir ni progresista ni de izquierdas. Menos aún si creemos que por ser empleado del Estado o utilizar sus dineros en contra de los que producen uno se convierte en un luchador por la justicia. La burocracia se apropia de los dineros que el Estado tendría que usar para ayudar a los pobres y termina manteniendo a un montón de “vivos” que dicen ocuparse de los pobres cuando solo se dedican a parasitarles los escasos recursos que les pertenecen.
Solo comprometiéndonos con la política, solo defendiendo nuestras ideas, podremos superar este retroceso que implicó el oficialismo que agoniza. Necesitamos un esfuerzo más para dejar de ser una democracia degradada. Sepamos construir la autoridad que nos permita expulsar al autoritarismo. Es un desafío y una obligación.