Por: Leandro Querido
Rollo Martins, el personaje de El tercer hombre, de Graham Green, no puede creer que su amigo de la infancia esté involucrado en una organización delictiva que vendía un líquido similar a la vaselina por penicilina. El encargado de la investigación lo llevó a recorrer los hospitales pediátricos de la Viena ocupada por las cuatro potencias que habían ganado la Segunda Guerra Mundial para observar el daño ocasionado en los niños.
Martins pudo reunirse con su amigo en un parque de diversiones vienés para que negara los cargos. Lo hizo arriba de una rueda de la fortuna. Cuando su coche llegó a la cima, Harry Lime, su amigo, no sólo aceptó la acusación, sino que la fundamentó con una frase que recuerdo así: “Mira a la gente desde aquí. ¿Qué son sino puntos negros? Puedes barrer con tu imaginación ahora algunos y ¿quién lo notaría? Son sólo puntos negros”. Lime no se quedó allí. Aseguró que así funcionaba el mundo y la política, que es lo que lo mueve. Cuando la ciudadanía no interviene en los procesos de reformas electorales, se transforman en puntos negros fáciles de barrer en el papel de un proyecto elaborado en un frío despacho de organismo público.
Un argumento muy usado tiene que ver con una falsa dicotomía: pluralismo o gobernabilidad. Para garantizar la gobernabilidad se premia al partido que más votos obtuvo, se lo sobrerrepresenta, es decir, se barren puntos negros que hasta ese momento fueron ciudadanos que emitieron sus votos. Como acompañamiento a estas acciones van algunas prácticas nada amigas de la idea de elecciones íntegras. Un claro ejemplo es lo que ha pasado con el supuesto senador nacional por la minoría consagrado en la Reforma Constitucional de 1994. Los ciudadanos de muchas provincias fueron barridos como puntos negros al quedarse sin representación en la Cámara Alta.
Para esta concepción, la gobernabilidad es uniformidad que poco tiene que ver con las sociedades plurales y diversas contemporáneas. En estos casos, el sistema electoral homogeniza lo diverso, barre puntos negros.
Si asumiéramos otra concepción de la política, más consensual y dialoguista, no veríamos al pluralismo como una amenaza a la estabilidad. Por el contrario, se reconfiguraría el concepto de gobernabilidad, una gobernabilidad que incluya a los puntos negros, que no los barra. Que en esa inclusión logre cumplir con su propia autodefinición: capacidad efectiva de gobernar.
En la provincia de Buenos Aires la utilización de la cuota Hare para la distribución de bancas en los cargos provinciales borra a miles de ciudadanos. La ley de lema en Santa Cruz o en Formosa borra a los electores al tomar decisiones por ellos. Las colectoras en La Rioja y los acoples en Tucumán son formidables gomas de borrar derechos políticos.
El imperio de los defensores de esta concepción de la gobernabilidad está en retroceso. La sobrerrepresentación como requisito para la estabilidad política no ha traído los resultados esperados. El malestar de la ciudadanía radica en que se considera puntos negros barridos y esto sin dudas afecta tal gobernabilidad.
El gran desafío de la reforma electoral no es cambiar el instrumento de votación o unificar el calendario electoral. Es eso y mucho más. Se trata de cambiar una concepción de la política que presenta prácticas hegemónicas, ventajeras y violentas. Que barren los derechos políticos de miles y miles de argentinas y argentinos.
Las últimas imágenes de los debates en el Congreso son alentadoras. Los referentes de diferentes bancadas negocian leyes fundamentales. Son parte de esas negociaciones el Gobierno y los gobernadores. Se discute, se negocia y se acuerda. La ciudadanía ya no ve esto como componendas espurias, sino como un reflejo de las diferencias. No demonizar la palabra ‘pacto’ o ‘acuerdo’ es un avance. No hay necesidad de pactos en los regímenes autoritarios y hegemónicos. En los regímenes pluralistas debe haberlos. La reforma electoral será una reforma cultural o no será nada. Podremos contar con la última tecnología electoral, pero seguiremos con nuestros problemas de fondo si no se avanza sobre ella.
El titular de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Ricardo Lorenzetti, algo ha insinuado al respecto. Recientemente, ha dicho que no debe desaprovecharse esta oportunidad que tenemos por delante para cambiar aspectos fundamentales del sistema electoral.
La reforma electoral tiene la enorme tarea de sacarle la ‘o’ de la disyunción al título de este artículo y así pasar a otro mucho más interesante: pluralismo y gobernabilidad. Un desafío más interesante, por cierto.