A la muerte de Herminio Iglesias yo escribí una despedida y el Beto (Norberto Imbelloni) me la agradeció durante años. Me hizo hablar con la esposa de Herminio; no estaban acostumbrados al buen trato de los compañeros que escribíamos.
Yo fui amigo del Beto, como lo fui del “Buscapié” (Rubén) Cardozo. Tuve mucho respeto por Herminio, encontré en ellos un elemento central del peronismo: la reivindicación de los humildes. Venían de abajo en serio, no se habían criado en las bibliotecas, ni siquiera sabían dónde quedaban. Eran duros, forjados en la vida —con poco o nada en sus infancias—, expresaban como nadie la cultura de la calle, la de la vida, la de la noche, la del dolor. No eran mafiosos, como los querían definir los elegantes, tampoco santones, como los imaginaban algunos fanáticos de la política.
Durísimos y románticos, buscando siempre el gesto de grandeza, algo difícil de encontrar en aquellos a los que la vida les regaló todo y no se sienten obligados a nada. Alguno me acusará de defender a personas que tenían relación con el delito. En rigor, la política los sacaba de la marginalidad, no como tantos, demasiados, a los que la política los inició en el mundo del delito y la gran mayoría de ellos con dignas carreras universitarias. Continuar leyendo