Gane quien gane, el fanatismo habrá sido derrotado

Desde el retorno de la democracia, la dirigencia nacional, en todas sus variantes (política, empresarial, sindical y deportiva) y en todas su opciones, elige mayoritariamente lo peor. Pareciera que de alguna manera, dado que las ideas habían llevado al genocidio, la sociedad se dedicó a los negocios, a las rentas, y todo el resto fue perdiendo valor y sentido. Alfonsín fue el mejor intento de trascender esas limitaciones, pero la misma Coordinadora desapareció sin pena ni gloria en los vericuetos de las otras variantes del poder. De hecho, no dejó candidatos y casi tampoco pensadores con vigencia actual. Y su contracara, la renovación peronista, sufrió un proceso de desaparición parecida. Entre ambos grupos había casi una veintena de dirigentes de los cuales casi no hay sobrevivientes, al menos en el mundo de la política, aunque varios de ellos lograron asimilarse al espacio empresarial.

Los tiempos de Menem fueron la decadencia en su versión de frivolidad, donde los economistas influidos por la caída del muro de Berlín creyeron que vendiendo todo ingresaríamos al mundo capitalista. De golpe, luego de haber rematado todos los bienes del Estado, nuestros ciudadanos golpeaban los bancos desesperados para recuperar sus depósitos. El soñado “derrame” mojaba otras tierras fronteras afuera. El anti-estatismo mediocre y servil no tuvo otro logro que deuda pública y miseria privada y, lo peor, engendró un estatismo novedoso con pretensiones de izquierda progresista en manos de los feudales del sur. De un liberalismo mediocre y dogmático heredamos un estatismo de simétricas consignas. Y fracasamos dos veces, cuando permitimos que las empresas pasaran a manos extranjeras y cuando luego de semejante dislate terminamos rearmando un Estado de mucho mayor tamaño y con mucha menor razón de ser.

La política fue siendo reducida a otras miradas. Los economistas aparecían como propietarios de verdades trascendentes, mientras tanto los sucesivos candidatos iban tiñendo con sus apellidos las agrupaciones de sus circunstanciales seguidores. El peronismo, como memoria de viejas mayorías, se convirtió en una muletilla salvadora de ambiciones sin rumbo. Los radicales, con menos poder, sufrieron parecida diáspora. Con Menem, una antigua derecha liberal conservadora imaginaba ponerle lógica a su exacerbada frivolidad. Con los Kirchner, viejos y gastados revolucionarios de café se acercaron a recibir en la senectud las caricias del poder por las que tanto habían bregado en la juventud. Ambos, Menem y los Kirchner, llegaron al gobierno con apoyos populares pero luego eligieron rumbos de ideas y grupos que jamás podrían haber ganado una elección. Claro que no podemos utilizar el comodín del término populismo para obviar lo más patético de esa cruel realidad: no es que las mayorías elijan a los peores, es que la oferta política suele estar toda ella teñida por la misma mediocridad.

El termino populismo, que vino a substituir la antigua acusación de demagogia, culpa a los votantes de los desaciertos de los votados. Se usa como si la sociedad dejara de lado brillantes y prometedores candidatos de sólidos y estructurados partidos. Buena manera de echarle la culpa a las masas, al pueblo, a las mayorías, en una sociedad donde no existe siquiera una clase dirigente, donde el peronismo que agoniza hace años no se cruza con una opción digna de superarlo. El peronismo arrastra su pobreza de dirigentes y su desaliño ideológico tan solo porque el resto, el no peronismo, no se toma el trabajo de construir opción alguna. Y lo vivimos a diario. La decadencia de nuestras elites abarca todo el espectro, desde lo sindical a lo empresarial, desde lo deportivo a lo académico. Una generación de oficialistas a cualquier precio no permite forjar una dirigencia que siempre implica un margen de riesgo, una actitud de rebeldía y una cuota de dignidad.

El Estado que debió gobernar Alfonsín era todavía débil frente a los sindicatos y las fuerzas armadas, el viejo peronismo derrotado pasaba sus facturas entre los sueños de retornar al poder. Ese primer gobierno fue quizá el último intento de la política de imponerle un rumbo a la sociedad. Algunos que repiten la muletilla de que solo el peronismo puede gobernar olvidan que eso era antes, cuando el Estado era todavía débil frente a los factores de poder. Hoy todo ha cambiado, no hay más fuerzas armadas y los mismos sindicalistas o gobernadores, todos ellos dependen de las limosnas del poder central. Pocas provincias y sindicatos son libres de opinar con libertad, quien gobierna ya no seduce ni convence, solo impone la dependencia del gobierno de turno.

La mayoría absoluta que se retira con sus cadenas de noticias oficiales, esa mayoría que tanto daño le hizo a la democracia, ingresa hoy a otro escenario donde gane quien gane el poder será compartido. Se va quien nos trataba como enemigos, vuelve el tiempo de los adversarios. Se va quien eligió heredar a los que el General echó de la Plaza, vuelve el país del abrazo de Perón con Balbín.

El fanatismo habrá sido derrotado, aun cuando deje sus huellas de medios oficialistas. Estuvimos cerca de caer en el autoritarismo de los negocios justificado por los reservistas de pasados fracasos revolucionarios. Nunca una mezcla tan absurda y nefasta invadió nuestra dirigencia, pero ese es el fruto de la selección de los peores. Cuando una sociedad es conducida por sus mejores representantes, sin duda encuentra un camino de realización colectiva. En nuestro caso solemos optar por la situación inversa. Y estamos superando a duras penas un gobierno donde el discurso autoritario intentó deformar los índices que miden nuestra realidad y ocultar la corrupción con pretenciosas justificaciones progresistas.

