Ante los ojos de los cubanos, con la aparición del “Período Especial”, que no fue otra cosa que el hambre repartida entre todos, algunos grupos de poder comandados por los militares comenzaron a adaptar las viejas empresas estatales a nuevas formas de gerenciamiento. Aparecieron grupos económicos dirigidos por los propios generales o en algunos casos discípulos civiles, que con anterioridad habían demostrado con palos y turbas su fidelidad al sistema.
Desde inicios de los 90 comenzó a gestarse esa separación entre los burócratas del comunismo más recalcitrante y los camajanes de verde olivo deseosos de vivir la buena vida sin tener que estar a escondidas. Ambos grupos estaban comandados por dos hermanos, de nombre Raúl y Fidel, que siempre fieles entre sí, debieron llegar a un pacto “tu coje pa allá y yo cojo pa acá, a ver a cuál nos sale mejor”. Raúl tomó el rumbo de la economía controlada y Fidel la batalla de ideas.
Entre esas dos visiones nos hemos comido los cubanos 20 años, tiempo suficiente para probar que ambos llegaron al mismo lugar, al descalabro total de la economía. Pero como buenos comunistas, ya cansados de culpar a otros, deben estar ahora mismo culpándose entre ellos. Claro está que esos 20 años no pasaron en vano, y hoy se mueven como vejestorios o marionetas de sus herederos. Raúl tiene sus herederos, los militares de verde; y Fidel tiene los suyos, los burócratas de traje. Integran estos grupos, como lideres agazapados sus respectivos hijos, los de Raúl de “carrera” y los de Fidel “a la carrera”.