Rollo Martins, el personaje de El tercer hombre, de Graham Green, no puede creer que su amigo de la infancia esté involucrado en una organización delictiva que vendía un líquido similar a la vaselina por penicilina. El encargado de la investigación lo llevó a recorrer los hospitales pediátricos de la Viena ocupada por las cuatro potencias que habían ganado la Segunda Guerra Mundial para observar el daño ocasionado en los niños.
Martins pudo reunirse con su amigo en un parque de diversiones vienés para que negara los cargos. Lo hizo arriba de una rueda de la fortuna. Cuando su coche llegó a la cima, Harry Lime, su amigo, no sólo aceptó la acusación, sino que la fundamentó con una frase que recuerdo así: “Mira a la gente desde aquí. ¿Qué son sino puntos negros? Puedes barrer con tu imaginación ahora algunos y ¿quién lo notaría? Son sólo puntos negros”. Lime no se quedó allí. Aseguró que así funcionaba el mundo y la política, que es lo que lo mueve. Cuando la ciudadanía no interviene en los procesos de reformas electorales, se transforman en puntos negros fáciles de barrer en el papel de un proyecto elaborado en un frío despacho de organismo público. Continuar leyendo