La política está retornando. En una mesa de dialogo estaban representados el sesenta por ciento de los votantes, en el asiento vacío estaba el cuarenta por ciento gobernante. Y el Estado trasmitía un partido de futbol para proponer que miremos para otro lado. Y Daniel Scioli nos enrostraba su desprecio por los que pensamos distinto participando de eventos musicales. Esperemos que no ganen, pero en todo caso, ya habremos superado lo peor, que fueron los tiempos de Cristina con autoritarismo, corrupción, pretensiones progresistas y mayoría absoluta. Gane quien gane, salimos de lo peor. Estamos volviendo a la política, esa que tiene vigencia cuando los pueblos son más fuertes que los gobiernos. Y debatiendo con pasión, ya vendrán tiempo de elegir los mejores. Falta poco.

El partido kirchnerista

El Gobierno marca los temas a debatir  y es  el resto de la sociedad la que no es capaz de alterar esa agenda. Aburre este asunto de la sobrevivencia del kirchnerismo; no somos capaces de aprender de la experiencia de Menem, que terminó ganando la elección antes de disolverse en la nada del recuerdo. Somos una sociedad con instituciones débiles y Estado infinito. Toda secta que asuma el gobierno parece una iglesia universal  y, cuando lo pierde, se queda en la soledad de los que no tienen nada que decir. En el gobierno de Raúl Alfonsín todavía existían poderes fuertes capaces de cuestionar, militares o sindicales y hasta empresarios. Hoy la expansión del Estado estuvo al borde de disolver hasta la justicia y la prensa libre. Son otros tiempos y otro Estado.

¿Qué parte del oficialismo es puro oportunismo y qué parte pertenece a la dimensión ideológica? Imposible separar convicciones de conveniencias. La verdad es que el oportunismo es mayoría absoluta, muchos, demasiados, vienen de matrimonios políticos anteriores. También  se adaptarán, más adelante, al amor venidero. La idea de una lista armada entre los Rasputines de la Rosada suena a tonta y ridícula. La lealtad mayoritaria es al poder del Estado. El partido es el Estado y quien los suceda no necesitará  aprender demasiado para imponerles respeto a los gritones de hoy. Observar a algunos diputados que se corren nos permite imaginar el futuro. Gobernadores, intendentes y sindicalistas ya visitan a posibles candidatos ganadores. El núcleo duro del oficialismo está integrado por Carta Abierta y Página 12, el resto es propiedad del  poder de turno. Y los duros son menos del diez por ciento de los votos. Y son muy duros ya que nadie va a querer cargar con ellos. Ya comienza a sentirse la vibración que generan las dudas de los que dudan, de los que hacen cuentas entre ganancias económicas y cuál será el mejor momento para saltar del barco antes del hundimiento. Pronto veremos la multitud que se forja con el ejército de desertores.

El radicalismo y el peronismo, con sus historias y sus militantes, fueron ambos carne de cañón, como partidos, cuando perdieron el poder del Estado. Pululan muchos oportunistas, demasiados, y son pocos los convencidos, escasos. Los partidos históricos sufrieron bajas en el momento en que los gobiernos repartieron prebendas, ¿a quién se le ocurre que el kirchnerismo va a sobrevivir sin poder? Es esencialmente un partido de negocios -juego y obra pública-, la mayoría de sus personajes importantes queda a tiro de la justicia; el único elemento de unidad es la discrecionalidad de Cristina. No le veo sobrevivencia en las palabras del pobre Máximo desafiando a que le ganen a su Mamá.

La oposición es un lugar insalubre cuando el Gobierno tiene mayoría propia y dinero negro para comprar algún legislador que les falte. La mayoría absoluta deja a la oposición sin palabra, pero cuando la pierden deja al gobernante sin vida. El kirchnerismo deberá soportar la huida de los que se dicen peronistas y no son otra cosa que desesperados por la prebenda que da la obsecuencia. El oficialismo ya no gana en ninguna provincia grande; en las otras, los feudos, el futuro Presidente será el seguro ganador de la elección que viene.

Comparar a Cristina Kirchner con Bachelet, Pepe Mujica o Lula y Dilma es un defecto visual de sus aplaudidores. El fanatismo y la desmesura, el personalismo y el discurso buscador de enemigos, todo eso es tan  lejano a la política como a los líderes y partidos de los países hermanos. El kircherismo no es otra cosa que una enfermedad de la democracia nacional y popular. La supuesta década ganada, una afrenta al resto de los argentinos. Y el personalismo de la Presidenta es tan desmesurado que no tienen a nadie ni siquiera para custodiarle el legado.

Debemos apasionarnos por la política para no caer más en estos baches de la historia. Y tener más comprometidos que oportunistas. O al menos diferenciar y marginar a los indignos. Entre los políticos y los sindicalistas, sumados a los empresarios, somos el país con mayor producción de obsecuentes y alcahuetes del continente. Los empresarios deben disolver de una vez por todas IDEA y la Fundacion Mediterránea, sus quioscos para desplegar la concepción de la superioridad de la economía sobre la política. Necesitamos un proyecto común compartido de sociedad y no tan sólo un plan de negocios. Necesitamos superar  el seguidismo a los operadores que se dicen políticos, a los economistas y encuestadores y a los asesores que le dan un disfraz a las ideas.

Únicamente  la política como espacio para pensar el futuro nos puede sacar de esta crisis. O nos enamoramos de la política como sueño colectivo o seguiremos agonizando en el egoísmo que nos carcome el futuro. Necesitamos  ideas y proyectos comunes.  Es una decisión que estamos obligados a  tomar.  Y todavía estamos a tiempo.